Museo Julio de Torres

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Se acuna en las nanas de agua de la Fuente del Potro, escaparate y caja de resonancia de todos los murmullos de Córdoba desde -1577. Aquí encontraron cobijo e inspiración escritores y guitarristas universales, como Miguel de Cervantes o Paco Peña, y toda una saga de pintores que dieron nombre y sentido al museo.

El latir la plaza fue de muleros, caballeros andantes y mesoneras en torno a la posada, desde tiempos de Alonso Quijano, y de mujeres con cántaros al cuadril alrededor de la fuente y su caña, hasta tiempos muy recientes. En ella se puso la primera piedra del Hospital de la Caridad, un año después de la llegada de Colón a “las Indias” y en 1862 el Museo Provincial de Bellas Artes, auspiciado por Rafael Romero Barros, el renacentista de Moguer con quien tanto quiso el patrimonio local. Conserva la antigua capilla, con las pinturas de su hijo Rafael, el pequeño pórtico de acceso y la escalera de artesonado mudéjar. La impronta de los últimos andalusíes aparece igualmente en el patio romántico e íntimo que sirve de antesala al museo, a la vivienda familiar de los Romero de Torres y a las dos plantas que dan cobijo a una buena parte de la obra de Julio.

En el patio siguen los naranjos que dieron sombra a los consejos del gran pintor onubense, e inspiración a sus irrepetibles recurrentes bodegones. Rafael tiene busto en ese pórtico del museo, junto a un retrato romano y otro del egabrense Juan Valera.

El camino que Romero Barros inicia en Moguer confluyó en este recinto con el de la sevillana Rosario Torres, madre de sus ocho hijos. El pequeño patio familiar es un jardín plagado de luz y recuerdos de grandes figuras, y el pórtico de entrada que comparten los dos museos. Este, de Bellas Artes, alzó sus muros como hospital allá por el siglo XV bajo los auspicios de los Reyes Católicos, y fue
ocupado por el museo en 1862.

Frente al Museo de Bellas Artes aparece el dedicado al más popular de los hijos de Rafael Romero y Rosario Torres, Julio. Inaugurado un año después de su muerte, acacida en mayo de 1930, contiene el mayor y más interesante fondo de obras del pintor.

Habitan el museo el dolor y el costumbrismo de Mira qué bonita era o La conciencia tranquila; el desgarro de las Vividoras del amor o Mujeres en la calle, o el azul cálido de su etapa romántica, para acabar definitivamente en la copla andaluza con sus celos, arrebatos, amores sagrados y profanos; la guitarra, la sangre, la “puñalá” del flamenco, la redención de las mantillas y las rosas del pecado. Todo el tormento y la grandeza del folclore andaluz en el rostro de Amalia Solano, la gitana que pidió para él una mañana de mayo sentado en el Mercantil. Veinte cuadros de Amalia, su biografía, la niña de la Ribera que con 16 años posó por vez primera por 10 reales. La misma que asoma su rostro años después, y en un segundo plano, en Celos.

Se diría que el pintor sigue respirando aún el majestuoso talento del padre para dejar en el museo un sello inconfundible de sensualidad, sentimiento y pasión. El pintor de los pañuelos blancos salpicados de pétalos rojos; el de los cuerpos yertos y las pieles transparentes. El de los bordados de oro y seda, el de los capotes, la muerte y la vida, siempre con Córdoba de fondo.

(Matilde Cabello)

