Philosophical Skepticism

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La recepción del escepticismo en la Edad Media y el Renacimiento

Manuel Bermúdez Vázquez – Universidad de Córdoba

Edad Media

1. La recuperación del escepticismo en el Renacimiento no fue un fenómeno surgido de la nada. No ocurrió que, repentinamente, los textos de origen escéptico hubieran alcanzado fama al aumentar su difusión y su disponibilidad con la reaparición de los libros procedentes de la antigua Grecia. El escepticismo, si bien de una forma muy sutil, atravesó latente pero vivo los siglos de la Edad Media. Fruto de esta existencia mitigada será el resurgimiento del interés por la corriente de la duda en los siglos XV, XVI y XVII.

2. Uno de los primeros en producir esta situación en la Edad Media fue el propio San Agustín. Este, probablemente a su pesar, pudo provocar ciertas actitudes escépticas con la utilización de algunas herramientas de esta corriente. Ahora bien, el hecho de que el de Hipona hubiera dado origen a esta situación no significa que se le pueda considerar un integrante de la escuela escéptica. Una de las claves fundamentales de esta cuestión es que los perfiles escépticos medievales se han sostenido en el progresivo debilitamiento de la razón llevado a cabo por una importante corriente intelectual de la época, a cuya cabeza podríamos situar a San Agustín.

3. El agustinismo sentó las bases para cierto escepticismo medieval, siempre muy mitigado y de escasas raíces pirrónicas. El tipo de duda medieval será, en la mayor parte de las ocasiones, de origen académico, en cuyas bases se encontraba el pensamiento platónico. Tras esta línea de pensamiento en la que la duda tiene cierta cabida podemos situar, siempre con muchas cautelas y precauciones, a Juan Duns Escoto, Guillermo de Ockham y Nicolás de Autrecourt. Estos autores presentan vetas de duda en su obra, probablemente persiguiendo fines distintos de los escépticos y más orientados hacia la intensificación de la falta de confianza en el conocimiento que hacia la meta de la suspensión del juicio y la ataraxia.

4. La cuestión fundamental del escepticismo en la Edad Media será cómo determinar qué autores pueden ser considerados escépticos. El problema surge porque, a pesar del carácter débil del escepticismo en estos siglos, muchos pensadores y filósofos utilizarán elementos y herramientas propios de esta corriente. Si debiéramos etiquetar como filósofo escéptico a todo intelectual que recogiera en su obra algún detalle de Arcesilao, Carnéades, Enesidemo o Sexto Empírico deberíamos redactar una lista interminable con nombres que no encajarían con el ideal de pensador escéptico, ya sea académico, ya pirrónico. El problema radica en que la mayor parte de estos filósofos medievales utilizarán los argumentos escépticos de una forma instrumental y, además, temporal, como simple elementos pasajeros útiles para llevar el discurso a su terreno y, de este modo, dar un remate más oportuno a la exposición de sus ideas y propuestas –ello habida cuenta de la utilidad manifiesta de los tropos y argumentos escépticos para acabar prácticamente con cualquier postura filosófica dogmática-.

5. El verdadero dilema de la crítica académica contemporánea es un problema de interpretación del peso específico de los argumentos escépticos en las obras de estos filósofos medievales que los utilizaron. Al ser una cuestión fundamentalmente de interpretación, aún no se ha llegado a ninguna conclusión que permita afirmar la adscripción escéptica de muchos de estos autores. Sobre todo, las disputas eruditas han girado en torno a Guillermo de Ockham y Nicolás de Autrecourt, probablemente por ser los dos autores más importantes en cuanto a la utilización de material escéptico se refiere. La respuesta más aceptada sobre este primer autor ha sido la de que no presenta implicaciones escépticas más allá de las que podían presentar otros autores contemporáneos, lo cual nos lleva a decir que Ockham no fue un escéptico puro ni se puede decir que su propuesta epistemológica presentara consecuencias escépticas. El caso de Nicolás de Autrecourt es aún más complejo, ambiguo y difícil de determinar.

6. Así pues, el escepticismo atraviesa la Edad Media en su vertiente académica sobre todo, dentro de una cierta teología cristiana –en menor medida también judía y musulmana (es en esta última donde tiene cabida el averroísmo latino y su doctrina de la doble verdad, con Siger de Brabante como ejemplo)-. El interés que origina la continuidad de la existencia de esta corriente académica sería el descrédito de la razón frente a la revelación de la fe. Frente a este tipo de escepticismo, el de carácter pirrónico transcurrirá los años de la Edad Media en el letargo de unas obras prácticamente ignoradas, desaparecido del panorama filosófico sepultado por la fuerza del dogmatismo predominante.

7. Nicolás de Autrecourt parece el único pensador medieval cuyo marcado carácter escéptico ha puesto de acuerdo a la mayor parte de la crítica contemporánea. Sus posturas sobre la inexistencia de las relaciones causales, de las sustancias y la imposibilidad de confiar en la inducción le valieron esta consideración. Ahora bien, a pesar de que estas características y opiniones, por sí solas, no nos permitirían llamar escéptico a Autrecourt, este, además, al final del camino filosófico que lleva a cabo, critica las propuestas académicas y sus conclusiones escépticas proponiendo, a su vez, una exposición más positiva de la confianza en los sentidos y la propia razón. Es esta la postura paradigmática de un pensador medieval que utiliza elementos escépticos. En el camino es escéptico y, una vez alcanzada la meta, deja de serlo. Podemos encontrar escepticismo en Autrecourt, en la idea de que la razón y los sentidos, a pesar de ser tenidos en cuenta como instrumentos valiosos y positivos, no pueden aportar seguridades ni darnos conocimiento cierto e indubitable sobre la existencia de las sustancias de las cosas. También hay escepticismo en la afirmación de que ni la causalidad ni el razonamiento inductivo están garantizados, a pesar de ser procesos muy naturales y simples e insertos muy profundamente en la psique humana. Pero no hay escepticismo al final del camino, en la crítica a las posturas académicas, como tampoco es escéptica la sustitución de sus conclusiones.

8. Autrecourt se imbrica en la tradición entre escepticismo y realismo. Tenía una teoría del conocimiento, lo cual ya era, en cierto modo, una contradicción con los elementos escépticos que utiliza para arribar a ella y defenderla de las teorías rivales. Usadas estas herramientas propias del escepticismo, llega a la conclusión de que el ser humano podía conocer con certeza las cosas de su alrededor si estas aparecían con claridad. Este concepto de claridad lo expone vagamente y con gran indefinición. Esta característica hace de él más un empírico que un escéptico. Reservará el escepticismo para atacar los intentos racionalistas de apoyar y garantizar el principio de causalidad y las sustancias, conceptos sobre los que no tenemos experiencia. Su convicción de la seguridad de la percepción sensible lo aleja aún más del escepticismo, haciendo de él un pensador escéptico “por etapas” y, una vez alcanzada la conclusión y meta de su edificio teórico, se transforma más bien en un empírico al que no le importa usar el escepticismo como instrumento.

Renacimiento

1. El escepticismo, en sus dos vertientes –académica y pirrónica-, será recuperado en el Renacimiento, después de su papel secundario en la historia del pensamiento durante la Edad Media. En el amplio panorama de estudios humanísticos, el escepticismo será un invitado de excepción y se convertirá en objeto de una atención que irá aumentando paulatinamente conforme se vaya descubriendo la utilidad de las herramientas escépticas en el terreno abonado de las disputas religiosas fruto de la Reforma protestante. Los tropos escépticos se mostrarán especialmente útiles en los debates religiosos de la época para destruir las argumentaciones del adversario, ello conforme a la característica tradicional del escepticismo como corriente de pensamiento ideal para una crítica demoledora. Fundamentalmente será en el campo del catolicismo donde la corriente de la duda encuentre su mejor desarrollo, pues la iglesia tradicional opondrá a las propuestas reformistas las dudas escépticas con objeto de que la única salida viable que quede sea el recurso de la fe y la revelación que estaban en manos del catolicismo. La Iglesia Católica será la única institución capaz de interpretar las cuestiones religiosas frente a interpretaciones aventuradas propuestas por los reformistas. Será aquí donde el escepticismo encuentre su mejor aliado para resurgir de su oscuro olvido medieval.

