Philosophical Skepticism

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Renacentist Philosophical Skepticism Introduction

La recuperación del escepticismo en el renacimiento

La recuperación del escepticismo en el Renacimiento es un campo de investigación muy reciente. En los años sesenta y setenta del pasado siglo algunos investigadores se dieron cuenta de que había en este periodo elementos procedentes del escepticismo griego en sus dos vertientes: tanto la pirrónica como la académica. Estos elementos fueron cambiando y evolucionando a su vez conforme el proceso histórico e intelectual del Renacimiento se iba desarrollando. Y esta cuestión no era baladí, porque las respuestas que los pensadores de los siglos XV, XVI y XVII se veían obligados a buscar para frenar las dudas escépticas fueron las que luego conformaron los modelos de ciencia y marcaron el rumbo de la especulación filosófica posterior. El primero de estos investigadores que puso el acento en la importancia de la recuperación escéptica renacentista fue el norteamericano Richard Popkin. Las preguntas que pudieron estar en el origen de esta tesis fueron:

¿Por qué y de dónde surgen cuestiones típicamente escépticas en pensadores del Renacimiento si el periodo anterior, la Edad Media, era fundamentalmente dogmático?

¿Por qué utilizaron elementos y tropos escépticos, qué encontraron en ellos para que valiera la pena reconsiderarlos?

Sin embargo las respuestas pasan inevitablemente por evaluar, primero, las propias preguntas.

Un trabajo sobre el Renacimiento no puede dejar de lado la cuestión que se está tratando en su vertiente medieval. La Edad Media no es un periodo homogéneo, ni exclusivamente dogmático; este error inicial puede explicar parcialmente la sorpresa de que aparezcan elementos escépticos en el Renacimiento. Vista la Edad Media en su naturaleza real, compleja, poliédrica y variada, se explica en parte que las fuentes escépticas no desaparecieran completamente de los anaqueles de las bibliotecas.

Así pues, era una pausa obligada dedicar el capítulo primero de la tesis a la cuestión de la situación del escepticismo en la Edad Media. El escepticismo presentaba una complejidad añadida para su análisis y ésta era la existencia de una doble vertiente. Por un lado teníamos el escepticismo pirrónico, cuyo origen se sitúa en la figura de Pirrón de Elis y en la larga tradición presocrática de filósofos que ponían el énfasis en la inaprehensibilidad del conocimiento, y cuya propuesta sería la búsqueda constante de la verdad sin asirse dogmáticamente a ninguna afirmación. Por otro lado teníamos el escepticismo académico, originado en la academia platónica y cuya doctrina principal sería que nada puede ser conocido.

De este modo, el análisis de la situación del escepticismo en la Edad Media adquiría una nueva dificultad al multiplicarse por dos las facetas de estudio. Sin embargo, y en términos generales, pudimos establecer que la rama pirrónica apenas si tuvo cabida durante los siglos del medioevo en el mundo intelectual. Fue la vertiente académica la que sí pervivió de manera latente e incluso pudo ser objeto de cierto debate a través de obras como la de Agustín de Hipona, férreamente posicionado contra esta vertiente del escepticismo en su obra Contra los académicos.

Durante la Edad Media podremos comprobar cómo actúa una de las principales características del escepticismo. Ésta es su versatilidad para ser utilizado en el ataque a otras teorías o sistemas filosóficos, si bien exclusivamente de forma un tanto instrumental y siempre con carácter temporal, para ser luego abandonado a la hora de construir el propio edificio filosófico que se propone una vez derribado el del rival. Y es que, de mantener la posición escéptica, ésta se volvería altamente arriesgada e inestable para sostener cualquier tipo de idea fija o dogmática.

La dificultad del estudio de la cuestión en la Edad Media ya la expresamos en las líneas de la tesis y la volvemos a recalcar ahora. Además de quedar fuera de los márgenes previos establecidos como marco de la presente tesis, el tenue escepticismo medieval, por llamarlo de alguna manera, presentaba un problema clave, y éste era que los límites para poder declarar a un pensador escéptico son complejos y lábiles. ¿Hasta qué punto un filósofo debía utilizar los elementos de la corriente de la duda para ser considerado miembro de la misma? ¿Basta con que utilice unos pocos tropos escépticos o también debe hacer una auténtica profesión de escepticismo?

Estas mismas cuestiones se irán repitiendo sistemáticamente a lo largo de la historia del pensamiento, ya que ésta es otra de las características del escepticismo: es una corriente que ha afectado en mayor o menor medida a gran cantidad de filósofos, al menos como etapa inicial de crítica, pero una vez utilizada se deja al margen, provocando como resultado que el escepticismo haya sido, probablemente, la única corriente filosófica que ha pervivido durante 26 siglos de historia, pero eso sí, nunca de forma hegemónica.

