Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo VIII. [Biografía de] Mosén Juan Boscán Almogaver”
Autor del texto editado:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Título de la obra:
Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Tomo VIII
Autor de la obra:
López de Sedano, Juan José (1729-1801) Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Tomo VIII López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Edición:
Madrid: Antonio de Sancha, 1774










Mosén Juan Boscán Almogaver nació en la ciudad de Barcelona de familia antigua y noble. Ignórase el año a punto fijo, pero pudo ser a fines del siglo XV. En su mocedad siguió las armas y viajó por muchas partes hasta que casó con doña Ana Girón de Rebolledo, mujer muy principal, a quien celebra en varias partes de sus obras, de la que tuvo sucesión y vivió en la misma ciudad de Barcelona con muchas comodidades, honores y aplausos siguiendo algunas veces la corte del emperador Carlos V, donde era igualmente estimado, hasta su muerte, cuyo año se ignora, solo que fue antes de los de 1543, y por consecuencia, no muy entrado en edad, De sus prendas naturales y morales nos da alguna idea Garcilaso de la Vega en la Égloga II, donde le pinta de elegante persona, de agradable aspecto, de dulce trato y amable condición, y un modelo de urbanidad, gentileza y esplendor cortesano, cuyas prendas, junto con la bondad de sus costumbres y de su talento, le pudieron proporcionar para ser elegido por ayo del gran duque de Alba, don Fernando, cuyo cargo desempeñó con el acierto que acreditan las virtudes heroicas que adornaron su ánimo y fueron efecto de la educación de nuestro Boscán. El maestro fray Gerónimo Bermúdez en las “Glosas al texto 25” del poema de La Esperodia, que queda inconcluso en el tomo VII de esta colección, y obra que se debe estimar por un tesoro de erudición y noticias selectas, trae unas palabras, hablando de la crianza y estudios de su héroe, que dicen así: “Mucho le debió de importar la buena enseñanza en su mocedad, porque tuvo por ayos a Garcilaso de la Vega y a mosén Boscán Almogaver, de los cuales uno era un gentil caballero toledano… y el otro, ciudadano de Barcelona de los que aquella ciudad puede privilegiar y poner en espera de caballería, pero el uno y el otro de los mejores y más cortesanos ingenios que en España florecieron en su tiempo, etc.”. En lo tocante a Garcilaso no hallamos fundamento para adoptarlo, así por la distinción de su persona, como por la continua ocupación de sus destinos y carrera militar, que empezó a seguir muy joven, lo que nos hace creer que, así como se les consideró a estos dos poetas tan unidos en los vínculos de la amistad y en los empeños de la literatura, así también los creyó este autor para la educación de aquel magnate. Fuera de todo esto, el mismo Garcilaso en la Égloga II, cuando se extiende en las alabanzas de la casa de Alba, no enuncia especie que no sea relativa únicamente a la persona de su amigo Boscán, ponderando el fruto que había hecho su dirección en el ánimo del duque, que son las más autorizadas memorias que tenemos de este poeta. Harta materia nos presta en recompensa de la falta de las demás noticias de su vida, la fama de su ingenio y la de reformador de la poesía castellana, volviendo a introducir, o por mejor decir, estableciendo en ella el nuevo carácter y buen gusto no solo en el metro y rima de los italianos, sino en las diferentes y nuevas especies de composiciones y en todas las demás partes de la buena poesía, como son la imitación de los antiguos, la invención, la hermosura y majestad de la dicción y la armonía y cultura de los versos, con que se transformó enteramente y desnudó de su antiguo aspecto. Nuestro autor se animó a esta grande empresa a persuasiones de Andrés Navagero, que había venido por embajador de la República de Venecia al Emperador Carlos V, a quien trató estrechamente en Granada, como que conocía bien este célebre literato las grandes disposiciones de su talento para un proyecto tan considerable. Este, sin embargo, le ocasionó muchas contradicciones, particularmente de varios poetas de aquel tiempo, aunque por otra parte muy felices, pero muy ciegos partidarios de la antigua versificación castellana, y que abominaban la reforma con la introducción de la rima que creían extranjera como una revolución y novedad perjudicial y escandalosa, de los cuales se queja vivamente nuestro autor en la epístola dedicada A la duquesa de Soma, que sirve de introducción a la segunda parte de sus poesías, convenciéndolos del poco conocimiento que tenían de la antigüedad de esas rimas en la poesía castellana, pero finalmente llevó al debido efecto esta grande obra, superando todos los obstáculos y contradicciones con la grandeza de su ingenio, y ayudada del sublime de su compañero Garcilaso y seguido de todos los poetas más clásicos que ha tenido la nación. Porque aunque, según se ha repetido ya en varias partes de esta obra, no fueron Boscán y Garcilaso los que introdujeron de nuevo en la poesía castellana la versificación y rima que llamaron italianas, pues ya eran conocidas en ella y usadas muchos años había por el célebre marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza, y mucho antes que este por el príncipe don Juan Manuel, teniendo su origen de la provenzal o lemosina, no le quita eso a nuestro Boscán la gloria de haber sido el primero que se atrevió a la formidable empresa de su restauración y reforma. Sus obras están divididas en dos partes, y estas en cuatro libros según la idea que tenía nuestro autor para la impresión que proyectaba cuando le arrebató la muerte. La primera incluye las poesías hechas a la antigua moda castellana en que se había ejercitado antes de pensar en la reforma, como son coplas, villancicos, glosas, letrillas, etc. Y la segunda, que comprende el 2º y 3º libro, los sonetos, canciones, epístolas y demás especies de composiciones al gusto de Italia, y la traducción de la Fábula de Leandro y Hero del antiquísimo poeta griego Museo, cuyas obras se han impreso varias veces separadas y unidas con las de su compañero Garcilaso, que comprenden el 4º libro, y singularmente en Medina del Campo en 1544, en León de Francia en 1549 y en Venecia en 1553. En las producciones a la moda castellana se encuentra mucha llaneza en el estilo y no poca gracia y naturalidad en los pensamientos, y en las de la costumbre italiana se manifiesta ya otra elegancia y gusto con el espíritu de verdadero poeta y talento proporcionado para el ministerio de reformador de nuestra poesía, pues aunque es innegable que no llegó en su pluma al auge de grandeza en los pensamientos, delicadeza de las imitaciones, en la pureza y cultura de las frases, ni en la armonía, dulzura y venustidad de la versificación a que después le fueron elevando Garcilaso y los demás ilustres poetas que le sucedieron, no por esto debemos admitir por tolerable la decisión de Fernando de Herrera en sus Anotaciones, donde asienta “que se atrevió a traer en su no bien compuesto vestido las joyas de Ausiàs March y el Petrarca”; antes por el contrario, debemos persuadirnos a que hizo mucho más de lo que parece que correspondía a haber sido el primero que volvió a cultivar un terreno tan desconocido y nuevo sin tener otras guías o modelos a quien seguir, ni la lengua aquel ornamento y cultura a que llegó después; y esta misma disculpa le debe valer para los descuidos en la pureza de algunas voces, que son regulares a los que no poetizan en la misma lengua en que nacieron. Además de las obras referidas, tradujo una tragedia del griego Eurípides, cuyo nombre se ignora, pero es presumible que tuviese el mérito igual al talento e inteligencia de nuestro Boscán en aquel idioma si lo deducimos de la del Museo, bien que algunos censuran esta traducción por algo libre y excesivamente dilatada y prolija. Asimismo, ejecutó la traducción en prosa del libro El cortesano, obra del conde Baltasar Castellón, y de tanta y tan justa estimación entre los italianos, que le tienen por un tesoro de la urbanidad y cultura de su lengua, cuya idea siguió después M. Juan de la Casa en su libro de El Galateo, que tradujo e imitó en castellano Lucas Gracián Dantisco. No menos debemos contar nosotros para nuestro idioma esta traducción de Boscán, cuyo asunto armaba tan bien con su inclinación y genio, pues es tan excelente como lo pondera y califica el mismo Garcilaso, a cuyas instancias la ejecutó, en la carta a doña Jerónima Palova de Almogaver, que está al principio de ella e incluimos aquí como una pieza exquisita de elocuencia, por ser la única obra en prosa que no ha quedado de aquel ilustre poeta y por lo poco conocida que es esta traducción. También pudo haber ayudado a nuestro Boscán para el desempeño, además de su grande inteligencia en aquel idioma, el haber tal vez tratado y comunicado su proyecto al conde Castellón cuando vino por nuncio del Papa al emperador Carlos V. Esta traducción se imprimió por primera vez en Toledo en 1559, y en Antuerpia en 1561. No tan solo debemos a nuestro Boscán la producción de estas obras, sino también la publicación y corrección de las de su compañero Garcilaso de la Vega, pues las recopiló, enmendó y dispuso para la prensa después de la muerte de aquel, y de aquí provino el que en algunas ediciones de Boscán estén incorporadas todas las obras de Garcilaso, para que permanezcan perpetuamente unidos en la prensa estos dos famosos poetas castellanos, como lo fueron en la amistad y en la memorable empresa de reformadores de la poesía y aun de la lengua castellana. Sebastián de Córdoba compuso una obra a manera de centón que intituló Conceptos espirituales, hecho con versos de nuestro Boscán y de Garcilaso de la Vega, que imprimió en Zaragoza, año de 1577, cuyo ejemplo siguió después don Juan de Andosilla Larramendi en el Poema de Cristo Nuestro Señor en la cruz, compuesto de versos del mismo Garcilaso. En el Laurel de Apolo se le hace a nuestro autor el confuso y diminuto elogio siguiente, como reducido solo a su traducción de Museo y a la llaneza de su estilo:

En ella doctamente halló a Museo
aquel gentil Boscán que en el Parnaso
trocó la voluntad con Garcilaso,
pintando el joven cuya ardiente llama
pasó por tantas aguas a su dama,
entre sirenas y marinos peces,
viéndole muchas veces
más galán sin vestido,
que no es el alma el exterior sentido.






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera