JESÚS Y EL DINERO

La parábola del rico y los graneros (Lc 12,13-40)

 

Jesús Peláez

Universidad de Córdoba

 

 

Aunque me piden que hable sobre la actitud de Jesús ante el dinero, quiero comenzar describiendo brevemente qué entiendo por neoliberalismo, pues para comprender las palabras de Jesús sobre el dinero, pronunciadas ayer y ponerlas en práctica hoy, en los umbrales del siglo XXI, no basta ya con saber qué es lo que Jesús dijo, ni con conocer el mundo al que él hablaba; es necesario, además, situar en el nuevo contexto de la así llamada "sociedad neoliberal o pos-neoliberal" sus palabras1.

Es en el contexto de la tan cacareada globalización donde tenemos que indagar qué dicen hoy a los seguidores de Jesús aquellas palabras antiguas, pero tan actuales, y cómo se han de interpretar al haber cambiado de destinatarios, de cultura y de época.

Y como vamos a hablar sobre Jesús y el dinero hemos de anotar también de entrada que la economía de tiempos de Jesús no es comparable a la de hoy. Sería, por tanto, un error trasladar los modelos o fórmulas económicas del pasado al presente, aunque tal vez haya algo en común entre ambas economías al estar asentadas sobre la base de la acumulación de unos bienes que pertenecen a todos en manos de unos pocos y no sobre la base de la distribución de los bienes de la tierra entre todos los que la habitan.

 

En tiempos de Jesús, la acumulación de capital en manos de unos pocos era tan grande que cuenta Flavio Josefo (Antigüedades Judías 15,365) que Herodes, por ejemplo, se había apoderado por medio de confiscaciones de una cantidad enorme de tierras (A.J. 17,307) y convertido en regadío un terreno de unos cuarenta y cinco kilómetros cuadrados, propiedad de su hermana Salomé. De este terreno, Salomé percibía rentas de hasta sesenta talentos anuales (A.J. 17,321), o lo que es igual, el dinero equivalente a 360.000 jornales de un obrero agrícola. Herodes, por su parte, se había visto obligado a bajar los impuestos dos veces para evitar disturbios generales, dada la pobreza, paro y miseria en que andaba sumida la inmensa mayoría de la población.

Sabemos también que, en la época de Herodes y durante el breve reinado de Agripa I (41-44 dC), era tan extrema la situación del pueblo, que tuvieron que arbitrarse en Palestina medidas extraordinarias para paliar el hambre de la población: se estimuló la beneficencia privada y se sancionaron jurídicamente las aspiraciones de los pobres a compartir la cosecha, reservándoles una parte de las fincas, cuyos productos podían recoger después de la recolección, y dejando para ellos las uvas caídas al suelo durante la vendimia2.

Son sólo varias pinceladas sobre la situación crítica de la inmensa mayoría del pueblo en tiempos de Jesús.

 

Hoy sucede otro tanto. Basten algunos ejemplos como botón de muestra:

- De 1962 a 1992 la producción mundial se triplicó, aumentando el consumo en los sectores pudientes del mundo desarrollado y disminuyendo en los sectores más pobres, lo que traducido a cifras equivale a decir que el 20% más rico de la población mundial consume más del 80% del producto bruto mundial (también en gastos de energía, educación, salud, etc.), mientras que el 20% más pobre apenas alcanza a consumir el 1.5%.

- Los datos del Informe sobre el desarrollo humano 1998 de las Naciones Unidas nos aterrorizan al hablar de la concentración de la riqueza mundial en manos de un puñado de ricos: las 225 personas más ricas del mundo acumulan una riqueza superior a un billón de dólares, igual al ingreso anual del 47% más pobre de la población mundial, es decir, de 2.500 millones de pobres.

- Este mismo informe incluye también un índice específico de pobreza para los países desarrollados que da mucho que pensar. En 1960, el 20% de la población mundial que vivía en los países más ricos tenía 30 veces el ingreso del 20% más pobre. En 1985, esa relación era de 82 veces.

- Incluso en América del Norte, el país de la prosperidad, están sucediendo cosas horribles, pues no todos prosperan en él: en 1969, el 20% de los hogares norteamericanos más ricos tenía siete veces más renta que el 20% más pobre. En 1992 esa relación era ya de 11 veces y ha seguido creciendo. Esto equivale a decir que, incluso dentro de los países más desarrollados, los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres. Ha aumentado la riqueza y, con ella, la desigualdad y la pobreza3.

- Pero no queda ahí la cosa. Ha surgido además una porción reducida de la población (¿un 5%? ¿un 10%?) que ha perdido todo contacto con la esfera de la ciudadanía. Es lo que denominamos lumpen, los no ciudadanos, que no constituyen una clase social para sí, y que no tienen contacto alguno con el mundo oficial. Para esos no ciudadanos no existe una explicación unificada ni unificante de sus sufrimientos. Los realmente desfavorecidos por la globalización -y quienes temen perder su condición- no representan una fuerza productiva, ni siquiera un grupo social con el que se deba ajustar cuentas. Los ricos se hacen más ricos sin ellos, los gobiernos pueden ser reelegidos sin sus votos, y el PNB seguirá creciendo indefinidamente sin su participación. De la explotación a la exclusión: eso es lo que Viviane Forrester llama el horror económico4.

Son algunos de los efectos más inmediatos del neoliberalismo y de su praxis globalizadora, cuyos principales postulados vamos a comentar a continuación.

 

 

1. Principios básicos del neoliberalismo

El neoliberalismo es una ideología, basada en tres principios rectores:

 

Según estos principios5, el centro de la actividad humana es el individuo y su libertad como valor absoluto y sin referencia comunitaria. Esto desemboca en un individualismo beligerante, en una insolidaridad que crea una franja de marginación y exclusión social cada vez más amplia y en una feroz y agresiva competitividad. Para el neoliberalismo, el valor supremo, que lo rige todo, es lo económico, encarnado en el culto al dinero, como dios al que se ofrecen sacrificios de vidas humanas, las de los pobres; la meta suprema es la consecución a cualquier precio de la satisfacción sensible del individuo.

Para llevar a cabo estos postulados, el neoliberalismo proclama la libertad de las actividades económicas y la sacralidad de la propiedad privada, buscando el enriquecimiento mediante la expansión del mercado. El nuevo dogma de esta religión neoliberal es "fuera del mercado no hay salvación".

El método que emplea el neoliberalismo es la libre competencia, de la que el Estado debe estar ausente, teniendo por norma básica la eficacia. Y en la libre competencia -ya se sabe- gana quien tiene más, quien puede más; vencen los fuertes, los ricos y los hábiles; los pobres, los desfavorecidos no cuentan para nada.

Entendido así el sistema neoliberal, habría que preguntarse de entrada: ¿se puede ser cristiano y neoliberal?

Si la economía -llámese capital o mercado- es el valor supremo; si el mercado global o la globalización del mercado es el único camino a seguir; si la propiedad privada -lo mío- es sagrada, y si el enriquecimiento mediante la expansión del mercado es la meta a la que se denomina "desarrollo"... ¿cabe todavía preguntarse si se puede ser cristiano y neoliberal?

Pues nada hay más ajeno al evangelio que estos principios con los que dicen que se pretende conseguir "la calidad de vida", la calidad total, basada principal -y casi exclusivamente- en el enriquecimiento, la competitividad, la codicia y la acumulación del capital.

En esta sociedad neoliberal, la tan propugnada libre competencia en términos de mercado no es tal, ni crea igualdad, sino desigualdad; es injusta por sí misma desde el momento en que hay muchos millones de seres humanos del planeta que no pueden competir en nada ni con nadie, al no tener nada que comprar ni vender, porque no tienen acceso al mercado.

En la nueva "religión del mercado", no se dice ya "dime con quién andas y te diré quien eres" sino "dime qué compras, cuánto compras, a quién compras y te diré quién eres". Hoy el "ser" se constituye por el "comprar" y por el "tener". Consecuentemente a este principio, los 2.500 millones de pobres de la tierra sin capacidad de comprar, sencillamente no existen, no cuentan, no son.

Si antes se decía unicuique suum (a cada uno lo suyo), defendiendo a ultranza la propiedad privada, hoy el eslogan es "a cada uno lo que produce".

Ante este panorama, el estado neoliberal reduce al mínimo su participación e intervención en la actividad económica, quedando el individuo cada vez más desprotegido y desvalido ante los verdaderos señores de la tierra que controlan el flujo de capitales. Los estados venden hoy las empresas, incluso aquellas rentables, dejándolas en manos de las multinacionales y los grandes capitales, propugnando la libre competencia, pero practicando cada vez más un monopolio a escala mundial en el que los grandes bancos y las grandes empresas multinacionales se funden con otras igualmente grandes para dominar absolutamente el mercado y acabar con la tan proclamada libertad de mercados.