En la situación del escepticismo en la Edad Media nos detuvimos, pues, fundamentalmente en uno de los dos pensadores sobre los que hay cierto acuerdo respecto a su adscripción medianamente escéptica y éste fue Nicolás de Autrecourt (el otro sería Guillermo de Ockham). Es relevante y me gustaría resaltar que fue el profesor José Luís Cantón Alonso el que primero me hizo notar los elementos escépticos de Autrecourt en una conversación allá por el año 2002.

Vista la complejidad de las características del escepticismo y habida cuenta de que no fue una corriente muy relevante en la Edad Media –aunque sí logró pervivir-, llegamos al Renacimiento que es cuando se produce la verdadera recuperación y reedición a gran escala de las obras escépticas y era el auténtico objetivo de nuestra investigación.

Es el Renacimiento un periodo realmente revolucionario en el que la mayoría de las enseñanzas del mundo clásico se irán recuperando y el escepticismo no será menos. Pero resulta paradójico que, desde nuestra perspectiva, haya sido una casualidad histórica la que dio la oportunidad definitiva a la corriente de la duda para ocupar un papel más importante del que inicialmente le podría haber correspondido: las guerras de religión que salpicaron Europa durante la mayor parte de este periodo fueron el caldo de cultivo idóneo para la proliferación de los tropos escépticos, fenomenales armas dialécticas para cualquier debate intelectual. Los argumentos del escepticismo, que habían languidecido en libros poco o nada leídos durante el medioevo, se mostraron especialmente útiles e incluso temibles para las discusiones filosóficas que rodearon a los enfrentamientos de religión.

Sin embargo, la recuperación del escepticismo no se produjo rápidamente, sino que fue un proceso paulatino y pausado en el que intervinieron multitud de factores condicionantes, algunos favorables y otros no tanto. Además, no debemos olvidar que existían dos vertientes distintas de escepticismo que sufrieron distintos destinos. En los primeros años del Renacimiento, el escepticismo académico disfrutará de mayor empuje y relevancia debido a la falta de textos que permitieran disponer de las fuentes pirrónicas. La recuperación de la rama académica se debió, fundamentalmente, a Cicerón, autor muy tenido en cuenta por los humanistas y que representaba uno de los ideales intelectuales renacentistas. Sin embargo, hay que reconocer que la obra en la que Cicerón expone las ideas del escepticismo académico, Cuestiones académicas, era una rara avis entre sus obras, y el posicionamiento filosófico que el romano adopta en este escrito, distinto del habitual, provocaron que se necesitara de un tiempo imprescindible para poder asimilar los contenidos del diálogo.

Ahora bien, este éxito inicial relativo del escepticismo académico, cederá inexorablemente ante el mayor alcance y calidad filosóficos del escepticismo pirrónico. Éste será recuperado a través de los textos de Sexto Empírico, probablemente el mayor y mejor intérprete del escepticismo que se conserva. Será con las obras de Sexto Empírica cuando el escepticismo entre, de pleno derecho, en los debates filosóficos.

Para mayor facilidad en el análisis de la cantidad enorme de acontecimientos ligados a este proceso de recuperación dividimos en cuatro caminos o itinerarios la forma en que, en nuestra opinión, se produjo. Estos caminos fueron:

  1. El intercambio de ideas entre filósofos griegos y humanistas italianos, ocurrido sobre todo en la segunda mitad del siglo XV y la primera del siglo XVI, que permitió conocer la existencia de las obras de Sexto Empírico.
  2. El aumento paulatino del número de copias de los manuscritos de Sexto Empírico tanto en griego como algunas traducciones latinas que se verá culminado con la edición de Henricus Stephanus de la traducción latina de las Hipotiposis pirrónicas en el año 1562.
  3. El cambio que sufrió la valoración interpretativa que los humanistas hacían de la obra del Empírico, de ser una fuente documental y una mera curiosidad literaria, pasó a ser vista desde una perspectiva ética y religiosa.
  4. Se produjo una basculación geográfica del interés por el pirronismo de Italia al norte de Europa. Junto con este cambio vendrá la primera interpretación epistemológica del escepticismo pirrónico en el Renacimiento, la primera consideración estrictamente en clave filosófica. Con este último cambio el escepticismo adquirirá su carta propia de identidad en el panorama intelectual.

En la descripción de estos caminos o itinerarios, que no ocurrieron sucesivamente en todos los casos, sino que hubo circunstancias que hicieron que se solaparan, hay una fecha que es el verdadero punto de inflexión de todo el sistema del estudio de la recuperación del escepticismo en el Renacimiento, y es el año 1562, cuando Henricus Stephanus edita la traducción latina de la obra de Sexto Empírico Hipotiposis pirrónicas. Es a partir de aquí cuando se dispondrá del primer material propiamente escéptico. El éxito de esta edición fue notable y en poco tiempo surgieron otras traducciones con las obras completas del Empírico (1569 –Gentianus Hervetus). El siguiente paso que se produjo fue la aparición de los primeros pensadores importantes con influjos escépticos en sus obras: Michel de Montaigne y Francisco Sánchez, por ejemplo.

Podemos considerar que estos dos pensadores son los dos grandes ejemplos de que el escepticismo comenzó a calar en el mundo intelectual del siglo XVI. Antes de la aparición de éstos también constatamos la existencia de otros humanistas y filósofos que pudieron incluir algunos matices escépticos en parte de su obra como por ejemplo Gianfrancesco Pico della Mirandola, sobrino del otro Pico, el de las 900 tesis.

Sin embargo viene a ocurrir con ellos lo mismo que ocurría en la Edad Media, no es fácil determinar si un pensador está adscrito al escepticismo porque utilice determinados tropos escépticos o emplee parte de las obras de Sexto Empírico en las suyas propias (este es el caso de Gianfranceso Pico). Además, en general, antes de arribar a Sánchez y Montaigne, el uso que se hace del escepticismo es, en la mayor parte de los casos, un uso fideístico, o lo que es lo mismo: se utiliza la duda para debilitar la razón y reforzar la necesidad de confiar en la fe y apoyar nuestras únicas certezas en este cimiento inquebrantable.

Ha sido tarea de la presente tesis el determinar la importancia real del escepticismo en los pensadores del Renacimiento inicial y, cuando el caso era evidente, se han incluido en el estudio. Otros personajes, cuya utilización del escepticismo era más incierta, han sido dejados aparte, ya por su falta de importancia para nuestra investigación, ya por su carácter mínimamente escéptico. Lo cual no significa que se indique que los que sí aparecen sean escépticos, sino que su uso de la corriente de la duda fue más hondo y, quizá, influyente.

No obstante, en un ejercicio de honestidad intelectual, se torna imprescindible hacer notar que he tenido dudas sobre algunos de estos pensadores. El caso más claro es el de Juan Páez de Castro. Este hombre fue un importante humanista español que realizó una traducción latina de las Hipotiposis pirrónicas, sin embargo esta traducción, hecha probablemente en la década de 1560, no tuvo más éxito que el espacio que ahora le dedicamos. Frente a estos problemas me vi en la necesidad de hacer una férrea distinción metodológica entre conocimiento y uso.

Nadie duda de que una interpretación válida de las primeras fases históricas del escepticismo moderno depende de una reconstrucción detallada de la difusión y procedencia de sus fuentes. En la historia de la filosofía moderna difícilmente puede haber influencia sin una difusión textual conveniente. El grado potencial de importancia de un texto puede ser valorado sólo si consideramos el nivel de circulación que alcanzó en su tiempo. Sin embargo, la ausencia de uso de determinados textos no implica la ausencia de conocimiento de ese texto por parte de aquellos que pudieron haberlo usado pero no lo hicieron. La conclusión que todo esto me permitió alcanzar es que si bien Páez de Castro mostró interés en realizar una traducción latina de Sexto Empírico antes que Stephanus, su carencia de difusión limitó su importancia. Probablemente Páez de Castro fue un precedente del movimiento un tanto vago que luego liderará Stephanus y que acabará provocando el impacto escéptico del pirronismo en Francia con autores como Montaigne, Sánchez, Charron, Gassendi e incluso Descartes.

Probablemente, para hacer justicia, sea necesario en empresas posteriores dedicar un espacio a la figura del humanista español para tratar de poner adecuadamente en valor su obra y su importancia.

Pero volvamos a los que sí están incluidos en nuestro trabajo. Brevemente he de indicar que difícilmente podríamos adscribir a Montaigne como un escéptico. Este filósofo y pensador presenta a lo largo de sus Ensayos multitud de posturas filosóficas distintas, pero ello no es óbice para que en uno de ellos, titulado La apología de Ramón Sibiuda, incluya la descripción de escepticismo pirrónico más completa desde el propio Sexto Empírico. Esto hecho, por sí solo, da muestras de la importancia del francés, sin embargo, su situación a caballo entre dos épocas –Renacimiento y Edad Moderna- y su complejidad, así como la multitud de estudios ya realizados sobre su figura, hacían inútil una mayor pausa en su análisis.

La verdadera sorpresa que encontramos en el estudio para elaborar la presente tesis fue Francisco Sánchez. Francisco Sánchez fue un pensador, médico y filósofo gallego que, por las características de su obra, debió ocupar un lugar mucho más importante y destacado en la historia del pensamiento. Algunas de sus ideas anteceden en varias decenas de años las ideas que luego se considerarán revolucionarias (como el empleo de la duda metódica por parte de Descartes unos cuarenta años después de que el gallego publicara su obra Que nada se sabe), o también el caso de la expresión methodus sciendi, empleada por primera vez por este hombre nacido en Tuy.

Antes de pasar a mencionar algunas de las características de su obra, cuyo análisis supone una gran parte de la tesis, proponemos algunas de las causas que llevaron a que sus escritos fueran poco o nada conocidos. La más conspicua de todas pudo ser que el texto estaba escrito en latín, lenguaje culto que paulatinamente iba cediendo terreno a los idiomas modernos. Además, inserta en la obra, parece haber una gran contradicción, como desde el título se indica: no parece lógico afirmar que nada se sabe, pues al menos se sabría una cosa y sería eso mismo, que nada se sabe. Asimismo, en la propia obra clave de Francisco Sánchez se trata de proponer un sistema para la ciencia, lo cual atentaría directamente contra uno de los principios escépticos básicos: lo no afirmación dogmática de nada. Sin embargo, para descargar un poco la acusación en este punto, quiero aclarar que la propia forma en la que Sánchez expresa sus propuestas, con cautela y precaución, muestra un talante escéptico deseoso de crear alguna certeza para la ciencia que permita apoyarse al ser humano en el aspecto gnoseológico.

Es el Que nada se sabe de Francisco Sánchez una obra ágil, de fácil y rápida lectura, llena de interpelaciones al lector, vocativos, apelaciones, interjecciones, preguntas y exclamaciones. Es una obra escéptica, aunque a veces da la impresión de tratar de proponer algo. Sin embargo, la misma propuesta de método de ciencia no es realizada en ella, sino que es pospuesta a otra obra no conservada y, quizá, nunca escrita. Es una obra muy de su tiempo, preocupada por el modelo de ciencia heredado de la Edad Media. Es una obra crítica, ácida incluso en determinadas ocasiones. Es una obra que indica que leyó a Sexto Empírico, aunque la honestidad intelectual nunca fue el fuerte de Sánchez, pues nunca o casi nunca menciona el origen de sus fuentes. Es, fundamentalmente, la obra de un hombre inteligente, de una mente aguda, disconforme con el saber establecido de su tiempo.

Sánchez presenta a lo largo de las líneas de su libro una marcada preocupación didáctica que da a la obra una incuestionable actualidad, ante la necesidad, tanto antes como ahora, de ofrecer a los estudiantes un modelo académico que realmente les sirva para aprender y motivarse.

La crítica de Sánchez es universal. Prácticamente no hay ninguna figura de la filosofía o de la enseñanza que no ataque y acuse.

Es un objetivo de la presente tesis, así como establecer por fin los cauces de recuperación del escepticismo en el Renacimiento de una forma ordenada y desde una perspectiva global, el ayudar a reconocer la importancia filosófica de un hombre como Francisco Sánchez. En el presente discurso he tratado de evitar el tema sobre la patria española o portuguesa del tudense, tema que tanto ha distraído la atención de los investigadores que podrían haber ayudado a restaurar antes la categoría de Sánchez. Sobre su origen tudense ya no cabe ninguna duda. Ahorremos, pues, el tiempo y el esfuerzo dedicado a este asunto y ciñámonos a los aspectos realmente importantes: la calidad de su filosofía y su peso específico en el panorama de la historia del pensamiento.

Es también importante, en este punto cercano al final del discurso, aclarar que una tesis sobre escepticismo puede parecer una aporía, puede dar la impresión de estar afectada por una contradicción interna insoslayable: ¿Cómo afirmar algo sobre una corriente filosófica que trata de no afirmar dogmáticamente nada?

La clave de la respuesta puede parecer sutil, pero es válida en mi opinión. Cualquier afirmación puede ser hecha, para el escéptico, siempre que vaya acompañada de la habitual profesión que, a modo de letanía, debe repetir y ésta es una simple expresión griega: hós hémoi phaínetai: o lo que es lo mismo: según a mi me parece.