Acto de Apertura

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"Con la dulce miel de las musas":
Verso y prosa en la trasmisión del saber

Lección Magistral

Profesor Dr. D. Miguel Rodríguez Pantoja
Facultad de Filosofía y Letras

 
   
     
ÍNDICE
   
1. INTRODUCCIÓN
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1.1. Como el mundo grecolatino fue el que puso las bases firmes del conocimiento occidental, sin distinción tan neta de esos ámbitos parcelados hoy hasta la saciedad entre letras y artes, ciencias y técnicas, voy a intentar una lección inaugural del curso destinada a la comunidad universitaria en su conjunto y no específicamente a una parte de ella. La necesaria renuncia a la especialización irá, espero, en beneficio del interés de la mayoría, dicho sea, por supuesto, sin afán ninguno de jactancia.

1.2. Y vaya por delante que en absoluto estoy en contra de la lección magistral, como parece ser corriente que circula por ciertos ámbitos docentes, sobre todo en el terreno teórico. Al contrario, en mi opinión, una verdadera lección magistral puede resultar extraordinariamente provechosa para quienes la reciben con la adecuada sintonía. Pero también estoy convencido de que convertir en tal la primera, cuando ni siquiera sabe uno hasta dónde llega la preparación media del auditorio, su actitud general, sus ganas de entrar de inmediato en materia, puede ser una lamentable pérdida de tiempo para todos.

1.3. De modo que traeré aquí una introducción genérica al curso académico, una especie de protréptico, si se me permite el tecnicismo, de invitación lo más amable posible a acercarse a diversos campos del saber, que no tienen por qué ser necesariamente (antes al contrario) los específicos de cada uno, en el ámbito crecientemente restringido que proponen las titulaciones universitarias (y no digamos todo lo relacionado con la investigación), y ello con el aspecto formal como punto de partida. Sin esa atención, si se quiere, admitámoslo incluso, ornamental, a otros conocimientos, ajenos al trabajo específico de cada cual, las miras se estrechan, la perspectiva se reduce, la curiosidad disminuye, el espíritu crítico se anquilosa... y, en consecuencia, la Universidad corre el riesgo de perder su identidad definitoria, sus valores más propios.

1.4. Por otra parte, se da la circunstancia de que dentro de unos días inicia en nuestra Universidad su camino, que ojalá sea largo y provechoso para todos, una nueva titulación, rodeada de muchas expectativas, la de Traducción e Interpretación. Aun cuando no tengo previsto intervenir personalmente en la docencia de ninguna de sus asignaturas (o quizá por ello), mis no pocos años de investigación en torno a temas relacionados con sus contenidos, y mi dedicación regular a llevarlos a la práctica, me obligan casi a convertir la actividad traductora en eje de estas páginas.

1.5. Ofreceré, pues, versiones rítmicas de todos los textos originariamente escritos en verso y versiones en prosa, lo más ajustadas posible, de los que la utilicen, tanto en griego como en latín, y siempre, por supuesto, de mi propia mano, por lo que todas son hasta ahora inéditas. Al fin y al cabo, mis autores profesionalmente más cercanos, prosistas como Cicerón o Séneca, pero también poetas como Plauto, Terencio, Catulo o incluso los grandes clásicos, pasaron textos del griego al latín y hasta, ocasionalmente, teorizaron sobre esa actividad. Precisamente por estos méritos se considera a los romanos los inventores de la traducción artística. Pero como estas afirmaciones hay que fundamentarlas, citaré aquí a modo de ejemplo, respecto a la teoría, o más bien, la reflexión sobre la propia experiencia, un pasaje clásico de Marco Tulio Cicerón, a su vez el gran clásico de la prosa latina, cuya actividad ocupa buena parte de la primera mitad del siglo I antes de Cristo (como se sabe, fue asesinado en el año 43). En él comenta las dos formas básicas de verter textos de una lengua en otra. Forma parte del prólogo a la traducción, hoy perdida, de dos discursos publicados en su día por sendos oradores griegos, Esquines y Demóstenes, que el gran orador realizó como paradigma formal de estilos retóricos contrapuestos, al que pudieran atenerse sus contemporáneos. De pasada, distingue la actividad del traductor propiamente dicho de la del intérprete, aquel que traslada en directo y sin pretensiones artísticas, aquel al que nuestros antepasados, sobre todo en sus correrías por América, llamaban “un lengua”. Avisa Cicerón (opt. gen. 14):

“Y no los he vertido como un intérprete, sino como un orador, con sus mismas ideas y las formas y figuras de éstas, con palabras adecuadas a nuestros hábitos. En ellos, no he considerado necesario trasladar palabra por palabra, sino que he mantenido todo el carácter y la fuerza de las palabras. Pues no consideré oportuno para el lector que yo las contara, sino que, por así decir, las sopesara”.

1.6. Prestaremos, pues, especial atención a lo más evidente, a lo primero que salta a la vista cuando alguien se enfrenta a un texto. No creo fuera de lugar que, en este ámbito solemne de una lección pensada para todos, o al menos para la gran mayoría, insistamos en la importancia del ropaje formal que se da a la transmisión del saber. Sobre todo en estos tiempos, cuando, junto a no pocos investigadores que manejan con maestría (o por lo menos con el suficiente aseo) la lengua, es sumamente fácil encontrar otros que prefieren un mal inglés a un buen español y, en cualquier caso, no prestan al rigor en la forma la atención que se supone prestan al rigor en los contenidos.

1.7. Nadie discute que el descuido en el uso del español es un mal extraordinariamente extendido fuera de la Universidad, incluso entre los profesionales que la tienen como instrumento de trabajo; y que, por desgracia, la ha invadido, también a ella, por todas partes y en profundidad. Poco a poco, esa falta de atención a la lengua que compartimos, esa reducción del ámbito del decir, acaba afectando también al ámbito del pensar. Como aseguraba una de las máximas más antiguas de la retórica romana, transmitida por Marco Porcio Catón, llamado el Censor, que murió a mediados del siglo II antes de Cristo, rem tene, verba sequentur, o sea: “domina el asunto; seguirán las palabras”. Pues bien, si a muchos éstas no les salen, quizá ello se deba a que aquél les cojea. En todo caso, de nuevo podemos echar mano de un experto en la materia como Cicerón, quien, por muchos siglos que hayan transcurrido desde que andaba en la pelea de tribunales y foros, sigue poniendo a nuestro alcance su gran experiencia cuando apunta (off. 2,48):

“Pues grande es la admiración por quien habla con amenidad y conocimiento; quienes lo oyen tienen la impresión de que entiende e incluso sabe más que los otros”.

