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Una investigación de la Universidad de Córdoba desvela a un escritor en desacuerdo con la orientación del progreso de la sociedad y con una mente adelantada a su tiempo


Un hombre sentado, cabizbajo, abrigando habitualmente sus piernas con una manta, una boina en su cabeza y cuyas salidas se limitaban a largos paseos por el Retiro. Esta es la imagen que se tiene en la retina del escritor Pío Baroja (1872-1956) heredada de las aulas de Bachillerato, cuando tocaba estudiar su vida y obra. Nada más lejos de la realidad. Baroja era un hombre extrovertido, un trotamundos que recorrió toda Europa y al que le gustaba relacionarse con toda clase de gente, independientemente de su condición social. Entonces, ¿se ha vendido una imagen equivocada de este escritor, considerado un nexo de unión entre la narrativa decimonónica y la modernista? Pues, parece que sí, según se desprende del estudio de la investigadora de la Universidad de Córdoba Eva Orts, quien profundiza en la modernidad singular de este autor en su representación de la ciudad,  a través del análisis de la relación entre los personajes y el espacio urbano de Madrid, Córdoba, París, Londres y Roma, en cinco novelas: La busca (1904), La feria de los discretos (1905), Los últimos románticos (1906), La ciudad de la niebla (1909) y César o nada (1910).