Hoy más que nunca queda patente la vieja máxima: "Poderoso caballero es don dinero", revistiéndose de patetismo palabras de Jesús como éstas: "No podéis servir a Dios y al dinero (léase capital o mercado globalizador) (Lc 16,13); "vende lo que tienes y repártelo a los pobres, que tendrás en Dios tu riqueza; y anda, sígueme a mí (Lc 18,22)"; "ay de vosotros, los ricos" (Lc 6,24); "¡Con qué dificultad entran en el reino de Dios los que tienen el dinero! Porque es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el reino de Dios" (Lc 16,24-25).

¿Quién se cree hoy esto o se atreve a proclamarlo?

Hoy que se habla de la España de las oportunidades hay que afirmar tajantemente que un sector grande de la población activa no tiene sencillamente oportunidades, ni siquiera la posibilidad de acceder a un puesto de trabajo digno. En España este sector alcanza el 19%, en torno a dos o tres millones de personas según quien haga los números (la Encuesta de Población Activa o el Instituto Nacional de Empleo); en Europa hay ya 18 millones de parados y en Estados Unidos los pobres alcanzan la cifran de 40 millones.

Y muchos de los que tienen un puesto de trabajo en nuestro país, lo tienen con un contrato-basura y un salario precario; no hablemos ya de las pensiones contributivas o del salario social de aquellos que ni siquiera tienen trabajo, tan reducidos a mínimos ni siquiera vitales.

Pues bien, es precisamente en este campo, en la actitud que los cristianos debemos tener hacia el dinero, verdadero dios de la sociedad neoliberal, donde aparece, a mi juicio, más nítida que nunca la alternativa que el evangelio ofrece hoy, que, de ponerse en práctica, abriría la puerta a la esperanza en un mundo que no esté basado en el dinero, sino en el pleno desarrollo humano, verdadera meta propuesta por Jesús en el evangelio.

 

2. Las dos caras del dinero en los evangelios.

Por esto hemos de preguntarnos: ¿Qué pensaba Jesús, tal como lo describen los evangelios, acerca del dinero y de la posesión de los bienes?

Para Jesús, como para nosotros, el dinero tiene dos caras: una, buena y amable; otra, mala y temible. El dinero no puede demonizarse o satanizarse absolutamente. El dinero -y cuando decimos dinero, entendemos también los bienes- es bueno o malo según el uso que hagamos de él. Jesús no era un soñador utópico; sabía que el dinero es una realidad importante con la que hay que contar en la vida de cada día y así aparece en múltiples pasajes de los evangelios6.

 

La cara amable del dinero

El dinero tiene una cara amable, pues crea las condiciones para una vida digna, o lo que es igual, el dinero es necesario para vivir, pero esto no quiere decir que vivamos para el dinero, como muchos entienden. Los evangelios son realistas en este sentido y refieren a menudo operaciones de compraventa. Con dinero se compra y se vende tanto lo necesario como lo superfluo7:

¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos?, pregunta Jesús (Mt 10,29); en la parábola del gran banquete se dice que todos los invitados "empezaron a excusarse. El primero le dijo: He comprado un campo y necesito ir a verlo...; otro dijo: he comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas" (Lc 14,18-19); la actividad de la gente en tiempos de Lot es descrita con esta secuencia de verbos: "comían, bebían, compraban, vendían, plantaban y construían (Lc 17,28)".

Aunque, en el evangelio aparecen con frecuencia los verbos comprar y vender, no está de más observar que Jesús no aconseja comprar, sino más bien dar, o vender y dar8. Ante la multitud hambrienta, Jesús ordena a sus discípulos: "dadles vosotros de comer", pero los discípulos, que entienden sólo de comprar y no de compartir, preguntan: "¿Vamos a comprar panes por doscientos denarios de plata para darles de comer? (Mc 6,35). A quienes, siendo ricos, se acercan a Jesús, éste les aconseja vender y dar todo lo que tienen para entrar en el reino de Dios o comunidad cristiana, que es presentada como un tesoro escondido que "un hombre encuentra, lo vuelve a esconder y de la alegría va a vender todo lo que tiene y compra el campo aquél" (Mt 13,44) o "a un comerciante que buscaba perlas finas; y al encontrar una perla de gran valor (metáfora del reino) fue a vender todo lo que tenía y la compró" (Mt 13,45-46). El reino de Dios o comunidad cristiana vale, para Jesús, más que todos los bienes. El joven rico, para llegar a ser un hombre logrado, debe seguir la orden de Jesús: "vete a vender lo que tienes y dáselo a los pobres, que tendrás en Dios tu riqueza; y, anda, sígueme a mí" (Mt 19,21; cf. Mc 10,21; Lc 18,22). Jesús exhorta a sus discípulos con estas palabras: "Vended vuestros bienes y dadlos en limosna; haceos bolsas que no se estropeen, una riqueza inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni echa a perder la polilla. Porque donde tengáis vuestra riqueza tendréis el corazón (Lc 12,33-34)".

Con dinero se compran también los animales para los sacrificios, pero Jesús se muestra poco amigo de quienes venden en los atrios del templo explotando al pobre. Por eso, al expulsar del templo a los vendedores y cambistas, Jesús no dirige la palabra a quienes vendían bueyes u ovejas para los sacrificios (pues estas ofrendas sólo las podían costear quienes tenían cierto poder adquisitivo, los ricos), sino a los vendedores de las palomas, que adquirían los pobres para ofrecerlas en sacrificio expiatorio por sus pecados. Jesús dice a éstos: "Quitad eso de ahí; no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios" (Jn 2,16).

Con dinero se pagan los impuestos o tributos: "¿Está permitido pagar el tributo al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?" preguntan los fariseos y herodianos a Jesús, tendiéndole una trampa (Mc 12,13-17).

El dinero sirve también para dar limosnas y remediar las carencias de los necesitados, aunque Jesús aconseja la máxima discreción al hacerlo: "Por tanto, cuando des limosna no lo anuncies a toque de trompeta" (Mt 6,3-4); "si quieres ser un hombre logrado, vete a vender lo que tienes y dáselo a los pobres, que tendrás en Dios tu riqueza; y, anda, sígueme a mí", aconseja al joven rico (Mt 19,20-21); en la escena de la unción de Jesús en Betania, al ver cómo la mujer quebró el frasco de ungüento y lo fue derramando en la cabeza de Jesús "algunos comentaban indignados: ¿Para qué se ha malgastado así el perfume? Podía haberse vendido ese perfume por más de trescientos denarios de plata y habérselo dado a los pobres. Y le reñían" (Mc 14,4-5).

Con dinero –con un denario- se pagan los jornales en la parábola de los jornaleros enviados a la viña (Mt 20,1-16).

Con el dinero se negocia, invirtiéndolo o poniéndolo a interés en el banco. Esto es precisamente lo que ni siquiera hizo el siervo de la parábola de los talentos que había recibido de su amo un solo talento y a quien éste le reprocha: "¡Empleado malvado y holgazán! ¿Sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues entonces debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver, pudiera recobrar lo mío con los intereses" (Mt 25,26-27).

El dinero sirve, también, para aliviar los males del prójimo. Así el samaritano paga al posadero dos denarios y se compromete a pagar lo que sea preciso de más: "al ver al malherido, se acercó a él y le vendó las heridas echándoles aceite y vino..., lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios de plata y, dándoselos al posadero, le dijo: "Cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta" (10,33-36).

Con dinero, por último, intenta en vano la hemorroísa obtener la salud. De esta mujer, que tenía un desarreglo constante, se dice que "había sufrido mucho por obra de muchos médicos y se había gastado todo lo que tenía sin aprovechar nada, sino más bien poniéndose peor" (Mc 5,25-26).

En los evangelios, como puede verse, el dinero se usa, al igual que hoy, como valor de cambio en una economía basada en la moneda; con él se compra y se vende; se remedian las necesidades del prójimo, se pagan los impuestos y se puede obtener la salud. El dinero es necesario para vivir y es una realidad con la que hay que contar para obtener cierta calidad de vida, según lo evangelios. Esta es la cara amable del dinero.

