Lunes, 05 de Junio de 2017 08:56

Trotamundos y singularmente modernista, la otra cara de Pío Baroja

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Pío Baroja Pío Baroja Archivo

Una investigación de la Universidad de Córdoba desvela a un escritor en desacuerdo con la orientación del progreso de la sociedad y con una mente adelantada a su tiempo


Un hombre sentado, cabizbajo, abrigando habitualmente sus piernas con una manta, una boina en su cabeza y cuyas salidas se limitaban a largos paseos por el Retiro. Esta es la imagen que se tiene en la retina del escritor Pío Baroja (1872-1956) heredada de las aulas de Bachillerato, cuando tocaba estudiar su vida y obra. Nada más lejos de la realidad. Baroja era un hombre extrovertido, un trotamundos que recorrió toda Europa y al que le gustaba relacionarse con toda clase de gente, independientemente de su condición social. Entonces, ¿se ha vendido una imagen equivocada de este escritor, considerado un nexo de unión entre la narrativa decimonónica y la modernista? Pues, parece que sí, según se desprende del estudio de la investigadora de la Universidad de Córdoba Eva Orts, quien profundiza en la modernidad singular de este autor en su representación de la ciudad,  a través del análisis de la relación entre los personajes y el espacio urbano de Madrid, Córdoba, París, Londres y Roma, en cinco novelas: La busca (1904), La feria de los discretos (1905), Los últimos románticos (1906), La ciudad de la niebla (1909) y César o nada (1910).


En esta investigación, distinguida recientemente con el Premio Internacional “Academia de Hispanismo”, Orts descubre que aunque Baroja se nutre y continúa el legado de escritores del siglo XIX como Dickens, Balzac o los folletinistas, fascinados por las grandes capitales europeas,  en sus novelas aparecen elementos fundamentales de la experiencia de la modernidad, como la vinculación de sus viajes con su obra. Las obras están escritas desde la perspectiva del inmigrante, el acelerado ritmo de transformación de las ciudades y su tendencia hacia la mediocridad y la uniformidad.  
Igualmente, llama la atención que la primera protagonista femenina en una novela de Baroja sea una pionera del feminismo. En “La ciudad de la Niebla” (1909) describe a una mujer española que lucha por vivir sola e independiente en el Londres de principios del siglo XX, cuando curiosamente faltaban algunos años para que apareciese Virginia Woolf con su obra “Una habitación propia” (1929). A esta muchacha que quiere vivir por sus propios medios, sin depender económicamente de su padre, Baroja la dignifica cuando un personaje la califica como un “caso de valor”. Aunque finalmente este personaje fracasa en sus intentos por emanciparse, ¿no es curioso este pensamiento plasmado en una novela de su tiempo?
A esta mujer le ocurre, como al resto de personajes de las novelas de Baroja, que no consiguen nunca sus objetivos, están desorientados y eran débiles, a diferencia de las novelas del siglo XIX cuyos protagonistas triunfan en una historia contada de principio a fin. En la investigación de Orts, dirigida por la profesora de Teoría de la Literatura de la UCO Celia Fernández Prieto, se descubre a un escritor que mantiene una actitud crítica frente al progreso, lo que le hace ser un ‘auténtico moderno’. Él lamentaba la destrucción de la parte antigua de las ciudades que recorría en sus múltiples viajes y, sobre todo, el abandono en el que se encontraban las barriadas periféricas. En estas últimas se inspiró para crear muchos de los personajes de sus novelas.   
En la obra de Baroja se deja ver a un autor indignado que no entiende que se ignore el sufrimiento de las clases bajas y se maltrate a los niños, observación esta última, más que evidente en sus referencias a la ciudad de Londres. En este estudio se desvela como Baroja supo advertir la deshumanización que supuso la vida urbana. Asimismo, Baroja fue testigo y, así lo dejó escrito en su legado literario, del proceso de transformación urbanística iniciado en París y continuado en otras ciudades europeas como Londres y Roma. El autor “observa con melancolía cómo se tiran abajo casas para abrir grandes avenidas o edificar algo nuevo. Baroja se convierte en un nostálgico retratista de la ciudad y sus descripciones sirven para dejar constancia de cómo eran las ciudades antes de que el progreso terminara por borrar las calles típicas o los mercados pintorescos” explica Orts.

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