1.8. Pues bien, no digo yo que haya que llegar a la poesía como cauce último de probada eficacia didáctica, pero tampoco está de más recordar que se recurrió, y no poco, a ella, y además, en ocasiones, magistralmente, entre griegos y romanos. Tito Lucrecio Caro (de quien he tomado pie para el título que encabeza estas palabras), allá por la primera mitad del siglo I antes de Cristo, justifica tal elección en su poema sobre la naturaleza. Valdrá la pena oírlo, aunque sea en mi versión rítmica al español. Sus versos, hexámetros (como es casi de rigor en la poesía didáctica grecolatina, emparentada, en cuanto a esta opción formal, con la épica), utilizan un ritmo regular, descendente, de seis golpes fuertes separados por un espacio de uno o dos débiles. Los reproduzco intentando seguir ese ritmo mediante la sucesión de sílabas tónicas y átonas. Dice Lucrecio en los vv. 1,936-950:

“Pues, al igual que los médicos, cuando a los niños intentan
darles ajenjo amargo, primero los bordes del vaso
con el dulce y rubio licor de la miel embadurnan,
para burlar así su incauta infancia a la altura
de los labios, con tal de que mientras apure el amargo 940
jugo de ajenjo y, sí, engañada, pero sin daño,
vuelva a tener salud y vigor por ese recurso,
tal ahora yo, pues esta materia a menudo parece
harto amarga a quien no la ha tratado, y el vulgo
se echa atrás ante ella, he querido exponerte, en el tono
armonioso en que cantan las Piérides, nuestra doctrina,
y algo así como untarle la dulce miel de las musas
por si, gracias a ese sistema, atrapar yo pudiera
en mis versos tu espíritu, mientras aprendes a fondo
todo el ser de las cosas y el orden que las gobierna”. 950

1.9. Eso respecto a la naturaleza, sobre todo la física. En cuanto a la filosofía, con su sentido más amplio de amor al saber, baste recoger aquí la idea que Lucio Anneo Séneca, el gran escritor nacido por estos pagos a finales del siglo I antes de Cristo, toma, en una de las cartas a su amigo Lucilio, del estoico Cleantes, cuya larga vida transcurrió entre aproximadamente los años 331 a 232 antes de Cristo (epist. 108,10):

“Como decía Cleantes, «lo mismo que nuestro aliento produce un sonido más claro cuando una trompeta, arrastrado a través del tubo largo y estrecho, lo hace salir por la boca más ancha en el otro extremo, así la estricta media de la poesía hace más claras nuestras ideas»”.

1.10. De la eficacia mnemotécnica del verso es prueba incontestable, entre otras muchas, el hecho de que uno recuerda poemas enteros (o letras de canciones, si vamos a ello, donde de una u otra manera impera el ritmo, generalmente en las propias letras, si no, al menos en la música) y rara vez es capaz de pasar, por ejemplo, de lo del “galgo corredor” en la bien cincelada prosa cervantina de El Quijote. Pero sería un disparate postular siquiera que ahora se ponga en verso cualquier teoría, máxime cuando vivimos en una vorágine científica tal que aquello que hoy es novedad y vale la pena aprender puede ser literalmente mañana objeto prioritario para el cesto de los papeles. No tanto, pues, el verso (aunque, como pretendo demostrar con hechos, resulta por lo general más agradable, y eso siempre merece gratitud), pero sí, al menos, una prosa lo suficientemente limpia como para que no suene a apresurada “exposición” de indigente intelectual.

1.11. Y no vale la excusa de quien afirma que está tratando cuestiones de lo que hoy se llama “ciencia” o “tecnología” porque también eso (quizá incluso en ocasiones más que cualquier otra cosa) merece el respeto que para el lector supone ponerlo en los mejores paños posibles, como apuntaremos brevemente más adelante.

2. USO CORRECTO DE LAS PALABRAS: EJEMPLO DE "CULTURA"
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2.1. Porque vamos a empezar por lo aparentemente más simple y, por ello, más peligroso a la hora de su uso correcto: el significado de las palabras, tan puesto últimamente en solfa por personajes de peso en diversos ámbitos. Y como hablábamos antes de la actividad traductora de Cicerón y la menos citada, pero de considerable importancia, llevada a cabo por Séneca, quienes dedican una atención preferente a la terminología, consumiremos unos párrafos en discutir un término de origen latino, vinculado sobre todo con lo que llamamos Humanidades. Se trata de “cultura”, palabra utilizada hasta la saciedad y de múltiples formas, imposibles de reducir a una sola, lo cual crea cierto desconcierto en los ignorantes, que pululan por todos los ámbitos y lo emplean por doquier; y también, todo hay que decirlo, causa no pocas dificultades a quienes, con miras a una traducción (o la mera comprensión de un mensaje), se plantean tal polisemia. Los latinos referían este sustantivo fundamentalmente a las faenas agrícolas y ganaderas, aunque ya Cicerón lo pone en relación con la actividad del sabio cuando afirma (Tusc. 2,5,13):

“La filosofía es la cultura [o sea “el cultivo”] del espíritu; ella extrae los vicios de raíz y prepara los espíritus para recibir la sementera; les hace llegar y, por así decir, siembra en ellos cuantas cosas, una vez crecidas, darán los frutos más abundantes”.

2.2. La Academia ofrece cuatro acepciones de la palabra. La primera como sinónimo de “cultivo”, que, en sentido amplio, puede dar incluso carta de naturaleza a expresiones, nada infrecuentes, como “cultura del pelotazo” o “de la detención de penaltis”. La cuarta dice: “ant[iguamente] culto religioso”. Y parece evidente que bajo esta acepción antigua, y sólo bajo ella, es posible hablar de eso de las “tres culturas”, que tanto nos bombardea desde mil y una instancias, especialmente en esta Córdoba, que aspira precisamente a la capitalidad cultural (y tiene una plaza, desnuda, con tres chorros distantes y a menudo desiguales, para ella sola): nadie, en efecto, puede negar que durante un largo periodo de nuestra historia, el cual trasciende, por cierto, los límites cronológicos de Al Andalus, coexistieron en Hispania tres cultos religiosos, el cristiano, el musulmán y el judío, eso sí, siempre con dos sometidos de una u otra manera al otro (que, además, nunca es el judío)...

2.2.1. En las dos acepciones restantes destacan los conceptos de ‘suma’ (a través del sustantivo “conjunto”) y ‘desarrollo’ (expresado respectivamente mediante el verbo y el sustantivo); son: 2) “Conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico” y 3) “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”. De hecho, el origen último de la palabra está en el verbo colo, que significa “cultivar” en todos sus aspectos, es decir, hacer por parte del hombre un esfuerzo para desarrollar o mejorar algo, sea un terreno agrícola o una explotación ganadera, sea la atención divina, sea la amistad, sea la propia formación individual. Pues bien, con esta idea de suma es con la que conecta adecuadamente, a mi juicio, el adjetivo “andalusí” aplicado a “cultura”. Hay que plantear así la evidente contradicción cuando falta la capacidad de discernimiento para distinguir los planos: si hablamos de tres culturas, como decía antes en la única acepción del término que permite la fragmentación, la de tres cultos religiosos, necesariamente estaremos hablando de lo que distingue y no de lo que une. Por otra parte, cristianos, musulmanes y judíos han coexistido y coexisten en más de un lugar sin que haya ni atisbos de lo que fue aquella gran síntesis que brilló con luz tan intensa durante siglos por una importante extensión geográfica de Hispania.

