Marginalia et adversaria. Abril 2003

 

 

"Haz el amor, no la guerra"

 

© Gabriel Laguna Mariscal

 

 

 

"Haz el amor, no la guerra" fue una de las consignas más significativas y famosas del movimiento contestatario de Mayo del 68, conjuntamente con "La imaginación al poder" y "Bajo los adoquines está la playa".

Han pasado ya varias décadas, pero el lema ha cobrado una lamentable actualidad. Esta vez quisiera pasar revista a los antecedentes clásicos de este concepto (y hasta de la expresión misma), para unirme con esta humilde contribución a todos aquellos que alzan su voz para condenar la guerra y exigir su cese.

 

 

Encontramos el primer tratamiento claro del tema en la mitología griega, en relación con el episodio de la guerra de Troya. Como se recordará, la guerra de Troya tuvo lugar porque los reyes y príncipes de las ciudades griegas se vieron forzados por un juramento a formar una alianza militar y organizar una expedición de castigo contra Troya. El motivo era vengar la afrenta sufrida por Menelao, rey de Esparta, cuya esposa Helena había sido seducida y raptada por el príncipe troyano Paris. Pero varios de los caudillos griegos que estaban obligados a participar en la confederación helénica mostraron su desacuerdo con la guerra, e intentaron estratagemas para zafarse. Fue el caso de Ulises y de Aquiles.

 

 

Ulises, rey de Ítaca, llevaba solamente casado dos años con su hermosa esposa Penélope cuando se declaró la guerra. El amor que sentía por su mujer le hizo idear todo tipo de subterfugios para librarse de formar parte de la expedición. Fingió ataques de locura: unció un buey y un burro al arado, y se entretenía en labrar la arena de la playa, sembrando sal en vez de trigo. Creo que esta anécdota mítica es el primer ejemplo de la actitud consistente en contraponer el amor y la guerra, para decantarse por el primero. Ulises prefería el amor de Penélope a la guerra contra Troya. Pero el engaño de Ulises fue descubierto por el astuto Palamedes, que colocó al hijo de Ulises, el pequeño Telémaco, delante del arado, en peligro de ser atropellado; con lo cual Ulises detuvo súbitamente el arado, desvelando así el fingimiento [1].

Ulises y Penélope, de Francesco Primaticcio (1504-1570)

 

 

Embajadores enviados a Aquiles, de Ingres (1801)

Aquiles era hijo de Peleo, rey de Ftía, y de la ninfa marina Tetis. Su madre no quería que fuera a la guerra de Troya (ya se sabe, las guerras han sido siempre detestadas por las madres), así que lo envió, travestido como muchacha, a la corte de Licomedes, rey de Esciro. El pastel fue destapado por Ulises, y Aquiles tuvo que incorporarse finalmente al ejército griego. Pero ya en la guerra Aquiles se enfadó con Agamenón (comandante en jefe del contingente heleno), porque le había arrebatado una esclava de guerra llamada Briseida. Ofendido, Aquiles se retiró de la batalla con sus guerreros. La retirada hace que el curso de la guerra se decante a favor de los troyanos. Y cuando los demás griegos le ruegan mediante una embajada que regrese a la lid, Aquiles afirma que ha decidido regresar a casa, argumentando en un hermoso discurso que prefiere disfrutar de una vida particular, pacífica, en su localidad natal, antes que morir en la guerra, por mucha gloria que su heroísmo bélico pueda reportarle:

 

Para mí nada hay que equivalga a la vida, ni cuanto dicen

que poseía antes Troya, la bien habitada ciudadela,

en tiempos de paz, antes de llegar los hijos de los aqueos, [...]

Mi madre, Tetis, la diosa de plateados pies, afirma que a mí

dobles Parcas me van llevando al término que es la muerte:

si sigo aquí luchando en torno de la ciudad de los troyanos,

se acabó para mí el regreso, pero tendré gloria inextinguible;

en cambio, si llego a mi casa, a mi tierra patria,

se acabó para mí la noble gloria, pero mi vida será duradera

y no la alcanzaría nada pronto el término que es la muerte.

                                            (Ilíada IX 401-3, 410-16)

El siguiente tratamiento en que se aprecia una tópica contraposición entre la guerra y el amor pertenece a un hermosísimo poema de la poetisa Safo, del siglo VI a.C. En su fragmento 16, y frente a los que sostienen que lo más bonito del mundo son los ejércitos de tierra y mar, afirma que para cada uno lo más hermoso del universo es la persona a la que ama:

Unos que un batallón ecuestre, otros que de infantería,

y otros, que una flota de barcos resulta

ser lo más bello sobre la negra tierra, pero yo digo

que es lo que uno ama. [...]

 

También a mí ahora a mi Anactoria ausente

me has recordado.

 

¡Cómo preferiría yo el amable paso de ella

y el claro resplandor de su rostro ver ahora

a los carros de guerra de los lidios en armas,

marchando al combate!

Por otro lado, resulta curioso que la mitología griega narrara una relación amorosa entre los dos dioses antagónicos que representaban los conceptos del amor y de la guerra: Afrodita y Ares (para los romanos, Venus y Marte). Será porque los opuestos se atraen. Lo cierto es que, partiendo de esta relación mítica entre Venus y Marte, el poeta latino Lucrecio hizo a mediados del siglo I a. C. una proclama pacifista, al inicio de su poema didáctico De rerum natura. Lucrecio se proponía difundir en Roma mediante su poema didáctico la filosofía epicúrea. Uno de los postulados del epicureísmo es la búsqueda de la tranquilidad emocional (la llamada ataraxía). La guerra es incompatible con tal serenidad. Por ello, Lucrecio invoca a Venus y le suplica que, valiéndose de su ascendencia con Marte, consiga la paz para Roma, que ahora está inmersa en terribles conflictos civiles:

Haz, además, que cesen las fieras acciones de guerra,

apaciguadas por todos los mares y las tierras.

Pues tú eres la única que puedes reconfortar a los hombres

con una serena paz; porque Marte, poderoso en armas, rige

las fieras acciones de la guerra, y él a menudo se recuesta

en tu seno, afecto de una eterna llaga de amor,

y, reclinando su rizada cabeza, te contempla

y nutre de amor sus ávidos ojos, boquiabierto ante ti, diosa,

y su aliento bebe de tu boca cercana.

Diosa, cuando éste se tienda sobre tu cuerpo divino,

abrázale y derrámale desde arriba dulces palabras,

suplicándole una plácida paz para los romanos, ilustre diosa.

                                (Lucrecio I 29-40)

                              

Año nuevo en Valparaíso, por María Angélica Ruiz Tagle

Unos años más tarde se desarrolló en Roma el movimiento de los poetas elegíacos (constituido por Propercio, Tibulo y Ovidio). Éstos también prefirieron la paz a la guerra, pero no por las razones filosóficas de Lucrecio, sino como simple preferencia personal. En un momento histórico de gran militarización de la vida pública, estos poetas asumieron una postura heterodoxa [2]: preferían llevar una vida consagrada al amor y a la desidia, antes que participar en la política y en la guerra. Fueron los primeros, quizá, que desarrollaron claramente la idea como un motivo literario. Por ejemplo, Tibulo, en su elegía I 1, rechaza la vida de los negocios y de la milicia, decantándose por una vida tranquila, en contacto con la naturaleza y disfrutando del amor de la mujer amada:

Yo no ambiciono las riquezas de mis padres ni las rentas

   que dio la cosecha almacenada a mi antiguo ancestro:

me basta una humilde cosecha, me basta reposar en la cama,

   si es necesario, y aliviar los huesos en el lecho de siempre.

¡Qué agradable es oír acostado los furiosos vientos

   y abrazar a la amada contra su pecho muelle,

o, cuando el Cierzo invernal derrama gélidas lluvias,

   seguir tranquilo en sueños junto al grato fuego. [...]

A ti te cuadra, Mesala, guerrear por tierra y por mar,

   para que tu casa exhiba los botines arrebatados al enemigo:

a mí me retienen atado las cadenas de mi hermosa niña,

   y me siento ante sus puertas altivas como un portero.

                                        (Tibulo, I 1, 41-48, 53-56)

 

Propercio, por su parte, tras haber descrito una noche de amor en su elegía II 15, invita a todos sus conciudadanos a preferir la vida del amor a la guerra [3]:

Pero si ella quisiera concederme más noches como ésta,

   un año de vida me será más que suficiente.

Si me concede muchas, en ella me haré inmortal:

   en una sola noche cualquiera puede convertirse en dios.

Si todos aceptaran llevar este tipo de vida

   y hacer reposar sus miembros, ahítos de mucho vino,

no existiría el sangriento hierro ni la nave de guerra,

    y el mar de Accio no revolvería los huesos de romanos,

ni Roma, cercada tantas veces por triunfos civiles,

   estaría cansada de soltar sus cabellos.