 

La cara seductora del dinero

Pero el dinero tiene otra cara, mala; tiene poder seductor y corruptivo, porque quien lo tiene, tiende a tener cada vez más: por esto Jesús recomienda: "Dejaos de amontonar riquezas en la tierra, donde la polilla y la carcoma las echan a perder, donde los ladrones abren boquetes y roban. En cambio, amontonaos riquezas en el cielo, donde ni polilla ni carcoma las echan a perder, donde los ladrones no abren boquetes ni roban. Porque donde tengas tu riqueza tendrás el corazón" (Mt 6,19-21).

Para Jesús, el dinero no es malo; lo malo es su acumulación abusiva; lo perverso es la avaricia y el ansia de tener que lleva a acaparar. Y éste es el mal que aqueja a nuestra sociedad neoliberal.

En el evangelio vemos cómo por dinero pleitean los hermanos: "Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia. Le contestó Jesús: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros? Entonces les dijo: Mirad, guardaos de toda codicia, que aunque uno ande sobrado, la vida no depende de los bienes" (Lc 12,13-15).

Con la seguridad que da el dinero, el hijo pródigo rompe con su padre: "Padre, dame la parte de la fortuna que me toca" (Lc 15,11) y por codicia, el acreedor de la parábola, a quien le habían condonado una deuda inmensa (diez mil talentos) es capaz de encarcelar a quien le debía una cantidad mínima (cien denarios) (Mt 18,23-35); por afán de dinero se extorsiona a la gente como reconoce Zaqueo al encontrarse con Jesús: "La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien he extorsionado dinero, se lo restituiré cuatro veces" (Lc 19,8). El ansia de dinero lleva a robar: de Judas se dice que "era un ladrón y, como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban" (Jn 12,6); Judas mismo traiciona a Jesús por dinero y está dispuesto a entregarlo a la muerte: "Judas Iscariote, aquel que era uno de los Doce, acudió a los sumos sacerdotes para entregárselo. Ellos, al oírlo, se alegraron y le prometieron darle dinero. El andaba buscando cómo entregarlo y el momento oportuno" (Mc 14,10-11).

Hay, también, quien usa el dinero para adquirir prestigio: "Por tanto, cuando des limosna no lo anuncies a toque de trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en la calle para que la gente los alabe. Ya han recibido su recompensa, os lo aseguro. Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede escondida; y tu Padre, que ve lo escondido te lo recompensará" (Mt 6,2). Algunos usan el dinero para actos de ostentación, como los ricos que echaban dinero en cantidad en el tesoro o cepillo del templo, frente a aquella pobre viuda que echó dos ochavos (Mc 12,41-44).

Pero el dinero aparece en los evangelios, ante todo, como fuente de injusticia que hace a los hombres ciegos ante las necesidades de los demás, como en la parábola del rico y los graneros (Lc 12,13-21) o en la del rico y Lázaro (Lc 16,14-31), dos ricos que ignoran la existencia y los sufrimientos del pobre.

El dinero, por último, crea además una falsa seguridad en quien lo posee, pues el bien más preciado que es la vida no se puede comprar con dinero, como advierte Jesús: "¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida?" (Lc 9,25).

El dinero, que sirve para obtener cierta calidad de vida, termina con la vida misma, cuando no es usado debidamente, convirtiéndose aquél y no ésta en el valor supremo. De ahí que Jesús, consciente del atractivo seductor y corruptor de las riquezas, proclame absolutamente: "No podéis servir a Dios y al dinero" (Lc 16,13).

En síntesis, cuando el dinero se convierte en dios, se pone en peligro la convivencia humana: se rompen las relaciones familiares, se olvida el perdón, se extorsiona, se roba, se traiciona y se llega hasta quitar la vida del otro, si es necesario. Con el dinero se consigue el prestigio y el poder que hace sentirse diferentes y superiores a los demás; el ansia de dinero lleva al olvido del prójimo que sufre y nos hace sentirnos seguros de nosotros mismos, hasta el punto de creer que incluso la vida se puede asegurar con dinero. El dinero es un dios que exige pleitesía y adoración.

 

 

3. Una parábola para el neoliberalismo: El rico y los graneros (Lc 12,13-40)

El mal uso o abuso del dinero, el afán de codicia que lleva a acaparar y acumular, impidiendo compartir, hace que Jesús proponga en los evangelios un estilo de vida alternativo, donde el dinero no sea dios y señor absoluto de todo y de todos. El verdadero valor para Jesús no es el dinero, sino el hombre, al que debe someterse todo. Este es el dios al que hay que servir, para servir al Dios verdadero, cuyo nuevo nombre es el de Padre, esto es, alguien que, por amor, engendra la vida.

La alternativa de vida que propone Jesús, centrada en el ser y no en el tener, en los otros y no en uno, en la persona y no en los bienes, aparece clara en todo el evangelio, pero se manifiesta en una parábola dirigida a todos, donde Dios -no Jesús- recrimina a un rico por su conducta. Se trata de la parábola del rico y los graneros (Lc 12,13-40). Al terminar la parábola, Jesús da a sus discípulos consejos relativos a la riqueza y abuso de los bienes.

 

Parábolas y dinero

La parábola del rico y los graneros no es la única en la que entran en juego, de una u otra forma, el dinero o los bienes.

Entre la lista de parábolas mayores que cuentan los evangelistas Lucas y Mateo, se encuentran la del samaritano, la de los invitados al banquete, la del hijo pródigo, la del administrador, la del rico y Lázaro, la de los talentos, la de los viñadores homicidas, la del deudor no compasivo, la de los jornaleros invitados a la viña, la de los talentos, la de las diez muchachas sensatas y necias, y la del rico y los graneros, y, en todas ellas, el dinero, la riqueza o los bienes salen a colación.

En la del samaritano, éste da dos denarios de plata al posadero y se compromete a pagarle a la vuelta lo que gaste de más por los servicios prestados por el posadero al malherido (Lc 10,30-37); en la de los invitados al banquete, los primeros invitados rechazan la invitación, porque se lo impiden sus bienes o propiedades, ya sea la compra de un campo, cinco yuntas de bueyes o haberse casado, esto es, disfrutar de su mujer, propiedad por aquellos tiempos del marido (Lc 14,16-24; Mt 22,2-14); en la del hijo pródigo, éste reclama a su padre la parte de la herencia que le corresponde y lo deja para irse a un país lejano (Lc 15,11-32); en la del administrador, cuando éste se entera de que su amo lo va a despedir, renuncia a la comisión que percibe por administrar los bienes de su señor, para garantizarse que el día de mañana, cuando lo despidan, lo acojan los acreedores de su amo en su casa (Lc 16,1-8); en la del rico y Lázaro, se habla de un hombre extremadamente rico y de un pobre de solemnidad que no llega a poder comer ni siquiera las migajas que caen de la mesa del rico (Lc 16,19-31); en la de los talentos, el señor recrimina al empleado que había recibido sólo un talento u onza por no haberlo llevado ni siquiera al banco para que produjese intereses (Lc 19,12-27; Mt 25,14-30); en la de los viñadores homicidas, aquéllos deciden matar al heredero para quedarse con la viña (Lc 20,9-18; Mc 12,1-11; Mt 21,33-44); en la del deudor no compasivo, el rey condona la deuda inmensa (diez mil talentos) de uno de sus empleados, pero éste no es capaz de perdonar a un compañero suyo que le debía un poco dinero (cien denarios) (Mt 18,23-35); en la de los jornaleros invitados a la viña, los primeros contratados protestan porque han recibido el mismo salario -un denario- que los últimos (Mt 20,1-6); en la de las diez muchachas sensatas y necias, aquéllas en lugar de dar de su aceite, recomiendan a las necias que vayan a la tienda a comprarlo no sea que no hubiese bastante para todas (Mt 25,1-13); y, por último, en la del rico y los graneros, las tierras de éste dieron una cosecha de tal calibre que le llevó a tomar la decisión de destruir los viejos graneros para construir otros de nueva planta y almacenar todo su grano y sus provisiones (Lc 12,16-21).

Pues bien, el dinero o los bienes son algo que preocupa tanto a la gente, que cuando Jesús en sus parábolas quiso hablar de la naturaleza del reino de Dios, no tuvo más remedio que partir de esa realidad y contar con ella. Jesús sabía que el gran rival de Dios era -y sigue siendo- el dinero, necesario -cómo no- para vivir, pero con una capacidad de perversión y seducción del corazón de los hombres que llega hasta el punto de cautivarlos, como si de un Dios se tratase y de pedirles sumisión, veneración, adoración y culto. Por eso proclamó: "Ningún criado puede estar al servicio de dos amos: porque o aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero" (Lc 16,13).