2.3. De modo que la raíz de la Cultura, con mayúscula si se quiere, está precisamente en la síntesis de elementos de todo tipo que en conjunción feliz (y, cierto es, por lo general desproporcionada), dentro de un ámbito cronológico y geográfico, permiten avanzar a los hombres en su conocimiento y progreso. No otra cosa es la historia del mundo grecorromano, del que parto para esta lección: Grecia tomó mucho de Oriente, pero supo impregnarlo de carácter helénico y levantar sobre ello todo un complejo teórico que hoy sigue siendo sumamente provechoso; Roma también adoptó y adaptó a sus necesidades lo que consideró valioso (con las miras puestas preferentemente en el rendimiento práctico), primero de sus convecinos itálicos; después, de la propia Grecia; antes, durante y más tarde de los otros pueblos con los que se fue mezclando en los distintos lugares donde estableció contacto con ellos. De manera que el acervo común contaba por doquiera con no pocas peculiaridades distintivas, germen de la futura fragmentación, que aún perduran.

2.4. Los frutos de esa cultura hispanorromana, aunque no precisamente en su etapa más brillante, fueron los que encontraron aquí los árabes, quienes no parecen haber tenido originariamente gran interés por la especulación filosófica y teológica ni traído “ningún patrimonio científico digno de mención” (como cabe leer en la contribución de Pedro Conde Parrado a la muy reciente publicación, con bibliografía sobre estos y otros temas, encabezada por Juan Signes Codoñer, que cito en la bibliografía y utilizo aquí con cierta extensión), pero que sobre todo en el siglo X, durante los gobiernos de Abderramán III y Alhakan II acopiaron en gran cantidad tratados griegos y obras originales de filósofos y científicos árabes. De la suma de todos esos elementos dispares surgió una cultura única, una cultura de síntesis, donde el arco visigodo se embellece y es llevado a sus máximas posibilidades estéticas y funcionales; donde la casa romana (mediterránea, si se quiere) se llena de flores y agua cantarina; donde la medicina, monopolizada por los mozárabes hasta el siglo X, progresa gracias a la experiencia propia, pero también al conocimiento de las ajenas a través de los libros traídos de varias partes; donde la filosofía recupera y difunde el gran pensamiento griego clásico... una cultura única que, en cuanto vino la dispersión, en cuanto cada uno de sus sostenedores tiró por su lado, fue desapareciendo para integrarse (o desintegrarse) de forma absolutamente dispar en las que le sucederían a lo largo de siglos...

2.5. Pero quizá la digresión va ya demasiado larga, aunque se trata de una cuestión terminológica elemental, que podríamos, con la ayuda de tantos, matizar de muchas maneras, pues la bibliografía sobre el propio concepto de cultura es inagotable. Cierto que, de paso, nos ha permitido, espero, dejar patente una vez más la importante lección que legó la antigüedad clásica: que no hay manera de entender el progreso espiritual y material sin la suma, la convergencia, la amalgama de elementos que, más o menos enriquecedores de por sí, terminan por hacer mejor el resultado final cuando se disuelven en, o disuelvan a otros. Así lo entendieron y lo llevaron a cabo los griegos, individualistas y especulativos, y los romanos, gregarios y pragmáticos. En definitiva, hoy, las letras, las artes, las ciencias, las técnicas, siguen debiendo mucho a aquel ancho punto de apoyo que le dio el mundo clásico.

3. LA IDONEIDAD DE LA PROSA
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3.1. Dicho lo cual, avancemos en la cuestión de las formas. Como mi propósito ya reiterado es ofrecer ejemplos concretos, traeré a colación en primer lugar unos párrafos, tomados al azar, de Aristóteles, el gran teórico, entre otras muchas cosas, de la ciencia natural, que vivió entre los años 384 a 322 antes de Cristo. Es el arranque de su tratado sobre la naturaleza, destinado a tener una enorme importancia durante siglos, donde vemos el recurso didáctico, tan frecuente, de reiterar palabras significativas buscando la mayor claridad posible en un asunto que no es siempre fácil de entender, recurso que pretendo reflejar en la traducción, sujetándome lo más posible al original. Dice el sabio nacido en Estagira (phys. 148 a):

“Puesto que el conocimiento y la ciencia se producen en todos los métodos integrados por principios, causas y elementos, tras dominarlos (pues creemos conocer una cosa cuando dominamos las causas primeras, los fundamentos primeros y aún los de sus elementos), es evidente que en la ciencia de la naturaleza hay que esforzarse por definir primero lo concerniente a las causas. Y la tendencia natural es pasar de lo más inteligible para nosotros y lo más claro a lo menos claro por naturaleza y menos inteligible: pues las cosas inteligibles para nosotros y las de manera absoluta no son las mismas”.

3.2. Frente a este texto, que podemos llamar sin reservas “científico”, vaya este otro, de carácter diríamos “tecnológico”, obra de Marco Vitruvio Polión, quien vivió en el siglo I antes de Cristo y es autor del único tratado sobre arquitectura que nos ha legado la antigüedad, tratado que fue libro básico sobre la materia para las construcciones del Renacimiento a partir de su edición romana de 1486. Pero he escogido un elemento conocido que sólo tangencialmente se relaciona con la arquitectura (como tantos otros de los que componen esa especie de enciclopedia de la técnica que es el tratado vitruviano): puesto que podemos ver un artilugio muy parecido no demasiado lejos de aquí, bastará reproducir su sencilla descripción de la noria, un invento atribuido, como tantos otros, a los griegos, que sigue a la de otro aparato similar, utilizado cuando no era posible recurrir a la tracción hidráulica, que se impulsaba con los pies. Por cierto que Vitruvio no describe ese procedimiento, debido a lo cual existen varias hipótesis e incluso algún paralelo contemporáneo nuestro, que no vamos a tratar aquí, porque ahora lo único que nos ocupa es el texto, que dice (10,4,3 y 5,1):

“Se hará una rueda en torno al eje del tamaño adecuado para que pueda llegar a la altura precisa. En torno a la circunferencia de la rueda se fijarán unos canjilones cuadrados consolidados con pez y cera. Así, cuando la rueda sea girada por el movimiento de los pies, los canjilones llenos, llegados a lo alto, vierten al volver hacia abajo en un conducto que ellos mismos habían hecho. [...]

En los ríos se construyen también ruedas del mismo tipo que las descritas arriba. Por todo su contorno se fijan unas paletas que, avanzando cuando son golpeadas por el impulso de la corriente, hacen girar la rueda; así, facilitan el agua necesaria para el uso, sacándola mediante los cangilones y llevándola a lo más alto, al ser giradas sin el movimiento de los pies, sólo con el empuje de la corriente”.

3.3. Podemos incluso ver todavía hoy cómo un ciudadano, medianamente erudito, se esforzó en su momento por mejorar la redacción de las recetas que la traducción poco cuidadosa de un original griego (realizada en el siglo IV de Cristo) y su uso eventual aún menos pulcro por parte de quienes acudieran a ellas en busca de información práctica había dejado formalmente bastante impresentable. Se trata de la Mulomedicina Chironis, un tratado de veterinaria, especializado en los équidos (su mismo nombre lo dice) a los que llama genéricamente iumenta. Tomo el fragmento al azar, sin intentar, por supuesto, una crítica del contenido, que para eso hay aquí no pocos expertos en la materia y, por una vez, reproduzco los dos textos latinos a fin de que quien quiera pueda percibir las diferencias de visu (y, llegado el caso, con la ayuda del breve comentario que las acompaña).