2. La reaparición del escepticismo en el Renacimiento se articula en torno a la recuperación de las obras de tres pensadores fundamentales para la historia de la corriente de la duda: Diógenes Laercio y sus Vidas de Filósofos Ilustres, Cicerón y su obra Cuestiones académicas y Sexto Empírico con sus Hipotiposis pirrónicas. Junto con estas obras existen otras de marcado carácter escéptico, tanto de estos autores como de otros (Aulo Gelio, Plutarco, Galeno y Lactancio, por ejemplo), que también tienen importancia, sin embargo serán estas tres las que mayor influencia generen en el desarrollo y evolución posterior del escepticismo y las que mayor valor tienen per se para esta corriente de pensamiento. Así pues, podemos establecer con claridad que la determinación del entramado del escepticismo en el Renacimiento está en correcta interpretación de la traducción, discusión y difusión de las tres obras arriba mencionadas.

3. La primera de estas tres obras en torno a las cuales se vertebra la reaparición del escepticismo, Vidas de filósofos ilustres, de Diógenes Laercio, fue traducida en 1433 por Ambrosio Traversari. Esta traducción gozará de gran éxito y difusión y, a partir de la segunda mitad del siglo XV, empezarán a surgir las ediciones de la misma y a multiplicarse la presencia de ejemplares de este libro. Traversari, el traductor, ocupó un lugar preeminente en la recuperación escéptica ya que la obra que vertió al latín será, prácticamente, la única fuente del escepticismo pirrónico hasta el siglo siguiente. De este modo, su disponibilidad, a falta de otro material del escepticismo, hizo que la obra de Diógenes Laercio fuera muy importante y muy consultada. Será con esta traducción de Traversari con la que el término latino scepticus alcance difusión y se convierta en una palabra de uso común. Si bien este vocablo ya aparecía en algunos manuscritos medievales en latín de Sexto Empírico y también en Aulo Gelio, recogida, eso sí, en caracteres griegos, el uso de esta palabra era considerado inusual y el éxito no le vendrá hasta la traducción del humanista italiano.

4. Hasta la traducción de la obra de Sexto Empírico, será Cicerón y su obra Cuestiones académicas quien ocupe el lugar clave para el desarrollo del escepticismo, primero en la Edad Media y luego en el Renacimiento. Cicerón representa la mayor exposición del escepticismo académico de la literatura latina, de modo que su hegemonía en estos primeros años del Renacimiento provocará que la rama académica sea la más tenida en cuenta por el mundo intelectual.

5. La influencia de Cicerón en la Edad Media es manifiesta. Tenemos autores como John de Salisbury y Henry de Gante que muestran claras deudas filosóficas respecto a la obra escéptica del romano. Estos dos autores serían ejemplos claros del paso de la vertiente académica por los siglos del medioevo. Antes de estos dos, pero fuera del marco medieval, también tendríamos a dos autores que bebieron directamente de Cicerón y sus Cuestiones académicas, son Lactancio y San Agustín. El primero desarrolló una de las formas más antiguas de fideísmo (la propuesta según la cual la fe debe imperar frente a una razón debilitada e incapaz de elaborar juicios seguros) practicando una aproximación positiva hacia el escepticismo académico y el segundo ejercerá una influencia enorme en los pensadores medievales, aunque su visión del escepticismo sea más negativa y opuesta. En todos estos autores la influencia de Cicerón es patente, lo cual nos lleva a comprobar que el academicismo siguió vivo durante la Edad Media y gozó de una importancia relativa, si bien no podemos decir que disfrutara de una atención preferente. Con el aumento de las preocupaciones epistemológicas que se produjo en el siglo XIV las tendencias escépticas verán aumentado su campo de actuación.