Pues bien, de entre todas las parábolas en las que el dinero o los bienes materiales entran de algún modo en juego, quiero pasar ahora a leer y comentar la del rico y los graneros (Lc 12,13-40), porque me parece que ilustra de modo gráfico la actitud que la gente y los discípulos deben tener, según Jesús, ante el dinero. La imagen de este rico-necio encarna los postulados de la sociedad neoliberal, anteriormente enunciados: la primacía del individualismo; el predominio del materialismo y la preeminencia del hedonismo. Estos tres postulados van directamente contra el núcleo del mensaje cristiano que da prioridad a lo comunitario frente a lo individual, que pone al ser humano en el centro en lugar de al dinero y que propone como meta el amor y el servicio al otro hasta dar la vida en lugar de la búsqueda del propio hedonismo, satisfacción o placer.

 

 

El texto de la parábola en su contexto

 

a) Introducción

12,13 Uno de la multitud le pidió:

--Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.

14Le contestó Jesús: Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?

15Entonces les dijo:

-Mirad, guardaos de toda codicia, que, aunque uno ande sobrado, la vida no depende de los bienes.

b) La parábola dirigida a la gente

16Y les propuso una parábola:

Las tierras de un hombre rico dieron una gran cosecha.

17Él se puso a echar cálculos:

--¿Qué hago? No tengo dónde almacenarla.

18Entonces se dijo:

--Voy a hacer lo siguiente: Derribaré mis graneros, construiré otros más grandes y almacenaré allí todo mi grano y mis provisiones. 19Luego podré decirme: "Amigo, tienes muchas provisiones en reserva para muchos años: descansa, como, bebe y date a la buena vida".

20Pero Dios le dijo:

--Insensato, esta mismo noche te van a reclamar al vida. Lo que tienes preparado, ¿para quién va a ser?.

21Eso le pasa al que amontona riquezas para sí y no es rico para con Dios.

c) Alocución de Jesús a los discípulos

22Por eso os digo: No andéis preocupados por la vida, pensando qué vais a comer; ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. 23Porque la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido. 24Fijaos en los cuervos: ni siembran ni siegan, no tienen despensa ni granero y, sin embargo, Dios los alimenta, y ¡cuánto más valéis vosotros que los pájaros!

25 Y ¿quién de vosotros a fuerza de preocuparse podrá añadir una hora sola al tiempo de su vida? 26Entonces, si no sois capaces ni siquiera de lo pequeño, ¿por qué os preocupáis por lo demás?

27Fijáos cómo crecen los lirios: ni hilan ni tejen, y os digo que ni Salomón en todo su fasto estaba vestido como cualquiera de ellos. 28 Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿cuánto más no hará por vosotros, gente de poca fe?

29No estéis con el alma en un hilo, buscando qué comer o qué beber. 30Son los paganos del mundo entero quienes ponen su afán en esas cosas, pero ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de ellas. 31Por el contrario, buscad que él reine, y eso se os dará por añadidura. 32No temas, pequeño rebaño, que es decisión de vuestro Padre reinar de hecho entre vosotros.

33Vended vuestros bienes y dadlos en limosna; haceos bolsas que no se estropeen, una riqueza inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni echa a perder la polilla. 34Porque donde tengáis vuestra riqueza tendréis el corazón.

35Tened el delantal puesto y encendidos los candiles; 36pareceos a los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para, cuando llegue, abrirle en cuanto llame. 37¡Dichosos esos siervos si el Señor al llegar los encuentra despiertos! Os aseguro que él se pondrá el delantal, los hará recostarse y les irá sirviendo uno a uno. 38Si llega entrada la noche o incluso de madrugada y los encuentra así, ¡dichosos ellos! 39Esto ya la comprendéis, que si el dueño de la casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no le dejaría abrir un boquete en su casa. 40Estad también vosotros preparados, pues, cuando menos lo penséis, llegará el hijo del Hombre.

Comentario

 

Un conflicto entre hermanos

 

13 Uno de la multitud le pidió:

--Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.

La parábola toma pie de una escena de litigio entre dos hermanos, de los que uno quiere quedarse con la herencia del otro. A gran escala esto es lo que sucedía en tiempos de Jesús y sucede todavía en nuestro mundo: un puñado de ricos y unos pocos países se han quedado con los bienes de la tierra que pertenecen a todos. El motor de la acción del hermano, al igual que el de los ricos o de los países ricos, es la codicia o el apego al dinero, que los lleva a cometer la injusticia de no compartir la herencia común.

 

A la demanda del hermano de convertir a Jesús en juez o árbitro entre ambos, Jesús elude intervenir:

-Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?

Y añade: -Mirad, guardaos de toda codicia, que, aunque uno ande sobrado, la vida no depende de los bienes.

Las palabras de Jesús se dirigen a la multitud; con ellas establece un principio general que no conviene olvidar: la vida, que es don de Dios, es el valor supremo; la economía, el mercado, el dinero o los bienes deben estar al servicio de la vida. La seguridad, por tanto, hay que ponerla en el Dios de la vida y no en los bienes, dinero o capital. La codicia pone en peligro la vida del hermano, al privarlo de lo que le pertenece en justicia. Pero el hermano de la parábola valora más los bienes que la vida de su hermano y quiere garantizarse para sí una larga y feliz vida, quedándose con lo que no le pertenece y dejando sin recursos a su hermano.

Pues bien, por si este principio general no quedase claro, Jesús propone a continuación a la multitud la parábola. Su mensaje es válido para todos, no sólo para los discípulos; es universal.

 

 

Los otros ricos

Pero el rico de la parábola no es el único que aparece en los evangelios. Sabemos también del rico de la parábola del rico y Lázaro (Lc 16,19-30), tan inmensamente rico "que se vestía de púrpura (tejido real) y lino (ropa de importación, diríamos hoy), y banqueteaba todos los días espléndidamente" (este rico había convertido lo extraordinario en asunto de todos los días); y también sabemos de un pobre, inmensamente pobre, que, por ironías de la vida se llamaba Lázaro (del hebreo elcazar, Dios ayuda) que estaba echado en el portal (su estado es de postración), cubierto de llagas (es enfermo, además de pobre); Lázaro habría querido llenarse el estómago con lo que caía de la mesa del rico (además de pobre y enfermo, está hambriento); por el contrario, incluso se le acercaban los perros para lamerle las llagas" (los perros de la parábola no son esos perros que proliferan por nuestros hogares, animales de compañía, sino los perros semisalvajes callejeros, verdadera plaga en el mundo antiguo, siempre preparados para morder a su presa). Lázaro es tan pobre que no habla en la parábola ni después de muerto: de él hablan en el más allá el rico (por dos veces) y Abrahán (una) llamándolo por su nombre. Por estar echado en el portal de la casa y no en las afueras de la ciudad, sería de esperar que el pobre entrase a la casa del rico para comer al menos las sobras del banquete o que el rico saliese para encontrarse y remediar su necesidad. Sin embargo, ambos mueren sin que se produzca el encuentro. La puerta no llega a abrirse nunca. Lamentable, pero real situación que se está dando hoy y ahora en nuestro mundo. En nuestra sociedad neoliberal, la gente muere de hambre por millares, sin que nadie les tienda la mano.

Por el evangelio tenemos también noticia de otro rico (Mc 10,17-31; Lc 18,18-30; Mt 19,16-30), magistrado según Lucas (Lc 18,18), joven, según Mateo (19,22), que no teniendo bastante con tener asegurada la vida presente con "sus muchas posesiones", quería garantizartse también la futura y se llegó a Jesús para preguntarle: "Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para conseguir vida definitiva?" Llama la atención la preocupación "total" de este rico. Quienes, como él, no quieren comprometerse a fondo con el prójimo prefieren hablar de la otra vida, como una droga que aliena de los deberes con la vida presente. A la vida futura, le responde Jesús, no se llega rezando, sino cumpliendo los mandamientos que miran al prójimo: "No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, sustenta a tu padre y a tu madre y ama a tu prójimo como a ti mismo", pero, para entrar en la comunidad de Jesús, no basta con eso: hay que desprenderse de la riqueza, o lo que es igual, hay que dejar de ser rico, como le propone Jesús: "si quieres ser un hombre logrado, vete a vender lo que tienes y dáselo a los pobres, que tendrás en Dios tu riqueza; y anda, sígueme a mí". Para pertenecer a la comunidad de Jesús hay que remediar las carencias del prójimo, sacándolo de la pobreza y eso se hace renunciando a la riqueza. Al oír aquello, dice el evangelio, que el jovencito se fue entristecido, pues tenía muchas posesiones". Según Jesús, ser rico y cristiano es algo imposible, y el joven rico prefirió lo primero a lo segundo. Por eso Jesús, dirigiéndose a sus discípulos, les dice: "Os aseguro que con dificultad va a entrar un rico en el reino de Dios (=comunidad cristiana). Lo repito: Más fácil es que entre un camello por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el reino de Dios".

