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Título del texto editado:
«Noticias para la vida del doctor Bartolomé Leonardo y Argensola»
Autor del texto editado:
Pellicer Saforcada, Juan Antonio (1738-1806)
Título de la obra:
Ensayo de una biblioteca de traductores españoles, donde se da noticia de las traducciones que hay en castellano de la sagrada escritura … Preceden varias noticias literarias para las vidas de otros escritores españoles.
Autor de la obra:
Pellicer y Saforcada, Juan Antonio (1738-1806) Ensayo de una biblioteca de traductores españoles, donde se da noticia de las traducciones que hay en castellano de la sagrada escritura … Preceden varias noticias literarias para las vidas de otros escritores españoles. Pellicer y Saforcada, Juan Antonio (1738-1806)
Edición:
Madrid: Antonio de Sancha, 1778









NOTICIAS PARA LA VIDA DEL DOCTOR BARTOLOMÉ LEONARDO Y ARGENSOLA.


1. El doctor Bartolomé Juan Leonardo y Argensola fue hermano legítimo de Lupercio, cuya vida dejamos referida, y solo inferior a él en la edad. El haber escrito en ella que el apellido Leonardo es antiquísimo en la ciudad de Rávena; que Pedro Leonardo, uno de sus ilustres ascendientes que sirvió al Rey Católico en la Conquista de Granada con soldados a su costa, trasladó este linaje al Reino de Aragón; que fue padre de estos dos célebres hermanos Juan Leonardo, secretario y gentilhombre del emperador Maximiliano, nos excusa de repetirlo aquí con mayor prolijidad.

2. Nació nuestro Bartolomé en Barbastro (la antigua Burtina de los romanos, según alguno, ahora ciudad ilustre de Aragón) por los años de 1564. Aunque su padre se hallaba en Alemania, dispuso que pasase a estudiar en compañía de su hermano Lupercio a la famosa Universidad de Huesca, donde mostró luego cuán temprano había amanecido en él la luz poética, pues en sus tiernos años compuso unas elegantes octavas en alabanza de la orden de la Merced, que se leen al principio de la Divina y humana poesía del padre fray Jaime de Torres. En ella misma estudió Letras Humanas, la Filosofía y el Derecho, que fue su profesión, con aquellos progresos que eran de esperar de su felicísimo ingenio, y que le merecieron el grado de Doctor en Leyes. Es regular que en Zaragoza se diese también al estudio de la elocuencia, historia antigua y lengua griega bajo el magisterio de Andrés Schoto, 1 como lo hizo Lupercio, su hermano, según se dijo en su lugar.

3. Por los años de 1588 se hallaba ya ordenado de sacerdote Bartolomé Leonardo, y cura o rector de Villahermosa, como consta de la carta que empezó a escribirle su hermano Lupercio y que dejamos impresa en sus «Noticias». Presentole en este curato don Fernando de Aragón, duque de Villahermosa y conde de Ribagorza, amo de su hermano. Pero en el año de 1591 asistía nuestro rector en Zaragoza, teniendo parte en la compañía de Lupercio en la defensa de la fidelidad del reino, vulnerada con las alteraciones sucedidas en ella con ocasión de la fuga del desdichado secretario Antonio Pérez, como lo significa don Francisco de Aragón, conde de Luna, en sus comentarios 2 , donde dice que algunas cartas que los diputados de Zaragoza escribieron al rey Felipe II en el particular de estos disturbios fueron dictadas por nuestro Bartolomé, a quien no menos que a Lupercio califica de "bien hablados, de buenos entendimientos y de grandes conceptos" .

4. En Salamanca vivió también algún tiempo de asiento el rector de Villahermosa, sin que se haya averiguado el motivo de su residencia en ella, a no ser que le condujese allá el de perfeccionarse en sus estudios con el trato de los sabios de aquella universidad. Consta que se hallaba en ella el año de 1598 del libro que publicó Matías de Porres sobre las exequias que se celebraron en aquella ciudad en la muerte de Felipe II, en el cual hay algunos versos suyos tan excelentes, que advierte el mismo Porres que en el certamen poético celebrado para solemnizar estas exequias no entraron en competencia, sino que se premiaron aparte. Estos versos se imprimieron después en sus Rimas.

5. Pero de allí a poco tiempo se trasladó nuestro poeta a Madrid, en donde la emperatriz doña María de Austria, que, como se dijo, vivía retirada en el convento de las Descalzas Reales, le admitió por su capellán, cuyo empleo es de creer le facilitase su hermano Lupercio, que era secretario de esta augusta princesa, y especialmente sus protectores, los duques de Villahermosa. De este ministerio da él mismo parte a Justo Lipsio, con quien, émulo de su hermano, quiso comunicarse en una carta latina, escrita desde Madrid el año de 1602.

6. En este mismo año sustentó Lupercio de Argensola con el padre Juan de Mariana aquella controversia literaria que dijimos en su lugar, sobre la patria del poeta Prudencio, y en ella puso también las manos nuestro capellán cesareo, respondiendo con solidez y con viveza en ausencia de su hermano a los argumentos de Mariana, cuya carta dejamos trasladada en la vida de Lupercio.

7. Poco tiempo sirvió con su ministerio eclesiástico a la emperatriz; porque, habiendo muerto esta señora a principios del año siguiente de 1603, se retiró Lupercio a Zaragoza, y nuestro Bartolomé a Valladolid, adonde pocos años antes había mudado la corte Felipe III. Y, aunque ignoramos la verdadera causa que le llevó a ella, es de presumir fuese la amistad de don Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, caballero muy erudito, gran venerador del ingenio de los Argensolas y de grande autoridad en palacio por yerno y sobrino del duque de Lerma, privado del rey.

8. Que por los años de 1604 residiese el rector de Villahermosa en la corte de Valladolid, además de le[e]rse en una de las cartas latinas de Lupercio a Justo Lipsio, lo afirma él mismo en una dilatada apología que envió a su amigo el padre fray Jerónimo de San José, carmelita descalzo, defendiendo un soneto que compuso contra el arte de la esgrima, el cual, tanto para inteligencia de ella como por haber dado motivo de algún desabrimiento a su autor, no omitiremos repetir aquí. Dice, pues, así:

Cuando los aires, Pármeno, divides
con el estoque negro, no te acuso
si por ángulo recto o por obtuso,
atento al arte, las distancias mides;

Mas, di: el luciente en verdaderas lides
por venganza o por defensa puesto en uso,
¿herirá por las líneas en que puso
conformidad y no pendencia Euclides?