6. A pesar de que Cicerón fue un autor muy trabajado y utilizado por los humanistas como uno de los paradigmas clásicos, su obra Cuestiones académicas no tuvo la atención que otras obras del romano sí tuvieron. Probablemente el motivo que condujo a esa situación fue que en este diálogo, pues el libro tiene forma de diálogo, el Cicerón habitual no tiene cabida. La imagen que el autor da de sí mismo no encajaba con la idea general que en el Renacimiento se tenía de él. Considerado como un pensador importante y un orador extraordinario, la postura que adopta en Cuestiones académicas es bastante sorprendente e inusual: el escepticismo académico. Probablemente los humanistas se desconcertaron ante el hecho de ver en Cicerón a un pensador que atacaba a las escuelas filosóficas principales. La editio princeps de esta obra de Cicerón data del año 1471. En poco tiempo aparecieron otras ediciones y la disponibilidad fue aumentando sin detenerse. Será en 1535 cuando aparezca la obra por separado, no incluida en ediciones de obras completas. Es a partir de esta década cuando el interés por la obra escéptica de Cicerón cambia desde una perspectiva más filológica y textual hacia la valoración de sus implicaciones filosóficas. Probablemente fue necesario el transcurso de cierto tiempo para dar oportunidad a las ideas del escepticismo a ir calando entre los intelectuales para que perdieran la pátina de extravagancia que podían tener unos años antes.

7. En el periodo que transcurre desde el año 1535, cuando se edita Cuestiones académicas como una obra independiente y comienza el aumento de su valoración filosófica, hasta que se disponga con facilidad de otro material escéptico, concretamente de la obra de Sexto Empírico y la exposición del escepticismo pirrónico hallada en ella, aparecerán unos cuantos pensadores renacentistas que tomarán en cuenta las cuestiones planteadas por el academicismo y les darán cabida en sus obras. Si consideramos que este periodo concluirá alrededor de finales del siglo XVI, ello a pesar de que la primera edición de Hipotiposis fue en 1562, tenemos un periodo de unos sesenta o setenta años en los que el academicismo aún logró pervivir teniendo como escenario el panorama renacentista. Después de este último y pequeño brillo, el escepticismo académico quedará definitivamente relegado ante la mayor pujanza filosófica del escepticismo pirrónico, su mayor alcance intelectual y su mayor versatilidad y utilidad como herramienta destructiva.

8. Entre este grupo de filósofos y pensadores renacentistas que trabajaron, criticaron o simplemente se ocuparon de alguna parcela de la obra Cuestiones académicas de Cicerón, tenemos a Pedro de Valencia, un humanista español poco trabajado por la crítica erudita. Este extremeño, pues nació en Zafra, escribió una obra titulada Academica sive de iudicio en la que se ocupa del escepticismo académico estableciendo de una forma crítica, clara y concisa la evolución de esta rama del escepticismo en la antigüedad. Si bien hay que hacer constar que la perspectiva desde la cual establece este desarrollo de la escuela académica es más histórica que filosófica. En esta obra, Pedro de Valencia analiza desde Sócrates hasta Cicerón conceptos como la certeza del conocimiento y el establecimiento de un criterio de verdad. Probablemente Pedro de Valencia contó con la traducción latina de Hipotiposis (en alguna de sus dos ediciones, la de 1562 de Stephanus o la de 1569 de Hervetus), sin embargo no le dio cabida en su obra, probablemente porque este erudito en lenguas clásicas no trabajaría un libro del que no dispusiera del original griego. A pesar de su intención de mostrarse un estudioso objetivo en su análisis, Pedro de Valencia dejará entrever su postura respecto al escepticismo académico y esta será favorable a esta rama de la corriente de la duda. La obra Academica sive de iudicio fue una obra importante que contó con un elevado número de ediciones que aparecerán en el siglo XVIII. Nuestro balance de este libro es el de un buen texto de historia de la filosofía, escrito con gran rigurosidad y escrupulosidad, manejo de fuentes (entre las que se encuentran Diógenes Laercio, Galeno, Plutarco y Eusebio) y reflejo fiel de las diferentes opiniones de lo filósofos que son presentados en ella.