                        (Propercio II 15, 37-46)

 

El amor entre Paris y Helena, por Jacques Louis David (1788)

El tercer elegíaco, Ovidio, el cantor de la frivolidad en Roma, el maestro de amores, desarrolla el motivo al menos dos veces en su poesía, anticipando, además, sustancialmente la fraseología del lema "Haz el amor y no la guerra". La obra en que aparece el motivo es las Epístolas de las heroínas. Se trata de un conjunto de cartas ficticias en verso, dirigidas por heroínas de la mitología a sus esposos o amantes. La Epístola 17 va dirigida por Helena a Paris, cuando aquella ha tenido noticia de las proposiciones amorosas del troyano. Alabando la belleza de Paris, Helena lo juzga más adecuado para las batallas del amor que para las lides de la guerra:

apta magis Veneri quam sunt tua corpora Marti:

   bella gerant fortes; tu, Paris, semper ama.

Hectora quem laudas pro te pugnare iubeto:

   militia est operis altera digna tuis.

                        (Epístolas XVII 253-256)

 

[Tu cuerpo es más apto para Venus que para Marte:

   que los fuertes hagan la guerra; tú, Paris, dedícate siempre a amar.

Ordena que luche por ti ese Héctor a quien elogias:

   es otra la milicia idónea para tus facultades.]

 

Maximiliano I de Hasburgo, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico a principios del siglo XVI, buscaba extender su influencia política y ampliar los límites de su imperio mediante alianzas matrimoniales más que mediante guerras de conquista. Se le atribuye que plasmó literariamente esa actitud en una divisa, escrita en dos versos latinos, cuya forma, según se aprecia claramente, deriva de los versos citados de Ovidio:

Bella gerant alii; tu, felix Austria, nube!

   Nam quae Mars aliis, dat tibi regna Venus.

 

[¡Que otros hagan las guerras; tú, dichosa Austria, celebra bodas!

   Pues los reinos que Marte da a otros, te los da a ti Venus.]

 

Hemos visto, pues, que todos los ingredientes de la proclama "haz el amor y no la guerra", tanto en contenido como en forma, están ya en la tradición literaria clásica. En el contenido, sobresalen los motivos del pacifismo como opción vital, el denuesto de la guerra, la importancia concedida al amor, la preferencia por una vida sencilla y libre de preocupaciones. En cuanto a la forma literaria, destaca la contraposición formal de polos (hacer el amor / hacer la guerra; Venus / Marte) y la apelación conativa al oyente (presente ya en Propercio). Por último, y para mostrar la vitalidad del motivo en la literatura, querría aducir dos tratamientos más, pertenecientes ambos a la poesía contemporánea escrita en castellano.

 

Retrato de Miguel Hernández, por Gregorio Prieto

Miguel Hernández (1910-1942) tuvo ocasión de sufrir en propias carnes la tragedia de la guerra. Tras luchar en el ejército republicano durante la guerra civil española, fue condenado a muerte al término de la contienda. Aunque la condena capital le fue conmutada por la cadena perpetua, murió en prisión en 1942, enfermo de tuberculosis. En la cárcel escribió su libro Romancero y cancionero de ausencias, al que pertenece el poema "Tristes guerras":

Tristes guerras

 

Tristes guerras

si no es amor la empresa.

Tristes, tristes.

 

Tristes armas

si no son las palabras.

Tristes, tristes.

 

Tristes hombres

si no mueren de amores.

Tristes, tristes.

 

En este breve poema se aprecia claramente el denuesto insistente de la guerra, y la contraposición que se establece entre la guerra y el amor. El poeta recurre ocasionalmente a la imaginería ya documentada en la tradición clásica, como la metáfora de la milicia del amor: "Tristes guerras / si no es amor la empresa". Como ya hicieran Propercio y Ovidio, Miguel Hernández no reconoce la legitimidad a otra guerra que no sea la guerra del amor, las "batallas de amor" de las que hablara Góngora.

 

El poeta peruano Rodolfo Hinostroza (Lima, 1941) participa de la ideología contestataria y antiimperialista de la generación de 1968 (de hecho vivió en París). Para comprender la poesía de Hinostroza, tal vez sea necesario referirse a su experiencia personal. Fue testigo de la crisis de los misiles en Cuba en 1962; vivió la época de la Guerra Fría; con esos antecedentes rechazó el autoritarismo y propugnó una cultura de paz, en oposición al uso de las armas nucleares y al culto de la personalidad propio de regímenes totalitarios. Todo esto lo planteó en los años 60, pero resulta tremendamente actual. Pues bien, para dar cauce a estas ideas, Hinostroza recurrió a moldes y modelos clásicos. Publicó en 1971 un poemario titulado Contra natura [4], en el que incluye dos poemas antibelicistas de muy significativo título: "Imitación de Propercio" y "Celebración de Lysístrata".