No esperes entre súbitos afectos
hiera con atención ni que prefiera
al valor un sofístico ejercicio;

porque o la mente humana no se altera,
o nos quiso ver locos de juicio
quien redujo la cólera a preceptos.


9. Leyeron este soneto algunos no menos apasionados de la esgrima que amigos del comendador Jerónimo de Carranza y de don Luis Pacheco Narváez, grandes maestros y autores de este arte, y le imputaron que le había escrito con el fin de mostrar la ridícula inutilidad de las reglas que aquellos dos caballeros enseñaban en sus libros. Llevados, pues, de esta preocupación, escribieron una censura contra nuestro poeta, fingiéndola hecha en Sevilla, pero parece se compuso en Madrid. 3 Notábanle en ella no solo de la siniestra intención que le imponían contra los dos referidos caballeros, sino hasta de sus errores gramaticales; y, aunque se vindica de lo primero, se desentiende de lo segundo, alegando que en esto se usaba «de palabras y términos descorteses, y que a esto no había de responder»; ¡tal era su gravedad!

10. Compuso nuestro Bartolomé el soneto arriba mencionado el año de 1604, pero la apología la escribió en Madrid el de 1609, y esto oprimido de más ocupaciones que las que tenía en Valladolid entonces, como dice él mismo en ella. Estas ocupaciones consistían en un pleito que a la sazón seguía, y en las que le daba el encargo que el conde de Lemos, presidente del Consejo de Indias, le había cometido de escribir la Historia de las Molucas, que se publicó en Madrid el año siguiente de 1610, con grande aceptación de los doctos; bien que, como en todos tiempos han abundado críticos indigestos y descontentadizos, no faltaron algunos que (no obstante «la elocuencia, erudición y juicio» con que está escrita esta Historia, como dice en su aprobación el coronista Pedro de Valencia) la notasen de enormemente prolija, porque decían que se empleaban diez libros en referir lo que pudiera contenerse en un pliego de papel, y que se leían en ella algunos cuentos que desdecían de un escritor grave y sacerdote. Despreció altamente estas reprehensiones nuestro Bartolomé, afectando no oírlas, que a eso aludió con la empresa que se ve en el frontis de la obra, en donde se representa él mismo en la figura de un león dormido, con esta letra, «Livori», significando que despreciaba la envidia de sus émulos. Pero su hermano Lupercio quiso dase por entendido en una apología que se imprimió al principio de la mencionada Historia, en que vindica nerviosamente a su autor de las imposturas de los envidiosos de su gloria. Estos oficios pagó después el rector de Villahermosa al secretario Lupercio cuando, muerto ya este, se intentó el año de 1621 en la Diputación del Reino ofender su memoria, como se dirá después, con excluir la descripción que había trabajado para orlar las márgenes del mapa de Aragón construido por el cosmográfo Juan Bautista Lavaña, sustituyéndole la de otro autor; con lo que se verificó lo que dice un adagio griego tomado de Platón: «Bueno es tener un hermano al lado».

11. Y aunque este le faltó al rector para defenderle del vilipendio con que le trata un autor moderno, no por eso se queda sin vengar. El injuriador es el traductor francés del Viaje alrededor del mundo hecho en el navío de S. M. británica el Delfín, mandado por el comandante Byron, y escrito en inglés por un oficial del mismo navío, en cuyo prólogo califica al coronista de Aragón de escritor fabuloso. El defensor es el juicioso anónimo que dio a luz el Viaje al estrecho de Magallanes por el capitán Pedro Sarmiento de Gamboa, 4 acompañándole de un oportuno y elegante prólogo, en que defiende con tanta solidez a nuestro Bartolomé, que no hay palabra que echar menos a su hermano Lupercio.

12. Tenía el rector de Villahermosa en este año en que vamos de 1610 cuarenta y seis de edad, de los cuales pasó la mayor parte, como él dice 5 en Salamanca, en Madrid y en otros lugares de Castilla, y, dejándola llena de la fama de su nombre, se retiró a la ciudad de Zaragoza con resolución de fijar su residencia en ella en compañía de su hermano Lupercio, disfrutando los muchos bienes que heredaron de sus padres. Años había que suspiraba el rector por este retiro de la corte, a cuyo artificioso trato se acomodaba con dificultad; y así, en vida de la emperatriz pidió licencia para esto, pero se le negó. Cuando murió esta señora, consintió en poner en ejecución sin obstáculo alguno estos intentos, pero él mismo dice 6 que no pudo resistirse a la persona grave que lo estorbó, que, aunque no la nombra, es natural fuese el conde de Lemos, que no acertaba a desasirse de su compañía. No se contentó nuestro Bartolomé con celebrar interiormente esta ausencia de Madrid, sino que quiso participar su regocijo a sus amigos, y así, escribió en esta ocasión a don Francisco de Eraso, conde de Humanes, aquella carta de tanta moralidad y desengaño que empieza:

Con tu licencia, Fabio, hoy me retiro etc.

13. Pero de esta sosegada vida que se había prometido no logró, sin embargo, sino algunos meses, pues el año siguiente de 1611 no solo le fue preciso abandonar a Zaragoza, sino a toda España, para pasar a Nápoles en compañía de su hermano Lupercio, a quien con suma distinción y empeño llevó su virrey, el conde de Lemos, para Secretario de Estado y Guerra de aquel reino.

14. Ocupábase en Nápoles el rector de Villahermosa no solo en ayudar a su hermano a sustentar el peso de la secretaría, sino en comunicar y en ser comunicado de los sabios y academias de aquella populosísima ciudad, adquiriendo nuevos aplausos con la celebridad de sus poesías hasta en los entretenimientos domésticos.