El Medallón de Romero 

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- Algo le pasa a la Chiqui, Doña Concha. Ha cambiado tanto que no la conozco. Le hablas y es como si no estuviera. Siempre está en otra parte, soñando, en su mundo. Estás con ella pero ella no está.
– Chiqui siempre ha sido soñadora, ya sabes cómo vuela su imaginación.
– Ya pero no; no es la misma.
– Estate tranquilo, Julio. Os casáis dentro de tres semanas, es normal.
– En la pedida de mano sus ojos brillaban como perlas, seguían a los míos nada más verme. Incluso canturreaba como un canario a todas horas en casa. Pero desde hace dos meses todo es distinto. Se ha vuelto fría, distante, esquiva. No es ella.
– Son los preparativos de la boda, el ajuar… los nervios están afectando a Teresa más de la cuenta.
– Me gustaría que fuera eso, pero un sexto sentido me dice otra cosa.
– ¿Y qué te dice ese sexto sentido tuyo?
– Que hay algo más…. y tiene que ser algo fuerte, muy gordo…
– ¿Algo gordo…?
– Sí, Da Concha. Creo que hay otro…
– ¡No seas tonto, Julio! ¿Cómo va a haber otro hombre? Teresa no tiene ojitos para nadie que no seas tú.
– Desde fuera, las cosas parecen de otra manera. Usted no lo ve, pero esto huele muy raro.
– ¡Quítate esa idea de la cabeza! Sois novios desde críos, os he visto jugar y crecer, siempre juntos. Eres el mejor pretendiente que pueda haber.
– Pues yo creo que hay otro. Es un presentimiento que me mata. Eso sí, como haya otro me encuentra…. Luego, Dios dirá…
– ¡Calla, calla, loco! Que el diablo está suelto ¡Guarda esa faca!
– Cuando se apuesta verdaderamente por la vida, uno no puede abandonarse a tercerías. La justicia divina no existe, y la justicia humana la controlanlos poderosos, por tanto en estos casos no hay más remedio que actuar.
– La urgencia de los enamorados rompe límites, para bien y para mal. Vete tranquilo, Julio, date un paseo por las Tendillas y bebe unos medios con los amigos. Airea esa cabeza y verás que el tiempo pone las cosas en su sitio. Eso sí: la faca ni tocarla ni mentarla.

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– Llegas otra vez tarde, Ángeles.
– Ya, Fuensanta, me quedé ayudando al párroco tras la misa.
– ¿Otra vez… tanto tiempo…? Don Bernardo se aprovecha de ti y tú eres un pedazo pan, pero está bien, se te ve bien, feliz.
– Yo soy un ser feliz, hermana.
– Angelines: sé muy bien lo que digo. Ahora sí eres feliz, antes no. Antes, beata y boba, como yo, ojos tristes. Pero de pronto rompes el luto de padre, vinieron los adornos y los trajes bordados con encajes, y de seguido empezaste a no parar en casa.
– No pena más quien apena a todas horas, Fuensanta. Esto lo he hablado
mucho con Don Bernardo.
– Oye, oye, no te equivoques, no estoy reprendiéndote, al contrario. Antes, tu sonrisa no era auténtica, solo era apariencia, labios afuera. Ahora ríes, tus facciones han cambiado; por primera vez proyectas cosas, y me alegro que sea así.
– Tú también deberías salir, Fuensanta. El luto acaba ennegreciéndote dentro si se pone más de la cuenta.
– Es muy cierto, pero yo me refiero al único lenguaje auténtico: el de la mirada. Ahora, tu blanco brilla, y el iris también en él. No sé cuál de los dos tira más, si el uno o el otro, pero da igual. Yo te quiero, Ángeles, y viéndote así no me importa de dónde viene tu bienestar. Por cierto, veo que has arreglado el medallón de plata…
-Sí hermana, era una tontería. Se había despegado mi retrato de la placa. Lo llevé al estudio del pintor, no fuera que yo misma lo rompiera. Ha quedado como nuevo.
– Es un medallón precioso, y vale mucho, sobre todo por lo que representa.
– Gran verdad. Padre era un ser espléndido y generoso, en alma y en acciones; sabía hacer buenos regalos.
– Por eso me complace que hayas arreglado el medallón y que vuelvas a ponértelo. Te va divino con el traje blanco que llevas. Estás elegante y bonita. Da un toque de distinción y de clase.