Imitación de Propercio

 

I

 

Oh César, oh demiurgo,

tú que vives inmerso en el Poder, deja

que yo viva inmerso en la palabra.

                Cantaré tu poder? Haré mi SMO?

Proyectaré slides sobre la nuca de mis contemporáneos?

                Pero viene tu adjunto

sosteniendo que debo incorporarme al movimiento

si no, seré abolido por el movimiento.

                No pasaré a la Historia, a tu

Historia, oh César. 80 batallones

quemarán mis poemas, alegando que eran inútiles y brutos.

No hay arreglo con la Historia Oficial.

Pero mis poemas serán leídos por infinitos grupos de clochards

sous le Petit Pont

                y me conducirán a los muslos de Azucena

pues su temporalidad será excesiva

cosa comunicante.

                        Sous le Petit Pont

hablando del Tiempo sin implicaciones políticas

corre el Sena, río de cerezas, río limpio,

y hacia las seis de la tarde las cosas se naturalizan

y no conseguirás oh César

que yo me sienta particularmente culpable

por los millones de gentes hambrientas.

 

En este poema el autor apostrofa a un "César", representante del imperialismo militar (hoy podríamos sustituir "César" por "Bush"), y afirma su preferencia por formas de vida tranquilas, dedicadas al cultivo del amor. En el siguiente poema, un sujeto femenino se dirige a su pareja, aparentemente un soldado del ejército yankie, y le insta a que haga el amor, en lugar de la guerra:

Celebración de Lysístrata

 

I

 

War, he sung, is toil and trouble

honour but an empty bubble

y ese verano estábamos tendidas en las playas de España

incandescencia de ojos

                tomé un caracol y lo puse sobre mi sexo

quieto ahí dije y a mi amiga esa luz Turner

que nos borra nos saca del planeta

                                    breve humo azul

y me desentumecí entre tres muros blanqueados

                                    blanco de cal pensé

y me revolví una vez más en el lecho

                                    él dormía

                                        y vi:

botas kepí correhuelas

                en algún sitio un arma

un manojo de flechas atravesando el cuarto

                pero su cuerpo era como un arco iris

podrido por la violencia

                no sabrá que es lo que ha dormido con él

haz el amor no la guerra

                    hazme el amor

                            no la guerra

repetí en su oído

                él prometió y juró

pero no sabe y duerme indefinidamente.

 

Ahí queda ese ramillete de ejemplos, expuestos en orden aproximadamente cronológico, sobre el origen y el desarrollo de lo que empezó siendo una preferencia vital, llegó a ser un motivo literario y acabó como una proclama ideológica y política. El panorama presentado puede contribuir a mostrar la enorme pertinencia que tienen los modelos clásicos en el mundo moderno, incluso en cuestiones de candente actualidad. Enarbolemos la bandera de la cultura clásica contra la guerra.

 

 

© Gabriel Laguna Mariscal

Todos los derechos reservados.

Se permite la reproducción, citando la fuente.

 

 

Se sugiere citar el presente artículo así (según normas del MLA):

 

Laguna Mariscal, Gabriel. "Haz el amor, no la guerra" Tradición Clásica. Abril 2003. Acceso 20 May. 2003. [cámbiese según proceda]

<http://www.uco.es/~ca1lamag/Abril2003.htm>

 

 

 

Notas

[1] Esta historia sobre la actitud de Odiseo ante la guerra no se relata en los poemas homéricos, sino en fuentes mitográficas posteriores: Higinio, Fábulas 95; Filóstrato, Heroicas XI 2; Servio a Eneida II 81. Véase A. Ruiz de Elvira, Mitología clásica, Madrid: Gredos, 1975, 414. Volver al texto principal.

[2] Puede verse el completo artículo de A. Ramírez de Verger, "El "otium" de los elegíacos: una forma heterodoxa de vida", en F. Gascó - J. Alvar (edd.), Heterodoxos, reformadores y marginados en la Antigüedad Clásica, Sevilla 1991, 59-70. Volver al texto principal.

[3] Puede verse ahora sobre este poema de Propercio un análisis detallado en nuestro artículo: M. J. Alcalde Pacheco - G. Laguna Mariscal, "La elegía II 15 de Propercio: contenido, forma, recepción", Exemplaria 6 (2002), 123-163. Volver al texto principal.

[4] Reeditado en R. Hinostroza, Contra natura, Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2002. El texto completo de la obra está disponible on-line en la dirección:

http://sisbib.unmsm.edu.pe/bibvirtual/libros/Literatura/Contra_Natura/indice.htm

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