15. Ya dijimos en la vida de Lupercio Leonardo que el conde de Lemos era uno de los señores españoles más doctos en la poesía, y de los más aficionados a sus profesores. En fuerza de cuya inclinación, cuando pasó a Nápoles, llevó consigo no pocos poetas, unos con títulos de oficiales de su secretaría, otros con el de su amistad. Tales eran, además de los tres Argensolas, Lupercio, Bartolomé y Gabriel, don Francisco de Ortigosa, singular y desgraciado ingenio; don Antonio Mira de Amescua, arcediano de la catedral de Guadix, su patria, insigne poeta cómico y lírico; Gabriel de Barrionuevo, celebrado por sus sazonados entremeses; Antonio de Laredo y Coronel, de facilísima vena, y otros de igual nombre. Con tan admirables sujetos formó el conde una academia poética en su palacio, con cuya juntas solía recrear el ánimo de las fatigas del gobierno y deponer la molesta severidad de virrey. Las leyes de esta academia y lo que sucedió en una de sus juntas refiere por menor don Diego Duque de Estrada 7 , que era también uno de sus miembros, cuyo fragmento se nos permitirá trasladar aquí para que se vea la mucha parte que tenía en ella el doctor Bartolomé Leonardo, que no creía perder nada de su gravedad por acomodarse a estos desahogos familiares. Dice, pues, Estrada, a quien ya citamos en la vida de Lupercio:

Esta academia era de admirable gusto, porque después de haber leído los papeles conforme a los asuntos que se habían dado en la academia antecedente, celebrándose y dando asuntos nuevos según el capricho del presidente, tocando dos platos a cada académico; y, siendo más de veinte, teníamos de cena cerca de cincuenta platos cada noche de academia, y tan regalados que algunos costaban cuatro o seis escudos, y pocos de menos, por quererse esmerar cada uno en los suyos. En entrando de las puertas adentro, ninguno podía hablar menos que en verso, so pena de ir pagando nieve y configura según el delito con graciosísimas acusaciones y pleitos formados con sus ministros, fiscal y abogados, y todo en verso. Se oían extraños y graciosos disparates, porque no todos los que saben hacer versos son de repente. El presidente de aquel mes era el señor conde de Lemus [sic], virrey, cuyos elegantes, tersos versos excedían a Virgilio y Homero. La primera vez que yo entré se hizo una comedia de repente, que, así por detenerme a contar desdichas como por ser graciosa, la contaré. Representose el hundimiento de Eurídice cuando Orfeo, su marido, príncipe de la música, quebrantó las puertas del infierno con la dulzura de su lira y la sacó de poder de Plutón, como finge Ovidio en sus Metamorfosis, y hicieron las figuras, por ridículas, trocadas. Hacía Orfeo el capitán Anaya, un hombre de muy buen ingenio y ridiculoso, tocando por cítara unas parrillas aforradas en pergamino, que formaban unas disconformes voces; a Eurídice, el capitán Espejo, cuyos bigotes no solo lo eran, pero bigoteras, pues los ligaba a las orejas; el re[c]tor de Villahermosa, graciosísimo y sin dientes, a Proserpina; el secretario Antonio de Laredo, a Plutón, y yo, al embajador de Orfeo. Era este Antonio de Laredo de muy buen ingenio, cara y talle, tentadísimo por hablar de repente, junto que en otras comedias hacía él la mayor parte de los papeles, fingiendo diversas voces y pasándose a diversos lugares como que hablaban muchos, y tan gracioso en los disparates que decía que era la fiesta de la comedia; pero fuera de esta gracia natural, muy buen sujeto en todas materias. Empezose la comedia, y asistían el virrey y virreina con muchas damas encubiertas, permitiendo, como era de repente, si se decía alguna palabra sucia o no muy honesta si lo había menester el consonante del verso. Salió el re[c]tor, que, como clérigo, andaba rapado, vestido de dueña y, habiendo en esto atravesado por el teatro una dueña muy gorda, como era de noche, pensando que era él, fue tal la risa que apenas se podía empezar la comedia, la cual empezó el re[c]tor diciendo:

PROSERPINA. Soy Proserpina, que estoy en la morada
del horrible y rabioso cancerbero,
que me quiere morder por el trasero.
PLUTÓN. Bien hay en qué morder, 8 , no importa nada.


Y a este tono se fueron siguiendo disparates tan graciosos que aun los que representaban no lo podían hacer, de risa. Entré yo a dar la embajada y, después de haber descrito las penas y llanto de Orfeo, formé su cuerpo de una primavera, dando atributos a sus miembros de hortalizas y legumbres, y escaldeme tanto, que, habiendo durado más de un cuarto de hora con aplausos y risa del auditorio, el pobre de Plutón reventaba por hablar, y yo, abundándome el verso, porfiaba. La gente le daba cordelejo con que yo no le dejaba hablar, y él hacía gestos y demostraciones ridículas de hombre apurado. Últimamente acabé con esta copla mi razonamiento:

Dale, Plutón, a Eurídice
a Orfeo, su esposo amado,
que con no ser bautizado,
harás que se desbautice.

¿Qué dices? PLUTÓN. Embajador,
que se la lleves te pido,
que me dejas confundido
siendo yo tan hablador.


Causó tanta risa, conocido el sujeto, que, si no parara en llanto después, hubiera sido la más celebrada noche de la academia; pero, bajándose Plutón de un armario adonde fingía estar como en trono, teniendo el pie en falso, cayó sobre nosotros, de manera que casi todos salimos lastimados, y yo en particular, de mis negros riñones, perseguidos de caídas y cayentes; conque cesó la fiesta no con poco disgusto de todos, etc.

16. Pero la muerte de Lupercio Leonardo y Argensola, sucedida el año de 1613, turbó el sosiego de estas ingeniosas recreaciones. Como por esta muerte vacó el oficio de coronista del reino de Aragón, pretendiole el rector, para lo cual escribió a los diputados ofreciéndoles sus estudios. El virrey esforzó por otra parte esta pretensión escribiendo a los mismos diputados la siguiente carta, que da testimonio del alto concepto que tenía formado de la suficiencia de nuestro Bartolomé.

