[9]
Francisco Pacheco
Esta es la efigie de Lope de Vega Carpio, a quien justísimamente se concede
lugar
entre los hombres
eminentes
y
famosos
de nuestros días, y, cuando por este sujeto solo hubiera dado principio a mi obra, pienso que no sería trabajo mal recebido ni sin premio de agradecimiento, que en los tiempos
venideros
me concederán por él los que, no habiendo podido gozar del original, gozaren del fiel traslado de este varón que tan conocido es, ha sido y será en la más dilatada parte de la tierra donde se tuviere noticia de buenas letras, porque las
obras
suyas (famosas entre las que se leen de su género) ninguna remota parte las ignora, antes con debida admiración las procura, porque en ellas se juntan las partes que raras veces en una concurren, porque nunca la naturaleza es tan pródiga que al que concede alto
natural
le conceda alto
entendimiento
con que procura el
arte,
y a quien concedió alcanzar el arte le concedió tan poco natural, que no le sirve. Y la vez que arte y natural se juntan (grande desperdicio de naturaleza) se desaviene y aparta tanto de ellos la imaginativa, que esta falta se conoce en sus obras; mas en las de Lope de Vega vemos en la facilidad de su vena el natural grande, en la abundancia de sus escritos la mucha imaginativa, en los nervios y disciplina de sus versos el entendimiento y arte tan juntos, tan perfetos, que tendría por osado a quien juzgase sin temor grande cuál parte de estas es más excelente en él. Del abulense
Tostado
se advierte por justa grandeza que, repartida la cantidad de sus obras con las de sus años, sale cada día a tres pliegos de escritura, y ha habido curioso que en buena arismética ha reducido a
pliegos
las obras de Lope de Vega, y, contando hasta el día de hoy todos los de su vida respetivamente, no es inferior su
trabajo
y estudio. Él ha sido cierto en España (salva emulación que siempre sigue a la virtud) el poeta
solo
que ha puesto en verdadera perfeción la
poesía,
porque, aunque a
Garcilaso
de la Vega se le debe la gloria de los primeros versos endecasílabos que hubo en España buenos, fue aquello tan poquito, que no pudo servir de más que de dar
noticia
que se podida aquistar aquel tesoro. Pero el que verdaderamente lo ganó y lo posee es Lope de Vega, y, si alguno (cuyo ingenio y escritos no ofende esta alabanza) no la admite, antes que la repruebe me diga qué poeta lírico ha tenido
Italia
(madre de esta ciencia) que se
aventaje
a Lope de Vega. Los mejores que de Italia han impreso he leído (aunque con mal conocimiento), pero en sus bellísimos escritos no se leen mas apretados sentimientos, más
dulces
quejas, más puros concetos, más nuevos pensamientos, más tiernos afectos que en las obras de Lope de Vega. Él ha reducido en España a
método,
orden y policía las
comedias,
y puedo asegurar que en dos días acababa algunas veces las que admiraban después al mundo y
enriquecían
los autores, y no solo la
poesía
ha perficionado, pero la música le debe igual agradecimiento, pues la
variedad
de sus versos, y la blandura de sus pensamientos le ha dado materia en que con felicísimo efeto y abundancia se sustente, y ocasión justísima a los artífices de los tonos para osar igualar el artificio y dulzura de ellos a la
dulzura
y
artificio
de sus letras. Las cosas dignas de ponderación hacen parecer apasionados de ellas a los que las escriven, y, si yo lo pareciere de Lope de Vega de manera que se me pueda poner por objeción, remítome a las obras que se conocen suyas: remítome al poema
heroico
de su
Jerusalén,
que pienso que tres o cuatro que hay en España de este
género
no se ofenderán de que se le conceda el
primer
lugar; remítome a su
Arcadia,
donde consiguió con felicidad lo que pretendió, que fue escribir aquellas verdaderas
fábulas
a gusto de las partes. Sea buen testigo la
Dragontea
(el más ignorado de sus libros, que, como hacienda de grande rico, lo olvidado y acesorio fuera principal riqueza en otros).
El Peregrino en su patria
es el quinto libro. Otro, intitulado
Rimas,
mina riquísima de diamantes y ricas piedras, no en bruto, no, sino
labradas
y engastadas con maravillosa disposición y artificio. El poema de la
Hermosura de Angélica
enseña bien la del
ingenio
de su autor, que alcanzó más diferentes ideas de hermosura que la misma naturaleza. Y por último (aunque
segundo
de los que escribió) dejo el “poema castellano”
Isidro,
que, como refiere en él, lo llamó así por serlo los
versos
y el sujeto, a cuyo alto conceto debe nuestra nación
perpetuo
agradecimiento y
loores,
pues no sin mucho acuerdo y amor de su patria eligió, para tratar la vida
beata
de aquel santo, las coplas castellanas y propias, por que las naciones estranjeras notasen que la curiosidad ha
traído
a España sus versos y cadencias, y no la necesidad que de ellos hubiese, pues, arribando este libro gloriosamente a la más alta cumbre de alabanza, nos
enseña
que son los versos castellanos de que se contiene capaces de tratar toda
heroica
materia. Las
comedias
que ha
escrito
ya vemos, por los títulos de ellas
impresos
en el libro del
Peregrino,
que son tantas, que es menester para creello que cada cual sea, como es, testigo de la mayor parte de ellas, sin más de otras tantas que después de aquella impresión ha escrito, con que llegarán a
quinientas.
De los
versos
sueltos y derramados que ha hecho a diferentes sujetos y efetos oso asegurar dos cosas: la una, que es de lo mejor que ha escrito; la otra, que es más que de lo que está hecho mención. Él, en fin (cuando con mas modestia le queramos
loar),
es
igual
al que con mas gentil espíritu ha alcanzado en esta facultad nombre ilustre en España en cada cosa que le queramos comparar, y superior a todos en tres cosas que en ningún ingenio se han juntado mas felizmente que en el suyo:
facilidad,
abundancia y bondad. Y, así, no dudo que la antigüedad le llamara hoy hijo de las Musas
mejor
que al poeta de
Venusia,
por quien las ciudades de España pudieran competir con Madrid (dichosa patria suya) como los argivos, rodios, atenienses, salaminos y esmírneos por aquistar el título de la de Homero.
Sirvió
Lope de Vega en los primeros años de su
juventud
al ilustrísimo inquisidor general y obispo de Avila, don Gerónimo Manrique, a quien él confiesa en sus obras que
debe
el ser que tiene; después, al excelentísimo duque de Alba de gentilhombre y en oficio de secretario, y años después lo fue del excelentísimo marqués de Sarria, hoy conde de Lemos, de los cuales fue amado, y estimado justamente su ingenio y partes, por las cuales fue
codiciado
con aventajados
gajes
y mercedes de muchos grandes de España para la misma ocupación, a que tenía su ingenio una correspondencia admirable. Y porque, como he dicho, sus obras son el verdadero elogio de su vida, yo debo dar fin a este con esta estancia que a su retrato escribió don Joan Antonio de Vera y Zúñiga:
Los que el original no habéis gozado
gozad del fiel traslado los despojos.
Dad gracias por tal bien a vuestros ojos,
y a Pacheco las dad por tal traslado.
Será el uno y el otro
celebrado
del negro adusto a los flamencos rojos,
causando ambas noticias igual gusto
desde el rojo flamenco al negro adusto.