9. Omer Talon, perteneciente al círculo de Petrus Ramus, fue otro autor que se ocupó de la obra de Cicerón en la que se describe la escuela académica. En 1547 este pensador sacó a la luz un comentario de Cuestiones académicas de Cicerón que fue muy importante debido a su calidad y alcance filosóficos, este comentario llevaba por título De bononiensi scientiarum et artium instituto atque academia commentarii. Este estudio fue el primer intento serio de analizar la obra escéptica de Cicerón. Talon también presentará opiniones favorables a la visión ciceroniana de la academia escéptica. El comentario de Talon siguió la evolución del movimiento académico desde Platón hasta Arcesilao y Carnéades, buscando sus raíces en el pensamiento presocrático y socrático y llegó a buscar una explicación a la razón por la que los académicos llegaron a la conclusión de que no debía emitirse un juicio sobre ninguna cuestión. La obra de Omer Talon habrá que enmarcarla también en el seno de una aguda crítica al sistema universitario imperante y que el círculo de su maestro, Ramus, se dedicará a tratar de derribar sistemáticamente.

10. Frente a esta postura positiva hacia la academia escéptica, aparecerán otros pensadores que se mostrarán contrarios a ella y tratarán de defender el aristotelismo que recibía gran parte de las críticas de los escépticos. Entre estos se encontraba Pierre Galland y Giulio Castellani. El primero en 1551 publicó una obra contra el círculo de Ramus y la nueva academia de talante escéptico. Su crítica principal radicaba en el hecho de que la filosofía propuesta por Ramus, a quien no podemos considerar un escéptico, alejaba al sujeto de la certidumbre. Galland defenderá su postura atacando fuertemente las propuestas rivales, acusará a Ramus de ser un escéptico y también llevará su crítica acerba al discípulo de este, Omer Talon. El problema de esta aproximación crítica de Galland es que considera por igual a Ramus y a Talon, cuando discípulo y maestro presentaban una gran diferencia de posturas filosóficas, sobre todo en lo relativo al escepticismo académico. Ramus, como hemos dicho, puso más hincapié en su ataque a Aristóteles que en su vínculo con el escepticismo. De hecho, aunque Ramus cita en algunas ocasiones varias fuentes académicas e incluso llega a mencionar a Sexto Empírico, no parece ni que la vertiente académica fuera importante en su posición filosófica, ni que tuviera un conocimiento siquiera superficial del autor de Hipotiposis. La verdadera importancia de Petrus Ramus para el escepticismo se encuentra en que a su alrededor se reunieron algunos pensadores que formaron un grupo que recuperó cierto interés en la obra de Cicerón Cuestiones académicas. La crítica de Galland fue, en general, de escaso peso y proyección, poco convincente y falta de argumentos correctos. Su principal ambición será la de defender la escolástica, eso sí, desde una autoridad arrogada gratuitamente. Su reacción parece la de un representante de la autoridad intelectual establecida que veía una amenaza contra la propia integridad la crítica al aristotelismo. Trata, por cualquier medio, de evitar la impugnación de la autoridad de Aristóteles, pero el resultado fue pobre. Por su parte, Giulio Castellani fue autor de Adversus Marci Tullii Ciceronis academicas quaestiones disputatio, aparecida en 1558. La obra muestra la preocupación de este pensador italiano por la reaparición de la filosofía académica, no porque esta fuera un riesgo para la religión, sino porque, en su opinión, colaboraba en socavar la buena filosofía. Será un intento more peripatetico de refutar todos los puntos de los argumentos escépticos expuestos por Cicerón en su obra. Fundamentalmente esta obra puede definirse como una defensa de la epistemología aristotélica frente a la crítica del escepticismo académico.