3.3.1. Empezamos por el traductor primero, cuyo nombre no conocemos. Dice (Mulom. 2,110):

Quodcumque iumentum marmur in genibus habuerit, ex quo validius clodice et genua flectere vix possit. Post ustionis curam oportet et post fervuram malagma cubresina inponere et vulnera medicamento curare. Hac re sani fiunt, ita ut sine dolore calcet. Deformitas tamen et cinesis cause perauferri non potest.

3.3.1.1. Como vemos (no puedo orillar aquí mi afición por la lengua latina vulgar), cierra la última vocal de marmor en marmur, por grafía analógica (con formas como ebur, fulgur, robur); omite la -t desinencial, que probablemente no pronunciaría, en el segundo verbo, tratado ya con la originariamente rústica y siempre poco refinada monoptongación del diptongo au en o (clodice por claudicet); sonoriza la p de cupressina, que tiene todas las trazas de ser un préstamo coloquial, escribiendo (y también con bastante probabilidad diciendo) cubresina; convierte el verbo “sanar” en el giro más coloquial “volverse sano” (sani fiunt); utiliza primero plural y luego singular para referirse al mismo sujeto (“se vuelven sanos”, pero “pise”); monoptonga el diptongo ae (como venía ocurriendo desde hacía siglos) en cause, que además no concuerda adecuadamente con su verbo... Y el estilo parece salido de uno de esos investigadores poco atentos a la forma que antes mencionaba. Veamos la traducción:

“Cada vez que la caballería tenga un tumor duro [“mármol”] en las rodillas, por el que cojee mucho y casi no pueda doblar las rodillas. Después de una cura de cauterización conviene, y después de la quemadura, aplicarle una cataplasma cupresina (“de ciprés”) y curar la herida con esta medicina. Por este medio se vuelven sanos, de manera que pise sin dolor, aunque la deformidad y las causas de la cojera no es posible quitarlas del todo”.

3.3.2. Flavio Vegecio Renato, un alto funcionario imperial, de finales del siglo IV o principios del V de Cristo, autor de un muy conocido tratado sobre el arte militar (Epitoma rei militaris) parece ser el que, viendo la mala calidad de un recetario indispensable para velar por la buena marcha del ejército manteniendo en forma sus medios de transporte y una de las armas de combate más importantes, se puso a la tarea de mejorarlo formalmente, convirtiendo el texto que nos ocupa en (Mulom. 2,48,9):

Si marmor habuerit, ex quo validius claudicet et vix flectat articulos, inurendus est leviter. Cui post fervuram malagma, quae cupresina appellatur, oportet imponi. Ex qua curatione sanitas redditur et deformitas permanet.

O sea:

“Si tuviera un tumor duro, por el que cojee mucho y apenas pueda doblar las articulaciones, hay que cauterizarlo ligeramente. Después de la quemadura, conviene aplicarle una cataplasma llamada cupresina. Con esta cura vuelve la salud y permanece la deformación”.

4. OTRO MEDIO DE REVESTIR UN TEXTO NO ESPECÍFICAMENTE LITERARIO: APOTEGMAS, SENTENCIAS Y AFORISMOS
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4.1. Como de la prosa, aún la más artística, no es difícil encontrar muestras a lo largo de todos los tiempos y en muchas lenguas, dejaremos el resto del espacio a nuestra disposición para dos tipos de recursos formales diferentes: uno es el que confía su eficacia mnemotécnica a la brevedad y, ocasionalmente, a una cierta estructura formal, o sea, aforismos, apotegmas, sentencias, refranes, que no siempre se distinguen entre sí... aunque los primeros son los más elaborados (la Academias define “aforismo” como una “sentencia breve y doctrinal que se pone como regla en alguna ciencia o arte”). El otro es el tratado en verso.

4.2. Gracias al primer tipo nos ha llegado una parte considerable del saber antiguo (incluido por cierto, el jurídico, cuyos profesionales todavía lo siguen empleando con profusión, por lo que no vamos a traer ninguno aquí), sobre todo griego, pero también romano, a través de las citas que de ellos hicieron autores cuya obra ha gozado de mejor suerte. Nuestro Séneca, por ejemplo, tan lejano y cercano a la vez, dejó tal cantidad de sentencias, propias y ajenas, que desde hace siglos viene constituyendo actividad corriente elaborar recopilaciones de ellas.

4.3. Pero con toda probabilidad los aforismos más conocidos de la antigüedad helénica son los hipocráticos, que se fueron acumulando bajo el nombre del médico más famoso durante un muy largo periodo, nacido en Cos hacia el 460 y muerto hacia al 377 antes de Cristo. Estos aforismos se utilizaron como texto de medicina en muchas universidades europeas hasta bien avanzada la edad moderna.

4.3.1. El que abre la recopilación del Corpus Hippocraticum, objeto de numerosísimos comentarios desde poco después de su formulación hasta hoy (en la bibliografía incluyo, a modo de ejemplo, la referencia del más reciente y fácilmente accesible que conozco), tiene dos partes: la primera acumula cinco principios, cuyos recursos mnemotécnicos no se pueden reproducir totalmente en español, porque a la omisión del verbo se une una secuencia repetitiva en los adjetivos (brachús, makré, oxús, sfaleré, chalepé); la segunda es una especie de exhortación, consecuencia de lo anterior, que también presenta una serie repetitiva, esta vez de participios: poiéonta, noséonta, paréontas. Sonaría más o menos así:

“La vida breve, el arte largo, la ocasión fugaz, la experiencia engañosa, el juicio difícil. Es necesario que procure hacer lo conveniente no sólo quien actúa, sino también el enfermo, quienes lo asisten y el entorno externo”.

4.3.1.1. En la introducción del tratado de Séneca dedicado precisamente a la brevedad de la vida, se lee la versión latina de las cuatro primeras palabras. Allí ha sido modificado, por cierto, el orden en que están distribuidas dentro de cada sintagma, quedando los adjetivos en el centro y los sustantivos en los extremos: vita brevis, longa ars. Dice el erudito cordobés (brev. vit. 1):

“De ahí viene aquella exclamación del más grande de los médicos: «la vida es breve, largo el arte»”

4.3.1.2. Y su padre, quien vivió un largo periodo, extendido aproximadamente entre el 55 antes de Cristo y el 37 ó 41 después de Cristo, recoge (contr. 7,3,8) una máxima del poeta Publilio Siro, llegado a Roma en el siglo I antes de Cristo, a quien tanto acuden los dos, padre e hijo, máxima que juega con los conceptos en función de otros parámetros (frg. 438). Es un senario yámbico, un verso que tiene seis tiempos fuertes precedidos cada uno de ellos de uno o dos débiles. Sonaría, pues, así:

“Oh vida, breve al rico, larga al infeliz”.

