Philosophical Skepticism

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Cicerón: la tradición académica

Si sólo hubiesen sobrevivido los pasajes en que Cicerón habla de Pirrón, nunca hubiésemos sospechado que éste fuese un escéptico. Ni una sola vez hace Cicerón alusión a la duda pirrónica o a la abstención del juicio de Pirrón. Este detalle es más curioso porque cronológicamente Cicerón es el autor más cercano a Pirrón y coetáneo al escepticismo de la Nueva Academia. Sin embargo, los testimonios que transmite son mínimos e insuficientes. Cicerón anuncia las dificultades que podemos encontrar en una investigación sobre Pirrón, pues si el autor más cercano no reconoce en su pensamiento principios escépticos, qué ocurrirá con aquellos autores que están más alejados cronológicamente de él.

El libro más importante de Cicerón para conocer el escepticismo son sus Cuestiones Académicas[1]. El proceso de creación de esta obra es un tanto confuso. Parece ser que después de haber escrito su exhortación a la filosofía en su libro «Hortensio», Cicerón discute sobre el problema del escepticismo académico en sus Cuestiones Académicas, lo cual confiesa Cicerón a su amigo Ático en una carta. Aunque en esta carta no se hace explícita referencia a las Cuestiones Académicas, se suele sospechar por la fecha, que la alusión es a esta obra[2].

Al parecer hubo tres redacciones. La primera comprendía dos libros que son llamados, Cátulo y Lúculo[3]; en la segunda se sustituía a los dos personajes anteriores por Catón y Bruto por ser éstos últimos más versados en filosofía; colocando a Catón el Uticense como seguidor del estoicismo y a Marco Junio Bruto como defensor de las doctrinas de Antíoco. Y, por último, una tercera que constaba de cuatro libros, teniendo como interlocutores a Varrón, al propio Cicerón y a Ático[4]. De todas estas composiciones, sólo ha llegado hasta nosotros el libro segundo de la primera redacción, llamado Lúculo, y el primero, aunque incompleto, de la tercera redacción[5].

Todavía encontramos otro problema adicional: el nombre de la obra; para Reid, por ejemplo, el título «Academicae Quaestiones» es incorrecto. El error, según él, nace posiblemente de una imitación del título «Tusculanae Quaestiones», lo cual vendría dado por la falsa noción de que el libro de las Académicas se habría escrito en una villa que tenía Cicerón cerca de Puteoli llamada «Academia», de la misma forma que las Tusculanae habían sido escritas en la villa de Tusculum. Si esto fuera cierto, el título haría referencia sólo a las cuestiones tratadas en la villa, intención inadecuada para una obra que pretendía ser una exposición completa de los problemas y principios de toda una escuela como era la representada por Arcesilao y Carnéades.

Pasando a la obra, Cicerón cumple en este tratado una tarea importante como traductor de términos griegos a términos latinos. Podemos citar, a modo de ejemplo, las siguientes palabras referidas a conceptos centrales del escepticismo:

-_πoχή: traduce Cicerón por «adsensionis retentio», suspensión del asentimiento; podemos remitir, por ejemplo, a dos pasajes de sus Académicas, II, XVIII, 59 y XXXII, 104.

-συγκατάθεσις: lo traduce por «assensum», véase II, XII, 37 y 39; XVIII, 59; XXI, 68; XXIV, 78 y XXXIII, 108.

-_αvτασία: lo traduce por «visum»; lo podemos ver en I, XI, 40-42; II, VI, 18; X, 30; XVII, 52; XVIII, 58; XX, 66 y XXXII, 103.

-καταληπτός: lo traduce por «comprehendibile»[6] ver I, XI, 41-42.

Sirvan estos pocos ejemplos para entender la riqueza de los Académicas de Cicerón en lo que se refiere a la traducción de términos griegos a la lengua latina. Esto es importante si pensamos que las Cuestiones Académicas inauguran una línea de interpretación muy valiosa en la historia del escepticismo, aunque bien es cierto que esa interpretación, que persiste de manera extraordinaria en toda la tradición que tiene a Cicerón como fuente prioritaria, necesita algunas matizaciones.

Estas primeras consideraciones muestran que Cicerón es un pensador un tanto discutido. Su filosofía, si se la puede llamar así, no es ciertamente original; sin embargo, sus escritos son trascendentales pues proporcionan unos retratos, a veces impecables, de las doctrinas de su tiempo. En su obra aparecen huellas de todos los movimientos fundamentales de su época (epicureísmo, estoicismo y escepticismo), que son particularmente importantes como fuentes para el estudio de la historia del pensamiento.

Las Cuestiones Académicas tratan de describir más que de valorar, en lo que se refiere principalmente a la teoría del conocimiento, los fundamentos del escepticismo académico. Cicerón, como autor filosófico, se sitúa en un escepticismo moderado propio de la corriente escéptica denominada «Nueva Academia». La primera declaración de su pertenencia filosófica al escepticismo aparece en I, IV, 13, cuando su amigo Varrón recoge, extrañado, un comentario según el cual ha abandonado la Antigua Académica y se ha adscrito a la Nueva[7]. Cicerón contesta a esta pregunta afirmativamente declarando, además, que las teorías más recientes de la Nueva Academia corrigen y enmiendan los errores de la Antigua. Fijémonos que, al menos en el texto, Antigua y Nueva Academia se encuentran relacionadas; aquí radica el primer problema de esta fuente: la distinción entre la Antigua y la Nueva Academia. Para Cicerón, el escepticismo es una actitud propia y única de la academia platónica, de ahí que cuando nombra los antecedentes del escepticismo se refiera solamente a la declaración socrática «sólo sé que no sé nada». Platón es, en definitiva, el tronco del que surge el escepticismo, pues en sus libros nada se afirma y todo se discute en un sentido y en otro[8]. Esta lectura escéptica de Platón puede ser excesiva, aunque comprensible en un contexto de lucha contra el estoicismo en el que una autoridad como Platón podía servir de mucha ayuda dialéctica contra los estoicos, los eternos enemigos.

Aunque la tradición en la que se sitúa Cicerón va a ser fundamentalmente académica, no une la doctrina de Pirrón a la de los creadores del escepticismo de la Academia. Es más, Cicerón no reconoce en la filosofía de Pirrón ningún elemento gnoseológico que pueda ser considerado cercano al escepticismo; mientras que autores como Demócrito, Anaxágoras, Empédocles, Sócrates y Platón forman parte de este movimiento que dice que nada puede conocerse, nada percibirse, nada saberse[9].

Es, pues, en esta tradición gnoseológica en la que no aparece Pirrón. Todo el escepticismo surge, a juicio de Cicerón, de Arcesilao, escolarca de la Academia platónica, que convierte la tradición socrático-platónica en una filosofía escéptica[10], que no deja de ser un tanto moderada dentro del escepticismo entendido en sentido amplio. Son, pues, las teorías de Arcesilao el punto de partida de todo el escepticismo: los problemas cognoscitivos del escepticismo son consecuencia, según esta idea, del desarrollo de las cuestiones platónicas. Al desconocer el escepticismo de Pirrón, Cicerón presenta a Arcesilao como un verdadero escéptico que incluso va más lejos que el propio Sócrates en la negación de toda la ciencia[11]. Además, destaca que la utilización del método socrático está lejos de la falsa modestia de la que hacía gala el maestro de Platón, precisando que sólo se trataba de un paso más en la búsqueda de la verdad, pero no un fin en sí mismo. Por eso, dice Cicerón, que Arcesilao utiliza el método de Sócrates no para establecer su teoría sino para discutir y criticar las de los demás[12].

Siguiendo el curso de la argumentación de Cicerón, Carnéades es el continuador del escepticismo. Carnéades fue el más fiel seguidor de las doctrinas de Arcesilao y del escepticismo académico. Ya entre los antiguos era considerado como el fundador de la llamada Nueva Academia[13] -aunque no todos coinciden en esta clasificación-, y depositario de una vastísima cultura «nullius philosophiae partis ignarus est»[14]. Su filosofía, igual que la de Arcesilao, está determinada por el estoicismo[15], por eso es normal que dirija sus ataques contra la posibilidad formal del conocimiento que defienden los estoicos en su doctrina[16]. De ahí, que Carnéades desarrolle, como ningún otro, el aspecto negativo, la parte destructiva que tiene el escepticismo académico ya que utiliza el material empleado y recogido en la filosofía de Crisipo contra los propios estoicos. Esta es la única línea escéptica que reconoce Cicerón en la filosofía griega.

Por la misma razón, este último cree que Arcesilao es el creador de la _πoχή escéptica: la suspensión del juicio, que se produce cuando no existen razones, en pro o en contra, que sustenten una afirmación o negación. Así, en la exposición que hace Lúculo en las Académicas afirma, al tratar de las doctrinas de Antíoco, que estaban en contra de las teoría de la Academia de Arcesilao, que para los académicos no existe la posibilidad de distinguir el conocimiento verdadero del falso, y que esto les lleva a la suspensión del juicio[17]. Todavía aparece otra justificación más palmaria de la adscripción de la «suspensión del juicio» a la academia, pues no es gratuito que Cicerón termine su libro con una alabanza hacia ella. En este caso es Catulo el que ante la imposibilidad de que haya algo que pueda aprehenderse y percibirse afirma que aprueba la suspensión del juicio[18]. Después de esta pregunta, Hortensio reflexiona sobre todo lo dicho en el diálogo y responde: «Tollendum». Esta frase queda incompleta, aunque su sentido puede ser comprendido si lo reconstruimos teniendo como base la sentencia de II, XVIII, 59, en donde aparece «tollendus adsensus est», «ha de eliminarse el asentimiento»; creemos legítimo inferir, a partir de aquí, que en la respuesta que da, «Tollendum», se puede entender elípticamente esse adsensum: es decir, que debe eliminarse el asentimiento, por lo que dice Cicerón para terminar: «esa es sentencia propia de la Academia» (nam ista Academiae est propia sententia). Parece, pues, clara la adjudicación de la teoría de la suspensión del juicio a Arcesilao, a quien califica de revolucionario porque cambió la filosofía que ya estaba establecida; pues, ninguno de sus predecesores había dicho que el hombre no puede opinar nada: «Jamás alguno de sus predecesores había no ya expresado, sino ni siquiera dicho que el hombre no puede opinar nada; y que no sólo no puede, sino que así es obligatoriamente para el sabio; a Arcesilao le pareció esta sentencia tanto verdadera como honrosa y digna del sabio»[19].

No obstante, esta idea de Cicerón no está tan clara. Diógenes Laercio trastorna este asunto, cuando atribuye la teoría de la suspensión del juicio una vez a Pirrón[20], y otra a Arcesilao[21]. La situación adquiere mayor complicación si le añadimos un dato más: Pirrón (365-360 a.C. al 275-270 a.C.) y Arcesilao (315 a.C. al 241/240 a.C.) fueron casi coetáneos y ninguno dejó nada escrito; lo cual conduce, sin remedio, a conjeturar hasta las posibles influencias que cada uno de ellos pudo ejercer en el otro[22]. Nosotros hemos podido constatar que tanto Sexto Empírico como Diógenes Laercio creen encontrar alguna influencia de Pirrón de Elis sobre Arcesilao[23]. Ciertamente, el problema de la epoch_ es complicado. Los mismos estoicos recomendaban, con matices, la «suspensión del juicio», ante aquello que sin verosimilitud, fuese opinable para el sabio. Arcesilao, casi con seguridad, generalizó este término estoico[24] y lo convirtió en el emblema del escepticismo. Es posible que así ocurriera con el término específico, pero no con el significado que tiene. Es decir, Pirrón observa que, ante la indiferencia de las cosas, el hombre queda sin opiniones, sin juicios, afirmando de cada una de ellas «no más es que no es», realizando un acto de suspensión _πέχω sobre ellas. Por tanto, entendemos que la suspensión del juicio, de ser atribuida a alguien, debería serlo a Pirrón, aunque reconozcamos a Arcesilao la creación del término concreto. A pesar de todo, tanto en el caso de Pirrón como en el de Arcesilao tenemos que juzgar por aquellos testimonios que dejan sus discípulos y, en ningún caso, son definitivos.

Así pues, la opinión de Cicerón sobre Pirrón viene siempre referida a sus presupuestos éticos. Cuando en las Académicas Cicerón nombra a Pirrón, lo pone en relación con Aristón de Quíos, un estoico, discípulo de Zenón que se ocupa principalmente de la ética[25]. Esta actitud ética sería insuficiente para que calificásemos como escéptico a Pirrón, al no existir ningún planteamiento del problema de la posibilidad o imposibilidad del conocimiento. Cuando Cicerón nombra a los pirrónicos en los textos[26], proporciona dos noticias al respecto: una, su afinidad con otras escuelas como la de los erítreos o los megáricos; y dos, la afirmación de que las teorías filosóficas de Pirrón se habían perdido por falta de sucesores[27].

Con respecto a la primera cuestión, es significativo que esta relación entre pirrónicos, erítreos y megáricos también aparezca en Séneca. En una de sus cartas, realiza cierta identificación entre los seguidores de Pirrón y las escuelas erítreas, megáricas y académicas. Esta afinidad viene explicada en el texto por la afirmación de que todas ellas se ocupan «más o menos acerca de la misma cosa», siendo los académicos, a juicio de Séneca, responsables de haber creado una nueva ciencia: no saber nada: «Más o menos acerca de la misma cosa se ocupan los pirrónicos, megáricos, erítreos y académicos, los cuales han creado una nueva ciencia (qui novam induxerunt scientiam): no saber nada (nihil scire)»[28]. En Séneca la identificación entre escuelas no es sólo ética como en Cicerón, sino más bien gnoseológica, detalle fundamental para interpretar de manera precisa y justa el pirronismo. Esta diferencia con respecto a Cicerón, afirma Weische[29], es un problema de fuentes, mientras Cicerón une la Academia a Sócrates y Platón, y considera a las escuelas dialécticas (Erítreos, Megáricos y Pirrónicos) como desaparecidas, la fuente de Séneca pone a Protágoras y a la tradición eleática como origen de la tendencia escéptica, y coloca a los Académicos al lado de las escuelas menores mencionadas antes por Cicerón.

De la misma forma, la segunda afirmación de Cicerón, de que todas estas escuelas han desaparecido hace ya largo tiempo, también tiene su paralelo en Séneca. Específicamente, Cicerón se refiere en algunos pasajes a la falta de eficacia de las teoría pirronianas y su carencia de seguidores[30]. Séneca coincide con Cicerón en la confirmación del olvido en el que habían caído las teorías filosóficas de Pirrón, al quedarse sin discípulos que pudiesen transmitir sus preceptos filosóficos[31].

¿Cuál puede ser la razón de esta interpretación de Cicerón, que sólo admite en Pirrón el aspecto ético de su filosofía y no hace referencia a los elementos gnoseológicos? El silencio de Cicerón sobre el escepticismo de Pirrón parece mostrar tres cosas:

- Primera, que las fuentes utilizadas por aquél sólo hablan, en lo referente a Pirrón, de problemas éticos: el fin último o el sumo bien[32].

- Segunda, que en un clima de polémica como el que vivía la academia, podemos pensar que si no se menciona a Pirrón en relación a problemas del escepticismo, es porque realmente no vieron en él un precursor de este movimiento.

- Y la tercera, que el reconocimiento de una escuela escéptica que se reclama de Pirrón de Elis como su fundador aparece a partir de los trabajos de Enesidemo[33], y si Cicerón no los conocía difícilmente podía advertir al «Pirrón gnoseológico» que surgió con tanta fuerza a raíz de la sistematización que hace Enesidemo de su pensamiento. Evidentemente, esta hipótesis, no puede ser demostrada completamente, pero tiene a su favor el hecho de que Cicerón no cita en su obra ni una sola vez a Enesidemo, y si no lo menciona, es razonable pensar que no lo conoce; de ahí que sólo advierta los aspectos éticos de la filosofía de Pirrón. No sería legítimo pensar que Cicerón sólo ve en Pirrón aspectos éticos, porque son los únicos que destacan en su pensamiento; de la misma forma, no sería conveniente afirmar que Enesidemo vuelca su atención en los aspectos gnoseológicos, porque no reconoce aspectos éticos originales. El único peligro es que la reconstrucción de Enesidemo haya sido tan poderosa que haya recreado y fortalecido, artificialmente, la parte supuestamente más débil del pensamiento pirroniano, la gnoseológica. Sin embargo, todos los fragmentos que han sobrevivido de Timón de carácter gnoseológico, apuntan a un fuerte intercambio con su maestro Pirrón. No es razonable hablar de la poca capacidad filosófica de Timón (poeta satírico) y afirmar, a la vez, su eficaz competencia en la creación de una precisa teoría del conocimiento.

El problema de la compatibilidad del testimonio de Cicerón con otros que parecen ligar estrechamente a Pirrón con el escepticismo posterior es uno de los más estudiados por los autores modernos[34]; pero, creemos, siguiendo a Decleva Caizzi, que, a la luz del material que tenemos sobre Pirrón, es más ficticio que real. En primer lugar, si atendemos a la explicación que hemos dado sobre el desconocimiento de la reconstrucción del escepticismo de Pirrón de Enesidemo, y en segundo lugar, porque la imposibilidad de armonizar la noticia de Cicerón de la desaparición de la escuela con un texto fundamental de Diógenes Laercio[35] que construye la sucesión del escepticismo a partir de Pirrón, se resuelve pensando que la sucesión fue construida tardíamente, relacionando al grupo de seguidores de Pirrón y Timón, del cual habla Hipóboto y Soción, con la tradición de la medicina empírica[36].

En conclusión, nosotros creemos que esta lectura de Cicerón restringe la figura y el pensamiento de Pirrón, y limita las posibilidades que el pirronismo tiene como movimiento filosófico, a un comportamiento únicamente ético[37]. Así pues, sólo a partir de Enesidemo, la exacta distinción entre un escepticismo académico que estaba acercándose a actitudes dogmáticas y un escepticismo pirrónico, un pirronismo más radical y auténtico, origina un movimiento que, reclamando a Pirrón de Elis como su iniciador, hace resurgir la disciplina escéptica más o menos continuamente hasta los días de Sexto Empírico. Después de Enesidemo y gracias a la renovación que hace del escepticismo, se puede hablar de los pirrónicos como los representantes genuinos del escepticismo griego.

  1. Para el estudio de los problemas que plantea el texto véase la ya clásica introducción de REID, J., Tulli Ciceronis Academica, London, 1885, pp. 1-73; y la introducción de PIMENTEL, J., Cuestiones Académicas, México, 1980, principalmente, pp. VII-XI.

  2. Cfr. CICERÓN, Epis. Att., XII, 38, 1. Ésta es también la tesis defendida por RUCH, M., Le preámbule dans les oeuvres philosophiques de Ciceron, Paris, 1958, p. 154.

  3. Cfr. CICERÓN, Epis. Att., XIII, 32, 3, Cicerón dice aquí que antes del 29 de Mayo le había enviado los dos libros a Cátulo.

  4. Cfr. REID, J., Op. cit., pp. 28-38 y PIMENTEL, J., Op. cit., pp. IX-X.

  5. Rackham se atreve, no sé si con buen criterio, a adelantarnos los supuestos contenidos de los libros perdidos de la tercera redacción, vid., RACKHAM, H., Cicero, De natura deorum, Academica, London, 1972; véase también REID, J., Op. cit., pp. 28-51.

  6. «mas a esta representación cuando se distinguía por sí misma, la llamaba aprehensible (comprehendibile). -¿Admitiréis esta palabra?» «Desde luego que nosotros sí -dijo- pues ¿de qué otro modo expresarías «καταληπτ_v»?»-«Pero cuando estaba ya recibida y aprobada la llamaba aprehensión, semejante a las cosas que son cogidas con la mano». CICERÓN, Acad., I, XI, 41; véase además II, VI, 17; VII, 22-23; X, 31; XIV, 44; XIX, 62; XXV, 81; XXXIV, 109 y XLVII, 145. A pesar de este intento de distinguir entre καταληπτός que estrictamente indica el objeto que causa la impresión, y κατάληψις que es la impresión misma, todavía existe una cierta confusión en los términos, pues en el Lúculo las palabras que denotan el objeto y las que denotan la impresión son intercambiables, Cfr. REID, J.M., op. cit., p., 152.

  7. «Pero -dijo- ¿qué es lo que oigo acerca de ti mismo?» «¿Sobre qué cosa? -dije-». «Que por ti ha sido abandonada la Antigua Academia (veterem Academiam) -dijo- y que perteneces a la Nueva (novam)». CICERÓN, Acad., I, IV, 13.

  8. Cfr. CICERÓN, Acad., I, XII, 46.

  9. «... que habían conducido a Sócrates a la confesión de su ignorancia (confessionem ignorationis),, y ya, antes de Sócrates a Demócrito, a Anaxágoras a Empédocles y a casi todos los antiguos quienes dijeron que nada puede conocerse, nada percibirse, nada saberse (qui nihil cognosci, nihil percipi, nihil sciri posse )». CICERÓN, Acad., I, XII, 44; cfr. asimismo, De Oratore, III, XVIII, 67.

  10. Cicerón reconoce a Arcesilao como la única fuente del escepticismo, porque en su pensamiento manifesta problemas epistemológicos propios del escepticismo: «Pensaba, en consecuencia, que todo está escondido en lo oculto y que nada hay que se pueda percibir o entender; que, por estas causas, es oportuno que nadie declare ni afirme algo ni lo apruebe con el asentimiento». CICERÓN, Acad., I, XII, 45.

  11. Cfr. CICERÓN, Acad., I, XII, 45.

  12. Cfr. CICERÓN, De Orat., III, 67.

  13. Cfr. SEXTO, H.P., I, 220 y EUSEBIO, Praep. Evang., XIV, 8: MIGNE, P.G., XXI, 1213 A, 1216 B.

  14. Interesante, en este sentido, que veamos para estas dos últimas afirmaciones CICERÓN, Acad., I, XII, 46.

  15. Cfr. CICERÓN, Acad., II, XXX, 98. Como ya hemos visto, Carnéades solía parodiar la frase que decía: «sin Crisipo no habría Estoa (ε_ μ_ γ_ρ _v Χρύσιππoς, o_κ _v _v στoά». D.L., VII, 183, con otra que decía, «sin Crisipo no existiría yo (Carnéades) (ε_ μ_ γ_ρ _v Χρύσιππoς, o_κ _v _v _γώ)». D.L., IV, 62; cfr. para estas noticias sobre los estoicos vid., PLUTARCO Sto. Rep., 10, 44 y EUSEBIO, Praep. Evang., XIV, 8: MIGNE, P.G., XXI, 1216 B.

  16. Cfr. SEXTO M., VII, 159; CICERÓN, De nat. deor., II, LXV, 162 y Acad., III, XVII, 39).

  17. «Primeramente, ¿cómo podéis no ser estorbados cuando las falsas [representaciones] no difieren de las verdaderas? después, ¿cuál es el juicio de la verdadera, si es común con el de la falsa? De esto nació necesariamente aquella epoch_ (Ex his illa necessario nata est _πoχή, id est adsensionis retentio), esto es suspensión del asentimiento, en la cual Arcesilao se mantuvo más firmente, si es verdad lo que algunos estiman acerca de Carnéades». CICERÓN, Acad., II, XVIII, 59.

  18. «Entonces Catulo dijo: ¿yo?; me vuelvo a la opinión de mi padre, que, por cierto, decía ser la de Carnéades; de modo que considero que nada puede percibirse pero, no obstante, estimo que el sabio asentirá a lo no percibido, esto es opinará, pero de tal manera que entienda que él opina y sepa que nada hay que pueda aprehenderse y percibirse; por lo cual, aunque apruebo aquella epoch_ de todas las cosas, asiento con vehemencia a aquella otra opinión: que nada hay que pueda percibirse». CICERÓN, Acad., II, XLVIII, 148.

  19. CICERÓN, Acad., II, XXIV, 77. Este texto es para Brochard una prueba inequívoca de que, según Cicerón, Arcesilao fue el creador de la _πoχή (aunque bien es cierto que el texto está muy lejos de ser claro y preciso en el tema de la suspensión del juicio) cfr. BROCHARD, V., Les Sceptiques grecs, Paris, 1887, Nouvelle édition conforme a la deuxième, Paris, 1969, p. 94 (existe traducción castellana, BROCHARD, V., Los escépticos griegos, Buenos Aires, 1945). La recomendación de Arcesilao, según Cicerón, está, pues, muy clara: no declarar nada ni aprobar nada con el asentimiento, suspender el juicio, Cfr. CICERÓN, Acad., I, XII, 45. Según Cicerón, todo este cambio en la filosofía vino como consecuencia de la afirmación de Arcesilao de que nada podía saberse o percibirse, lo cual significó llevar hasta sus máximas consecuencias la afirmación socrática, por excelencia:«¿No es verdad que, cuando ya se hallaban consolidadas las más importantes escuelas de los filósofos se levantó entonces, al igual que Tiberio Graco en la mejor situación pública para perturbar la tranquilidad, del mismo modo Arcesilao, para trastornar la filosofía consolidada y abrigarse bajo la autoridad de los que habían dicho que nada se puede saber o percibir?». Ibidem II, V, 15.

  20. Cfr. D.L., IX, 61.

  21. Cfr. D.L., IV, 28.

  22. Cfr. COUSSIN, P., «L'origine et l'évolution de l'epoch_», Revue des Études Grecques, 42, 1929, p. 374-375. Algunos autores como GOEDECKEMEYER, A., Op. cit., p. 32-33 y PALEIKAT, G., Die Quellen der akademischen Skepsis, (Abhandlungen zur Geschichte des Skeptizismus, hrsg. von A. Goedeckemeyer Heft 2), Königsberg Diss., Leipzig, 1916, pp. 3-7, citan textos de Diocles de Cnido y Numenio en la Praep. Evang., de Eusebio (cfr. XIV, 6,4; 6,6 y 12-13) para sostener la influencia de Pirrón sobre Arcesilao, pero según Coussin estos testimonios posteriores en numerosos siglos a Arcesilao y Pirrón y, por tanto, son poco convincentes, vid., art. cit., 376-377. Nosotros nos inclinamos, igual que la mayoría de los autores, por la prioridad en el tiempo de Pirrón sobre Arcesilao, aunque no parece que la Nueva Academia se formase con influencias del pensamiento pirroniano.

  23. Aunque a Sexto le parecen semejantes las posiciones de Arcesilao y de Pirrón, sin embargo es un tanto crítico con las teorías del primero, pues aporta datos que confirmarían un cierto platonismo dominante en su filosofía, aunque bien es cierto que bastante disfrazado y camuflado por una dosis de escepticismo, de ahí que cite el testimonio de Aristón, según el cual en Arcesilao estarían sintetizadas tres tendencias. Cfr. SEXTO, H.P., I, 234. Este testimonio aparece como sabemos en D.L. IV, 32-33: DECLEVA CAIZZI, 32, y en EUSEBIO, Praep. Evang., XIV, 6: MIGNE, P.G., XXI, 1200 A. Esta sentencia es una sutil parodia de la descripción de la quimera homérica, cfr. infra, p. 96, nota 49. Podríamos deducir, según esta caracterización, que Arcesilao no tenía un lugar muy definido entre sus contemporáneos, prueba de ello es quizá su situación un tanto ambigua.

    De lo que parece no existir dudas es que tanto para Sexto M., VII, 190, como para Diógenes Laercio, IV, Arcesilao pertenece a la tradición académica depositaria de las enseñanzas de Sócrates y Platón.

  24. Cfr. la introducción de Sexto Empírico, Esbozos Pirrónicos,, Introducción, traducción y notas de Antonio Gallego Cao y Teresa Muñoz Diego, Madrid, 1993, p. 19.

  25. Cfr. Acad., II, XLII, 130; no es éste el único lugar en el que Cicerón pone a Pirrón en relación con Aristón, vid., otros pasajes, por ejemplo, De officiis, I, 2; De Fin., II, IV, 11 y 13; V, III, 8 y Tusc. disp., V, 30.

  26. Cfr. además de los citados en la nota anterior; De Fin., II, XIII, 43; IV, XVI, 43; III, III, 11; IV, XVIII, 49; V, VIII, 23; Tusc. disp., II, VI, 15; V, XXX, 85; De oficciis, I, 6 y De Oratore, III, XVII, 62.

  27. «Además, hubo otros grupos de filósofos, casi todos los cuales se proclamaron socráticos: como los eritreos, los erilios, los megáricos y los pirrónicos. Pero tales grupos hace ya largo tiempo que están derrotados y extinguidos (fracta et extincta), por la fuerza y los argumentos de éstos». CICERÓN, De Oratore, II, XVII, 62.

  28. SÉNECA, Epist., LXXXVIII, 43-44. Particularmente significativo es la confrontación del testimonio de Séneca y los de Cicerón sobre los seguidores de Pirrón. Éstos son citados al lado de los académicos en una doxografía que señala, por un lado, algunos aspectos del escepticismo y que revela la traza de la sucesión Eléatas-Atomistas-Pirrónicos: el texto de Séneca, viene precedido, por un lado, de una explícita alusión a los problemas generados por Protágoras, Nausífanes, Parménides y Zenón (problemas a los que hace referencia con «Circa eadem fere Pyrrhonei»), y, por otro, de un vínculo con las escuelas dialécticas de derivación socrática.

  29. Cfr. WEISCHE, A., Cicero und die Neue Akademie. Untersuchungen zur Entstehung und Geschichte der antiken Skeptizismus, Münster, 1961, pp. 106 y ss.

  30. Como muestra veamos algunos textos en los que Cicerón deja una clara alusión de la superación de las teorías pirronianas. Así en De officiis, dice: «Así, ésta (doctrina) es propia de los estoicos, académicos y peripatéticos, puesto que la opinión de Aristón, Pirrón y Erilo, ya fue rechazada anteriormente». CICERÓN, De offic., I, 6: DECLEVA CAIZZI, 69 H. Otros textos recogen la misma idea, por ejemplo, en el De Fin., dice: «Pirrón, Aristón y Erilo ya hace tiempo abandonados». CICERÓN, De Fin., II, XI, 35: DECLEVA CAIZZI, 69 M; o «Las opiniones de Pirrón, Aristón y Erilo ya refutadas y rechazadas». Ibidem.., V, VIII, 23: DECLEVA CAIZZI, 69 I. Y en Tusculanae: «Estas son las teorías que gozan de un cierto seguimiento; pues las de Aristón, Pirrón y Erilo y algunos otros se desvanecieron». CICERÓN, Tusc. disp., V, XXX, 85: DECLEVA CAIZZI, 69 L.

  31. «Y así, tantas familias de filósofos desaparecen por falta de sucesores: los académicos, ya sean antiguos, ya sean recientes, no dejaron ningún jefe (de escuela); ¿quién se encargará de trasmitir los preceptos de Pirrón? (quis est qui tradat praecepta Pyrrhonis?)». SÉNECA, Nat. quaest., VII, XXXII, 2. Lo cual coincidiría con la noticia dada por Menodoto, según Diógenes, del abandono de la línea iniciada en Pirrón al no tener sucesores Timón de Fliunte, cfr. D.L., IX, 105.

  32. Cfr. CICERÓN, De Fin.,V, VI, 16. Aquí Cicerón se reclama de la «diuisio carneadia» para las soluciones a estos problemas.

  33. Enesidemo nace en Gnoso, Creta, según Diógenes Laercio (IX, 116) o en Egeo según Focio (Myriobiblon, cod. 212), sí que está claro que enseñó en Alejandría (Cfr. EUSEBIO, Praep. Evang., XIV, 18, 29). Otro problema es la exacta cronología de su vida. En general existen tres teorías al respecto:

    1) Enesidemo tiene su florecimiento en la primera mitad de la primera centuria a. C. (80-60). Esta conjetura hace de Enesidemo un contemporáneo de Cicerón, de Filón de Larisa y de Antíoco de Ascalón. Basándonos en los textos de Focio tendríamos:

    a) Enesidemo se queja de que en esta época la academia estaba contaminada por el estoicismo.

    b) Podemos identificar la dedicatoria de la obra con un amigo de Cicerón, L. Aelius Tubero.

    2) Principio de la era cristiana. Este dato viene avalado por dos cuestiones: la primera es un pasaje de Diógenes Laercio (IX, 115-116) en el que da la lista de los filósofos escépticos desde Pirrón hasta Saturnino, fijando dos puntos de referencia la muerte de Pirrón (275 a.C.) y la de Sexto (210 d. C.), se calcula que Enesidemo ha debido vivir al comienzo del siglo I; y la segunda es el hecho de que Cicerón no lo nombra nunca por él mismo. Si hubiesen sido contemporáneos, el silencio de Cicerón (siempre bien informado) sobre Enesidemo hubiese sido difícil de explicar.

    3) 130 d.C. Esta fecha sólo está basada en un texto de Aristocles en Eusebio (Praep. Evang., XIV, 18, 29) en el cual se presenta a Enesidemo como habiendo vivido recientemente.

    Estas dificultades son insolubles. Descartamos, en primer lugar, la tercera posibilidad, sólamente tiene en cuenta el texto de Aristocles y desprecia todos los demás. También rechazamos la segunda hipótesis a pesar de que la objeción de Cicerón creo que es muy fuerte, pero como dice Brochard, Op. cit., p. 245 es posible que Cicerón no haya oído hablar de la enseñanza de Enesidemo o no haya creído conveniente prestarle atención. Así pues, establecemos la primera hipótesis como la más aceptable. Para apoyar esta decisión contamos con un excelente artículo de DECLEVA CAIZZI, «Aenesidemus and the academy» Classical Quarterly, 42, (1992), pp. 176-189, en el que apunta numerosas y razonables pruebas de que Enesidemo desarrolló su actividad en «Aegea» de Eolia, la cual pertenecía al territorio de la provincia de Asia. Allí tiene acceso a buenas fuentes de información concernientes al antiguo pirronismo. Dado su interés filosófico, es normal que tuviera buenas relaciones con Lucius Tubero, un ilustrado y cultivado legado romano entre el 61-58, que era simpatizante de la academia. A través del conocimiento de la antigua tradición escéptica y de la tradición académica desarrolló sus propios puntos de vista que sirvieron como manifiesto para un renacimiento del pirronismo. Si esta reconstrucción es correcta el silencio de Cicerón sería menos difícil de explicar, pues es fácil que la obra de Enesidemo todavía no hubiese alcanzado la importancia que después tendrá en la historia del pensamiento o también es probable que no significase ningún trabajo interesante para el mismo Tubero si es que llegó a tenerlo en sus manos.

  34. Cfr. DECLEVA CAIZZI, F., «Prolegomeni...», art. cit., p. 96 y ss.

  35. Cfr. D.L., IX, 115.

  36. Cfr. mi artículo (en prensa) «Enesidemo: la recuperación de la tradición escéptica griega», 1994, y GLUCKER, J., Antiochus and the Late Academy, Göttingen, 1978, p. 354. En cualquier caso, parece aceptado hoy que ya sea a partir de Timón, como dice Menodoto, en el texto de Diógenes, o a partir de Eubolo (maestro de Tolomeo), la lista es incompleta, Cfr.D.L., IX, 116 y Aristocles apud. EUSEBIO, Praep. Evang., XIV, XVIII, 29.

  37. García Junceda considera exacta la opinión ciceroniana, y cree que Pirrón no se puede incluir, de ninguna forma, en la tradición escéptica-gnoseológica (esta opinión será matizada por nosotros más adelante). Cfr. GARCIA JUNCEDA, J.A., «Pirrón y el escepticismo griego. Semblanza del apático Pirrón», Estudios Filosóficos, 16, (1967), pp. 245-292; 511-530; 17, (1968), pp. 93-123; véase especialmente pp. 114-118 y MINDÁN MANERO, M., «El fundamento de la conducta en el escepticismo griego», Revista de Filosofía, 15, 1956, pp. 227-242.