11. Otro autor que presentó un matiz crítico con el academicismo fue Guy de Brués, también representante del círculo de Ramus, cuya crítica fue más tranquila y atinada. Su obra se titulaba Les dialogues de Guy de Brués contre les Nouveaux Academiciens y fue publicada en 1557. La intención de este libro aparece clara desde el mismo título: refutar los argumentos del escepticismo académico. Sin embargo, los escépticos son tratados con exquisitas maneras en el proceso de crítica e incluso gozarán de la posibilidad de exponer sus perspectivas. Además, todos los argumentos ofrecidos tenían una base filosófica sólida y esta característica, probablemente, ayudó al desarrollo del racionalismo que se producirá en Francia durante el siglo XVII. El hecho de que esta obra estuviera escrita en francés ayudará a su mayor difusión y éxito de público. Les dialogues de Guy de Brués eran un compendio de ideas con discusiones en las que se contenía gran cantidad de material de origen clásico, textos de Platón y Aristóteles, pasajes de Cicerón y todos ellos de primera mano. Este libro supondrá, en cierto modo, el abandono del método escolástico de tratar los asuntos filosóficos y, de este modo, de Brués se sitúa del lado del círculo ramista, que por entonces era un grupo aislado del resto del mundo intelectual por su crítica a la autoridad aristotélica establecida, fundamentalmente, en las universidades. Esta obra tendrá un efecto adverso al perseguido por su autor, por cuanto colaborará en la extensión del escepticismo.

12. El último autor de cierta importancia que se ocupó del escepticismo académico en el Renacimiento fue Joannes Rosa. Este publicó en 1571 un comentario sobre Cuestiones académicas. Este intento no gozó de éxito, la obra no fue reimpresa y su influencia debió ser pequeña, sin embargo, debemos hacer notar que fue una obra de interés filosófico y filológico. El comentario de Joannes Rosa fue, con probabilidad, el más detallado y minucioso de todos los escritos hasta la época, su longitud superaba en más del doble la extensión de la obra de Cicerón de la que se ocupaba. Rosa utilizó abundantes autores griegos y latinos para aclarar el pensamiento que había detrás de la obra de Cicerón. La obra que Rosa escribió presentaba una serie muy interesante de comentarios filológicos orientados a explicar y corregir el texto de las ediciones estándares que existían. Su postura respecto al escepticismo es ambigua. Veía, en la obra de Cicerón, cierto valor para la educación de la juventud, pues inculcaba las virtudes de la precaución y prevención intelectual, así como evitaba que se transformaran en miembros acríticos de alguna escuela filosófica dogmática. Por otro lado, la obra de Cicerón presentaba, para Joannes Rosa, ciertos riesgos implícitos, pues podía frenar el afán de aprendizaje.

13. El autor más importante y el que ofreció la mayor y más temible fuente del escepticismo antiguo es Sexto Empírico. La recuperación de sus obras supondrá la verdadera clave para el desarrollo del escepticismo en los siglos posteriores. La fecha clave de esta recuperación fue el año 1562, cuando se editó por primera vez la traducción latina de Hipotiposis pirrónicas, el verdadero estandarte del escepticismo. Esta edición fue realizada por Henricus Stephanus y rápidamente alcanzó una difusión y popularidad inusitadas.

14. Más allá de la cuestión sobre la originalidad de Sexto Empírico, que nosotros concedemos, se encuentra la enorme importancia de este autor como verdadero impulsor y auténtico protagonista de la recuperación de la categoría perdida del escepticismo pirrónico, corriente que hará girar la discusión filosófica durante una buena cantidad de años. En defensa de su originalidad podemos ver cómo el médico griego no fue un mero compilador, la forma en que recogió y asimiló los tropos y argumentos escépticos fue novedosa, los dotó de un número y una organización diferentes a como los presentó Enesidemo, además de aportar nuevos ejemplos.