Aparece también otro rico en los evangelios: José de Arimatea, del que dice Mateo (27,57) que "caída la tarde llegó un hombre rico de Arimatea, de nombre José, que también había sido discípulo de Jesús. Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo y Pilato mandó que se lo entregaran". El evangelista Mateo crea una tensión en el texto. José de Arimatea es un hombre rico y, por otra parte, se había hecho discípulo de Jesús o lo había sido (en griego, emathêteuthê, es una expresión extraña y ambigua, que significa ambas cosas). Sin embargo, José de Arimatea sigue siendo rico y no parece haber puesto en práctica la doctrina de Jesús sobre la riqueza, desprendiéndose de ella. Podría compararse al hombre necio que escucha las palabras de Jesús, pero, por no ajustar a ellas su vida, edifica sobre arena (cf Mt 7,26).

Hay, sin embargo, otro rico en los evangelios que adopta un talante diferente: Zaqueo (Lc 19,1), jefe de recaudadores, "que trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura" (como rico, Zaqueo no tiene la talla adecuada para ver a Jesús). Y cuando Jesús lo ve, lo llama y se encuentra con él, se produce el inicio de su conversión: "La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien he extorsionado dinero -tarea cotidiana en las aduanas del país-, se lo restituiré cuatro veces". Este rico cumple con creces las exigencias de justicia de Juan Bautista para con quienes se le acercan (compartir, no exigir más de lo establecido, no extorsionar, Lc 3,10-14), pero, como hemos visto, Jesús exige más: hay que estar dispuesto a darlo todo. Tal vez por esto Jesús no lo invita a ser su discípulo, aunque ya ha entrado la salvación en su casa en la medida en que está dispuesto a dar (aunque sea la mitad) y devolver lo extorsionado.

Conocemos una parábola en la que Jesús aconseja desprenderse del dinero precisamente para garantizar el futuro. Se trata de la parábola del hombre rico que tenía un administrador (solidario en la riqueza con él, se supone) y le fueron con el cuento de que éste derrochaba sus bienes. (Lc 16,1-13). Aquel administrador, al ver que su amo lo iba a despedir, se dijo: "¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que, cuando me despidan de la administración, haya quien me reciba en su casa. Fue llamando uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: ¿Cuánto debes a mi señor? Aquél respondió: Cien barriles de aceite. El le dijo: toma tu recibo; date prisa, siéntate y escribe "cincuenta"; Luego preguntó a otro: Y tú, ¿cuánto le debes? Éste le contestó: Cien fanegas. Le dijo: -Toma tu recibo y escribe "ochenta".

Este administrador no quiso garantizarse el futuro defraudando a su amo, sino renunciando a la comisión que percibía por la administración de los bienes, esto es, renunciando a su ganancia. Y dice el evangelio que "el señor (rico) elogió a aquel administrador de lo injusto por la sagacidad con que había procedido, pues los que pertenecen a este mundo son más sagaces con su gente que los que pertenecen a la luz". La parábola concluye con esta recomendación de Jesús: "Haceos amigos con el injusto dinero (esto es, renunciando al dinero injusto, única vez que se llama así al dinero en los evangelios) para que, cuando se acabe, os reciban en las moradas definitivas. Quien es de fiar en lo de nada, también es de fiar en lo importante; quien no es honrado en lo de nada, tampoco es honrado en lo importante. Por eso, si no habéis sido de fiar con el injusto dinero, ¿quién os va a confiar lo que vale de veras? Si no habéis sido de fiar en lo ajeno, lo vuestro, ¿quién os lo va a entregar? Ningún criado puede estar al servicio de dos amo: porque o aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero" (en griego, mamônâs) (Lc 16,9-13)11.

Para Jesús "lo de nada, lo ajeno" (aquello que no tiene importancia y que nada tiene que ver con el discípulo) es el injusto dinero. Y eso se opone a "lo que vale de veras, lo importante, lo vuestro". Lo importante para el cristiano no es don dinero, sino el don del Espíritu de Dios que comunica vida a los suyos (Lc 11,12); para recibir este don de Dios se requiere el desprendimiento del dinero (11,33-36) y la generosidad hacia los demás.

Esta es la única vez en el NT en que el dinero, denominado con el término griego mamônâs, es calificado, sin más, de "injusto". El dinero, los bienes, las posesiones, en cuanto acumulados son injustos, porque o proceden de la injusticia o conducen a ella. Ahora bien, si uno se desprende del dinero para "ganarse amigos", hace una buena inversión no en términos bursátiles, porque lo pierde, sino términos humanos. Desprenderse del dinero abriría al administrador la puerta del futuro. Perdido el empleo, sería acogido en casa de los acreedores de su amo.

Jesús, como vemos, no quiere cuentas con el dinero, y no se deja fascinar por la riqueza y los ricos, que cuando dan, si es que lo hacen, dan de lo que les sobra. Dice Lucas que una vez "se sentó Jesús enfrente de la Sala del Tesoro y observaba cómo la gente iba echando monedas en el tesoro; muchos ricos echaban en cantidad. Llegó una viuda pobre y echó dos ochavos, que hacen un cuarto. Convocando a sus discípulos, les dijo: Esa viuda pobre ha echado en el tesoro más que nadie, os lo aseguro. Porque todos han echado de lo que les sobra; ella, en cambio, sacándolo de su falta, ha echado todo lo que tenía, todos sus medios de vida" (Mc 12,41-44; cf Lc 21,1-4). Jesús aprecia más el donativo insignificante de la pobre viuda que dio todo lo que tenía, mostrando que tiene su confianza puesta no en el dinero, sino en un Dios, que, por cierto, no necesita dinero, sino la entrega total de la persona.

 

 

Una gran cosecha

 

Decíamos que "las tierras de un hombre rico dieron una gran cosecha". La cuestión gira ahora en torno a cómo dispondrá de esta cosecha abundante aquel rico.

El libro del Eclesiástico (31,5-11) previene de los peligros de la riqueza y alaba al hombre (rico) –rara avis- que no se deja fascinar y pervertir por ella con estas palabras:

"El rico trabaja por amasar una fortuna,

y descansa acumulando lujos;

el pobre trabaja y le faltan las fuerzas,

y si descansa, pasa necesidad.

El que codicia el oro no quedará impune,

el que ama el dinero se extraviará por él.

Muchos quedaron empeñados por el oro

y se entramparon por los corales,

pero no los libraron de la desgracia

ni los salvaron el día de la cólera.

(Las riquezas) son una trampa para el necio,

el inexperto se enreda en ella.

Dichoso el hombre que se conserva íntegro

y no se pervierte por la riqueza.

 

¿Quién es? Vamos a felicitarlo,

porque ha hecho algo admirable en su pueblo.

¿Quién en la prueba se acreditó?

Tendrá paz y honor.

¿Quién pudiendo desviarse no se desvió,

pudiendo hacer el mal no lo hizo?

Su bondad está confirmada

y la asamblea contará sus alabanzas".

 

Las riquezas son una trampa en la que es difícil no caer hasta el punto de que quien no caiga será proclamado dichoso y digno de felicitación: "Dichoso el hombre que se conserva íntegro y no se pervierte por la riqueza".

Esta gran cosecha de las tierras del rico nos traslada al libro del Génesis (41,35-46) cuando José descifró el sueño del faraón que anunciaba siete años de abundancia, seguidos de siete de carestía, representados en siete vacas hermosas y gordas, y siete feas y flacas. Elegido virrey de Egipto, José, previendo un futuro de sequía y escasez, mandó guardar el quinto de la cosecha de cada año de abundancia como reserva para remediar el hambre de toda la tierra en los años de carestía.

El rico podría intuir que aquella gran cosecha era una bendición de Dios, que debería servir no sólo para él, sino para remediar la necesidad y carencias de los pobres. Pero el rico no piensa nada más que en sí mismo. El individualismo atroz de nuestra sociedad neoliberal se ve aquí claramente reflejado.

 

 

Monólogo del rico

 

 

17Él se puso a echar cálculos:

¿Qué hago? No tengo dónde almacenarla.

18Entonces se dijo:

Voy a hacer lo siguiente: Derribaré mis graneros, construiré otros más grandes y almacenaré allí todo mi grano y mis provisiones.

El hombre rico resuelve el problema de modo drástico. No construye más graneros, añadiendo otros a los que ya tiene. Decide derribar los viejos y construir otros más grandes. En principio, el rico parece sensato, pues lo que quiere es almacenar el grano para prevenir el futuro. Pero la parábola da un giro inesperado.

 

19Luego podré decirme: "Amigo, tienes muchas provisiones en reserva para muchos años: descansa, como, bebe y date a la buena vida".

Hasta aquí ha habido en la parábola un narrador que decía. "Y les propuso una parábola; él se puso a echar cálculos; entonces se dijo...". Pero ahora el narrador desaparece por unos instantes y el rico mismo se convierte en narrador, hablando consigo mismo y desdoblándose en dos: "Luego podré decirme: "Amigo..." Sería de esperar una frase como "Entonces el rico se dijo a sí mismo". Pero no, el rico es tan individualista que no sólo es el sujeto de la narración, sino también el narrador. El rico, en sus planes de futuro, excluye a todo el que no sea él mismo. No piensa en nadie. La cosecha no es para él un don de Dios, que hay que compartir con los demás, sino algo para uso y consumo propio: "mi grano, mis provisiones", dice. El piensa en sí solo y en una vida de placer en el futuro: "Luego podré decirme: "Amigo, tienes muchas provisiones en reserva para muchos años: descansa, come, bebe y date a la buena vida".

 

Esta secuencia de verbos recuerda la inscripción de la tumba de Sardinápalo: "Come, bebe, y goza del amor; todo lo demás no cuenta". Sardinápalo era una legendaria figura de la Asiria del siglo VII a.C. muy conocida en el mundo helenístico, como ejemplo de vida epicúrea libertina.

 

Curiosamente, esta actitud epicúrea y hedonista del rico excluye incluso la idea de la muerte futura, pues dice: "tienes muchas provisiones en reserva para muchos años..." En los planes del rico no entra la muerte, como entraba en la de los epicúreos que invitaban a disfrutar de la vida precisamente porque la muerte viene antes o después y acabará con todo. Parece que el rico se siente asegurado por muchos años, cree que esa cosecha es garantía de vida perdurable, un seguro de vida inagotable12.

 

 

En la cultura del antiguo mediterráneo este rico peca contra dos principios interconectados:

1. El primero mantenía que la riqueza debe ser usada para el bien de la comunidad (ya hemos visto cómo se expresa esto en el libro del Eclesiástico, 31,5-11).

2. El segundo partía del convencimiento de que los bienes son limitados. De este hecho se deduce que hay que compartir lo que se tiene, para que haya para todos. Si alguien acumula bienes, otros se quedan sin ellos. La abundancia de unos provoca la escasez de muchos.

En nuestro mundo actual hemos llegado a creer que los bienes de consumo no sólo no son limitados, sino que son inagotables. Pero, en todo caso hoy podemos afirmar, a diferencia de ayer, que "el mundo tiene recursos más que suficientes para acelerar el desarrollo humano y para erradicar la pobreza, al menos en sus formas más dramáticas y denigrantes. Las causas y resistencias están en la sociedad y en las políticas"13.

 

Intervención de Dios

20Pero Dios le dijo: Insensato, esta misma noche te van a reclamar la vida. Lo que tienes preparado, ¿para quién va a ser?.

No extraña que sea Dios mismo quien entre en acción en esta parábola, pues la cosecha era considerada, como hemos dicho, un don de Dios –milagroso, si era abundante. Por eso es Dios en persona quien se dirige al hombre con una frase que contrasta con las que ha pronunciado el rico:

- El rico se dice: amigo; Dios lo llama: insensato.

- El rico se dice: tienes muchas provisiones en reserva para muchos años; pero Dios le anuncia: esta noche te van a reclamar la vida.

La intervención de Dios pone los puntos sobre las íes. Representa la utopía de un mundo donde no haya gente de tal calaña. La cosecha es un don-milagro de Dios que debe servir para todos, como la sobreabundancia en tiempos de José en Egipto sirvió para remediar el hambre de toda la tierra. El rico intenta almacenar esa riqueza no para la comunidad, sino para sí mismo, para su seguridad y confort, como garantía de vida por muchos años. Pero su propósito va a quedar incumplido, porque Dios le va a reclamar la vida.

 

21Eso le pasa al que amontona riquezas para sí y no es rico para con Dios.

Este final retórico de la parábola hace pensar que ahora la riqueza va a ser utilizada por aquellos a los que el rico debía haber hecho partícipes de la misma.

 

 

Alocución de Jesús a los discípulos

Terminada la parábola, dirigida a la multitud, Jesús fija su atención en los discípulos y les dice:

22Por eso os digo: No andéis preocupados por la vida, pensando qué vais a comer; ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. 23Porque la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido. 24Fijaos en los cuervos: ni siembran ni siegan, no tienen despensa ni granero y, sin embargo, Dios los alimenta, y ¡cuánto más valéis vosotros que los pájaros!

25 Y ¿quién de vosotros a fuerza de preocuparse podrá añadir una hora sola al tiempo de su vida? 26Entonces, si no sois capaces ni siquiera de lo pequeño, ¿por qué os preocupáis por lo demás?

27Fijáos cómo crecen los lirios: ni hilan ni tejen, y os digo que ni Salomón en todo su fasto estaba vestido como cualquiera de ellos. 28Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿cuánto más no hará por vosotros, gente de poca fe?

Este texto ha sido con frecuencia mal interpretado. Ha servido para ilustrar aquello de la "divina providencia" e invitar a rezar y a confiar en Dios, olvidando las tareas cotidianas. Sin embargo, esto no se deduce de las palabras de Jesús. Jesús no invita a despreocuparse del sustento, sino a no estar obsesivamente preocupados por el futuro, queriéndolo garantizar con los bienes. Según Jesús, la obsesiva preocupación por el futuro despierta el deseo de acaparar para asegurarse la subsistencia y de ahí nace la codicia o el deseo de riqueza. La preocupación central del cristiano no tiene que girar obsesivamente en torno a lo material (la comida o el vestido). La vida, que no puede reducirse a lo material, no debe consistir en acaparar y acumular bienes como garantía de futuro.

Jesús propone de modelo el comportamiento de los pájaros, siempre inquietos para buscar el sustento de cada día, sin agobiarse con el futuro, razón por la que no entran en la dinámica que lleva a acumular y acaparar para el mañana: "Los cuervos ni siembran, ni siegan, no tienen despensa ni granero y Dios los alimenta". Nadie puede negar, sin embargo, que los pájaros no trabajen por buscar el sustento; trabajan y comen para vivir cada día. O el ejemplo de los lirios, bien enraizados en tierra, que "ni hilan ni tejen y ni Salomón en todo su fasto estaba vestido como cualquiera de ellos".

Y continúa Jesús:

 

29No estéis con el alma en un hilo, buscando qué comer o qué beber. 30Son los paganos del mundo entero quienes ponen su afán en esas cosas, pero ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de ellas. 31Por el contrario, buscad que él reine, y eso se os dará por añadidura. 32No temas, pequeño rebaño, que es decisión de vuestro Padre reinar de hecho entre vosotros.

La preocupación central del cristiano es que Dios reine en el mundo, y no el dinero, el otro dios competidor del Dios de Jesús. El dios dinero tiene una dinámica de muerte, consistente en hacer nacer en el corazón del hombre la codicia y el deseo de bienes que acaba con la vida de los demás; el Dios de Jesús crea una comunidad de amor y de vida en la que los bienes, considerados don de Dios, se distribuyen para dar vida y sustento a todos.

Por eso Jesús recomienda, a continuación, para no caer en la codicia, en la insolidaridad y en el desamor:

 

 

33Vended vuestros bienes y dadlos en limosna; haceos bolsas que no se estropeen, una riqueza inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni echa a perder la polilla. 34Porque donde tengáis vuestra riqueza tendréis el corazón.

El cristiano, como prueba de que tiene su confianza puesta en Dios, deberá renunciar en la vida al deseo de tener y de acumular; y cuando tenga, deberá vender y dar, o lo que es igual, hacer posible que esos bienes, que son de Dios, sirvan para que a la mesa de la vida se sienten todos, de modo que no haya excluidos del pueblo ni pueblos excluidos, como propugna la parábola de los invitados al banquete (Lc 14,16-24; Mt 22,2-14). Por voluntad divina, es la "humana providencia" (vender y dar) la que hará que sea de todos lo que se ha acumulado en manos de unos pocos.