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– Teresa, tenemos que hablar. Nos casamos en dos semanas y llevas un tiempo que no te conozco. Estás distante. Te hablo y no atiendes. Estás y no estás, siempre pensativa.
– Julio, llevas así de pesado dos meses, y la verdad, me agobias.
– ¿Qué te agobio? No es solo dos meses de distancias y de lejanías. El tiempo es otro, no deja espacio a los momentos de los dos.
– Estás poemando…
– Sí, dilo así, poemando… Aparte de levitar en sueños y de flotar en no sé qué mundo, ya no sé si voy a casarme con un témpano de hielo.
– No exageres, Julio.
– ¿Qué no exagere…? Hace tres meses no parabas de hacer planes de lo que harías cuando nos casáramos. Entonces era yo quien tenía que callarte: que si al ajuar, que si los invitados, que si el viaje de bodas, que si lo felices que seríamos… Y ahora hay que sacarte las cosas con sacacorchos.
– Ya te he dicho que estoy inquieta. No puedo explicármelo ni explicarlo ¿sabes? No me he casado antes, es así y ya está. Son nervios.
– Dale otra vez con que esto es así y los nervios. Los nervios no llevan a cuestas la tristeza. Hablas con la mirada, y tu mirada huye. Es como si te sintieras culpable de algo…
– ¿Culpable…?
– El iris de tus ojos se ha vuelto tizón, y las venillas resaltan sobre el blanco. Llevan dentro dolor, no nervios. Algo esconden…
– ¡Vaya! Ya salió otra vez el médico especialista en miradas ¿No dices que no
te miro? Y ahora me sales con esto… ¿Qué voy a esconder?
– Tú sabrás… Te falta el canto de un céntimo para llorar.
– ¿Llorar yo?
– Sí, llanto contenido. A lo mejor no quieres casarte, o peor aún, a lo mejor…. hay otro…
– ¿Pero qué dices? ¿Te has vuelto tonto?
– ¿Por qué no? Lo explicaría todo: tu actitud distante, la frialdad, el estar en Babia…
– ¿Lo estás preguntando en serio?
– Ponte tú en mi lugar. Las piezas encajan.
– ¿Encajan….?
– Pues claro. Primero volaron los besos, luego los abrazos, y ahora es tu mirada quien habla.
– ¿Pero cómo va a haber otro hombre?
– Porque lo dicen tus ojos. Dicen sin querer lo que no eres capaz de decir con las palabras.
– Julio, tus poderes me asombran. Y ya puestos, tus ojos leen lo que quieren leer.
– Respóndeme entonces ¿Hay otra persona o no?
– No. No hay otro.
– Repítelo de nuevo, mirándome esta vez cerca, sin apartar la vista. ¿Lo hay?
– No hay otro hombre ¡Punto!
– ¡Júralo por tu padre!
– Te lo juro por mi padre ¿Vale así…?
– Vale… pero tú sabrás.
– ¿Cómo que tú sabrás?
– Que vale por ti…. Sólo por ti….
– No entiendo nada ¿Qué quieres decir ahora con eso?
– Cuando me enamoré de ti me embelesaron tus ojos, lo sabes. Ojos negros, ojos grandes, moros de azabache. No tuve que decidir nada, fluyó así, fácil, como una predestinación, y como predestinación lo asimilé; ni si quiera tuve que proponérmelo. Ahora bien, Teresa: si nuestras miradas se desvían del todo, y un intruso se mete en lo nuestro a propintento, te juro que responderá.
– Ahora soy yo la asombrada de la persona con la que voy a casarme realmente
– Con la misma persona que amaste, no lo dudes. No he sido yo quien ha
cambiado. Y esto, que te suena tan primitivo, es una reacción normal.
– ¿Normal…? ¿Ves normal amenazar a tu prometida?
– No son amenazas, sólo constato una realidad que podría ser. Y lo digo fríamente, con plena conciencia de causa y de lo que digo. Mi cante es hondo y digno…
– Pues menos mal, peor me lo pones….
– Estate tranquila. A ti nunca podré hacerte daño. Entre otras cosas, lo impiden tus ojos pero, como te dije, no puedo decir lo mismo de lo que pueda pasar más allá de ti…
– Querido Julio: el amor va más allá del lenguaje y de los ojos. Incluso puede escaparse de ambos.
– Teresa: nos amamos después de ser distintos y ser iguales. El amor excede
de la vida, por eso, precisamente por eso, es más fuerte que la muerte.