15. La difusión de los escritos de Sexto Empírico en el Renacimiento es la clave más importante a la hora de definir la forma en la que la recuperación del escepticismo pirrónico tuvo lugar. Con objeto de establecer la forma en que se produjo esta reaparición hemos considerado cuatro caminos a través de los cuales discurrió este episodio de la historia del pensamiento. Estos caminos se hallan imbricados entre sí y, a menudo, se referirán a acontecimientos que tuvieron lugar simultáneamente: 1) Los pensadores griegos que viajaron a Italia y establecieron contacto con humanistas italianos facilitaron el acceso a los escritos de Sexto Empírico. 2) Hubo un aumento progresivo del número de copias de los manuscritos de Sexto en griego y la extensión de su difusión culminó con la famosa y ya citada edición de Stephanus de la traducción latina en 1562. 3) La recepción inicial del escepticismo pirrónico expuesto en la obra sextiana se hizo desde una óptica filológica e histórica más que filosófica. La obra del Empírico fue leída como un texto literario y una fuente documental. Cuando esto cambió, la siguiente interpretación que se dio a estos escritos fue de carácter ético y religioso. 4) Al mismo tiempo que ocurría este cambio de la valoración interpretativa dada a los textos escépticos se producía una basculación geográfica del foco de interés por el pirronismo y también de su difusión: de Italia pasó al norte de Europa. Cuando esto ocurra, por fin aparecerá la primera interpretación epistemológica del escepticismo pirrónico con todas sus consecuencias gnoseológicas.

16. La edición de Stephanus de 1562 fue seguida por la publicación de todas las obras de Sexto Empírico en latín en 1569 de manos de Gentianus Hervetus, un contrarreformador francés. Esta edición de Hervetus fue publicada de nuevo en el año 1601. Hubo que esperar hasta el año 1621 cuando los hermanos Chouet dieron a la luz la editio princeps del texto en griego. Es en este desarrollo donde se encuentra el quid de la cuestión escéptica renacentista. Antes, a pesar de que el número de manuscritos de las obras de Sexto había ido aumentando paulatinamente entre la segunda mitad del siglo XV y la primera mitad del siglo XVI, la difusión de estos nunca llegó a alcanzar la importancia que tendrán las ediciones de 1562 y 1569. Antes de estas, la valoración que podemos dar a la difusión de las obras escépticas es la de un mero intercambio de manuscritos entre humanistas sin mucho alcance filosófico real. Lo cual no debe llevarnos a minusvalorar la importancia de este intercambio como propedéutica necesaria para adecuar los modos intelectuales de la época a los argumentos escépticos. Quizá estos primeros pasos también contribuyeron a facilitar la posterior asimilación rápida del escepticismo pirrónico con todas sus consecuencias gnoseológicas más allá del interés filológico-histórico que motivó inicalmente.

17. En los primeros años del Renacimiento, el contexto intelectual en el que se desarrollará y evolucionará este escepticismo incipiente será el de las interpretaciones religiosas, las cuestiones lingüísticas, la discusión de técnicas de interpretación de textos y las controversias sobre el libre albedrío y la predestinación. El motivo de que el escenario fuera este pudo ser que la verdadera y última esencia del escepticismo es la defensa de una postura constantemente abierta y crítica hacia cualquier tipo de dogmatismo. En este marco, la lectura ética y religiosa del escepticismo cobrará mayor relevancia. Puesta en marcha la crítica devastadora a la razón humana, el escepticismo adquirirá una doble interpretación. Por una parte, podía ser utilizado para enfrentar cualquier sistema fijo de verdades universales, hasta las verdades religiosas, conduciendo al camino del agnosticismo y el libre pensamiento. Sin embargo, por otra parte, podía utilizarse el escepticismo para debilitar la confianza en el conocimiento a favor de la fe y de una ética conservadora, eligiendo el camino del fideísmo.