 

 

En estado de alerta

Para cumplir ese objetivo, el cristiano debe estar siempre alerta, dispuesto siempre al servicio, siguiendo el camino de Jesús, hasta el día del encuentro definitivo con él:

 

35Tened el delantal puesto y encendidos los candiles; 36pareceos a los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para, cuando llegue, abrirle en cuanto llame. 37¡Dichosos esos siervos si el Señor al llegar los encuentra despiertos! Os aseguro que él se pondrá el delantal, los hará recostarse y les irá sirviendo uno a uno. 38Si llega entrada la noche o incluso de madrugada y los encuentra así, ¡dichosos ellos! 39Esto ya la comprendéis, que si el dueño de la casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no le dejaría abrir un boquete en su casa. 40Estad también vosotros preparados, pues, cuando menos lo penséis, llegará el hijo del Hombre.

Jesús, nuestro señor, antes de morir se puso el delantal y lavó los pies de sus discípulos, indicando cuál debe ser la actitud del discípulo: servir hasta la muerte para dar vida y hacer posible la vida; desprenderse de todo lo que le impide el servicio, mostrar que se está dispuesto a amar a Dios sobre todas las cosas, poniendo a disposición de los demás lo que tenemos (nuestro dinero) y lo que somos (nuestra persona), que no en otra cosa consiste servir a Dios.

Servir es lo contrario del individualismo de aquel rico que sólo pensaba en sí; es lo más opuesto al hedonismo de quien, como el rico, busca siempre la satisfacción y el placer propio como valor supremo; supone romper con el materialismo imperante que pone como centro del mundo el dinero y los bienes, y no la persona y su pleno desarrollo. Exige, en definitiva, no comulgar con el neoliberalismo, cuyos pecados y vicios están claramente dibujados en la parábola que acabamos de comentar.

 

 

La primera bienaventuranza

 

Y esto sólo lo pueden hacer los pobres, los de abajo, los que han renunciado a los bienes para poner su seguridad en Dios. Por eso, Jesús, cuando quiso sustituir los antiguos mandamientos por un nuevo ideario de vida, no dictó otros mandamientos, sino que propuso a sus seguidores un camino de felicidad, diciendo: "Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos", (Mt 5,3), formulación de la primera bienaventuranza, que no ha sido siempre bien interpretada14.

 

 

 

Los pobres de espíritu (en griego, hoi ptôkhoi tô pneumati).

Con la palabra pobre designa Mateo un individuo injustamente reducido a la miseria, cuya existencia depende de la generosidad de otro. Alguien que, víctima de cuantos lo explotan (Sal 35,10; 73,21-22), pone toda su confianza en Dios, el único del que espera recibir ayuda. La expresión de espíritu (en griego, pneuma), añadida a pobres, indica el espíritu del hombre en cuanto impulso interior que hace capaz al hombre de determinadas elecciones o acciones, en nuestro caso, de elegir voluntariamente la pobreza como camino de dicha y felicidad. Jesús proclama, por tanto, dichosos a los pobres por decisión voluntaria, por opción, los que optan o han elegido ser pobres. Estos pobres de espíritu no son, como a veces se ha propuesto, quienes se han desprendido espiritualmente de la riqueza, pero siguen adheridos a ella, ni los de corazón humilde o sencillo, designados en hebreo con el término ’anawim, pues por el contexto del discurso de la montaña y del evangelio de Mateo, se constata que no se puede ser "pobre de espíritu" sin ser materialmente pobre. Jesús, en el evangelio, como hemos visto, no se contenta con pedir a los ricos el desprendimiento "espiritual" de los bienes propios, sino el abandono efectivo, radical e inmediato de su riqueza: "vete a vender lo que tienes y dáselo a los pobres..." (Mt 19,21).

Proclamando "dichosos" a los pobres, Jesús no pretende idealizar o sublimar su condición, sino que pide a sus discípulos una elección valiente que haga posible eliminar las causas que provocan la pobreza, mediante la puesta de los bienes al servicio de los necesitados.

Mediante el uso del plural ("los pobres"), el evangelista indica que Jesús no llama a una pobreza individual, ascética, que favorezca la santificación del individuo concreto, sino que lanza a todos una propuesta capaz de trasformar radicalmente la sociedad (cf Mt 13,33): Jesús invita a todos los creyentes a hacerse voluntariamente pobres para que ninguno lo sea realmente.

Aunque minoritaria respecto a la más cómoda interpretación de un desprendimiento "espiritual" de los propios bienes, esta elección voluntaria de la pobreza "por el espíritu" es abundantemente atestiguada en los Padres de la Iglesia15.

Clemente de Alejandría pone claramente en relación esta bienaventuranza de la pobreza con aquella de los que "tienen hambre y sed de justicia" (Mt 5,6): "No se dice ‘dichosos los pobres’ solamente, sino dichosos los que han querido hacerse pobres por la justicia..."; Basilio de Cesarea escribe en la Regulae brevius: "Estos pobres de espíritu no se han hecho pobres por ninguna otra razón a no ser por la enseñanza del Señor que ha dicho: "ve, vende lo que tienes y dáselo a los pobres" (Mt 19,2170) y Cromacio de Aquilea, comentando las bienaventuranzas, afirma que "no toda pobreza es dichosa, porque con frecuencia es consecuencia de la necesidad... Dichosa es, pues, la pobreza espiritual, esto es, aquella de quienes se hacen pobres por Dios en el espíritu y en la voluntad, renunciando a los bienes del mundo, y dando generosamente sus propios bienes".

Hacerse pobres no es otra cosa que renunciar al individualismo, al deseo de codicia, al consumo desenfrenado, al materialismo dominante, y abrir paso a la cultura de la moderación, eligiendo el camino de la austeridad solidaria, nueva formulación de la primera y principal bienaventuranza, la que hace posible que Dios reine y que los hombres sean hermanos.

Elegir la pobreza es "negarse al consumo innecesario, fomentar una economía que subraye lo social sobre cualquier otro objetivo, oponer frente a la arrogancia, mentira y soberbia del neoliberalismo, la verdad de las relaciones de poder, la misericordia para con los que sufren, el respeto a la dignidad de la persona, sea cual sea su relación con el mercado y la solidaridad personal y estructural como principios ordenadores y conformadores de las relaciones sociales"16.

Hacerse pobres abrirá el camino a la verdadera globalización, pero "no a la del mercado sin control, la del consumo sin fin, la de la competencia sin límite, la del individualismo feroz, sino a la globalización o universalización de los derechos humanos, de la justicia, y de la igualdad sin discriminaciones, a la globalización de la solidaridad desde abajo que incluya a quienes la globalización neoliberal excluye"17.

Hacerse pobres es "fomentar con obras la distribución y no la acumulación, dar paso a una ética de compasión, de liberación y de solidaridad"18.

Hacerse pobres y austeros, no consumistas y solidarios, ayudará a buscar un desarrollo sostenible para nuestra hermana naturaleza cada vez más asediada por el deseo de codicia y depredación de los ricos y poderosos de la tierra. Y no olvidemos que por no saber compartir a tiempo un poco, puede perderse mucho y, lo que es peor, puede desencadenarse la violencia a escala mundial19.

Hoy más que nunca es necesario gritar a los cuatro vientos, emulando la frase de Carlos Marx: "pobres del mundo, uníos" para construir un mundo donde nunca más haya pobres y todos puedan sentarse a la mesa.

La tarea no es ni tan utópica ni tan inalcanzable. Al fin y al cabo, erradicar la pobreza de todo el mundo sólo requiere invertir el 1% de los ingresos globales; ayudar eficazmente a los 20 países más empobrecidos exige nada más que 5.500 millones de dólares USA, que es lo que ha costado construir Eurodisney20.