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– ¡Anda, guapetón! Ven pacá, si eres hombre…
– Eso ¡Ven aquí, torero valiente, que vas a ver conmigo el paraíso!
– ¡Vente, moreno! Te voy a hasé un hombre de verdá. Disfrutarás como nunca.
– ¡Mira qué pechos me dio Dios! Se te ve con hambre, hombretón ¡Cómetelos con esa boquita tuya, enteritos patí!
– Anda, ven. Seré dulce contigo. Ven y te hago un precio especial.
– ¡Cuidao, cuidao! Mal terreno pisáis, que yo lo he visto primero.
– Vamos, ni que fueras la dueña de Cardenal González.
– Oye niñata ¿A que te pego una hostia y me quedo tan ancha? Tú a mi me
respetas.
– Deja a la cría, que también tiene derecho a buscarse la vida
– ¿Y a ti quién te ha dao vela en este entierro? Mira que primero hostio a esta tonta y con la misma te rajo la cara de oreja a oreja. No te metas  donde no te llaman, esto va entre una servidora y la muñequita de cara. La tengo calá. Va de mosquita muerta y te quita el hombre en un pis pas.
– Pues este cliente no va a ser pa ninguna de nosotras. Se va Lucano arriba, se ha parao en la esquina con la Trini.
– La próxima vez, niñata relamida de vaca, te pongo de sombrero ese abrigo de oveja que llevas ¡Grábatelo mu bien dentro del toto, y que no te se olvide nunca!

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– Lo tienes bien merecido, Julio, por tonto.
– El amor es ciego, Trini.
– Ciego es quien no quiere ver. Ciego y tonto; doble premio.
– No entiendo.
– ¿No? Bájate de la parra a la que te montaste. Más claro, agua. Incluso los ciegos ven mejor que tú.
– Mi chiqui era mi chiqui. Crecimos juntos, nos amábamos. Si no hay amor, si no lo has sentido nunca, la vida no es humana.
– Así no se puede ir por la vida, Julio. Con los ojos cerrados, la vida te come y te queda grande.
– A lo mejor me he dejado llevar por los presentimientos. A fin de cuentas ¿qué son dos meses? Doña Concha ve esto como una tregua. Quizás tras el verano las aguas vuelvan a su cauce.
– Fuisteis dos tortolitos, novios desde chicos. Crecisteis pipiolos al margen de las cosas y, claro, el que no ha visto nunca a Dios cuando lo ve se asusta.
– Trini, si no hay amor la vida es gris, no hay más combinación posible del blanco y del negro. Si no hay amor, no hay nada.
– Ay Julio, Julio… El amor es eterno mientras dura…
– Dura… sí que estás siendo tú conmigo.
– Te aferras a un pasado que no está, no sé si incluso existió. Asúmelo. Mejor temprano que tarde. ¿No dices desconocer por completo a Teresa, que se aleja estando cerca y que es un témpano de hielo?
– Sí (….) Pero el amor existió de verdad, existía hasta hace apenas dos meses. Chiqui no es mujer para ti, Julio. Creo además que nunca lo fue.
– ¿Pero qué dices?
– Lo que oyes. Llevas la vida en las venas fluyendo a borbotones pero Teresa  siempre ha sido un misterio con su tristeza melancólica. La Chiqui te queda chica, Julio, y tú le quedas grande a ella.
– Gracias, Trini, por tu sinceridad de hielo … Tus palabras van a darle cuerda a los jardines y a los escaparates…
– Todos estamos preparados para sobreponernos. Esa capacidad también está en nosotros desde niños, y es algo que se aprende. Desenreda ese nudo, Julio. En ti está.
– Los nudos vitales requieren tiempo.
– El tiempo es un arma de doble filo, a veces acierta y a veces lo enreda más. La claridad no está en el tiempo sino en uno mismo, y el dolor aguanta mal metido entre calendarios.
– Mejores metáforas, imposible…
– Intento ponerme a tu nivel. Tanto que te gusta el arte, la magia de las palabras y el lenguaje de los ojos, sabes muy bien que hay miles de tonos. Además, el negro, negro es… Empieza entonces por el rojo.
– El iris nunca es de color rojo, Trini.
– Los ojos son redondos, Julio. Son curvos, acuosos, llenos de espacios. Es la luz quien atraviesa el cristal, y los colores dependen de la manera como queden atrapados en cada retina.

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– ¿No podéis adivinar a quiénes he visto peleándose….?
– ¡Cuenta, cuenta! ¿A quiénes?
– Al Julio y la Chiqui…
– ¡Venga ya! Eso es imposible, van a casarse dentro de dos semanas.
– Pues sí. Peleaban en la calle Feria. Ella no decía ni mu y él la zarandeaba tirándole del vestido por el codo. Luego, la Teresa se puso gallita y le cantaba las cuarenta. ¡Un espectáculo, vamos¡
– ¿Quién iba a imaginarlo? Toda la vida de novios y a dos semanas del casorio se pelean.
– ¡Ver para creer! Si no lo cuentas, nunca se me habría pasao por la cabeza.
– Pura verdad, por las velas de San Pancracio bendito. Pero esto no es tó…
– Cómo… ¿hay más?
– Bueno, bueno…mucho más: ¡la bomba!
– A ver, a ver ¡Suelta!
– Pues que el Julio está liao con la Trini…
– ¡Lo sabía, lo sabía! Me lo imaginé nada más decirnos tú lo primero.
– Ya, es que La Trini es mucha Trini…
– Julito tampoco se queda atrás ¿eh? Las mata callando.
– Sí pero a la Trini le viene de sangre. Mira, si no, su madre. En esta vida se hereda todo, lo bueno y lo malo.
– Pues sí. Los dos pimpollos se susurraban cosas en la esquina de la plaza del Potro con la calle Lucano. Estaban muy pegaditos, casi metidos en el zaguán de la Trini. Así estuvieron tres cuartos de hora.
– Vaya, vaya… Aquí huele a pecao…
– Vaya que sí ¡Pecado mortal! Y lo explica todo: Julito rompe con la Chiqui y se lía con la Trini.
– Ufff…. Pues también huele a pérdida de la gracia…
– Por Dios bendito ¡Qué retorcida eres!
– Ah, y vuestras mentes calenturientas no ¿verdad? menudas alcahuetas. Quien no os conozca que os compre.
– Bueno, bueno, hay que cortar. Es la hora y no podemos seguir hablando. Acaban de abrir las puertas y se escuchan los primeros pasos. Subamos rápido y volvamos a nuestros sitios. Seguiremos dándole a lengua cuando cierren.

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– Les doy la bienvenida al Museo Julio Romero de Torres. Esta pinacoteca guarda los cuadros más  importantes del pintor emblemático de nuestra ciudad y que mejor ha plasmado la esencia de Córdoba, sus costumbres, su gente y sus monumentos. Se inauguró el 23 de noviembre de 1931 gracias a la donación del mobiliario y los cuadros por su familia tras la muerte del artista el 10 de mayo de 1930. Romero de Torres nace en nuestra capital en 1874. Su padre, el pintor romántico Romero Barros, había llegado a Córdoba en 1862 y se instaló en una vivienda próxima al Museo de Bellas Artes con su mujer, Rosario Torres Delgado, y con su hijo Eduardo. Aquí nacerían siete hijos del matrimonio, los cuales se dedicaron a diferentes ámbitos artísticos relacionados con las bellas artes, la investigación, pintura, música o escultura. Por tanto, Julio Romero disfrutó de un crisol de influencias muy directas, intensas y enriquecedoras. Además de recibir una importantísima formación pictórica de su padre, tal ambiente cultural activa pronto en él su vocación por la pintura y un fuerte espíritu romántico y humanista.
– Disculpe Señor. Muchos de estos cuadros reflejan mujeres desnudas y prostitutas. ¿Cómo se come eso en la Córdoba de finales del XIX y comienzos del XX?
– Buena pregunta, Señora. Romero de Torres fue una figura intrépida y comprometida con la sociedad del momento, de hecho tuvo un vínculo muy fuerte con la literatura y con escritores de renombre, como Valle Inclán o Antonio Machado. Por tanto participaba de un espíritu trasgresor común, espíritu que, paradojas, revertiría positivamente en su prestigio. Le pongo un ejemplo. En 1906 presenta el cuadro “Vividoras del amor” a un premio nacional. La obra no fue admitida al concurso por el jurado debido al tema, y de inmediato la intelectualidad monta en cólera por dicha descalificación, del mismo modo la ciudadanía lo arropa e interpretan tal hecho como una afrenta contra Córdoba. Por otro lado, debe saber que cerca de aquí se concentraban muchos prostíbulos, y la iconografía del momento enarbolaba los tópicos de lo español y lo andaluz. Aunque Romero de Torres fuera profesor en la escuela de Artes y Oficios, se nutría de muchos encargos, unas veces oficiales, como los carteles de feria expuestos en la planta baja, y otras veces retratando a personas acomodadas de la nobleza y la burguesía. Con todo, tres grandes temas dominan sus pinturas: el flamenco, la muerte y, sobre todo, y por encima de todo, la mujer. Siempre la mujer…
– Las fotos de Romero de Torres plasman un hombre elegante y apuesto. Seguro que tuvo muchos romances, sobre todo con las modelos ¿no?
– Ya… Como canta el pasodoble, “Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena con los ojos de misterio y el alma llena de pena”. En efecto, sus cuadros están llenos de connotaciones sexuales, y en el conjunto su obra lo presenta como una persona obsesionada con tal tema. Ahí están los desnudos integrales, que sin duda debieron turbar mucho en la época, las miradas de mujer, enigmáticas, retadoras y sugerentes, o el fetichismo de los zapatos, brillantes, de tacones altos y puntiagudos… Pero por el lado contrario, todo ello se mezcla con un gran misticismo religioso. Vea si no, Señor, cuántas referencias hizo a la semana santa, al santoral, los temas de monjas e iglesias, las beatas y sus mantillas…
– Bien, bien, ¿Pero hubo tema o no hubo tema…?
– (….) Al igual que Sorolla, Romero de Torres eleva el color y el luminismo a la máxima expresión, el primero con la dominancia del mar y la explotación pictórica de sus tonos azules, y el segundo resaltando el amarillo albero con el contraluz de la figura femenina. Tanta sería la importancia que sus últimas palabras fueron: “quitadme esa luz tan cruda, me hace daño y estropea la que llega del jardín, tan suave”. Bajo influencia de la pintura italiana, y en especial Tiziano y Leonardo, nuestro artista se decanta por una técnica figurativa y difuminada en bordes, a contraluz del negro de fondo y en sintonía con el moreno arabesco de la mujer andaluza. Según sus propias palabras, “la pintura ha de ser lo que fue siempre… la verdad vista a través del recuerdo”. En mi modestísima opinión, Don Julio emulaba a Aristóteles cuando éste sostenía que la belleza, y por ende un cuerpo bello, solo pueden ser percibidos en su entera totalidad.
– Disculpe mi insistencia, pero o está siendo usted muy hábil o muy diplomático. Todavía no ha respondido mi pregunta…
– En verdad fueron muchas las modelos que desfilaron por su estudio y como buscaba la perfección, pues planificaba al milímetro cada cuadro y sus bocetos, podemos imaginar largas horas de preparación, de contemplación y de conversación. Ese tiempo muerto debió propiciar muchas cosas. Toda la obra de Romero de Torres cabalga entre la disyuntiva del pecado y la gracia, el bien y el mal; por tanto no es descabellado imaginar escenarios de amores platónicos y puros y otros de amor real y carnal. Con todo, la auténtica verdad, y la respuesta a su pregunta, la desconozco (.…). Así pues, tras esta breve presentación de bienvenida, espero que disfruten todos ustedes de la visita al museo. Consta de seis salas, dos en la planta baja y las otras cuatro en la primera planta. Con su visaje comprobarán la evolución pictórica y los temas dominantes de los lienzos. Si tienen alguna pregunta, no duden en planteármela.
– Disculpe Señor. Tenía entendido que “La chiquita piconera” está en este museo ¿es correcto?
– Correctísimo, Señora. Además, es una de las telas más importantes.
– Pues verá, he dado ya dos vueltas a las seis salas y no la encuentro.
– Está en la Sala VI, titulada “la esencia de Córdoba”. La chiquita piconera se llamaba María Teresa López y fue modelo de Julio Romero en muchos cuadros suyos. Aparece sentada en una silla, lleva una camisa blanca con pliegues, su mano derecha sostiene una badila para remover el picón del brasero y el brazo izquierdo está totalmente descubierto dejando entrever sensualmente la silueta del brazo. Sus labios son perfectos, ahora bien, nuestra chiquita tiene cara de pena, de mucha pena. En el fondo del cuadro, muy a lo lejos y en pequeño, se ve el Puente Romano y la Torre de la Calahorra. Es una tela inconfundible.
– Pues verá, he visto una tela parecida pero no cuadra del todo con la descripción. En ella aparece Córdoba desde lejos, también hay una silla de mimbre y un brasero. Sin embargo no hay ninguna mujer morena en el cuadro, vamos, no hay nadie. Eso sí, en el brasero hay un medallón de plata envuelto en su propia cadena.

(Francisco Alemán)