El secretario Lupercio Leonardo de Argensola, coronista de ese reino, es muerto, dejándome con el sentimiento que se debe a la falta de tan gran sujeto, de cuyo ingenio Aragón y toda España esperaban juntamente grandes frutos. Ha conformado su muerte con la integridad de su vida, con lo cual, y con su hijo, que le sucede, hallo algún consuelo. Al oficio de coronista, que ahora vaca y V. S. ha de proveer, a mi juicio, supuesto que en la elección se ha de atender a los méritos que la obra y el ministerio piden, no hay en España quien tenga tanto derecho como el doctor Bartolomé Leonardo, hermano del difunto, pero no inferior ni casi en la edad. Mucho antes que Lupercio, con orden de ese consistorio, tratase de continuar los anales de Zurita y de proseguirlos hasta nuestros tiempos, tenía el dicho rector hecho aparato y estudio para el mismo efecto. De su caudal, de su estilo y lenguaje latino y español casi en todos los reinos de España hay noticia y aprobación; por lo cual y por acudir a mis obligaciones, que son tan sabidas, le suplico a V. S. se sirva de darlo este oficio, pues, demás de la merced que yo recibo, cumplirá ese consistorio con su conciencia y con el deseo universal, que sin duda se endereza a lo mismo. De la importancia del negocio, de la suficiencia de la persona propuesta y, como he dicho, de mis obligaciones se puede inferir que no lo pido por cumplimiento, sino con las mayores veras que puedo; y de las mismas causas infiero yo que hago lisonja a ese consistorio y a ese reino en habérselo suplicado. Nápoles, 18 de marzo de 1613.

17. Sin embargo de esta tan importante recomendación, no tuvo por entonces efecto la provisión de coronista en el doctor Bartolomé Leonardo, porque prefirieron los diputados al doctor Bartolomé Llorente, natural de Longares y originario de Encinacorba, prior y canónigo del Pilar, insigne anticuario y doctísimo en la historia.

18. Quedose en Nápoles el rector ayudando con igual amor y diligencia que su hermano Lupercio a su sobrino don Gabriel Leonardo y Albión, en quien el conde de Lemos había sustituido la Secretaría de Estado y Guerra del virreinato.

19. Pero a principios de mayo del año de 1615 hizo un viaje a Roma, acaso con el intento de conseguir alguna dignidad eclesiástica con la protección de don Francisco de Castro, hermano del virrey de Nápoles, que se hallaba embajador en aquella corte, o antes bien, llamado del mismo para que Paulo V le proveyese el canonicato que tenía ya solicitado a su favor. Era este el que estaba para vacar en la iglesia metropolitana de Zaragoza por la peligrosa enfermedad de don Andrés Martínez, natural de Albarracín, secretario que había sido del licenciado Paulo de Laguna, obispo de Córdoba, antes presidente del Consejo de Indias. No se sabía entonces más sino que estaba a los últimos de su vida; pero de todo esto estaba ignorante el rector de Villahermosa, el cual, como tardase en su navegación, quiso suponer el embajador que se había sumergido en el Tíber, para tener ocasión de componerle el siguiente epitafio:

Siste el grado, caminante,
porque derrienga esta losa
al rector de Villahermosa,
ancho de tripa y semblante.
De Zaragoza un instante
fue canónigo, y más fuera
si caminara en litera;
mas del agua se fio,
y el Tíber le zambulló
por dar nombre a su ribera.


Leyéronle esta décima a Bartolomé Leonardo cuando desembarcó, y le revelaron todo el misterio de la pretensión, y, sabiendo que en tanto se dilataba en él la provisión del canonicato, en cuanto tardaba de expirar don Andrés Martínez, replicó con la siguiente:

No te pares, caminante,
en lo que dice esta losa,
que el rector de Villahermosa
navega el Tibre adelante;
dale tú que la vacante
le salga tan verdadera
como él andará en litera,
mas pienso que no vaco;
que no muere nadie, no,
cuando conviene que muera.


Pero en fin murió don Andrés Martínez, y sucediole en la canongía nuestro Bartolomé, a quien condujo el embajador a Frascati, lugar de recreación del pontífice, distante tres leguas de Roma, para presentarle a Su Santidad, cuyo pie besó, y el Papa le dio a entender que era acreedor de mayor premio. 9

20. Restituido el nuevo canónigo a casa del embajador, pretendió este detenerle en Roma para encargarle la correspondencia de Estado, ofreciéndose a impetrar breve pontificio para eximirle de la asistencia de la iglesia; pero él no admitió estas ofertas, antes por Loreto (en cuyo antiquísimo santuario dijo misa) continuó su viaje a Nápoles, en donde le esperaba con impaciencia su amigo el virrey.

21. Entretanto vacó el oficio de coronista del reino de Aragón por muerte del doctor Bartolomé Llorente, arriba mencionado, y estuvo vacante cerca de un año por andar los votos divididos entre el canónigo Leonardo y el doctor don Vicencio Blasco de Lanuza, autor de las Historias aragonesas eclesiástica y secular; pero. acordándose los nuevos diputados que entraron el año de 1615 de la pasada recomendación del conde de Lemos y de las insignes prendas del rector de Villahermosa, proveyeron este cargo en él, aunque se hallaba ausente, con entera conformidad de pareceres, obligándole a que dentro de seis meses se restituyese a la ciudad de Zaragoza y a que fijase su domicilio en el reino de Aragón. El virrey de Nápoles agradeció a los diputados por escrito esta elección, mostrándose parte interesada en ella. El nuevo canónigo les mostró también su reconocimiento en la siguiente carta:

La merced que V. S. me ha hecho de cronista de ese reino estimo y acepto con el hacimiento de gracias que es justo. Pondero la conformidad de los votos y las otras circunstancias de la elección por el contento que percibo en medir mis obligaciones con ellas. Su Santidad ha sido servido de darme un canonicato en esa iglesia metropolitana, por lo cual, y agora por el oficio de hitoriador, he de acudir a Zaragoza con toda brevedad, tirado de esas dos cadenas, aunque yo sé que en ellas el peso no ha de ser mayor que el gusto. Suplico a V. S. que, entretanto que dispongo el viaje me conserve su gracia, que yo procuraré merecerla no solamente con el ministerio de la pluma que ese ilustrísimo consistorio me ha fiado, sino por todas las vías que pudiere. En lo demás me remito a Martín Lamberto Iñíguez y al doctor José Trillo. Nuestro Señor guarde a V. S. como deseo. Nápoles, a 7 de agosto de 1615. Bartolomé Leonardo de Argensola.

22. Luego que en Nápoles tomó posesión del oficio de coronista de Aragón el nuevo canónigo de Zaragoza, se le ofreció ocasión de cumplir con él. Don Juan Francisco de Aponte, marqués de Marión, 10 regente que fue del Supremo de Italia, publicó dos volúmenes de Consiliis , y en el segundo ponía uno con este título indefinido, «Pro Regio Fisco contra Rebeldes Regni Aragonum», que parece le escribió el marqués con motivo de las causas que por las inquietudes sucedidas en Zaragoza el año de 1591 quedaron pendientes en los tribunales. Considerando, pues, nuestro coronista cuánto se ofendía la verdad y se lastimaba la fidelidad de Aragón por aquel autor, presentó al consejo colateral una enérgica representación, pretendiendo se revocase el privilegio de aquel volumen. A cuyas instancias cedió aquel senado, convencido de las razones del memorial, y mandó que se prohibiese el libro; pero, como el regente era poderoso, consiguió licencia para publicarle con la condición de suprimir aquel «Consejo» por injurioso al reino de Aragón.

23. El año de 1616 se restituyó a España Bartolomé Leonardo en compañía del conde de Lemos, que había cumplido ya su virreinato. Tenía a la sazón cincuenta años. Estableció su residencia en Zaragoza, como estaba obligado para cumplir con el duplicado ministerio de canónigo y coronista. Entregáronle los diputados con auto público, según habían estipulado, los papeles del archivo del reino, obligándose también recíprocamente el coronista a volverlos en la misma forma.

24. Dos años después que el canónigo Argensola llegó a Zaragoza murió el M. Fr. Francisco Diago, erudito dominicano, natural de Valencia, coronista mayor de los reinos de Aragón; y, queriendo el sacro y supremo consejo de aquella Corona proveer esta plaza, consultó a Felipe III el día 29 de mayo de 1618 al rector de Villahermosa, ponderando sus estudios y servicios. Conformose su majestad con la consulta y mandó se le despachase su real privilegio y nombramiento de coronista mayor de la Corona, usando en adelante este honroso título, como se manifiesta en sus escritos, y no absteniéndose de él por modestia, como dice Ustarroz. 11

25. Pero con la asistencia del coro y la ocupación de escribir la Historia de Aragón que le habían encargado los diputados, parece que el canónigo Leonardo se había entibiado en la amistad de las musas, con cuya inspiración había compuesto en otro tiempo aquellos inmortales versos con que ganó en España y fuera de ella un nombre sin segundo. Quiso reducirle de este desvío don Esteban Manuel de Villegas, gloria de la ciudad de Nájera, dirigiéndole una carta en tercetos, que ahora se publica en el tomo IX del Parnaso español, en donde no solo le estimula a escribirlos, sino que satiriza a los que los escribían con cierta obscuridad afectada, que ya entonces iba cundiendo, tan contraria a la tersa claridad de los de nuestro Bartolomé.

26. Diose, en efecto, por entendido Bartolomé Leonardo de las persuasiones de ella, y escribió después muchos de los versos que se leen en sus Rimas. Pero ¿qué dificultad costaría el volver a la comunicación con las musas a quien dotaron estas de tanta facilidad poética que, escribiendo a su amigo el P. Fr. Jerónimo de San José, le dice: «también remitiré a V. P. algunos versos que, sin quererlos yo, se me han nacido en la mente; no es burla, y digo otra vez sin quererlos yo, y aun alguna vez durmiendo los he hallado reciennacidos» ? Entre los cuales merece hacerse aquí mención de una dilatada carta en tercetos dirigida a su pupilo don Francisco de Borja, virrey de Zaragoza, que empieza: «Para ver acosar toros valientes», etc., 12 en la cual con hermosa y amena naturalidad describe bajo la persona de un afortunado labrador la vida privada que traía en Monforte de Lemos su conde, don Pedro Fernández de Castro. Residía este caballero en aquel lugar desde los años de 1617, en que de improviso se retiró de la corte, donde vivía muy aplaudido ejerciendo la presidencia del Consejo de Italia. Por memorias de aquellos tiempos se sabe que en la decadencia del cardenal duque de Lerma de la gracia del rey Felipe III y en la introducción en ella de su hijo, el duque de Uceda, se dedicaron el cardenal y sus dos sobrinos, el conde de Lemos y don Fernando de Borja, a obsequiar con demasiado estudio al príncipe don Felipe, de lo que, noticioso el rey, prohibió a don Fernando de Borja que le hablase a solas, y él, sentido de esta orden, hizo renuncia de la llave. Intercedió su primo, el de Lemos, que se sentía también comprendido en aquella providencia, para que se le volviese, y, no habiéndolo conseguido, se despidió de la corte y del Consejo, y se retiró a Galicia. Remitió, pues, el rector de Villahermosa esta elegía al conde de Lemos, que en respuesta le escribió una carta desde Monforte con fecha de 9 de agosto de 1621, que se pondrá al fin, mostrando su agradecimiento y su delicado gusto en la poesía, pues, desaprobando algunas expresiones de ella, se toma la licencia de enmendarlas, bien que después no se imprimió según estas correcciones.

27. Hemos llamado a don Fernando de Borja pupilo del canónigo Bartolomé Leonardo fundados en un poder que hemos visto que, como tutor y curador de la persona y bienes de don Fernando de Borja, Gurrea y Aragón, duque de Villahermosa y conde de Ficallo, otorgó a favor de Valerio Cortés del Rey, para que en cortes generales introdujese greuge o se quejase de agravio por el condado de Ribagorza.

28. Pero la principal ocupación en que entendía el canónigo Leonardo era la de la Historia. Habíanle mandado los diputados escribir en continuación de los Anales de Zurita la vida del emperador Carlos V, esperando por este medio restaurar la que su hermano Lupercio tenía ya casi perfeccionada y se perdió. No estaba, sin embargo, tan ligado a esta tarea que no se divirtiese a otros asuntos, aunque de la misma naturaleza.

29. La relación con los disturbios acaecidos en Aragón el año de 1591 con ocasión de Antonio Pérez habían sido la piedra de escándalo de los coronistas. Ya vimos en la vida de Lupercio Leonardo la fortuna tan adversa que corrieron los libros que sobre este asunto compusieron los coronistas Juan Costa y Jerónimo Martel, sin otra causa por ventura que por haberse escrito estando los odios aún recientes (tiempo peligroso para escribir la historia, como dice Tácito). Vimos también que algunos años después encargaron los diputados del reino al mismo Lupercio la relación de estos movimientos, y, aunque los escribió con verdad, con moderación y con elegancia, no permitió que se imprimiese su obra con las muchas novedades que hizo en ella el regente Torralba. Mientras tanto, padecía mucho detrimento la fidelidad de los aragoneses en la pluma de algunos escritores así naturales como extranjeros, que por diferentes respetos los traían en opiniones, como dejamos ponderado. Era necesario, para impugnarlos y poner en limpio la verdad, una pluma maestra, veraz, bien informada y elegante, y ¿en quién se hallaría este cúmulo de calidades más plenamente que en el hermano del grave Lupercio, y sucesor suyo en los oficios de coronista del reino y de la corona? Encargaron, pues, los diputados a Bartolomé Leonardo de Argensola que escribiese la historia de estas alteraciones y, como intentase dividirla en dos partes, entregó la primera a los diputados.

Toma en ella el agua de muy arriba, como suele decirse, para informar mejor de las causas y origen de aquellos escándalos y suspende la pluma en el año de 1586, reservando lo más sustancial y lo más digno de curiosidad para la parte segunda.

30. Entregó el coronista su obra con ánimo de que los diputados la diesen a luz, pero estos, por estar discordes en los pareceres o por otros humores que reinan frecuentemente en las comunidades, no solo no la publicaron, sino que le mandaron cesar en esta relación y continuar los anales. De todo esto da cuenta el canónigo Argensola a su amigo el P. Fr. Jerónimo de San José, carmelita descalzo, con quien familiarmente se queja de estas contradicciones: «Comencé», le dice en una carta, «a escribir las inquietudes desta ciudad del año de 1591 y, acabada la primera parte, me pidieron los diputados que suspendiese la obra y siguiese la de los anales, que también la intermisión los atrasó. Tengo escritas algunas pesadumbres que precedieron a las de Antonio Pérez, que irritaron los ánimos. Saldrán a luz. Pero, señor mío, ¿quién ajustará los pareceres ni los votos de las congregaciones? Espero en Dios que podré seguir la relación de aquellos sucesos, siquiera por ocurrir a los injuriosos escritos de Antonio de Herrera, que siempre nos fue mal afecto», etc.

31. Esto decía en octubre de 1628. No sabemos si la muerte, que le sobrevino tres años después, le estorbó cumplir estos propósitos. De esta relación dice justamente el coronista Andrés y Ustarroz 13 que está escrita con tanta claridad y elegancia que, a su juicio, es preferible a todas sus demás obras; pero toda esta perfección sirve para dolernos más de carecer de la segunda parte.

32. Por esto causa mayor extrañeza que los diputados, a quienes importaba tanto mirar por el vulnerado honor del reino, no promoviesen con ardor la impresión de esta Historia; pero, cuando intervienen pasiones particulares, queda excluido el bien universal. No mostraron tanta oposición, sin embargo, en solicitar que no se publicase el segundo tomo de la Historia de Luis de Cabrera, porque juzgaron ofendía a la buena fama de Aragón.

33. Había escrito este coronista la Historia del rey Felipe II en dos volúmenes, el primero de los cuales se imprimió en Madrid el año de 1619; el segundo andaba manuscrito. Refería en éste Cabrera las revoluciones de Zaragoza del año de 1591 con términos tan poco verdaderos que a un tiempo agraviaba al rey, al reino, al conde de Ribagorza (don Juan de Aragón) a la condesa (doña Luisa Pacheco, su mujer) y principalmente al conde de Chinchón, don Diego Fernández de Bobadilla, gran valido de Felipe II, en cuyos deseos de vengar, a costa de la tranquilidad de Aragón, la muerte del marqués de Almenara, su sobrino, y la de la condesa doña Luisa, su cuñada, iba a buscar Cabrera el origen de aquellas alteraciones. Tuvieron de esto noticia los diputados, los cuales escribieron al rey suplicándole no permitiese que aquella parte de historia saliese a luz sin reformarla en estas materias. El Consejo Supremo, a quien su majestad lo cometió, pidió sus escritos a Cabrera, y él entregó ciertos cuadernos, que el mismo Consejo remitió a Zaragoza, en donde el tribunal de los diputados los puso en manos del doctor Bartolomé Leonardo, que advirtió en las márgenes de la copia de ellos lo que en razón del hecho convenía reformar. Volvieron con estas advertencias a Madrid, y el Consejo los remitió a Cabrera con expresa orden del rey para que en aquella forma se imprimiesen. Los originales que Cabrera entregó quedaron en poder del coronista Argensola, y él, de allí a poco, murió; y, sea por esta causa o por que no quisiese sujetarse a las correcciones del canónigo Leonardo, nunca se imprimió este segundo volumen de la Historia de Felipe II.

34. Suspendió, pues, el doctor Bartolomé Leonardo la Relación de los movimientos de Aragón, como se lo habían mandado los diputados, y se aplicó a continuar los Anales, que tenía ya muy adelantados; pero, por la gota que algunos años había le atormentaba y por otros accidentes que de resultas de ella le cargaron, volvió a interrumpir esta ocupación. Él mismo hace de sus males una lastimosa pintura al P. Fr. Jerónimo de San José, a quien nombraremos ahora con más frecuencia. «Me asaltaron conjuradas tales enfermedades que, junto con asestar a la vida, amenazaron el juicio. Sentí no flaqueza, sino tales imaginaciones que, sin dolerme la cabeza, la sentí perdida. Lo menos que bullía en ella era diversidad de pavores de que me había de quedar muerto. Los médicos aún no han entendido este sutilísimo accidente, y, para persuadirles que no era imaginación licenciosa y vaga, sino física, he trabajado infinito, y todavía insisten en que me divierta, que en la diversión consiste el remedio. Si con esta receta dejaran de sangrarme sesenta veces y purgarme otras tantas, y no me atestaran a píldoras, polvos, atríacas y jarabes, sustinuissem utique; pero en dos años va el asedio de mi salud, y la mayor parte dellos he dejado de rezar y de decir misa. Claro está que el breve que para estas omisiones he tenido le ha despachado Galeno», etc.

35. Algún tanto parece que pudiera consolarle de estos sinsabores la solicitud con que varios personajes pretendían, por este tiempo, publicar sus versos para que la fama tan universal que gozaba en vida por ellos no pereciese con su muerte, antes se trasladase a la posteridad por medio de la imprenta. Tales eran don Fernado de Austria, infante de España, hermano del rey Felipe IV, cardenal y arzobispo de Toledo, que cuando pasó a Zaragoza el año de 1627 le dijo que dos causas le habían llevado a aquella ciudad: la una, de venerar el santuario de Nuestra Señora del Pilar; la otra, conocer y tratar al rector de Villahermosa. Significole que se agradaría no solo de que diese a luz sus versos, sino de que se los dedicase; insinuación que casi le determinó a ponerlo en práctica, pero la gota entonces y poco después la muerte se lo estorbaron. El duque de Alba no fue el que menos anheló por esta impresión. Don Francisco de Eraso, conde de Humanes, caballero muy erudito de quien arriba se hizo memoria, al pasar por Zaragoza a Roma, adonde iba con embajada extraordinaria, le reiteró con nueva eficacia las antiguas instancias que le tenía hechas sobre permitir que sus versos se imprimiesen. Así lo refiere nuestro poeta en carta a don Miguel Martín Navarro, su amigo, que se hallaba en Italia: «Ya habrá llegado», dice, «a Roma el conde de Humanes, a quien el rey envía con embajada extraordinaria. Entróseme la otra noche por el aposento; holgamos ambos sumamente, encomendele su persona de v[uestra] m[erced], díjele sus letras, su modestia, et cætera hujusmodi . V[uestra] m[erced] acuda a besarle las manos a mi nombre y dígale que no le escribo hasta saber que ha llegado, y que es v[uestra] m[erced] la persona por quien yo le hablé sentado en la chiminea [sic] la noche que llegó a esta ciudad. Acuérdome que le dije que v[uestra] m[erced] honraba mis versos con anotaciones. Díjele esto porque es uno de los que más priesa me dan por que consienta que salgan a luz», etc.

36. Este don Miguel Martín Navarro fue, como se dijo ya en la noticias de Lupercio Leonardo, natural y canónigo de Tarazona, ameno poeta latino y español, grande amigo de nuestro coronista y tan aficionado a los versos de los dos hermanos Argensolas que, como ya insinúa aquí nuestro canónigo, tenía trabajados unos difusos comentarios para ilustrarlos, aunque no llegaron a darse a luz. Al fin de estas «Noticias» se pondrá una égloga latina que escribió en alabanza de los dos hermanos, Lupercio y Bartolomé, muerto aquel y viviendo este. El marqués de Bedmar, cardenal, después, de la Cueva, amigo íntimo del doctor Bartolomé Leonardo, quería también imprimir con notas estos mismos versos en Venecia, siendo embajador de aquella república, según declara nuestro autor: «Buena sangre crían las aprobaciones en el aprobado», dice en carta al P. Fr. Jerónimo de San José, «y a mí me alegraron las que V. P. refiere que hicieron los hombres doctos de Castilla y de Andalucía de mis borrones, lo mismo que acaeció en Italia; y en todas partes me ponen las alabanzas en necesidad de acordarme de que soy ceniza. Siendo el marqués de Bedmar, hoy cardenal, embajador de Venecia, quiso imprimir un buen número de versos míos con anotaciones harto agudas, y en Sevilla lo he estorbado a ciertos caballeros. A los unos y los otros he dicho que eran delicta juventutis, y hasta ahora los entretengo con esperanza de que he de rever esas mismas diversiones y enmendarlas, y que entonces no resistiré a la estampa; pero es fingido, porque realmente las ando mirando con sobrecejo y castigándolas». Esta desconfianza de las obras propias es la marca y divisa de los ingenios de primer orden, y esta era tal en nuestro coronista «que la tenía por indómita y aun por indomable». 14 [página 104 (61 de 199)]]

37. Al paso que el canónigo Leonardo se resistía a la impresión de sus poesías, anhelaba por la publicación de la Historia que en cumplimiento del oficio de coronista había escrito. Tenía ya en este año en que vamos, de 1628, concluidos algunos libros de ella. Y no era lo sustancial el componer la Historia, sino el vencer las dificultades que se ofrecían para darla a luz, que era el deseo que en cierto modo traía inquieto a nuestro coronista. Algunos de los diputados, que parece habían de ser los más solícitos en promover esta impresión, eran los que más la retardaban, ya escaseándole los instrumentos y escrituras convenientes, «con estar obligados a traérselas desde la China», como él mismo dice; 15 ya no queriendo empezar la impresión porque, temiendo que no se concluyese en el año de sus oficios, no podían disfrutar de la gloria de haberla hecho; ya porque se dejaban dominar de otros afectos más bastardos. Ninguno de ellos se le ocultaba a nuestro Bartolomé Leonardo, y así se desahogó de estos sentimientos amistosamente con el P. Fr. Jerónimo de San José: «De los anales», le dice en una carta, «estuviera ya impreso mi primer libro […] pues los diputados pasados y los de este año lo desean, y el rey nuestro señor mucho, que ha leído los de Zurita y claramente ha declarado su gusto. Pero aquí está un… que acaba de ser diputado y hace libros cada semana, hombre quem tenet scribendi, etc., como lo dijo Juvenal; este lo ha estorbado, y porque hablo por escrito con V. P. se lo digo, que por acá, por guardarme decoro a mí mismo, dejo de darme por entendido», etc.

38. No desconfiaba por esto el coronista Argensola de publicar sus anales, pues viendo estos fines particulares de los diputados, se había resuelto a imprimirlos a su costa y dedicarlos en su nombre al rey Felipe IV. Pero los diputados previnieron esta determinación, dando principio a la impresión el año de 1629, logrando el canónigo Argensola la honra de que cada correo se remitiesen al rey los pliegos conforme se iban imprimiendo, por medio de don Antonio de Mendoza, culto poeta y discreto cortesano, secretario de S. M., porque el rey, como ya se dijo, los deseaba leer con impaciencia y los prefería a los de Zurita.

39. Pero cuando el rector de Villahermosa parece que había de vivir con mayor satisfacción, porque iba a coger el fruto de sus tareas literarias, se hallaba sujeto a mil desabrimientos, y el deleite que tuvo en escribir sus elegantes Anales ahora se le había convertido en amargura. Los tormentos de la gota por una parte, el sufrir por otra la complicación de aficiones que reinaban entre los diputados, y el lidiar con la poca pericia de los impresores le tenían reducido a un estado digno de compasión. Esta le pedía a su amigo Fr. Jerónimo de San José: «Duélase V. P. de mí», le dice, «que he quedado medio tullido de la gota, flaquísimo de la cabeza, y estoy a todas horas enmendando las pruebas desta bendita impresión. Dígame V. P. qué tan cerca está su historia de ponerse en astillero; ya dije que no me satisfacen los impresores que agora están en esta ciudad, agora lo ratifico, y que me hacen beber copas y aun vasijas de veneno», etc.

40. En medio, no obstante, de esta tediosa vida se dedicó nuestro coronista a traducir una obrita espiritual intitulada Regla de perfección. Era su autor original el P. Fr. Benito Filchio, inglés, hombre de estragadas costumbres hasta los 24 años de su edad, en que no solo abjuró su secta, sino que tomó el hábito de capuchino, en cuya orden vivió y murió en París con grandes créditos de religioso muy ascético. De este libro hacía tanta estimación su traductor que, escribiendo al P. Fr. Jerónimo de San José, le dice que era de las mejores cosas que tenía la Iglesia si él no la había estragado con la traducción.

41. Debilitaba entre tanto cada día más el estudio las fuerzas del canónigo Bartolomé Leonardo y Argensola; la gota se le agravaba, los disgustos le consumían, la edad le cargaba de achaques, y todo concurrió para que expirase el día 26 de febrero, a los 67 años de su edad, con corta diferencia. Sepultáronle en la seo de la capilla de San Martín, donde entonces solían enterrarse los canónigos. Dejó en su testamento por heredero de los libros curiosos que trajo de Italia a Martín Lamberto Íñiguez, ciudadano de Zaragoza, íntimo amigo suyo. De lo demás bienes es natural heredase a su sobrino don Gabriel Leonardo de Albión.

42. Tuvo el canónigo Leonardo estatura mediana, rostro lleno y abultado, tez blanca, ojos pequeños, frente espaciosa, nariz en buena proporción, calva sin fealdad; señas que comprueban la verdad del retrato que se puso al principio del tomo V del Parnaso español, que acaso es copia del original que hizo Juan Galván, excelente pintor aragonés.

43. Y si este regular conjunto de facciones componían un grave y apacible semblante en nuestro rector de Villahermosa, no eran menos dignas de aprecio las calidades de su ánimo. Era de genio amabilísimo. «Jamás», decía de sí el año de 1609, «he dado desabrimiento a nadie por escrito ni de palabra». Era asimismo amigo de la verdad sencilla en todo, de donde le nació la repugnancia que siempre mostró a los artificios de la corte, y de aquí aquella libertad de espíritu con que, sobreponiéndose a los impulsos de la ambición, nunca rindió vasallaje a la adulación y a la mentira. De esto se precia él mismo en los siguientes tercetos:

En tanto que en el mundo haya cebada
y en mi celebro lúcido intervalo,
no me ha de dar la adulación posada.

Yo aborrezco el mentir; soneto malo
ni le alabo a su autor ni se lo pido
aunque consista en ello mi regalo.


44. Como el doctor Bartolomé Leonardo y Argensola fue un ingenio reconocido generalmente por el Fénix de la poesía castellana, como dice don Esteban Manuel de Villegas, 16 se esmeraron los sabios de su siglo en celebrarle, por lo cual sería cosa prolijísima trasladar aquí todos sus elogios; pero, aunque todos sean dignos de su nombre, solo haremos mención del que escribió en su Filomena 17 el fertilísimo Lope de Vega, que dice así:

En fin en una edad muchos escriben;
pero si en esta no ha de haber más de uno
(¡oh cuántos a escucharme se aperciben!),
dijera yo que no llegó ninguno
donde Bartolomé Leonardo llega,
aunque se enoje la opinión de alguno;
que tener a ninguno se le niega
la que quisiere, pues es suyo el gusto,
y la amistad, como la patria, ciega.
A nadie la verdad cause disgusto:
divino aragonés, ciñe las sienes
del árbol victorioso y siempre augusto.
Tú solo el cetro del imperio tienes
en esta edad por natural, por arte;
conque a mezclar lo dulce y útil vienes.






1. Andrés Scotto.
2. Pág. 44.
3. Carta a fray Jerónimo de San José.
4. Impreso en Madrid, año de 1768, 4.
5. En la defensa de la aprobación que dio a la Relación de los movimientos de Aragón del año de 1591, por don Gonzalo de Céspedes.
6.  Rimas, pág. 255.
7.  Comentarios de su vida, parte VI, ms.
8. Aludiendo a su gordura.
9. Andrés, Elogios de los coronistas de Aragón.
10. «Este “Marqués Aponte” era Giovanni Francesco de Ponte (o Aponte), Marqués de Morcone (a veces, por mala lectura, se le dice Marqués de Marión» (Otis H. Green, «Bartolomé Leonardo de Argensola, secretario del conde de Lemos», Bulletin hispanique, 53:4, 1951, pp. 375-392, p. 389).
11.  Elogios de los coronistas de Aragón.
12.  Rimas, pág. 215.
13.  Elogios de los coronistas.
14. En carta al mismo Fr. Jerónimo de San José.
15. En carta al referido religioso.
16. En el tomo IX del Parnaso español, que está para publicarse.
17. Epístola 9, pág. 163.

GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera