Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Apuntaciones que un curioso pidió a don Tomás de Iriarte acerca de su vida y estudios, escritas en 30 de julio de 1780”
Autor del texto editado:
[Iriarte, Tomás de (1750-1791)]
Título de la obra:
Obras poéticas de don Tomás de Iriarte, entresacadas de algunos de sus manuscritos
Autor de la obra:
Iriarte, Tomás de (1750-1791) Obras poéticas de don Tomás de Iriarte, entresacadas de algunos de sus manuscritos Iriarte, Tomás de (1750-1791)
Edición:
Madrid: 1784










Don Tomás de Iriarte nació en el Puerto de la Cruz de la Villa de la Orotava, en la isla de Tenerife, una de las Canarias, en 18 de septiembre de 1750. Sus padres fueron don Bernardo de Iriarte y doña Bárbara de las Nieves Hernández de Oropesa. 1

A los diez años de su edad pasó a la Villa de la Orotava a estudiar la lengua latina bajo la enseñanza de su hermano fray Juan Tomás de Iriarte, de la Orden de Predicadores, que entonces era lector de prima y se distinguía en su religión por su instrucción en materias de filosofía y teología no menos que por su buen gusto en la latinidad. Vivía don Tomás dentro del convento y en la celda de su hermano y maestro. Al cabo de dos años o algo menos traducía bastante bien a Cicerón, Virgilio, Ovidio, etc., y componía versos latinos con afición y gusto en cuanto lo permitía su edad de doce años. Continuó aplicándose a la latinidad hasta principios del año de 63, en que empezó a estudiar filosofía en el estudio del mismo convento, y a fines de aquel año le llegó la noticia de que le llamaba a Madrid su tío don Juan de Iriarte, bibliotecario de Su Majestad y oficial traductor de la Primera Secretaría de Estado y del Despacho. Escribió entonces unos dísticos latinos despidiéndose de Canarias.

Partió de Santa Cruz de Tenerife por marzo de 64 y después de un viaje dilatado llegó a Cádiz, en donde permaneció hasta el mes de junio. Entró en Madrid y en casa de su tío el día 4 de julio, y desde entonces empezó a aplicarse a las bellas letras hasta el año de 1771, en que falleció su tío.

Durante este intervalo de siete años y dos meses se instruyó en la lengua francesa; se perfeccionó en la latina, leyendo casi todos los autores clásicos; adquirió noticia de la historia general y particularmente de la de España; leyó muchos buenos libros castellanos; se dedicó al inglés, de cuyo idioma traía ya algún conocimiento desde Canarias; aprendió la geografía y el blasón; empezó los rudimentos de la lengua griega; estudió la filosofía racional de Heinecio; y tradujo mucho de francés y latín en castellano, y viceversa; y, sobre todo, estudió muchos y buenos autores de retórica y de arte poética, que era su principal inclinación.

Esta inclinación misma le impidió continuar el estudio de la aritmética, de que solo aprendió lo muy preciso, y en el de la geometría, que su tío le aconsejó y a que solo se dedicó algunos días, no adquiriendo más que algunas ligerísimas nociones, de lo cual le ha pesado después muchas veces.

El gran recogimiento en que le tenía su tío y el natural deseo de aprender, junto con el trato de literatos que frecuentaban aquella casa y la proporción de tener dentro de ella una buena librería, le animaron a emprender varias obritas que tomaba y dejaba con la inconstancia propia de un joven ansioso de abarcar mucho. Pueden aquellas considerarse como tareas de ejercicio y ensayo, por lo que no merecen particular mención. Tales fueron un poema latino, con su traducción en romance heroico, sobre una fiera que hizo estragos en Francia y que después se averiguó ser un lobo, por más que las gacetas engañaron a la Europa publicando que era animal nunca visto; otro poema latino sobre las máscaras de Madrid, con su traducción castellana en verso de silva con consonantes; una traducción castellana de una oración latina del padre Porée sobre el peligro de la lectura de libros obscenos; otra traducción de la Discripción del imperio de la poesía hecha por Fontanelle; y varios epigramas que solía traducir o componer, algunos en latín y los más en castellano.

Desde Canarias tocaba el violín y el bandolín, sabiendo la música bastante para tocar un papel de pensado, bien que jamás había tenido maestro ni le tuvo después más que los libros. Dedicose a estos y por ellos aprendió como ciencia lo que solo sabía como arte. Llegó al fin a saber la composición y a tocar de repente el violín y la viola, solo por libros y el ejercicio, y después con el beneficio de alguna instrucción que recibía, más por vía de conservación que de lección, con el trato de su amigo el maestre de la capilla de la Encarnación, don Antonio Rodríguez de Hita. En esta diversión de la música ha pasado siempre los ratos ociosos o los que robaba al estudio y a sus obligaciones.

Desde que empezó a manejar medianamente la versificación descubrió alguna facilidad para la poesía dramática, y ya en 1768, esto es, antes de los 18 años, había compuesto la comedia intitulada Hacer que hacemos, que se imprimió en octavo, año de 1770, con el nombre de don Tirso Imareta, que es el anagrama de don Tomás Iriarte. Después tradujo del francés para el teatro que entonces había en los Sitios Reales la comedia de El filósofo casado, la de El malgastador, la de El mal hombre, la de El aprensivo o Enfermo imaginario, la de La escocesa, que se imprimió, y la tragedia de El huérfano de la China, las petites pièce s o sainetes de La pupila juiciosa y El Mercader de Esmirna; y compuso un drama intitulado El amante despechado y un sainete intitulado La librería, que en su dictamen es lo mejor de lo que escribió original en esta línea. En el año de 75, subsistiendo todavía el teatro de los Sitios, ya había dejado de escribir para él a causa de varios disgustos que con este motivo se le ocasionaron, y desde entonces acá abandonó enteramente aquella carrera.

En el año de 1771, a 10 de septiembre, por fallecimiento de su tío don Juan de Iriarte, entró a servir el empleo de oficial traductor de la Primera Secretaría de Estado, en cuyo ejercicio estaba ya diestro por haberlo desempeñado más de tres años en vida de su tío, durante las indisposiciones y ocupaciones de este. En el espacio de los mismos tres años anteriores, esto es, desde 4 de julio de 1768 hasta fines de agosto de 1771, había asistido todas las mañanas de los días de trabajo al lado del marqués de los Llanos en las secretarías del Perú y de la Cámara de Aragón, solo con el fin de instruirse en el manejo de papeles y práctica de oficinas.

En el mes de enero de 1772 se le dio la comisión de componer el Mercurio, y empezó a desempeñarla en el mes de febrero. Estableció el método de no traducir dicho Mercurio del de La Haya, sino de componerle de varios papeles públicos como obra original. Cumplió este encargo hasta fin de aquel año, después de publicar once Mercurios, y entonces hizo dejación de aquella comisión con motivo de habérsele encargado de orden superior la traducción de los apéndices latinos, franceses e italianos que están al fin de los tres tomos de cartas latinas de Aletino Filaretes en defensa de Palafox.

Estos años de 71, 72, 73 y 74 fueron para don Tomás Iriarte los más afanados que ha tenido en su vida, pues, además de las tareas de su empleo, el arreglo de la biblioteca y papeles manuscritos de su tío, la composición del Mercurio, la traducción o composición de los dramas ya mencionados, la traducción de aquellos apéndices y otras obritas (la mayor parte poéticas) que emprendía por gusto propio, como fue, verbigracia, un poemita latino y castellano que imprimió con ocasión del nacimiento del infante don Carlos e institución de la Orden de Carlos III en 1771, cuidó de las tres ediciones de la Gramática de su tío, que reconoció muy atentamente, y de la recopilación y publicación de los dos tomos de Obras sueltas de aquel literato, traduciendo muchos de los epigramas que allí se insertan, alguno de los poemas latinos y otros varios opúsculos.

Poco después se dedicó a la lectura de los buenos poetas italianos, y tomó alguna tintura de la lengua alemana, que después no ha continuado en estudiar, aunque conserva algún conocimiento de ella.

En 1773 publicó bajo el nombre de don Amador de Vera y Santa Clara el papel intitulado Los literatos de Cuaresma, y desde 1774 hasta 1778 escribió a diferentes amigos suyos varias epístolas en verso criticando por lo general abusos de su tiempo. Algunas de ellas están dirigidas a don José Cadalso, disfrazado con el nombre de Dalmiro, empezando una: «Tú que en ese rincón de Extremadura»; otra: «Dalmiro amigo que las artes amas»; otra: «Recibe, oh, buen Dalmiro, por tributo». Hay tres dirigidas a don José Ibáñez (hijo de otro don José), que vivía en Fuentes Claras, en Aragón, y empieza la una: «Pues lo quieres y pides, te remito»; otra: «Mientras tú vives oculto»; y la otra, que el autor tenía por la mejor de todas, empieza: «La carga en que el proyecto me sugieres». Otra, con fecha del 10 de febrero de 1777, está dirigida a su hermano don Domingo de Iriarte, que viajaba por Europa, y empieza: «El que empieza a tocar un instrumento». Tuvo razones para no confesar que fuese suya otra epístola que empieza: «Alá te guarde, etc.», pero así en esta obrita como en otras que nunca dio por suyas pretendían muchos conocer su estilo.

En mayo de 1775 compuso el poemita intitulado El apretón, que empieza: «Cantaron mil ingenios inventores». Y poco antes, una larga silva dirigida a una dama con motivo de pasar en aquella primavera a una aldea. Empieza la silva: «Que nadie está contento con su suerte».

En 26 de junio de 76 le nombró Su Majestad archivero general del Consejo de Guerra, y juró su plaza el 31 de julio del mismo año. Trabajó en el arreglo de aquel archivo, que estaba en la mayor confusión, y dedicaba, sin embargo, a la literatura muchos ratos. En las vacaciones de Semana Santa del año inmediato de 77 tradujo en verso castellano el Arte Poética de Horacio, que salió a luz a fines de junio con notas y el texto latino.

Por julio de 78 publicó don Juan Sedano el tomo IX de su Parnaso, y al fin de él una mala crítica de la traducción de Iriarte, a que este dio respuesta en el librito intitulado Donde las dan las toman, que escribió en poco más de quince días, hallándose a la sazón indispuesto de la gota, que padecía muy a menudo. Salió aquella obrita a principios de octubre, y en ella insertó una traducción en verso de la primera sátira de Horacio.

Con este motivo suspendió por más de tres meses la obra de su poema sobre la música, que había empezado desde fines de abril del mismo año de 1778 y estaba ya como a la mitad. Emprendió aquel poema de resultas de una conversación que pasó en casa de los duques de Villahermosa sobre los poemas didácticos. Iriarte frecuentaba aquella casa teniendo el honor de dar lección de lengua latina a la duquesa. Esta, el duque y sus amigos animaron al autor a aquella obra y oyeron con gusto los primeros tres cantos de esta. El conde Floridablanca, primer secretario de Estado y jefe del autor, significó que gustaría de ver completo el poema y que se imprimiese de su orden con magnificencia. Volvió, pues, Iriarte a emprender sus tareas suspendidas y concluyó toda la obra con el prólogo y advertencias que van al fin por abril de 1779, de suerte que, aunque vino a gastar en el poema un año, sólo trabajó en él seis meses, a causa de tener otras ocupaciones. Salió a luz este poema en 25 de marzo de 1780.

Entre varias obras de prosa y verso que conserva manuscritas hay un poemita filósofo sobre el egoísmo, escrito a principios de 1777; una traducción en verso de catorce fábulas escogidas de Fedro; un romance en respuesta a una dama que le preguntó qué amigos tenía; una silva que empieza: «No bien nace la aurora»; y un libro en cuarto que contiene varios sonetos, epigramas, anacreónticas, letras para música, etc., sin contar las poesías de esta especie que existen sueltas ni algunas cartas de correspondencia literaria.

Escribió para el concurso de los premios de poesía del año de 1780 una égloga intitulada La felicidad de la vida del campo; presentolo a la Real Academia Española bajo el nombre de don Francisco Agustín de Cisneros, castellano viejo, para cuya ocultación tuvo varios motivos. La Academia premió aquella égloga en segundo lugar, prefiriendo otra de don Juan Meléndez Valdés, bien que se descubrieron las secretas razones que para ello hubo y el partido que formaron algunos individuos de aquel cuerpo. Don Tomás Iriarte, sin darse por entendido de tales manejos, se contentó con escribir un papel cuyo título era Reflexiones sobre la égloga intitulada «Batilo», en que demostró los absurdos de aquella composición preferida.

En el mes de mayo inmediato se divirtió en componer algunas fábulas en verso, alusivas a varios casos que ocurren en la profesión de las letras, y las intituló Fábulas literarias.

Por este mismo tiempo empezó a correr por Europa el poema de La música, y tuvo su autor la satisfacción de ver impresos algunos extractos y elogios de él en varios papeles públicos extranjeros, como las Efemérides literarias de Roma de primero de julio, número XXVII; la Gaceta Literaria, número 58 y 59; y el Diario de Literatura, Ciencias y Artes de París, número 16. Recogió el mismo Iriarte en un legajo bastante voluminoso diferentes cartas y dictámenes de varios sujetos, así españoles como extranjeros, en favor del mencionado poema, y entre aquellas cartas conservó como la más estimable una del célebre poeta Metastasio, a quien respondió en unas liras que empiezan: «Apolo decretó que era preciso».





1. Las noticias de su familia se hallarán por extenso en las pruebas de su hermano don Domingo para la Cruz de Carlos III (Nota del autor).

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera