Philosophical Skepticism

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El escepticismo renacentista de Pedro de Valencia

Manuel Bermúdez Vázquez – Universidad de Córdoba

Pedro de Valencia

Pedro de Valencia nació en Zafra en el año 1555, hijo de Melchor de Valencia, natural de Córdoba, y de Ana Vázquez, oriunda de la provincia de Badajoz1. Comenzó sus estudios en la escuela de Zafra, donde fue su maestro Antonio Márquez, pariente suyo y buen poeta latino. Alrededor de 1568 la familia se trasladó a Córdoba y en esta ciudad prosiguió Pedro sus estudios en el Colegio de la Compañía de Jesús. Durante esta etapa cordobesa recibió clases de Francisco Gómez, quien le infundió su interés por los estudios de carácter bíblico.

Pedro de Valencia fue a Salamanca a estudiar leyes movido por la influencia de sus padres, quienes no querían que su único hijo estudiara Teología. Debió permanecer aquí hasta el año 1576. Fue un alumno brillante y destacado en teología y humanidades clásicas, clases a las que asistía pidiendo permiso. Según el manuscrito de la Biblioteca Nacional que utilizamos2, aunque parece un hecho algo nebuloso, habiendo llegado a sus manos en el año 1566 una edición de los poetas épicos griegos –titulada Poetas heroicos griegos-, pidió a Francisco Sánchez el Brocense3 que le enseñara bien esta lengua4. Parece ser que adquirió la traducción latina de los Salmos de Arias Montano, a quien rápidamente empezó a admirar. Nuestro autor se gradúa en leyes y, tras la muerte de su padre, se traslada a Zafra donde se dedica a leer gran cantidad de clásicos, latinos y griegos. Durante este periodo, en el que no dejó de dedicarse también a las leyes, consiguió un ejemplar de la Biblia regia de Arias Montano, lo que no hizo sino aumentar su admiración por éste. Un amigo común de Pedro de Valencia y Arias Montano, Sebastián Pérez, Obispo de Osma, puso en contacto a ambos autores. Pedro pasó con Montano dos años, entre 1578 y 1579, en la Peña de Aracena, aprendiendo tanto hebreo como las Sagradas Escrituras.

En 1587 Pedro de Valencia se casó con su prima Inés de Ballesteros, consiguió la dispensa de Roma gracias a la intercesión de Arias Montano. La nota biográfica dice que tuvo cinco hijos5 y, tras la relación de éstos, hace una lista de sus mejores amigos6 y termina con estas palabras:

“Vivió 64 años, con muy buena salud, hasta un año antes de morir, que se fue enflaqueciendo y melancolizando de manera que pasaba con desconsuelo y desaliento, que fue creciendo hasta que murió (en el año 1619)”7.

Menéndez Pelayo consigna que este manuscrito con la biografía de Pedro de Valencia debió pertenecer a Juan de Fonseca y Figueroa, sumiller de cortina del Felipe IV8. Parece ser que fue un encargo suyo que se redactó en forma de respuestas a un interrogatorio establecido con objeto de determinar las noticias biográficas de Pedro de Valencia. Sin embargo, a pesar de que el manuscrito de la Biblioteca Nacional supone una fuente muy importante sobre la vida del autor que ahora nos ocupa, no deja de ser un documento incompleto y con un gran vacío en relación con los últimos años de su vida. Menéndez Pelayo utiliza las referencias de Nicolás Antonio para completar el panorama referente a la vida de Pedro de Valencia9.

Parece ser que Felipe III nombró en 1607 a Pedro de Valencia Cronista Real, lo cual probablemente sirvió para que el pensador de Zafra tuviera cierto desahogo económico. Aquí se presenta una primera contradicción sobre la fecha de la muerte de Pedro de Valencia, Menéndez Pelayo recoge que ésta se produjo en 1620 y no en 1619 como establece el manuscrito de la Biblioteca Nacional10. Sin embargo parece más probable que la fecha de su muerte fuera el 10 de abril de 1620, ya que el 25 de marzo de ese año otorgó testamento11 y la fecha arriba consignada aparece en algunos de los fragmentos conservados como la del óbito.

Pedro de Valencia fue un hombre de un saber enciclopédico, conocía todos los autores grecolatinos a los que leyó con fruición a lo largo de toda su vida. Su condición de erudito de primera línea hizo que su domicilio, primero en Zafra y luego en la madrileña calle de Leganitos donde vivió en su periodo como Cronista Real, fuera lugar de referencia para solicitar una opinión autorizada, un consejo tanto de tipo legal como filológico, bíblico, etcétera. En palabras de Menéndez Pelayo “fue respetada siempre su autoridad como sabio; mantúvose en su mano vigorosa el cetro que había empuñado Arias Montano12.

Las obras de Pedro de Valencia han permanecido, en su mayor parte, inéditas. Salvo su obra principal, que es la que aquí nos ocupa fundamentalmente –Academica-, el resto de sus escritos corrieron una suerte muy desdichada, pues no fueron publicadas en vida del autor, ni siquiera en los siglos posteriores. Habrá que aguardar hasta el siglo XX para que algunos de sus escritos vean la luz. Uno de los motivos que, desde la crítica, se ha argüido para justificar esta falta de publicación ha sido la innata modestia de Pedro de Valencia, autor que, quizá convencido de la falta de valor de su obra y tal vez abrumado por la figura de su maestro Arias Montano, nunca hizo hincapié en la publicación.

Sus escritos abarcan un amplio arco de temas y contenidos, desde los asuntos bíblicos y religiosos13 hasta temas de crítica literaria14, pasando por sus escritos filosóficos o sus escritos de asuntos sociales y económicos15. Antes de detenernos en el análisis de su obra filosófica, debemos hacer un alto en dos de los escritos de carácter social que redactó Pedro de Valencia. El primero sería el Discurso acerca de los cuentos de las brujas y cosas tocantes a magia, dirigido a Bernardo de Sandoval, arzobispo de Toledo e Inquisidor General. Los motivos que provocaron la redacción de esta obra fueron los sentimientos terribles que tuvo Pedro de Valencia al leer la relación de lo que ocurrió en el auto de fe de Logroño de 1610, donde murieron cincuenta y tres mujeres acusadas de brujería. En esta obra Pedro de Valencia, que nunca fue sacada a estampa, expresa su opinión de que las brujerías y las reuniones de brujas, los aquelarres, pueden explicarse de varias maneras, pero todas ellas naturales. En su opinión son cuestiones propias de gentes marginales que deben ser tratadas con blandura y no con rigurosidad. El de Zafra se valdrá de su vastísima erudición en asuntos clásicos para exponer sus tesis de defensa del buen sentido ante un tema como la brujería. Expone su explicación de los misterios de Eleusis y las Bacanales, utilizará una larga lista de autores clásicos e incluso tradujo algunos versos de las Bacantes de Eurípides16. Todo ello enmarcado en cierta crítica a la Inquisición, cuyos métodos carecían de garantías jurídicas y basaban la obtención de confesiones en la tortura.

La segunda obra que merece cierta atención es el Discurso sobre el pergamino y láminas de Granada17. Pedro de Valencia se oponía firmemente a los que defendían la autenticidad del pergamino y las láminas encontradas en Granada. Esto ocurrió en el año 1588, cuando se sacaron a la luz, al derruir una antigua mezquita para construir la nueva catedral, unas cajas de plomo18 que contenían algunas reliquias y pergaminos escritos en tres lenguas, árabe, latín y español. La clave de estos textos era la intención de elaborar cierto sincretismo entre el Islam y el cristianismo, probablemente llevado a cabo por moriscos preocupados por mostrar la continuidad entre el cristianismo y el Islam, con el fin de evitar los enfrentamientos que existían entre cristianos viejos y cristianos nuevos. Para lograr este objetivo consideraron que la vía del sincretismo era la más fácil y para ello escribieron unos textos que trataron de atribuir a algunos compañeros de Santiago a quien la tradición española atribuía el apelativo de “matamoros”. Estos pergaminos de los “plomos de Granada” están presentados como escritos por los mismos que, al lado de Santiago y según la tradición, habían evangelizado España: Cecilio, primer obispo de Granada, Thesiphon e Indalecio. La cuestión principal que establecen los pergaminos es que estos compañeros venidos de oriente con Santiago, eran árabes. Cecilio se llamaba antes de su bautizo Ibn al-Radi, Thesiphon era Ibn Athar, descendiente del profeta árabe Salih (del que se habla en el Corán VII, 73-82) e Indalecio se llamaba antes Ibn al-Mogueira. Sin embargo, estos manuscritos eran completamente falsos, redactados probablemente por algunos moriscos que intentaban cambiar su situación que era bastante dura tras los levantamientos armados que duraron de 1568 hasta 1571. A partir de la aparición de estos pergaminos se inició una polémica terrible sobre su autenticidad, polémica avivada por el propio arzobispo de Granada, Pedro de Castro, quien dio cierta credibilidad a los documentos y alentó a los partidarios de ésta. El Vaticano tuvo que intervenir en la cuestión, convocando una asamblea para decidir sobre ello. San Juan de la Cruz formó parte de esta asamblea como uno de los miembros expertos. Arias Montano, el maestro de Pedro de Valencia, fue uno de los primeros eruditos en ser consultados e indicó que los pergaminos eran mixtificaciones. La conclusión de Pedro de Valencia es tajante: “Tengo para mí que es todo ello impostura y engaño muy reciente, compuesto por hombres que por ventura viven hoy, y por hombres indoctos en la historia y doctrina eclesiástica y en las letras humanas y lenguas antiguas…, que si hubieran tenido aparato de erudición, muy más verosímil podrían haber hecho el engaño”19.