18. Podemos establecer que el uso más importante que se hizo de las ideas escépticas antes de la edición de 1562 fue el de Gianfrancesco Pico della Mirandola. A través de su obra Examen vanitatis doctrinae gentium, Pico expuso su perspectiva del escepticismo, con el que pudo tener contacto en la biblioteca de su tío, el otro Pico della Mirandola. Además, su maestro Savonarola lo animó para que lo estudiara y utilizara. Sus escritos fueron sustancialmente diferentes a la corriente principal del escepticismo que apareció a raíz de la edición de Stephanus y no tenían nada que ver con el uso más modernizado y sofisticado que le dio Montaigne. Fundamentalmente su orientación era más bien de raíz fideísta, lo que lo vincularía con una serie de pensadores del siglo XVIII, como el mecenas de Hume –Chevalier Ramsay-, sobre los que influyó, lo cual indicaría que su escepticismo dio un salto de más de un siglo. La obra Examen vanitatis comienza con una visión histórica de la filosofía antigua. De esta vertiente historicista bascula hacia una exposición teórica del viejo problema escéptico de la certeza. Será en esta segunda parte del libro donde tendrá lugar una extensa discusión sobre el pirronismo, basada esta discusión en Hipotiposis pirrónicas. Se produce una especie de resumen de las posturas escépticas. La parte final y más extensa de la obra de Pico della Mirandola está dedicada a la crítica y ataque de la filosofía de Aristóteles. A lo largo de las páginas de su libro, Pico empleó el material escéptico de Sexto Empírico para acabar con cualquier filosofía racional y para liberar a los seres humanos del lastre que suponían las teorías paganas y su aceptación acrítica. La conclusión que alcanza, sin embargo, no es que debamos permanecer en una duda eterna ante las cosas, sino que debemos abandonar la filosofía como fuente de conocimiento verdadero y confiar en la revelación cristiana como única guía cierta que podemos tener. La influencia de esta obra fue menor. La crítica académica se encuentra dividida en este aspecto, sin embargo, parece más probable que la figura de Gianfrancesco Pico, ocultada y ensombrecida por la mayor influencia de dos personajes que estuvieron muy cerca de él en su trayectoria vital como son Giovanni Pico, su tío, y Girolamo Savonarola, su maestro, fue poco atentida y no logró hacer que el escepticismo ocupara un lugar más importante, al menos en los años inmediatamente posteriores a su muerte.

19. Alguien que sí pudo ser influido por Pico, pero como caso extraordinario, fue Agrippa von Nettesheim. Este escribió una obra titulada De incertitudine et vanitate scientiarum, y ya en el título podemos constatar que la palabra vanidad es también empleada como en el caso del libro de Pico. La importancia de Agrippa von Nettesheim fue exagerada en su tiempo y su obra gozó de un asombroso éxito. Sin embargo, hay que relativizar el valor de sus escritos para el escepticismo. Su crítica iba dirigida contra todos los que antepusieran la verdad de su filosofía a la verdad de Cristo y su Iglesia, todo ello sin aportar argumentos y limitándose a censurar y denunciar a lo que se sentían demasiado pagados de sí mismos y orgullosos de su sabiduría y conocimiento. Las ciencias serían, para Agrippa von Nettesheim, meras opiniones de algunos hombres, sin capacidad de certidumbre. Esta cuestión puede parecer una contradicción con el afán por las artes ocultas y la magia de este personaje, pero también puede ser que Agrippa llegara a la magia como consecuencia de su desconfianza en las capacidades mentales humanas. En realidad y como conclusión, la obra de Cornelius Agrippa no representa ningún análisis de carácter escéptico, pero sí que supone una faceta importante en el contexto de la recuperación del escepticismo en el Renacimiento, además de que pudo generar cierta influencia o interés en la corriente de la duda.

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