 

NOTAS

1 Más que de neoliberalismo, debemos hablar hoy de posneoliberalismo. "La sorpresa de este año en el Foro Económico Mundial estribó justamente en la desaparición del optimismo beato, de la ciega exaltación del modelo, de la pureza impoluta e imprescindible del mercado... Nos hallamos de lleno en el posneoliberalismo, transición que se detecta en tres tendencias: 1) la necesidad de regular los flujos internacionales de capital especulativo o de cartera; 2) la necesidad de armonizar las políticas económicas y los sistemas políticos y 3) la relación entre desigualdad, gobernabilidad y viabilidad de las políticas de mercado". Véase J. Castañeda, "Davos y el neoliberalismo", Diario El País, 10-2-99, págs. 13-14. [VOLVER]

 

2 Shlomoh Ben-Ami, "Palestina en el primer siglo de la era común", en A. Piñero (ed.), Orígenes del cristianismo. Antecedentes y primeros pasos. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991, 22ss. [VOLVER]

 

3 Antón Costas, "Más ricos y desiguales", El País, sábado 30 de enero de 1999, pág. 12. [VOLVER]

 

4 Joaquín Estefanía, "La cuadratura del círculo", El País, 12 de noviembre de 1997, pág. 11 [VOLVER]

 

5 Debo al profesor y amigo Eduardo Arens, del Perú, algunas de las ideas que aquí expongo sobre el neoliberalismo, sacadas de un trabajo que me hizo llegar sobre "Neoliberalismo y valores cristianos", publicado en la revista "Páginas", de Lima. [VOLVER]

 

6 Véase a este respecto el excelente artículo de F. Camacho, "Jesús, el dinero y la riqueza", Revista Isidorianum, Centro de Estudios Teológicos de Sevilla, 6 (1997) 393-415. [VOLVER]

 

7 Los verbos comprar y vender son frecuentes en el Nuevo Testamento, juntos o por separado. Comprar -agorazô- aparece treinta veces en el NT, de las que veinte en los evangelios; vender -pôleô- veintidós en el NT de las que diecisiete en los evangelios. [VOLVER]

 

8  [VOLVER] Jesús aconseja solamente una vez en los evangelios comprar algo, empleando este verbo en sentido metafórico. Cuando está a punto de ser detenido en el huerto, dice a sus discípulos: "Pues ahora, el que tenga bolsa, que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tenga, que venda el manto y se compre un machete... Ellos dijeron: Señor, aquí hay dos machetes. El les replicó: ¡Basta ya!" (Lc 22,35-38).

Cuando prendan a Jesús, nadie va a proporcionar a los suyos sustento o defensa. Esto es lo que quiere decir este consejo de Jesús que los discípulos entienden al pie de la letra, como si, antes de ser apresado para ser ajusticiado, aquél invitase a buscar la seguridad en la bolsa (al enviarlos a la misión les había recomendado no llevar bolsa, ni alforja ni sandalias, cf Lc 10,3) o a utilizar la violencia para implantar un orden justo, él que había propuesto el amor incluso hacia los enemigos, si es necesario ("Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para ser hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos", Mt 5,43-45).

Los discípulos, que no entienden las palabras de Jesús, le dicen: "¡Señor, aquí hay dos machetes!". Pero éste se muestra ya cansado de tanta incomprensión y les dice : "¡Basta ya!". Cf. Juan Mateos- Fernando Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Ediciones Cristiandad, Madrid 1981, pág. 280. [VOLVER]

 

9 Vender y dar, no obstante, es una fórmula evangélica que, a mi juicio, debe emplearse en nuestro tiempo sólo en casos de extrema necesidad, pues remedia a corto y no a largo plazo las carencias del prójimo. Otras fórmulas como "invertir para crear puestos de trabajo" pueden resultar más eficaces y evangélicas hoy. El evangelio hay que traducirlo a las nuevas circunstancias aplicando fórmulas que sean aptas para conseguir el fin que Jesús pretende con sus recomendaciones, a saber, la creación de una sociedad igualitaria donde los bienes de la tierra se distribuyan entre todos.

 

10  Cf. Juan Mateos- Fernando Camacho, El evangelio de Mateo, pág. 280.

 

11 La palabra griega mamônâs es una forma enfática de la palabra aramea mamôn, que aparece personificada cuatro veces en el NT (Mt 6,24; Lc 16,9.11.13) y de las que dos (Lc 16,9.11) va acompañada del adjetivo "injusto": mamônâ tês adikias. Esta palabra viene probablemente de la raíz ‘aman que significa ser firme, seguro, consistente; lo que es seguro, aquello con lo que se puede contar, lo que dura. Esta palabra, que aparece también en el libro del Eclesiástico (42,9), es muy frecuente en la literatura rabínica (targumes y Talmud), utilizada con el sentido de riqueza, posesiones o bienes injustos. [VOLVER]

 

12 Esta máxima, como sistema de vida, no es recomendada por Isaías (22,12-14): "Pero ahora: fiesta y alegría, a matar vacas, a degollar corderos, a comer carne, a beber vino, "a comer y a beber, que mañana moriremos". Me ha revelado al oído el Señor de los ejércitos: Juro que no se expiará este pecado hasta que muráis -lo ha dicho el Señor de los ejércitos". Así aparece también en el judaísmo donde a la invitación a gozar de la vida suele acompañar siempre una referencia a la muerte (Tob 7,9-11). En 1 Cor 15,32, Pablo, utilizando el proverbio epicúreo, dice: "si los muertos no resucitan, comamos y bebamos que mañana moriremos". [VOLVER]

 

13 Antón Costas, "Más ricos y desiguales", El País, 30 de enero de 1999, pág. 9. [VOLVER]

 

14 Seguimos la línea interpretativa de esta bienaventuranza propuesta por J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Madrid 1981; razonada desde la lingüística y la semántica por F.Camacho, La Proclama del Reino. Análisis semántico y comentarío exegético de las Bienaventuranzas de Mt 5,3-10, Cristiandad, Madrid 1987, págs. 53-62 y 107-123 y seguida recientemente por, A. Maggi, Le Beatitudini, Cittadella Editrice, Asís 1995, págs. 53-88. [VOLVER]

 

15 Véase A. Maggi, o.c., 66-68. [VOLVER]

 

16 Néstor O. Míguez, "Compartir o acumular. Una aproximación Bíblica", Revista Bíblica 59 (1997), 223-237. [VOLVER]

 

17 Juan José Tamayo, "El cristianismo en tiempos de globalización", 4 de enero de 1999. El país, pág. 12. [VOLVER]

 

18 Juan José Tamayo, "Ética del cristianismo frente a ético dal mercado", El País, 29 de junio de 1998, pág. 14. [VOLVER]

 

19 Anaisabel Prera Flores, "¿Sociedad de mercado? No, gracias", . El País, 27 de Agosto de 1998, pág. 10. [VOLVER]

 

20  [VOLVER] Para continuar la lectura recomiendo algunos de los materiales usados en este trabajo: Para el comentario de la parábola, véase William R. Herzog, II, Parables as Subversive Speech. Jesús as Pedagogue of the Oppressed, Westminster / John Knox Press, Louisville, Kentucky 1994.

Un estudio muy completo sobre la actitud de Jesús ante el dinero es el de F.Camacho, "Jesús, el dinero y la riqueza", Revista Isidorianum, Centro de Estudios Teológicos de Sevilla, 6 (1997) 393-415.

Puede verse también mi artículo, "Ricos, pobres y dinero en el evangelio de Lucas. Más allá del compartir", Pastoral Misionera 143 (1985) 557-70; más reciente, Néstor O. Míguez, "Compartir o acumular. Una aproximación Bíblica", Revista Bíblica 59 (1997), 223-237.

Sobre neoliberalismo, cristianismo y globalización, pueden verse las actas del XVIII Congreso de Teología (10-13 de Septiembre de 1998) publicadas por Evangelio y Liberación, Madrid 1998. En el diario El País han aparecido artículos en páginas de opinión, de fácil lectura y muy interesantes, de los que cito algunos: Joaquín Estefanía, "La cuadratura del círculo", 12 de noviembre de 1997, pág. 11; Anaisabel Prera Flores, "¿Sociedad de mercado? No, gracias", 27 de Agosto de 1998, pág. 10; "El ocaso de la otra ideología", José Vidal Beneyto, 16 de Septiembre de 1998, pág. 8; Juan José Tamayo, "Ética del cristianismo frente a ética del mercado", 29 de junio de 1998, pág. 14. Alain Touraine, "Contra el desorden mundial", 5 de Septiembre de 1998, pág.11; Juan José Tamayo, "El cristianismo en tiempos de globalización", 4 de enero de 1999, pág. 12; Adela Cortina, "Ética del consumo", 21 de enero de 1999, pág. 12; Antón Costas, "Más ricos y desiguales", 30 de enero de 1999, pág. 12; Jorge G. Castañeda, "Davos y el neoliberalismo", 10 de febrero de 1999, pág. 13.

De la serie Cuadernos "Cristianismo y Justicia" hay bastantes que tratan este tema. Pueden verse: Luis de Sebastián, "La gran contradicción del neo-liberalismo moderno... o la sustitución del humanismo liberal por el darwinismo social, nº. 29; Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD), "El abismo de la desigualdad. Resumen del infome sobre desarrollo humano 1992", nº 50; Fernando Lluís Espinal, "Teología del mercado. Crecimiento sostenible", nº. 84; F. Javier Vitoria, "Un orden económico justo", nº. 87; Luis de Sebastián, "La pobreza en USA", nº. 85. [VOLVER]