Y así pasamos al análisis de su obra más importante e influyente, Academica sive de iudicio erga verum ex ipsis primis fontibus20, aparecida en Amberes en 1596, si bien terminada probablemente alrededor del año 159021. Dedicada a García de Figueroa, camarero de Felipe III, esta obra de Pedro de Valencia gozó de un éxito y una fortuna editoriales extraordinarios. Si bien es cierto que la segunda edición habrá de esperar hasta el año 1740, entre este año y 1797 será reimpresa al menos cuatro veces: en 1740 en París y Londres y en Madrid en 1781 y 1797. También hubo un artículo detallado con una discusión crítica sobre este trabajo del de Zafra en la Bibliotheque Britannique, del año 1741, escrito por Durand22.

El primer hombre interesado en reimprimir la obra de Pedro de Valencia fue José Olivet, quien se encontraba embarcado en un proyecto ambicioso para publicar las obras de Cicerón. Así pues, insertó Academica, de Pedro de Valencia, después de la obra de Cicerón. Esta edición gozó de mucho éxito, de hecho, ediciones posteriores de la obra de Cicerón contarán con Academica sive de iudicio como parte de ellas.

La obra de Pedro de Valencia que se ocupa del escepticismo académico expuesto por Cicerón surgió como respuesta al requerimiento de su amigo García de Figueroa, al que va dedicada. Éste había solicitado a Pedro de Valencia un estudio que arrojase mayor claridad sobre los problemas de interpretación que traía consigo Academica de Cicerón. Sin embargo, el zafrense irá mucho más lejos. Pedro de Valencia se preocupará por establecer de una forma crítica y clara la evolución del escepticismo académico en la antigüedad. De hecho podemos afirmar que lo hará más bien desde una perspectiva histórica que filosófica; se mostrará más interesado en establecer los hechos históricos que aplicarlos a su propia filosofía23. Pedro de Valencia, como gran erudito y conocedor de fuentes clásicas, utilizará una gran cantidad de fuentes primarias en su intento de situar, presentar y aclarar las diversas posiciones escépticas. Entre las fuentes que utiliza están Diógenes Laercio, Galeno, Plutarco y Eusebio. Empleó a estos autores para reconstruir la terminología escéptica en griego24, sin embargo este intento por alcanzar la máxima precisión se vio truncado porque no dispuso del texto de Sexto Empírico en el original griego25.

La discusión fundamental que se lleva a cabo en esta obra de Pedro de Valencia versa sobre la certeza del conocimiento y el establecimiento de un criterio de verdad. El análisis crítico que realiza el autor abarca desde Sócrates a Cicerón. Comienza con Platón y sus discípulos Espeusipo y Jenócrates, quienes siguieron escrupulosamente la doctrina del maestro; más tarde menciona la inclusión de los primeros elementos ciertamente escépticos en la Academia por parte de Arcesilao, incluso estudia la posición de los escépticos pirrónicos.

Por la cronología en la que Academica sive de iudicio fue escrita y por la mención, aunque muy breve, a los pirrónicos, podemos consignar aquí que Pedro de Valencia dispuso de la traducción latina de Hipotiposis pirrónicas, o bien la edición de 1562 de Stephanus o bien la edición de 1569 de Hervetus. Ahora bien, el hecho de que la obra fuera un comentario a Academica de Cicerón y el carácter escrupuloso como erudito de lenguas clásicas que tenía Pedro de Valencia, carácter que le impedía hacer un análisis preciso de una obra de la que no disponía del original griego, pueden valer como razones más que suficientes para comprender que el escepticismo pirrónico no tuviera una mayor cabida en esta obra. Lo cual no deja de ser ciertamente paradójico ya que a esas alturas del siglo XVI el escepticismo académico, como hemos indicado antes, estaba en franca decadencia respecto al escepticismo pirrónico que se había mostrado mucho más versátil, una vez recuperadas sus fuentes, para las cuestiones intelectuales que se dirimían en el Renacimiento.