4.3.1.3. La forma que ha quedado para la posteridad, la que suelen reproducir los repertorios de sentencias (cito alguno en la bibliografía) es ars longa, vita brevis. Estas palabras han tenido una notabilísima difusión a lo largo de la edad media y el renacimiento en diversos ámbitos, dentro y fuera de la medicina. Por cierto que, como podemos leer en la aportación de Fernando Muñoz Box a la citada obra que encabeza Juan Signes Codoñer, hay que precisar el significado de este vocablo, traducción de téchne–, que es el utilizado en el Corpus Hippocraticum y, en general por los autores griegos. Su definición conceptual puede encontrarse en la Metafísica de Aristóteles; siguiéndolo, afirma el citado autor (pp. 72-73):

“Para Aristóteles su sentido es el que hoy daríamos al arte, pero aclarando que no se trata de dilucidar complicadas cuestiones sobre la plástica, sino de afirmar que el arte es un conocimiento que proviene de la experiencia, en el mismo sentido en el que corrientemente se habla de arte médica, como conocimiento que empíricamente se alcanza de las causas y efectos de todo lo que altera la salud del hombre. No debemos creer sin embargo que téchne tenga inmediata relación con la técnica, tal como hoy la entendemos, pues para los griegos esta última tiene que ver con la artesanía”.

4.3.2. Añadiremos, dos o tres aforismos más, tomados al azar. Así el número 13 de la sección primera, que afirma:

“Los ancianos soportan con mayor facilidad el ayuno; detrás de ellos los de mediana edad; con más dificultad los adolescentes y peor que todos los niños, en especial aquellos a quienes les ha tocado una naturaleza más viva”.

4.3.2.1. El romano Aulo Cornelio Celso (activo en la primera mitad del siglo I de Cristo), un erudito (no necesariamente médico) que escribió una enciclopedia titulada Artes, de la que conservamos sólo la parte dedicada a la medicina, se refiere a este aforismo con una variación, coincidente en parte, como veremos, con la idea recogida más tarde por Galeno (1,3,32):

“Por lo que atañe a las edades, el ayuno lo soporta muy fácilmente la mediana edad, menos los jóvenes y mínimamente los niños y los consumidos por la vejez”.

4.3.2.2. De forma excepcional aquí, para enlazar en parte con lo dicho antes, reproduzco también el comentario del judío andalusí del siglo XII Maimónides, cuyas versiones, evidentemente, no son mías, sino de Lola Ferre, realizadas para la colección de las obras médicas que edita nuestro colega Jesús Peláez. Además, estos textos incluyen referencias al comentario correspondiente de Galeno (In Hippocratis aphorismos commentarii), el que fuera médico del emperador Marco Aurelio, en el siglo II de Cristo, responsable del nombre popularmente dado entre nosotros a sus sucesores, e incluso a la ciencia que practican. Sus numerosos escritos sobre la materia fueron utilizados en la enseñanza de la medicina hasta hace relativamente poco tiempo. A propósito del que nos ocupa, dice Maimónides:

“Este asunto es tratado también en el aforismo siguiente pues un calor natural mayor requiere más alimento y el cuerpo de los niños tiene un mayor fluido de líquidos. Respecto a que los ancianos soportan mejor el ayuno, advierte Galeno que se refiere al anciano que no ha llegado a una gran debilidad, pues los ancianos que se encuentran en el extremo de la vejez no soportan la disminución del alimento y necesitan tomarlo de poca en poca cantidad y con frecuencia, porque se aproxima su calor a la extinción y han de prolongar lo que les mantiene”.

4.3.3. El aforismo 44 de la sección segunda se expresa en términos como éstos:

“Quienes son gruesos por naturaleza resultan más susceptibles de morir pronto que los delgados”.

4.3.3.1. Celso lo recoge así (2,1,23):

“Los obesos [...] mueren con frecuencia de repente, cosa que raramente sucede en un cuerpo más delgado”.

4.3.3.2. Y Maimónides:

“La causa de este fenómeno se explica en función de la estrechez y anchura de las venas, tal como ya se explicó en el Libro de las complexiones y decía Galeno: El que tenga un cuerpo sano y con un peso equilibrado, ni grueso ni delgado, vivirá mejor y más tiempo y alcanzará la vejez”.

4.3.4. Terminaremos con el aforismo 65 de la parte quinta, donde leemos:

“Aparece hinchazón en las heridas: no se producen convulsiones ni se enloquece. Que se les va repentinamente: a las que están en la parte trasera, espasmos y tétanos; a los que están en la delantera, accesos de locura, dolores agudos de costado, o bien pus, o disentería, si la hinchazón es más bien roja”.

4.3.4.1. Que en la versión de Celso queda más o menos de la siguiente manera (2,7,17):

“Si los tumores sobre una herida desaparecen de pronto y eso afecta a la parte posterior, puede temerse una distensión o una rigidez de los nervios; pero si eso ocurre en la parte anterior cabe esperar dolor agudo de costado o locura”.

4.3.4.2. Mientras que Maimónides observa con sensatez y de forma detallada:

“No es necesario repetir que la mayoría de las sentencias de Hipócrates se cumplen en casi todos los casos o la mitad de ellos. Pero lo cierto es que a veces se cumplen sólo en unos pocos casos; quizás observó el fenómeno una sola vez y relacionó el tema con una causa que no era la verdadera. La explicación de Galeno en este aforismo es que con “hinchazón” quiere decir “grosura fuera de lo normal” y en “la parte trasera” se encuentran los nervios y en la parte delantera predominan las arterias. Cuando el humor que produce la hinchazón sube desde los nervios al cerebro habrá convulsión y si sube por las venas hacia el cerebro, habrá locura. Si este humor va hacia el pecho producirá un dolor en el costado, y muchas veces el que tiene pleuritis desarrolla pus”.


5. LA LLAMADA POESÍA DIDÁCTICA
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5.1. Pero, desde el punto de vista formal, lo más llamativo es precisamente el empleo del verso para contenidos en teoría no demasiado poéticos. Como éstos son escasamente conocidos del no especialista y desde el primer momento señalé cuál era mi intención, voy a dedicar lo que nos queda a comentar algunas muestras, tanto griegas como latinas, de este tipo de obras que ocasionalmente alcanzaron cimas de auténtica calidad literaria. Tratan temas tan dispares como la física, los remedios contra los venenos (Theriaká y Alexipharmaca de Nicandro, quien escribió en torno al año 200 antes de Cristo), o la cosmética (Madicamina faciei feminae, del polifacético Publio Ovidio Nasón, que veremos como mera curiosidad), pasando por diversos aspectos de agricultura y ganadería, la naturaleza, la pesca o la astronomía, tan cultivada a lo largo de toda la antigüedad y etapas posteriores.

5.2. ASTRONOMÍA

5.2.1. Para empezar por esta última, podemos echar una breve ojeada a los Fenómenos, una obra de 1154 hexámetros escrita por Arato de Solos, que vivió aproximadamente entre el 310 y el 240 antes de Cristo. De su impacto da idea el hecho de que se conserven decenas de comentarios y no pocas traducciones, entre las cuales destacan las latinas de Cicerón, Germánico (el sobrino del emperador Tiberio, que vivió entre el 15 antes y el 19 después de Cristo) y Rufio Festo Avieno, un autor del siglo IV.

5.2.1.1. El original griego dice, por ejemplo, de la Vía Láctea, interpretada erróneamente como un quinto círculo en el firmamento, que gira entre los dos formados por los trópicos de Cáncer y de Capricornio (469-480):

“Si, en una límpida noche, cuando muestra a los hombres
todas las refulgentes estrellas la Noche celeste, 470
sin que ninguna se debilite por el plenilunio,
sino que en las tinieblas todo brilla con fuerza;
si en tal momento el corazón te ha invadido el asombro,
viendo el cielo hendido por un amplio círculo en toda
su extensión; o si otro, próximo a ti, te ha mostrado
este anillo resplandeciente... lo llaman “La Leche”.
No gira círculo alguno con un color semejante
a éste; en cuanto a tamaño, dos de los cuatro citados
miden lo mismo, los otros son más pequeños con mucho”.

5.2.1.2. Antes de pasar al texto de Cicerón, será conveniente aportar una breve nota erudita al respecto de lo dicho aquí, siguiendo a E. Calderón Dorda. Por un lado recordemos que “la Vía Láctea es en griego Gála ‘Leche’ (de donde «Galaxia»), porque se trata de la leche que se derramó del pecho de Hera al retirar a Heracles del mismo (tal leche producía la inmortalidad) y que fue catasterizada como el ‘Camino de Leche’. (...) Según otras versiones (...), sería la leche que Rea hizo salir de su propio pecho a instancias de Crono [...]”. Por otro lado, yendo al texto de Arato, que los dos círculos iguales son el ecuador y la eclíptica y los dos más pequeños los trópicos, es decir, Cáncer y Capricornio. La versión que sigue, como digo, es de Cicerón, que añade un dato acertado: el de la discontinuidad de la constelación, cuyo máximo de brillo se encuentra en el Águila y Sagitario y el mínimo en Perseo y el Cochero (Arat. 245-252):

“Mas si, escrutando el cielo en una hora nocturna,
cuando no borra los astros ninguna nube sombría,
ni con su plena luz las estrellas eclipsa la luna,
has visto tú serpear un círculo grande y brillante,
es la Vía Láctea, notoria por su gran centelleo.
Ésta no forma una trama en círculo entero y continuo, 250
mas sobrepasa, con mucho, en espacio a los dos superiores,
dicen, y llena de luz las profundidades del cielo”.

No está de más aquí recordar que la idea de los cinco círculos es compartida, entre otros, por Séneca, quien dice en sus Cuestiones Naturales (5,17,2):

“El cielo se divide en cinco círculos que pasan por los puntos cardinales del universo: está el septentrional, está el solsticial, está el equinoccial, está el invernal, está el contrario al septentrional”.

5.3. FÍSICA

5.3.1. No podemos dejar de citar algún ejemplo práctico de cómo Lucrecio lleva a cabo su propósito de hacer más grato, “con la dulce miel de las musas”, un asunto árido de por sí, en esa obra única, modelo de lo que, por ejemplo, A. García Calvo, su último editor en España, llama “épica científica [o Ciencia épica]”. Y lo haremos con los versos en los que plantea concretamente los principios de la física (nat. 2,62-79):

“Ea, ahora con qué movimiento los cuerpos que engendran
a la materia crean cosas diversas y, creadas, las rompen;
cuál es la fuerza que los obliga a hacerlo; y cuánta
velocidad para andar por el gran vacío recibieron
voy a explicar: no dejes tú de escuchar mis palabras.
Cierto que la materia no cohesiona consigo
misma compacta, puesto que vemos menguar cada cosa,
como notamos que todas fluyen al paso del tiempo
y su propia vejez se las lleva de nuestros ojos 70
mientras que, en cambio, el total se ve que sigue sin daño,
porque los cuerpos que a cada cosa se le sustraen
menguan de donde se van, acrecientan a donde han llegado,
hacen que aquéllas decaigan, y en cambio que éstas florezcan,
mas no se quedan allí. Así el total se renueva
siempre y viven en intercambio entre sí los mortales
(unos pueblos se acrecen, otros se van reduciendo
y en breve tiempo se mudan las crías de los animales),
cual corredores que de la vida pasan la antorcha”.

5.4. AGRICULTURA Y GANADERÍA

5.4.1. Lucrecio pretende una exposición científica. Cosa que no hace Publio Virgilio Marón, el poeta clásico por antonomasia de la literatura latina, nacido en el año 70 y muerto en el 19 antes de Cristo, cuya vida transcurriría sin problemas materiales gracias a la esplendidez de Mecenas, el epónimo de esa figura bienhechora de la creación artística. La intención de Virgilio al publicar la que para muchos es su obra más acabada, los cuatro libros de las Geórgicas, es, entre otras cosas, enseñar, o más bien, animar a los agricultores y ganaderos que hoy llamaríamos pequeños y medianos, por supuesto dotados de la suficiente preparación intelectual como para disfrutar con sus versos, en una época en la que la vuelta al campo y su cultivo formaba parte de la política imperial de regeneración social.

5.4.1.1. De entrada, Virgilio da a la agricultura el rango de actividad impuesta directamente por el padre de los dioses cuando dice (georg. 1,121-124):

“El Padre mismo lo quiso:
que la labranza no fuese vía fácil; él trajo el primero,
inculcando el esfuerzo a los hombres, las artes del campo
sin permitir que la lenta pereza estancara sus reinos”.

5.4.1.2. Seguiremos con esta poética lección de cómo se construye un arado, al igual que sería construida el arma mortífera del héroe épico. Es la única descripción que ha transmitido la antigüedad de este instrumento, cuyo uso puede decirse que, al menos desde los griegos, se ha utilizado, con pocas variaciones, hasta hoy (georg. 1,160-175):

“Se han de nombrar también las armas del rudo paisano,
sin las que nunca pudieron sembrarse y crecer las cosechas:
...
Luego, en el bosque se doma un olmo, doblado con fuerza
para la cama y la forma del curvo arado recibe. 170
Desde el extremo un timón que mida ocho pies se le adapta,
dos orejeras y un dental de borde parejo.
Antes se corta en tilo liviano el yugo y un haya
alta, la esteva, que gire detrás las ruedas de abajo.
Su dureza, colgadas al fuego, el humo comprueba”.

El cuadro plantea ciertas dificultades de interpretación, que no vamos a discutir aquí, aunque sí traduciré (más bien para que los legos en la materia no tengan que acudir al diccionario) alguna de las observaciones del erudito Mauro Servio Honorato, que comentó la obra virgiliana en el siglo IV de Cristo. El vocablo latino buris (del cual nuestro autor ofrece una curiosa etimología a partir de dos palabras griegas, boós ourá, cola de buey, “porque se asemeja a la cola de un buey”), que he traducido por “cama” (una palabra que el español tomó del celta) designa “la parte curva del arado”; las orejeras (aures) son aquellas “con las que el surco se hace más ancho” y el dental (dentalia) “el madero en el que se introduce la reja”; finalmente la esteva (stiva) es “la manija con que se gobierna el arado”. En cuanto a las ruedas, según Servio (opinión que muchos no comparten), Virgilio las menciona aquí “por la costumbre de su provincia, en la que los arados llevan ruedas, con las cuales se ayudan”.

5.4.1.3. Añadamos otro pasaje, referido al trabajo, ejemplar, de las abejas en la colmena (georg. 4,158-168):

“Unas atienden a la comida y, según lo pactado,
van al trabajo en los campos; un grupo, al abrigo de casa,
echan los primeros cimientos de los panales:
lágrima de narciso y la pegajosa resina 160
de la corteza, luego suspenden de ella adhesivas
ceras; otras hacen salir las crías ya crecidas,
la esperanza de su linaje; otras espesan
miel muy pura e hinchen las celdas del líquido néctar.
Hay a quienes les ha caído en suerte guardar las entradas
y por turnos observan las aguas y nubes del cielo,
toman la carga de las que llegan o, en orden de lucha,
de la colmena a los zánganos echan, inútil rebaño”.

5.4.2. Virgilio dejó en las Geórgicas la puerta abierta para una exposición en verso del trabajo relativo a los jardines, diciendo (georg. 4,147-148):

“Pero, impedido por la carencia de espacio, yo dejo
estos asuntos a otros, que tras de mí los relaten”.

Pues bien, Lucio Junio Moderato Columela, el rico terrateniente gaditano del siglo I de Cristo, aceptó, por así decir, el reto, mencionando expresamente este texto, y tuvo tiempo de dedicar sus ocios a componer en hexámetros, no muy felices ciertamente, uno (y sólo uno, el décimo) de los doce libros que integran su tratado Sobre la agricultura. Aunque este libro está traducido con un procedimiento muy similar al que sigo yo aquí por uno de mis maestros, D. Manuel Fernández-Galiano, a cuya versión remito para quien quiera disfrutarlo completo, no voy a dejar por ello de aportar la mía propia. Selecciono la parte dedicada, dentro de los trabajos de primavera, a las flores y plantas medicinales (10,94-116), indicando que el bulbo afrodisíaco procedente de la ciudad griega de Mégara es quizá la almizcleña y el que cosecha otra ciudad, Sicca, situada en la antigua Numidia, entre Argelia y Túnez, no ha sido identificado con un mínimo de seguridad. En cuanto a la raíz que sirve para animar la cerveza de Pelusio, en Egipto, es un tipo de rábano.

“Cuando la tierra ya cardada en líneas perfectas,
reluciente y sin suciedad, sus semillas reclame
idla pintando de flores diversas, estrellas terrenas:
la albicolor campanilla, la luz de caléndula rubia,
los cabellos del narciso, las fauces horrendas
que abre el fiero león, el lirio, en cálices blancos
florecido, y también los jacintos, níveos o azules. 100
Luego se plante violeta, que en tierra blanquea, que enrojece
al florecer, como el oro, y la más que púdica rosa.
Ahora sembrad la pánace, de terapéutico llanto;
la lagartera de jugo salubre; la adormidera
que ata los sueños fugaces. Ya venga de Mégara el germen
de ese bulbo que excita al varón a asediar a las mozas
y los que Sicca recoge bajo las gétulas glebas
y la ruca, que, sembrada a los pies de Priapo,
rico en frutos, empuje al remiso marido hacia Venus.
Ya el perifollo pequeño y la escarola, agradable 110
al paladar embotado, frondosa lechuga, de fibras
tiernas, ajos de hendidas cabezas o pardos, que huelen
lejos y, ahumados, mezcla con habas el buen cocinero.
Ya chirivía y la raíz que brotó de un germen asirio,
y que se ofrece, cortada con altramuces hervidos,
para espumear las copas de la cerveza de Egipto”.

5.5. BIOLOGÍA

5.5.1. No puede faltar en esta relación de poetas que se han esforzado por tratar temas que pudiéramos llamar de una u otra manera científicos, aun sin dedicarse a ellos de forma preferente, el polifacético y prolífico Publio Ovidio Nasón, nacido el 43 antes de Cristo y muerto el 17 de Cristo. De su amplia obra entresaco ahora unos versos pertenecientes a un tratado sobre la pesca, que tiene por cierto, un título griego, Halieutica, donde narra las habilidades de ciertos animales marinos para escapar de la predación humana.

5.5.1.1. Menciona primero al escaro, un pez que durante un tiempo fue muy apreciado en la cocina romana, aunque luego lo sustituyeron otros, y se identifica con la vieja, esa exquisitez que es posible comer actualmente en las islas canarias (hal. 10-18):

“Si ha caído en los amplios lazos tejidos con mimbre
de la nasa y, tragado el cebo, al fin siente el engaño,
no se atreve a embestir con la frente, a la fuerza, los aros:
vuelto hacia atrás, sacudiendo los mimbres con golpes de cola,
los afloja, se escurre y escapa a las aguas seguras.
Más todavía: si, al pasar nadando, algún otro escaro,
ve, compasivo, como éste en el mimbre apretado pelea,
del revés como está, con los dientes le agarra la cola,
para que así salte fuera...”.

5.5.1.2. Vemos luego el recurso bien conocido de la sepia cuando se intenta agarrarla (hal. 19-22):

“Cuando la sepia, tarda en la fuga, acaso es cogida
bajo el agua somera –pues teme a las manos rapaces–
infectando el mar, una sangre oscura vomita
y, tras burlar a los ojos que intentan seguirla, se escapa”.

5.5.1.3. El tercer pez cuya forma de librarse narra Ovidio es la suculenta lubina, a la que el comediógrafo griego del siglo IV a. C. Aristófanes define como “el más sabio de cuantos peces hay” (frg. 12,595). Efectivamente aquí, en lugar de usar la fuerza, como el escaro, recurre a la astucia (hal. 23-26):

“Encerrada en la red, la lubina, aunque fuerte y salvaje,
con la cola moviendo la arena, se entierra debajo
y, en el momento en que siente las mallas alzadas al aire,
vuelve a salir y, saltando, burla sin daño las trampas”.

Pero más adelante el propio Ovidio recuerda su carácter fuerte y violento, cuando ha sido atrapada por un anzuelo (hal. 39-42):

“excitada por su ira violenta,
zigzaguea la lubina, se hace llevar por las olas
y la cabeza sacude, a ver si, ensanchando la herida,
cae el sanguinario arpón y abandona su boca, rasgada”.

5.5.2. A diferencia de lo que hemos visto hasta ahora, con traductores latinos de obras griegas, este poema de Ovidio fue muy tenido en cuenta por Opiano, natural de Cilicia, en la actual Turquía asiática, que escribió en griego otro, llamado también Halieutica y publicado hacia el año 180 de Cristo, bastante más largo: tiene unos tres mil versos frente a los ciento treinta y cuatro conservados (y no muy bien) del que hemos visto.