Pedro de Valencia, tras exponer la postura pirrónica, continúa su obra con unas líneas sobre la opinión estoica, sigue con Carnéades y termina hablando de los cirenaicos y de los epicúreos26. El pensador de Zafra esperará hasta el final mismo de la obra para dejar entrever su postura respecto al escepticismo académico; aunque da la impresión de querer aparentar una posición equidistante, más propia para un análisis crítico preciso, en realidad se declara favorable a esta rama del escepticismo afirmando además su fideísmo al indicar que la única fuente posible de conocimiento seguro se obtiene a través de Dios 27.

Academica de Pedro de Valencia es una obra muy importante, tanto en el contexto en que apareció por lo que suponía –significaba, entre otras cosas, que al final del siglo XVI la obra de Cicerón había sido totalmente asimilada y formaba parte del contexto cultural de la época-, como por el elevado número de ediciones de la misma que aparecerán en el siglo XVIII. Podemos considerarla como un texto de historia de la filosofía y, en el momento en que fue escrita, pocas obras se le pueden comparar en rigurosidad, manejo de fuentes y reflejo fiel de las opiniones de los autores presentados.

Confiamos en que las breves páginas que hemos dedicado a Pedro de Valencia en la presente tesis sirvan para paliar, en una modesta medida, la falta de estudios sobre la importancia de la figura de este autor no sólo ya para la historia del escepticismo y su recuperación en el Renacimiento, sino también para situarlo en el lugar que se merece en el marco de la historia intelectual de nuestro país y también de Europa.


  1. La biografía de Pedro de Valencia se halla redactada en el manuscrito 5781 de la Biblioteca Nacional, en los folios 135-136. Esta nota biográfica fue escrita poco después de la muerte del humanista y sobre la autoría de la misma existe cierta discrepancia. Antonio Salazar cree que el que escribió este manuscrito fue Hernando Machado, oidor y fiscal en Chile, también postula a Juan Alonso, hermano de éste, véase Salazar, A., “Arias Montano y Pedro de Valencia”, Revista de estudios extremeños, 1959, p. 475-493. Otro investigador, Jaime Sánchez Romeralo, ha indicado que la letra de esta nota biográfica que nos ocupa es de Juan Moreno Ramírez, el que fue cuñado de Pedro de Valencia. Véase Sánchez Romeralo, J., “Pedro de Valencia y Juan Ramírez”, en Actas del III Congreso Internacional de Hispanistas, México, 1970, pp. 795-806.
  2. El manuscrito, aunque incompleto, también aparece en Menéndez Pelayo, M., “Apuntamientos biográficos y bibliográficos de Pedro de Valencia”, en Ensayos de crítica filosófica, edición nacional de las obras completas de Menéndez Pelayo, Santander, 1948, pp. 240-243.
  3. Este Francisco Sánchez es bien distinto del otro, llamado por Pierre Bayle “el escéptico” autor de Quod nihil scitur.
  4. También como dato anecdótico cabe señalar que la edición del libro Poetas heroicos griegos fue llevada a cabo por Henrico Estéfano, o Henri Estienne, también conocido como Henricus Stefanus, el editor que en 1562 sacó a estampa la edición latina de Hipotiposis pirrónicas de Sexto Empírico, cambiando con la aparición de este texto todo el panorama intelectual del Renacimiento referente al escepticismo.
  5. Parece ser que cinco hijos fueron los que sobrevivieron, pero debió tener al menos siete.
  6. Por supuesto que la lista comienza con Arias Montano, sigue con los hermanos Machado –Hernando, Francisco y Juan Alonso-, Alonso Ramírez de Prado y su hijo Lorenzo, el cardenal de Toledo, el duque de Feria, el conde de Lemos y los restantes. Para la lista completa véase Menéndez Pelayo, art. cit., p. 242.
  7. Biblioteca Nacional, manuscrito 5781, p. 136.
  8. Menéndez Pelayo, art. cit., p. 240.
  9. Ibidem, p. 243.
  10. Existen otros elementos discrepantes sobre la biografía de Pedro de Valencia, como por ejemplo su ciudad natal, que otras fuentes dicen que fue Córdoba. De todos modos, Pedro de Valencia siempre se llamó a sí mismo “zafrensis”, lo cual confirmaría el dato ofrecido por la nota biográfica.
  11. Si bien el testamento de Pedro de Valencia no se ha conservado, sí que disponemos de algunas de las cláusulas que lo componían pues éstas aparecen en el documento solicitado por su esposa sobre la curaduría de sus hijos, véase López Navio, J., “Nuevos datos sobre Pedro de Valencia y su familia”, Revista de estudios extremeños, 1972.
  12. Menéndez Pelayo, art. cit., p. 243.
  13. Entre estas obras destacan: Exposición del primer capítulo del Génesis, Comentarios al versículo de San Lucas I, 66, Comentario sobre el Padre Nuestro, De la tristeza según Dios y según el mundo, etc. Para un elenco completo de los manuscritos existentes, véase Menéndez Pelayo, art. cit., p. 244 y ss.
  14. Aquí debemos señalar su conocida Carta de D. Luis de Góngora en censura de sus poesías, incluida en Smith, C. C., “Pedro de Valecia´s letter to Góngora (1613)”, Bulletin of Hispanic studies, XXXIX, 1962, pp. 90-91. Góngora escribió a Pedro de Valencia en busca de un dictamen crítico sobre su obra y esta carta sería la respuesta del de Zafra. Mientras que Menéndez Pelayo consideraba que Góngora acudió a Pedro de Valencia “en fingida demanda de consejo” y también declaraba que el autor que nos ocupa “fue el primero en dar el grito de alarma contra las audaces innovaciones de don Luis de Góngora” (Menéndez Pelayo, art. cit., p. 238), la verdad es que parece que Góngora tenía en muy alta estima los juicios de Pedro de Valencia y la prueba es que cambió los cuatro pasajes concretos del Polifemo y las Soledades que Pedro le critica.
  15. Entre estos cabe destacar dos temas principales que ocuparon a Pedro de Valencia y que le hicieron participar en polémicas de diversa índole: el tema de la brujería y los abusos de los autos de fe y el asunto de la autenticidad de los plomos de Granada.
  16. Menéndez Pelayo incluye muy poca información sobre esta obra, limitándose a consignar la inserción del fragmento de las Bacantes y poco más. Cfr. Menéndez Pelayo, art. cit., p. 244.
  17. Pedro de Valencia escribe estas obras bajo el título de Discursos, esto es, ensayos o tratados.
  18. Cervantes hace una parodia de estas cajas en la parte final del primer libro de Don Quijote.
  19. Pedro de Valencia, Discurso sobre el pergamino láminas de Granada, 1607, manuscrito de la biblioteca del Marqués de la Romana, incluida hoy en la Biblioteca Nacional, citado este manuscrito por  Menéndez Pelayo, art. cit., p. 249 (el texto no lo incluye Menéndez Pelayo).
  20. El título completo lo ofrece Menéndez Pelayo y es Academia sive de iudicio erga verum ex ipsis primis fontibus, opera Petri Valentiae Zafrensis in extrema Baetica. Antuerpiae ex officina Platiniana apud viduam et Joannem Moretum 1596. Menéndez Pelayo, art. cit., p. 252.
  21. Cfr. Schmitt, Ch. B., Cicero scepticus, p. 74, n. 148.
  22. Schmitt hace referencia a este artículo de la Biblioteca Británica pero sin señalar quién fue el autor, véase Schmitt, Ch. B., op. cit., p. 74. Menéndez Pelayo, más agudo, indica que el autor del artículo sobre Academica de Pedro de Valencia fue Durand. Véase Menéndez Pelayo, art. cit., p. 254. Respecto al tomo en que aparece este artículo hay diferencia de opiniones entre Menéndez Pelayo, que lo incluye en el tomo 15 y Charles Schmitt, quien considera que aparece en el tomo 18.
  23. Serrano y Sanz, M., Pedro de Valencia, estudio biográfico-crítico, Badajoz, 1910, pp. 87-91.
  24. Idem.
  25. De hecho la editio princeps del texto en griego de Hipotiposis pirrónicas y el Contra los profesores de Sexto Empírico habrá de esperar hasta el año 1621 cuando los hermanos Chouet la sacan a la luz, mientras que la primera edición de Academica de Pedro de Valencia apareció en 1596.
  26. Véase Menéndez Pelayo, art. cit., p. 253.
  27. Cfr. Solana, Marcial, Historia de la filosofía española. Época del Renacimiento (siglo XVI), Madrid, 1941, I, pp. 357-376.