5.5.2.1. Del escaro dice (hal. 4,47-61):

“Y a aquél que en el prieto buitrón ha sido atrapado
otro le ayuda a escapar y lo arranca a una muerte segura.
Siempre que el ágil pez de la red en la trampa ha caído,
enseguida lo nota e intenta escapar del peligro: 50
tras volver la cabeza y la mirada hacia abajo,
nada sobre su cola, al revés, a lo largo del cerco:
pues tiene miedo a los cables cortantes, que en la corona
por todas partes se erizan y le hacen daño en los ojos
cuando se choca con ellos, como si fueran guardianes.
Los restantes, al verlo dando vueltas confuso,
van desde fuera a su encuentro a ayudarle y no dejan
que se atormente: y tal vez uno de ellos le estira la cola
como una mano que al compañero sujeta allí dentro,
lo mantiene mordiendo y otro lo extrae de la muerte 60
con la cola de guía en su boca como una cadena”.

5.5.2.2. De la sepia, tras describir la tinta (hal. 3,156-165):

“... cuando las invade el temor, de inmediato
sueltan oscuras gotas de aquello y su turbio fluido
tiñe y oculta a lo largo y lo ancho del mar los caminos
todos y destruye toda visión de las cosas:
ellas al punto, sin problema por esa neblina
tanto del hombre como del pez más fuerte se escapan”.

5.5.2.3. Y de la lubina (hal. 3,121-125):

“La lubina, con sus aletas, excava en la arena
un agujero tal que admita su cuerpo y se tiende
sobre ese lecho: entonces traen la red a la orilla
los pescadores; pero ella, echada sin más en el barro,
felizmente los burla y escapa al lazo de muerte”.

5.6. OTROS TEMAS

5.6.1. Tras estos pasajes, alegría de ecologistas, antes de terminar y todavía con la ayuda de Ovidio, podemos hacer referencia a un par de obras dedicadas a ese arte tan antiguo como el mundo, que, sin embargo, no cuenta, que digamos, con muchos tratados específicos. Me refiero nada menos que al arte de amar, tan trascendental para el individuo, al cual el poeta latino le dedica no pocos versos. Para construirlos utiliza la forma propia de la elegía, que en el mundo latino es fundamentalmente amorosa, a saber, un hexámetro, cuyo ritmo hemos seguido hasta ahora, y un pentámetro, que es como dos medios hexámetros. De este tratado sólo voy a dar el programa, que luego se desarrolla a lo largo de tres libros, con consejos para ambos sexos, aunque marcado por el predominio del varón, como no puede ser de otra manera en el contexto histórico en el que nos movemos. Con todo, tratándose de estas lides, no hace falta ser especialmente hábil para invertir los protagonismos y aplicar a las mujeres los consejos dados a los hombres (ars 1,35-38):

“Vaya primero tu esfuerzo a encontrar el amor que deseas
tú que, soldado, ahora inicias tu nueva milicia.
El siguiente trabajo es ganarse a la que te ha gustado;
y el tercero que dure el amor largo tiempo”.

5.6.2. El mismo Ovidio escribe también un libro de “Remedios de amor”, donde los va desgranando a lo largo de más de ochocientos versos una vez establecido que (rem. 13-18):

“Si alguien que ama, y quiere amar, a gusto se abrasa,
que disfrute y navegue a favor de su viento.
Pero si alguien la tiranía de una indigna no aguanta,
no desfallezca, reciba de mi arte el socorro.
¿Qué razón hay para que con un lazo en el cuello, un amante
cuelgue, lúgubre carga, de un alto madero?”.

5.6.3. Ovidio escribió incluso, y con su arranque termino esta relación, un tratado, de un centenar de versos, sobre la “Cosmética del rostro de la mujer”. El poeta lo justifica diciendo (medic. 1-6):

“Aprended qué atenciones realzan la cara, muchachas,
y de ganar vuestra causa cuál es la manera.
El Cuidado mandó dar los dones de Ceres a un suelo
yermo; así perecieron las zarzas punzantes;
el Cuidado corrige en las frutas los jugos amargos
y el injerto adoptivas ayudas da al árbol”.


6. CONCLUSIONES
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De todo los visto hasta ahora se pueden sacar muchas conclusiones... o sólo una, que dejo al arbitrio de cada cual, e incluso ninguna. Sugeriré, pues, las que a mí se me ocurren después de haber ido desarrollando en sucesivas etapas la idea inicial.

6.1. Es mala táctica para una persona que utilice el intelecto de forma positiva (deberíamos serlo todos) dejarse llevar, sin más reflexión ni análisis, por las corrientes imperantes, si no se identifica con ellas total o parcialmente. El hecho de que otros lo hagan no deja de ser una coartada necia y sin fundamento. Si eso ocurre en la Universidad, donde debe imperar el espíritu crítico, la reflexión sin prejuicios, el amor al saber más allá del mero practicismo, mejor la cerramos y dejamos todo el tinglado en manos de ese ente abstracto de puro concreto que llamamos la empresa. Por supuesto, eso no quiere decir que haya que prescindir de ella, ni mucho menos que la búsqueda de un beneficio presente y futuro no esté en la meta de todo universitario. Pero no es cuestión de quedarse en la utilidad inmediata sin prestar oídos a otras cosas, sin interesarse por otros conocimientos.

6.2. En parte como respuesta a ello van encaminadas las observaciones y esbozos que he intentado someter a la consideración de todos. Aunque no pasen de suscitar la curiosidad en quienes, por las razones que sea, no tenían conocimiento o lo tenían muy vago, de estos autores y obras, ya ese resultado sería enriquecedor, porque el saber, incluso de cosas aparentemente intrascendentes, siempre lo es. Lo acabamos de leer en unas declaraciones del bien conocido investigador Manuel Patarroyo (ABC de Sevilla, 9/8/2005, pág. 97): “no creo que se pueda ser un científico íntegro sin ser un humanista”.

6.3. He pretendido también que quienes accedan a estas páginas, sin dejar de adquirir algunos conocimientos, lo pasen bien, no ya por el hecho en sí, sino porque ésos eran los propósitos de los autores cuyos textos hemos visto.

6.4. En fin, como habitual sufridor desde hace muchos años, pero especialmente en las últimas décadas, de textos absolutamente reñidos con el léxico, la morfología y la sintaxis, e incluso la fonética, y no digamos con el estilo, me daría por muy satisfecho si, dejando al lado esa innecesaria prisa, que mira por dónde, siempre se presenta a la hora de redactar un texto, tomáramos todos conciencia de que hay que ir acabando con ese empobrecimiento imperdonable del mejor instrumento que tiene el hombre para distinguirse del resto de los animales. Un instrumento que, como decía al principio (y está más que demostrado) nos hace capaces de pensar y de transmitir con coherencia lo que pensamos. Con ello además, y esto me parece que debo resaltarlo otra vez, daremos una prueba fehaciente de respeto al futuro lector u oyente de lo que decimos.

Ojalá tan buenos propósitos hayan dado fruto. Muchas gracias.

BIBLIOGRAFÍA
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