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Título del texto editado:
“Elogios a Manuel Faria por diferentes personas graves, ya por calidad, ya por escritos, letras, ingenio y juicio. Recogidos por el licenciado Moreno Porcel, natural de Sevilla”
Autor del texto editado:
Moreno Porcel, Francisco
Título de la obra:
Fuente de Aganipe o Rimas varias, divididas en siete partes, de Manuel de Faria y Sousa, caballero de la Orden de Cristo y de la Casa Real
Autor de la obra:
Faria y Sousa, Manoel de (1590-1649) Fuente de Aganipe o Rimas varias, divididas en siete partes, de Manuel de Faria y Sousa, caballero de la Orden de Cristo y de la Casa Real Faria y Sousa, Manoel de (1590-1649)
Edición:
1648









Elogios a Manuel Faria por diferentes personas graves, ya por calidad, ya por escritos, letras, ingenio y juicio. Recogidos por el licenciado Moreno Porcel, natural de Sevilla


[1]

Empleo ha sido de muchos hombres grandes por estudio, juicio y talento el escribir de los que lo fueron en cualquier arte, no solamente ilustre y liberal, mas aún mecánica, para que no quedase por decir de ellos lo que ellos de sí no pueden ni deben decir, y los deseosos de saberlo pudiesen lograr ese justo deseo, porque a la verdad no hay cosa más digna de memoria que las particularidades de las personas que en el mundo por cualquier mérito singular se hicieron más conocidas. De lo más remoto sirva solo de ejemplo el clarísimo Plutarco y de lo más moderno el feliz Paulo Jovio, autores que, mereciendo perdurable memoria por tanta variedad de escritos, a dicha lucen más por los de las vidas de hombres claros. Otros muchos hay del mismo argumento en todas las lenguas que usan escrituras conocidas en alguna manera de nosotros, pero no hacemos lista de ellos porque para lo que vamos a decir bastan esos. Imitolos a todos el prodigioso ingenio de Lope de Vega Carpio escribiendo un Elogio a Manuel de Faria y Sousa, persona que él juzgó (y con razón) ser digna de semejantes memorias. Este se imprimió al principio de sus Comentarios al inmortal poema de las Lusíadas del siempre admirable Luis de Camoens. Aunque este escrito, menos grande en estudio que en volumen, anda ya en las manos y en la estimación de todos, como esos tomos de sus Poemas varios pueden ir a las de quien no tenga esotros, teniendo el deseo de saber de él, particularmente abreviaremos aquí lo principal de los períodos de Lope de Vega, añadiendo lo que de nuevo se ofreció en esta materia, porque siempre recrecen novedades en las vidas y obras de los hombres mientras viven, si bien los que son de este género nunca mueren o cuando mueren empiezan a vivir más.

[2]

[2]Nació Manuel Faria en el centro de la ilustre y amenísima región de Entre Duero y Miño, adonde llaman el Souto de la Parroquia de Pombeiro, célebre y antiguo monasterio de monjes benitos, que casi en igual distancia aparece entre las villas de Amarante y Guimaraens. Aquella, no grande por el pueblo, mas felicísima por sepulcro del estupendo en santidad y milagros san Gonzalo, natural de este propio terreno. Esta, ilustre por antigüedad y copia de edificios nobles, pero mayor, por haber sido cuna y corte primeras del primero y invencible y santo Rey de Portugal, D. Alonso Enríquez. Fue su nacimiento 18 de marzo de 1590.

[3]

Su padre se llamó Amador Pérez y Luisa de Faria, su madre. Concurrían en ellos todos los limpios respetos de que se compone una cabal nobleza que en aquel reino se justifica con más rigor que en otros. El mayor fuero de ella en él es el que llaman fidalgo de la Casa real o en los libros del rey. Este le toca a Manuel Faria por su abuelo, Estacio de Faria, y por su bisabuelo, Manuel de Sousa Homem, cuyos ascendientes lo habían logrado. Esto baste de su calidad, que limpiamente le puso en los pechos el hábito de la ilustrísima orden militar de Cristo.

[4]

De su abuelo Estacio de Faria heredó, parece, la inclinación a los estudios, a lo menos de la poesía, porque fue tan feliz en ella que algunas obras suyas en algunos manuscritos se ponían por de Luis de Camoens, de quien fue particular amigo. Con que claramente no obraba poco en la poética quien a tan grande hombre en ella se parecía tanto que se tenía por de uno lo que era de otro. Pero, aunque Manuel Faria no degeneró de su abuelo en esta parte su particular empleo, fue más en toda otra variedad de estudios, y singularmente en el de la historia.

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De diez años fue una de las mejores plumas que hubo en Europa, haciendo con igual perfección toda variedad de letras y sacando cualquier estampa tan diestra, sutil y limpiamente, que buenas vistas dudaban cuál era la de pluma o la de lámina. En la iluminación hizo algunos progresos.

[6]

De catorce años se halló bastante gramático, aunque se empleaba menos en el estudio que en esotras curiosidades. Con esto y con la lección de los poetas, por la mayor parte vulgares, se dio a escribir mucho de este género que después estrañó con otros ojos y en una llama lo entregó todo al olvido. Conociendo la falta que para semejantes empleos le hacía el haber estudiado poco en las escuelas de Braga, volvió a mejorarse en esto y a hacerse razonable filósofo con particulares maestros, y como la filosofía es el sólido fundamento de todas las ciencias, de esta manera quedó capaz de manejarlas con el acierto que hoy se ve de sus escritos, para que nadie se dé a ellos con presunción de ser estimable sin estas precedencias, fiado solo de un poco de ingenio, porque este, desnudo de ellas, podrá complacer a los ignorantes, pero a los doctos sirve de risa.

[7]

El año de 1614 casó en la ciudad de Porto con doña Catalina Machado, hija de Pedro Machado (contador mayor o único de la Chancillería, que allí reside, persona de grande estimación en ella) y de Catalina López de Herrera, matrona de los respetos que en las excelentes veneró la antigüedad; y cuando no tuviera tales padres, bastárale tenerse a sí, pues para el juicio la abona bien el ser cierto que, corriendo lo mejor de Italia y de España por la necesidad de seguir a su marido y a sus hijos y hallándose en las mayores cortes del mundo, jamás le dio cuidado la vista de alguna de sus pompas, para salir desde su casa a ellas. Y para el ánimo varonil no menos la abonará el ser cierto que, hallándose en peligrosa tormenta padecida de una galera jugada de las olas, y obligando sus oficiales a que fuesen recogidas abajo las mujeres que iban en la popa y lo confundían todo a voces, refirió al mandato, diciendo que no había dado la menor voz y se había de estar en su puesto aguardando a ver de qué color y semblante era la muerte. Dicho sin duda que, si fuera de alguna griega o romana antigua, se leyera hoy repetido en varios volúmenes.

[8]

De once hijos que tuvieron se hallan hoy tres: Pedro de Faria, capitán de infantería en este reino; Manuel de Faria, que sirve en la India; doña Luisa de Faria, doncella de ingeniosas y honestas partes.

[9]

La fortuna de Manuel de Faria, más voluntaria que forzosa, fue servir a señores. Empleose en ello treinta años y, sobre ejercitarlo con tantas calidades y tan meritorias, cumplió con su obligación enteramente. Salió con las manos en la cabeza y perdido el caudal de que pudiera vivir sin servidumbre, cuando no con sobras, cuya esperanza le vino a meter en casa el conocimiento de las faltas que sin eso no experimentara. De aquí resultó la empresa con que sella sus papeles, que lleva por figuras la torre y lises de los Farias (testimonios de su nacimiento) y el libro con el compás encima (imagen de los estudios y habilidades con que sirvió), todo debajo de una corona señoril y la letra In vanum laboraverunt, aludiendo a que tanto mérito puesto a tanta sombra trabajó en vano, si bien, por otro lado, se halla contento con su mala ventura, porque dice que es gran dicha el no deber nada a nadie, y gran pensión para un entendido el verse marcado con blasón ajeno, y que tiene por gran suerte el ver que no posee cosa de que deba reconocimiento más de a Dios y a sí mismo. Y a la verdad más pierden los grandes príncipes en no hacer sus deudores a los grandes ingenios que estos en no serlo aun de grandes fortunas, porque los menores, cuando las han recibido del poderoso (como no sea rey o señor real), ninguna vez se ven o se acuerdan de él que no sientan la impresión de la S y clavo en el rostro, dolor de que no ahorran las comodidades y el gusto del mayor interés, porque está primero el amor de la libertad, a lo menos en los que nacieron con limpieza y se cultivaron con entendimiento.

[10]

Lo en que siempre sirvió fue en el oficio de secretario, en que le hizo tan capaz el ingenio y la aplicación y el ejercitarlo mucho, que, viéndole obrar algo uno de los principales secretarios de estado, afirmó que solo él bastaba a dar expediente a la más atareada secretaría de las en que se ocupan muchos, siendo tan dañoso en ellas el gran número de oficiales, pues aun entre pocos tienen breve vida los secretos. Y el mayor ministro en una singular junta, viendo un papel suyo sobre negocio bien desabrido y que parecía no conceder lugar a divertimiento semejante, se divirtió a celebrar el estilo y aun la letra. Pero no ha bastado nada de esto para dársele una ocupación que estuviera mejor en él que él en ella. Tanto más vale la acetación que la suficiencia, aun así reconocida de quien pudo no desampararla, ofendiéndose más a sí que a él, porque de alguna manera se disculpara quien dejó de premiar los méritos no conocidos, mas reconocerlos y no premiarlos es culpa sin disculpa por totalmente enorme.

[11]

Pero, dejando a cada uno con la suya, Manuel Faria para este ejercicio tuvo dos cosas raras: una, el estilo, que no cede a los mejores; otra, la agilidad, en que imagino le deben ceder todos. En la primera es infalible que, escribiendo más de cien cartas de una misma sustancia en una y otra ocasión de parabienes o pesares, en cada cual había diferencia en el decir. En la segunda es también infalible que un día respondió muchas veces a ciento y más cartas de materias diferentes y algunas veces escribió en un día cincuenta pliegos de copias, con que parece que semejante escribano había visto David cuando dijo "Lingua mea calamus scribe velociter escribentis."

Descubrirase esto mejor con saberse lo que se sigue. Habiendo servido por discurso de treinta años en la secretaría de unos señores que jamás le dejaron holgar, solamente en lo que robaba al sueño escribió más de cuarenta libros suyos. De ellos quemó más de diez, que todos eran de asuntos que llaman de entretenimiento, en verso y prosa. Estos fueron hasta casi los treinta años de su edad, en que confiesa haber empezado a abrir los ojos, aunque los abriese más tarde que muchos.

[12]

De los treinta que juzgó por dignos de vida, unos ya estampados y otros para estamparse, haremos luego memoria. Cada uno fue escrito de su mano tres veces el que menos y cinco el que más. De estos últimos fueron los Comentarios a su poeta, de que hoy se ve el último original en su poder y es de una resma. Habrá en todos estos treinta libros tres mil pliegos, que, copiados de a tres a cinco veces, es una (sin algún argumento) notable copia de escritura, y mucho más notable si se consideran dos cosas: una, que, siendo esta labor desde casi los treinta años hasta los 43 de su edad, quedan siendo doce años; otra. que de ellos quedó debiendo solamente a las horas del sueño este trabajo, las cuales reducidas a días por más que las estiendan no podrán llegar a tres años, cosa que totalmente parece increíble. Tal fue el talento a quien dejaron en miserable estado los que se aprovecharon de él.

[13]

Mas, por que a nadie se niegue su gloria, necesario es confesar que solo un señor hubo con deseos obrados, aunque no conseguidos, de quitarle de las manos a la miserable fortuna. No alguno de los a que sirvió, mas uno que jamás le había visto solamente, con ver sus obras y oír sus partes. Este fue el ilustrísimo príncipe de la Iglesia, D. Alonso Hurtado de Mendoza, arzobispo de Braga y después de Lisboa, que, siendo gobernador del reino, le nombró para secretario del estado de la India y, no lográndose esto, para el de cámara en Lisboa, que también no se logró, porque se lo estorbaba quien se servía de él, porque de él se quería servir y que no medrase, por que sirviese. ¿Quién vio tal, cuando nadie va a servir, aun sin tantos méritos, sino para medrar? Así que quien no le conocía ni le era deudor de muchos años de obediencia lucidísimo le procuraba acomodar honra y útilmente, y los que le debían lo uno y lo otro le desacomodaron. Obligole esto a una continua repetición de la estancia 81 del canto 7 de su poeta, que, hablando de lo que usaron con él señores portugueses, dijo:

E ainda Nymphas minhas naõ bastava
que tamanhas miserias me cercassen,
senaõ que aquelles que eu cantando andava,
tal premio de meus versos me tornassem.
A troco dos descansos que esperava
das capellas de louro que me honrassem
trabalhos nunca usados me inventaram
com que em que taõ duro estado me deitaram.


Y, en dada, la repite Manuel Faria con impropiedad, porque en uno de sus más estimados escritos celebró mucho a los que de esta manera propia que a su poeta le trataron, acumulándole culpas que no tenía, premios de la vida que le consumieron: "Ioparlo per ver dire / non per odio d’altrui, né per disprezzo."

[14]

Hagamos agora lista de las obras estampadas y que están para estampar, ya con las licencias sacadas las más de ellas, y que están en silencio (aunque las ven muchos en sus originales), porque los poderosos están en modorra. Llevémoslas por sus dignidades, no por sus tiempos:

1. La Europa portuguesa, que corre desde el Diluvio hasta que este reino se quedó con Rey propio.

2. Del mismo argumento, que corre desde el primer rey de Portugal hasta el nono, que fue Don Fernando.

3. Del propio argumento, que corre desde el rey don Juan el Primero hasta el cardenal rey don Enrique.

4. Del argumento mismo, que contiene la sucesión y el gobierno de los tres Felipes y la descripción del reino.

5. La Asia portuguesa, que contiene desde los principios de las conquistas hasta que dejó de escribir de ellas el grande Juan de Barros.

6. Del propio argumento, que contiene desde aquel tiempo, hasta que se unió el Reino a Castilla.

7. Del mismo argumento, que contiene lo obrado allá en los reinados de los tres Felipes. Estos tienen ya licencia para imprimirse.

8. La África portuguesa, que contiene las conquistas africanas, desde el rey D. Juan el Primero, que las empezó, hasta pasar el reino a Castilla.

9. Del propio argumento, que contiene lo obrado en esta parte reinando los tres Felipes.

10. La América portuguesa, que contiene lo que se obró en el Brasil desde su descubrimiento hasta el año 1640, como todos esotros.

11. El Epítome de las historias portuguesas, que se imprimió el año de 1628. Logra la estimación que es notorio.

12. El Imperio de la China, escrito a instancia de religiosos de la sagrada Compañía de Jesús. Ya dijimos lo que contiene y el motivo de escribirle. Impreso el año de 1643.

13. Primer tomo de los Comentarios a las Lusíadas de Luis de Camoens.

14. Segundo tomo de los mismos Comentarios.

15. Tercero tomo de los propios Comentarios.

16. Cuarto tomo de los mismos. Estos se imprimieron el año de 1639.

17. Defensa a las censuras hechas a estos Comentarios. Libro considerable, impreso el año de 1640.

18. Tomo primero de los Comentarios a las Rimas varias del mismo poeta, que contiene los sonetos, que son 200. Ocho tomos. Contienen esto: 1. Cien sonetos. 2. Otros ciento sesenta. 3. Canciones, odas y sextinas. 4. Elegías y octavas. 5. Ocho églogas. 6. Otras ocho. 7. Todos los versos menores. 8. Las comedias y prosas. En estas Rimas no es menos lo hallado de nuevo por el comentador (eso se debe, y es mucho, a su diligencia) que lo ya impreso por otros.

19. Tomo segundo de los mismos Comentarios, que contiene las canciones, odas, elegías, octavas y églogas.

20. Tomo tercero de los propios Comentarios, que contiene las redondillas y comedias.

21. Tomo primero de Discursos morales, políticos y satíricos, que se imprimieron el año de 1623.

22. Tomo segundo del mismo argumento, con licencia para imprimirse.

23. Parte primera de sus Rimas varias intituladas Fuente de Aganipe, que contiene seiscientos sonetos.

24. Parte segunda de las propias Rimas, que contiene doce poemas varios de toda suerte de verso mayor.

25. Parte tercera, que contiene canciones, odas, elegías, sextinas y madrigales.

26. Parte cuarta, que contiene doce églogas.

27. Parte quinta, que contiene toda composición de versos menores.

28. Parte sexta de las propias Rimas, que intituló Musa nueva por haberle llamado la curiosidad a la invención de escribir en versos de ocho sílabas todo lo que hasta hoy se escribe en los de once. Estas se imprimieron desde el año 1624 hasta el de1630, y algunas de ellas a dos veces, aunque no tan purgadas como agora están, ni tan crecidas, ni por la misma orden.

29. Varios poemas, todos de invenciones ingeniosas (llamola por eso Ingenio) como acrósticos, esdrújulos, ecos, etc. Impresas primera y tercera parte, año 646 y segunda y cuarta, el de 644. Acompañan estos tomos varios Discursos Poéticos, acerca de las composiciones de que ellos constan y de los versos de que constan ellas.

30. Albania. Poema lírico portugués, en prosa, con pocos versos, cuya novedad ha satisfecho a muchos curiosos que ya le vieron.

31. De Cartas, a diferentes propósitos, ya graves, ya jocosos, pero todos de buena e importante doctrina.

[15]

Todos esos tomos son de a cincuenta hasta 150 pliegos, que, si hiciera como algunos que llaman libros a unos papeles volantes y aun a un pliego de materia trivial, gran lista de libros hiciera él, pues de varios discursos de a seis hasta diez pliegos señalara muchos, y, con que ningunos son triviales, no quiere que los señalemos porque no los llama libros y también porque tiene por vana la jactancia de la copia, aun cuando sea de gruesos volúmenes. Tampoco nombra los que están en aparatos vivos, cuanto más los que apenas están en el pensamiento y voluntad y andan nombrados de otros. Pero, vista la memoria cierta de los que tiene en ser y considerado el tiempo (ya le apuntamos) en que los escribió, necesario es confesar haber excedido en cantidad la labor del que más escribió, por dos razones. Una, porque los más de los escritos necesitaron de ver con gran examen a otros muchos, sin discurrir de gusto y de ingenio propio y sin copiar planas enteras de otros; otra, que estos que escribieron mucho lograron una vida larga y libre, y Manuel Faria, corta y sujeta. Pongamos ejemplos para la primera. San Agustín escribió mucho, y, aunque admirable, en aquel tiempo la librería que él usaba estendíase a poco más de la Biblia. El Tostado, si bien alcanzó ya mayores librerías, entrose por una campaña fácil al paso. Así otros teólogos y logistas, adonde lo más es trasladar lo dicho, y el mayor trabajo es eligir planas ajenas y entregarlas a copiadores. Acá es al contrario, por lo menos en todo lo que no son las Rimas y las Cartas, en que se discurre más a la voluntad que con grande estudio. Las Historias, los Comentarios y los Discursos políticos, que son más de veinte volúmenes grandes, no se escriben sino con revolver muchos para concordarlos sin que de ellos se copie cosa alguna. Es verdad que los comentarios, si fueran como algunos, pudieran tener mucho copiado, mas, siendo como él los hizo, como deben ser, no lo tienen. De ello puede hacer examen el que quisiere. Así lo desea el autor y nos da licencia para que libremente le den en rostro con erudición o cláusula alguna copiada de otro. Mas, como está cierto de que no lo podrán hacer, síguese que, tiempo por tiempo, labor por labor, escribió más que el que más, sin contar las muchas copias que hizo de cada volumen todas de su mano. Esto, de la cantidad; de la bondad dicen los publicados y dirán los que se publicarán, porque lo que no dijeren ellos no lo digamos nosotros. Manuel Faria no aparece a defender sus escritos ni a solicitarles aplauso violento; ellos aparecen solos porque por ellos quiere él que le vean, no que los vean por él. Lo que se alaba a instancias recias de un autor no dura más de lo que ellas duran, y eso entre los rogados del rincón de un lugar. La duración solamente el mundo inexorable a ruegos la da. No ha de ser sino lo que el mundo dijere, y, como el todo no se puede cohechar, nuestro autor se está en su casa mientras sus libros salen de ella.

[16]

Veamos agora si el propio mundo, sin ser rogado ni requirido de él, mas de solo sus escritos, hace algún caso de ellos. Ello es cierto que son numerosos los escritores que le citan en sus obras. Pero de esto me dice él que no hace caso alguno, porque sabe que muchos libros ignorantes son citados porque en algo hicieron al propósito de quien los citó, comenzando a veces de reírlos después de acabar de citarlos. Y con esto el tal que se halla citado sin reparar en más se queda más lleno que una pelota. Y algunos hay que, no viéndose citados de otro, componen un libro con nombre ajeno y allí se hartan de citarse y de hacerse elogios a sí mismos. Conforme a esto, nos vemos en precisa necesidad de huir semejante modo de varias citas que de Manuel Faria se hacen en Europa y ver si hay otra suerte de alabanzas suyas en personas graves y doctas y ingeniosas, que no incurran en esa frialdad y tampoco en sospecha de rogadas. Todos los elogios, pues, que trujéremos aquí (sin traerlos todos) serán por la mayor parte de sujetos muy superiores para lisonjearle o que jamás le trataron ni aun vieron, obligándolos a ello el solísimo alborozo producido en lo que leyeron de sus obras.

[16a]

La santidad de Urbano VIII hizo gran estima de su persona tratándole con mucho favor, como me constó de carta original del eminentísimo cardenal Barberino, que trujo para el coletor del reino, encomendándoselo en una pretensión. El conde de Castelvilani, camarero mayor de la santidad, habiendo leído el tomo que anda impreso de sus Historias, sin que le hubiese visto jamás, le fue a buscar a su casa por honrarle, incitado de la leción, y le incitó a que escribiese el poema de la Coronación de su santidad, que va en la Segunda parte de estas Rimas. El doctor Nicolao Serpetro, varón excelente en letras humanas, le escribió desde Venecia una carta, que vi originalmente, y en ella esta cláusula: "Io vivo desiderosissimo di veder alcuna cosa che V. S. habbia di novo dato fuori. Se incontrara comodità dei vascelli la supplico a favorirmene insieme con un corpo delle sue historie," etc. León Alaccio, en el libro que compuso de los ingenios que los tiempos antecedentes hallaron en Roma, intitulado Apes urbana, sin haberle jamás visto, dice así: "De eo" (habla de Manuel Faria en la letra E) "Vim-Bodinus in opere Genealogico Familia Vim-Bodinonim, cap. 5. Hinc Duci Faria nomen, quod eius posteris ac castro communicatum. Sic constans ac frequens opinio in Lusitania, quam nobis retulit nobilis Emmanuel de Faria et Sousa, militiae Christi auratus eques elegans et argutus rerum Lusitanarum scriptor, vir quidem, omnium bene de litteris sentientium approbatione ad quacumque literaria munera ob egregias animi dotes cum laude obeunda natus, praecipue illustrissimi Lussitania pro Rege Vicarii Don Alphonsi Furtati Mendocii Archiepiscopi Ulyssiponensis, optimi ingeniorum aestimatoris, ac Maecenatis calculo commendatus, qui illum nec ex facie notum, tantum editis lucubrationibus ac fama conspicuum, a Secretis ut vocant, status India Orientalis et postea Portugallia Corona destinabat, nisi fatum, litteratis hominibus semper adversum, tanti Presulis conatus atque consilia interrupisset. Hac paucula, quando Faria mentio forte incidit, adiicienda putavi, ut apud posteros in nostris scriptis amicitiae inter nos Romae contractae monumentum aliquod extaret. Plura de eo Felix Lopius Vega, magni nominis apud Hispanos Poeta, in Epistolis ad eumdem. Alii etiam illius passim cum laude meminerunt, praecipue cum sermo de rebus Lusitanicis fit."

El doctor en teología y perito en todas buenas letras y de gran juicio y reposo Miguel Juan Vimbodino le celebra en sus escritos ya antes de conocerlo, como fue claro de la cláusula antecedente. El doctor Juan Salgado de Araujo, abad de las iglesias de Pera, canonista bien aplaudido con causa y escritor de varios libros doctos, le alaba en muchos lugares, de que traeremos lo que dice en la Familia de Vasconcelos. A fol. 14, dice así: «Manuel de Faria y Sousa caballero de la Orden de Cristo (en el ilustre Comento que tiene escrito al Poema de Luis de Camoens, obra heroica y que entiendo será una de las primeras de España, como lo asegura la opinión que le tienen granjeado sus estudios) se muestra sentido de, etc.». Y a fol. 30: «Manuel de Faria en su Comentario, digno sin duda, no solo del crédito que (como dije) le tienen granjeado sus escritos, sino de haber explanado la difícil alma de aquel poema. Porque hoy se puede decir que empieza a ser grandísimo Luis de Camoens y nuestro Reino a colocarse en la primera gloria de la pluma, etc. No se enfade el que leyere de que repita las obligacionesque nuestro esclarecido reino (que lo es por sus hazañas y no por sus antiguos coronistas) tiene a este autor, porque obliga con su Comento a que de mejor gana pongan todos el sello a la estimación que tantos hicieron del Epítome de nuestra historia que, con haber pocos años que ha salido, son como innumerables los autores naturales y estranjeros que ya le citan y veneran, mejor de lo que nosotros mismos procuramos hacerlo, pues vemos un tal sujeto, cuando más se emplea en servicio de la patria y de sus héroes, arrinconado y aun perseguido, sin premio alguno de ella. Y sin que los destribuidores de las ocupaciones de virtud se acuerden de él para alguna, cuando no fuera para acomodarle con una, para acomodarla a ella con él, y más si fuese de escribir las memorias de la patria. Tiempo vendrá, si no me engaño, en que han de ser acusados los de esta edad, por tratarle con este descuido, siendo cosa infalible que los que hoy culpan a los que no beneficiaron a Luis de Camoens en vida, hubieran de hacer con él lo mismo que ellos, si vivieran en aquella edad, o él en esta, como el proprio comentador lo pondera al fin de la vida del poeta que describe. Con que se descubre que en todos hay más deseos de argüir culpas que de hacer beneficios. Finalmente allá vendrán los futuros, que pagarán al comentador, como pagaron al comentado, con ponerle encima, sobre largos arcos de muerto, una losa que muchos tienen por honra, que se hace en la muerte a aquel a quien lastimaron en la vida. Aunque cierto entiendo que cargar los poderosos a tales difuntos con una piedra es menos por honrarlos que por temer que siéndoles la tierra leve, según dicen epitafios antiguos, se levantarán de ella a pedirles algo de la obligación en que, como primeros premiadores de la virtud, les están, ya por grandes capitanes y soldados, ya por grandes escritores, o ya por grandes virtuosos, que tales sujetos son los primeros acreedores que el mismo Dios propuso a los que tienen el mundo en las manos».

El doctor Francisco Ignacio de Porres, en la parte primera de sus Felices y apostólicos sermones, sin haberle jamás visto por la persona, lo cita con el título de Lucio Floro Lusitano en la plana 92.

Antonio de Sousa y Macedo, caballero portugués, en su curioso libro de las Excelencias de Portugal, a fol. 10, así: «Manuel de Faria, que si en el verso es tan excelente, no lo es menos en la prosa»; y a fol. 64v, hablando del mismo, de este modo: «Como contra algunas opiniones prueba un noble ingenio lusitano moderno».

Este título de noble ingenio le da Lope de Vega en algunos lugares de sus escritos y singularmente en la comedia 12 de su Parte 20. Y a la entrada de aquel Elogio dice así: «Diré solo que midió los profundos escritos del Camoens con su ciencia propia, lo que dijo con lo que supo, requiriendo su ingenio altivo con su juicio severo; lo que imaginó con lo que expresó; lo que imita con lo que adelanta o ilustra; y que, así como Camoens es príncipe de los poetas que escribieron en idioma vulgar, lo es Manuel de Faria de los comentadores en todas lenguas, porque ningún comento a poeta tan profundo salió de una sola mano tan cabal como este, etc. Lo de que resultó esto fue de un ingenio vivacísimo, de un estudio grande, de una penetración profunda, de unas noticias universales, y al fin, de un trabajo invencible, por discurso de los veinte y cinco años que él mismo afirma trujo consigo esta labor y que aún me parecen pocos después de haberla visto, etc.». Después de esto va ponderando la felicidad con que escribió en todos los estilos. Y después de haber visto el primer tomo de sus Historias, estando en Lisboa, bien puede imaginar que le volvería a ver. Dijo en una de sus cartas de esta suerte: «Valiente escritura ha salido este libro de V. M. entre los hombres doctos que he comunicado por invención, disposición y locución. Alabo sin esto la moderada pasión con que V. M. trata sus cosas y las muestra, pudiendo con verdad haber excedido en muchas, etc. No sé si ha llegado por allí mi Estuarda; si no, enviarésela, aunque tarde para que saliera con su censura y corrección, y esto sin lisonja o cumplimiento, sino con toda llaneza y verdad, fiando de su milagroso ingenio, etc.».

Y, tocando con esta ocasión en los escritos poéticos, dice: «Donde verdaderamente se ven la erudición del arte y la excelencia del ingenio. Escriba V. M. con fertilidad libros, honrando y dilatando su lengua y la nuestra que tan felizmente casa, venerado de los que saben, etc.». Pero esto en los escritos de aquel gran varón es frecuente. Agustín de Barbosa, dignidad en la nobilísima colegial de Guimaraens y doctor célebre en Europa y con sus inmensos trabajos descanso admirable de los jurisconsultos, en el memorial que con valerosa modestia hizo de sus méritos le cita a fol. 13, de este modo: «Emanuel de Faria, nostri saeculi in politioribus litteris apprime doctus: in Commentario, etc». Así en otros lugares de sus obras.

El licenciado Antonio de León Pinelo, relator del Real Consejo de Indias, ingenio cultivado con varias y sólidas letras y claro juicio, en aquel su docto y galán y feliz libro de los Velos, llegando a citarle (fol. 15): «Manuel de Faria y Sousa, tan conocido por sus obras de historia y de erudición en España, y fuera de ella, que aunque este lugar me le diera mayor para su alabanza, me excusara de ella la suma estimación que entre todos los de mejor juicio tienen las que ha dado a luz, y tendrán las que faltan por publicar, etc.». Esto es citándole en un lance de sus Discursos morales y políticos. El ingenioso, laborioso y docto padre, predicador apostólico, fray Fernando de Camargo y Salgado, predicador de la orden de San Agustín, en su Epítome historial eclesiástico Iglesia militante, fol. 312, año 1642, dice así: «El felicísimo ingenio de Manuel Faria, en aquella dilatada obra de sus Comentarios al rarísimo poeta Luis de Camoens, que tantos años estuvo desentendido, y este ilustre caballero lo da bien a entender con mucha variedad de letras humanas y divinas en dos tomos grandes, llenos de mucha lección y sabiduría». Diego Gibes, inglés emulador del plectro horaciano, en el feliz poema del Escorial, de este modo: Unus pro cunctis prodeat Emmanuel de Faria et Sousa, nobilis Christi eques atque idem uir sapientissimus, qui cum tot sit librorum insignium auctor, etc.

[16b]

Esto, de algunos de los que han impreso sus escritos y hablan de él en ellos. Agora diremos de otros que también sin haberle visto le escribieron, llevados del alborozo de ver sus obras. Sea el primero don Álvaro de Costa, capellán mayor de su majestad en el reino de Portugal, caballero ilustre y lucidísimo teólogo y excelente ingenio y sólido juicio, que después de haber procurado con heroico ánimo y generoso celo la templanza del mandato con que se le vedaron sus Comentarios en Lisboa, le escribió en esta forma: «Tengo en mi librería casi todos los comentarios de los más insignes poetas de todas lenguas y a ninguno pueden estos tener envidia; antes a ellos pueden tenerla muchos. A la verdad, era cosa vergonzosa que poeta tan grande no tuviera comentador igual en tantos años. Esta gloria quiso el cielo guardar para Manuel de Faria, de que toda la nación portuguesa debe rendirle gracia, etc.». Este lugar es de un soneto que el Petrarca escribió al Boccaccio invitándole a prosiguir en sus escritos, porque entendía que los dejaba de puro desabrido, de maltratado, y usó este caballero del propio estímulo con Manuel Faria, sabiendo que por lo propio hallaba la mano de la publicación de sus Historias.

El doctor Manuel Severim de Faria, chantre de la iglesia metropolitana de Évora, y caballero ilustre por sangre, ingenio, letras, juicio y virtudes, con ocasión de haber visto aquella gran máquina de los Comentarios, empezó escribir a su autor de esta suerte: «Llegó aquí desde esta corte un librero con los Comentarios a nuestro poeta y, entendiendo cuánto yo los estimaría, me los presentó. No puedo encarecer el gusto que tuve al ver esta obra de tantos años deseada. Confieso que en los primeros días no hice más de revolver todo el volumen, porque el apetito de ver los lugares más floridos y oscuros y enterarme de todo no me dejaba siguir alguna cosa por otra. Al fin he pasado mucho de él, y lo que puedo decir con toda verdad es que le tengo por la más cabal exposición de cuantas he visto, porque ninguna sobre poetas griegos y latinos está tan enriquecida de autoridades, historias, imitaciones, ni desentraña tanto los pensamientos y alegorías del poeta. Ni con tan elegante y claro estilo, etc. En la «Vida del poeta» y en el «Juicio del poema», que ya estaban escritos, se remonta V. M. con tantas ventajas, que se queda a perder de vista, etc.». Esto último dice este caballero, porque él mismo había publicado dos Discursos excelentes de este mismo argumento y no le quiso él decirlo al ser interesado en ello. Puñada, a la verdad, hercúlea. Y en otra ocasión, habiendo ya leído más de espacio aquel libro, dice así: «En estos Comentarios hay dos cosas muy excelentes, que son: la primera, una felicidad en el decir con clareza y elegancia que es un don natural y que no se puede adquirir con industria; la segunda, una estupenda erudición de que están ilustrados con todos los versos de poetas antiguos y modernos en todas lenguas y una noticia enciclopédica de todas las buenas letras, de manera que en estas dos cosas no tiene los Comentarios, igual cuanto más superior, etc.». Y, abriéndose la puerta de escribirle más abiertamente el uno al otro, dice en una carta esto: «Las que esta semana recibí de V. M. hice leer en público a esta mi gente para que aprendiese cortesía, dotrina y galantería. En todo V. M. se aventaja de manera que parece prevalecer en el argumento que de presente trata, sea historia, sea poesía, sea estilo familiar. Y afírmole que pueden envidiarle todas las misivas, no solo las modernas de los Bembos, Tassos y otros, y otros treinta volúmenes de ellas, que tengo en la librería, sino las antiguas de Tulio y Plinio, etc.»

Don Diego de Córdoba, caballero conocido y capellán de los Reyes en Toledo, bien noticioso de todas letras, no habiendo jamás visto al autor, lo empezó a tratar por sus cartas, y en una dice así: «Por vida mía, que de estos escritos, en estilo y en sustancia, no hallo en nuestro siglo quién los iguale; y que el todo de ellos iguala a la dignidad de los mejores antiguos, con que ni los dejo de la mano, ni sé lo que pueda hacer o decir en su estimación, etc.».

El doctor Sebastián de Herrera y Rozas, predicador apostólico, merecidamente aplaudido, escribió así desde Loja: «Doyme todo a la lección de estos Comentarios, que cierto es el mayor estudio, que en mi vida pensé ver; y cada vez hallo nuevas cosas que admirar». Esos cuatro elogios precedentes (menos el de Lope de Vega) dejó registrados ya nuestro Faria en el «Parergon» con que coronó la «Información» por esos Comentarios.

[16c]

Vengamos a otra clase de alabanzas, que es de lo que dijeron muchos en conversaciones o hicieron por él sin escribirlo. Sea primero otra vez el mismo don Álvaro de Costa, capellán de su majestad, que, como dijimos, sin haberle jamás tratado, salió en Lisboa a la defensa de las acusaciones que se hicieron de los Comentarios, procurando con gran calor la restitución de ellos.

Este propio oficio hizo allá con igual generosidad de ánimo don Gregorio de Castelo Branco, conde de Villanova, caballero ilustrísimo por la antigüedad clarísima de su sangre y casa, y docto en letras humanas, con la misma condición de no haber visto jamás al autor.

Con esta propia condición asistió a lo propio don Francisco de Sà y Meneses, conde de Matosinhos y Penaguiam, camarero mayor de su majestad en aquel reino, que, con la ilustrísima y antiquísima sangre de sus ascendientes, heredó la inteligencia de las letras.

El maestro Vicente Espinel, varón siempre digno de aplauso por su ingenio, letras y habilidades, perito en la fisionomía y bien visto en el Poema de Luis de Camoens y en algunos trozos de los Comentarios, dijo que él había nacido para escribir aquel poema, y Manuel de Faria, para entenderle y comentarle.

Una persona de muchas letras en Valencia, viendo que, en muchas partes y singularmente en aquel reino, se tenía por de cierto personaje el primer tomo de las Historias de Manuel de Faria, dijo así: «Con razón quieren que escrito tan grande de grande mano haya salido, si no estuviera contra ello que rara vez los grandes señores fueron ingeniosos y doctos grandes, que así destribuye la diezma mano sus dones». Y lo mejor es que el tal sujeto de quien se dijo eran aquellos escritos los tenía en poco. Véase cómo serían de él y cómo a lo más aplaudido no falta jamás un contrario.

Otro varón docto y noble también de allá, al decirle otro que deseaba ver a Manuel de Faria, respondiole: «Es lástima que se vean semejantes hombres, porque vistos no son más y a veces parecen menos que otros. Debieran estos estar en provincias muy remotas, porque con eso lo figuráramos en la fantasía de la estatura de cualquier gran torre».

El doctor Pichardo, leyente de Leyes en Salamanca, varón excelente y de gran juicio, que también nunca vio a Manuel de Faria, dijo muchas veces esto: «Si hubiera escrito allá en la Antigüedad le veneraríamos como a cualquiera de los mejores antiguos, porque no se diferencia de ellos más de en el tiempo».

Cierto ingenio, que por sus letras y natural elegancia y inteligencia fue llamado para relator del Real Consejo de Órdenes, sin haberle jamás visto, llegó a decir tanto en su alabanza, que al fin le reduciremos a un hipérbole galante: «Pueden imprimirse (dijo) las coplas del perro de Alba en nombre de Manuel de Faria e Sousa, que con eso parecerá buenas y aun doctas».

El autor de la Vida de San Nicolás de Tolentino en octavas muy buenas, copió en él muchas enteras, sin mudar una coma, de los poemas varios de Manuel Faria, de que él mismo en el prólogo de la Primera Parte de ellas apunta los lugares. Y en escritos de otros autores se halla lo mismo, aunque no con tanta claridad.

Muchos hombres doctos y entendidos, veniendo a esta corte, han gustado de ir a buscarle en su casa para verle y juntamente para que les enseñase sus manuscritos originales, ya impresos y que están para imprimir.

Diego Gibes, inglés y gran poeta latino, habiendo escrito un poema del Escurial y deseándole traducido en español, buscó valedores para que Manuel de Faria lo quisiese hacer, porque no le había tratado. Allá al fin le hace aquel elogio que ya copiamos allá arriba. Y no copiaremos otros semejantes, porque fueron sobre el conocimiento, y puede parecer retorno del beneficio recibido, y no queremos usar de otros elogios más de aquellos que son hijos de alguna dependencia o respeto.

[16d]

Agora será razón que digamos de algunos que se le ofrecieron en poesía llevándoselos a su casa, sin que él los pretendiese o esperase, como hacen otros que no solamente los esperan, mas los pretenden y aun los compran, como si en ellos estuviera su reputación bien afianzada. Hacen un presente para que se los den, y Manuel Faria da los que se le hizo presente. Esto no es decir que los desestima, sino que no los granjea a este modo. Vayan por su antigüedad.

Lope de Vega, estando ausente de él por espacio de cien leguas, sin esperanza de que nunca se viesen en este mundo, y sacando su libro intitulado Laurel de Apolo alabanzas de muchos, pero de algunos en tal manera que son disimulados oprobios, dijo de él a fol. 26:

Entre muchos científicos supuestos
eligen a Faria,
que en historia y poesía
saben que no pudiera
darle mayor la Lusitana esfera
(aunque de tantos con razón se precia,
que pueden envidiar Italia y Grecia)
vestidos de conceptos inauditos,
elocuciones, frasis y colores.


Y en otra ocasión le envió el siguiente soneto:

A Manuel Faria, Lope de Vega Carpio

Dio Apolo, como al griego y al latino,
Parnaso a España, musas y palestras,
en que sus doctos hijos diesen muestras
con dulces versos del furor divino.

Sousa, que al Mantüano y Venusino
estudioso envidió las plumas diestras,
juntó las portuguesas a las nuestras,
y armado en campo contra todos vino.

Tiernas, fáciles, dulces, no confusas,
a materias diversas las inspira
un genio ilustre, en variar difusas:

tan justamente al verde lauro aspira,
con duplicado ejército de musas,
del griego aplauso y la romana lira.


Antonio Gómez de Oliveira, grande ingenio y docto, habiendo tenido de la mano de don Álvaro de Costa, capellán mayor de su majestad en Portugal, los Comentarios al poeta, al restituírselos, envió con ellos estas redondillas, como Camoens poetiza:

Faria e Sousa, senhor,
parece que alegoriza,
não sei qual o faz melhor,
julgá-lo me atemoriza.
Não vi mor erudição
nem vi convencer tam bem
a contraria opinião:
a quen não parece bem
parece não tem razão.
Do poeta é rica a vea,
muito mais que de ouro fino,
a harmonía de sereia
o espírito é divino,
que ensinado nos recrea.
O comentador qual é
outro se não vio igual
a as alegorías se
nos haz dar: nunca vi tal
e em ambos tudo se ve.
Poeta e comentador
cada qual logre os estremos
de engenho muy superior:
que enveja nos não lha temos
porque lhes temos amor.
É seu néctar tão copioso
cada um derrama o seu fel,
doce, amargo o numeroso
porem o de Manoel
é sem docura amargoso.
E pois elle quer ser fonte
donde se beba lição
corra do Parnaso o monte
sem sabor de corrupção
das ondas de Flegetonte.


Y también este escritor no había tratado ni visto nunca a Manuel Faria, como bien lo fían las últimas coplas.

El capitán Miguel Botello de Carvalho, caballero de la Orden de Cristo, ingenio galán y florido, le presentó este soneto que tenía entre sus Rimas:

La Fama con aplauso repetido,
Livio español, Homero lusitano,
publica vuestro nombre soberano
en láminas eternas esculpido.

No en vano, pues, Faria esclarecido,
del lozano cincel llega, no en vano,
enternecido del cincel lozano
el mármol a gimir enternecido.

En el cóncavo trono de la luna
del primer nido despertad la llama
venciendo el postrer vuelo a la Fortuna.

Quien vive en los anales de la Fama
es bien que ilustre la primera cuna,
no es bien que tema la postrera cama.


Francisco Borges Pacheco, lúcido ingenio y docto, la primera vez que le entró por la puerta al despedirse le dejó este soneto:

De envidia muerto a eternidad aspira
el mismo Apolo en tu divino canto,
nunca tan dulcemente, nunca tanto
como en tu plectro su deidad admira.

Más suspensiones a tu sacra lira
tributa el orbe, y con más dulce encanto
logra en sí la verdad mayor espanto
que en Apolos la mentira.

Lo que ha por ti de admiración perdido
cobra en abonos y lo fabuloso
a opinión de verdades reducido,

que llega cuando cantas milagroso
a parecer verdad lo que es fingido,
lo que es verdad a parecer dudoso.


Y el vivo ingenio, dotado de muchas partes buenas, Juan Ramírez Vela, de este modo:

Bajó por el Camoens el dulce coro
de las sagradas Musas, y al concurso
se opuso tanto célico discurso,
que iluminaron desde el pez al toro.

Hicieron actos de inmortal decoro,
mas dislumbró cuantos probaron curso
aquella, en fin, que con veloz precurso
sola del sol venció los rayos de oro.

Tuvo con el aplauso el magisterio
Faria, portentoso lusitano,
cielo de amor, de luz profundo abismo.

Digno Apolo de mayor imperio,
compítele en el vuelo soberano,
pues tú solo te excedes a ti mismo.


[17]

Pero de esto basta para decir con seguridad que, cuando tantos sujetos en tan pocos años de vistas las Obras de Manuel Faria, verle a él ni él a ellos concurren en aplaudirle a una mano desde partes distantes, se debe que algo hay en ellas que los incita, mueve y los conforma en sus alabanzas. Y si esto no es así, digan los opuestos y los envidiosos que con solo un instante y personalmente no las han consiguido ni tantas ni tales, ¿de dónde procede esto? Y adviertan más: que, aunque cuando estos personajes ilustres se las dieron después de conocerle y de tratarle, el modo de ellas basta a limpiarlas de toda sospecha de lisonja por dos razones: una, que él nunca hubo puesto (aunque bien mereció alguno bueno y por eso no le hubo) para que nadie le lisonjease; otra, que los términos del lisonjear suelen ser muy otros de los que se ven en estas alabanzas. Vuélvanse a leer con esta advertencia, y hallarase que es así. Pondérese el modo con que habla el doctor fray Ángel Manrique, obispo de Badajoz, en ese lugar citado de la Historia de San Bernardo, adonde, manifestando el defeto que a su parecer le halló, le llama mordaz; pero de este se precia él tanto, que diré se halla aquí más alabado, porque sabe de sí que aquella mordacidad está ejercitada con arte y destreza y aún con decoro, a imitación de los que más fama consiguieron de grandes escritores; sin picante no hay pasto apetitoso para los cuerpos, y los escritos son pasto de los espíritus que tan bien se quieren apetiteados. Finalmente, él estima tanto este humor, que, deciéndolo un curioso después de haber visto sus Comentarios «Si no os hubiérades mostrado en ellos opuesto a ciertas cosas y a ciertos autores, ya os hubiéramos colocado en un nicho», respondiole: «Sabed, que solo para escribir esas cosas escribo; y que más quiero escribirlas, que verme colocado en un nicho, y si vos y otros me quitan de él por ellas, no falta quien por ellas me ponga en él». Y es así, porque en él se colocan todos los que le alaban, de la manera que ahí se queda apuntada y, sea o no sea mucho, ello estanto que no puede ser más: con la calidad de ser en vida, cosa de que hizo tanto caso Marcial y otros. Bástele esto a Manuel de Faria, aunque realmente no ha de bastar, porque las Historias que tiene a punto de salir a luz sin duda alguna le han de hacer mayor.

[18]

Vengamos a algunas particularidades de su vida y costumbres, por ver si corresponden a lo que él dice de sí en sus escritos, pues hay personas que dudan (no sin causa) de si uno obra lo que dice. Hallándose él a la puerta adonde se vendía el libro de sus Discursos morales y políticos, llegó a pedirle un hombre que no le conocía y dijo: «dádmele acá, que por lo que leí en él de enseñanza galante en mano ajena le quiero en la mía, aunque por dicha su autor será algún pisaverde o algún perdulario, porque de ordinario suele andar junto el hablar bien al vivir mal». Parece le hizo señal el librero, dándole a entender que tenía delante al autor, porque algo embarazado le quiso dar sus razones, pero él le respondió que lo más cierto era lo que había dicho primero. Para estos será lo que a este fin dijéremos ahora, y empezaremos desde su infancia. Con menudencias sí, pero dignas de saberse de los hombres que vienen a tener tanto lugar en el mundo.

[19]

Andando en los brazos de su ama le llevó una vieja labradora, su vecina, a un molino suyo y le metió las manos en el ojo o hoyo de la muela, cuando corría. Después oyéndole alabar de las habilidades que dijimos en su niñez, decía: «¿Qué mucho? ¿No le metí yo las manos en el hoyo de la rueda del molino corriendo? ¿No dije yo que había de ser muy ingenioso?» Parece creía la vieja que el meter allí las manos de una criatura tierna la hacía ingeniosa. Acaso engañada con llamarse ingenio (a lo menos en aquella tierra) aquella parte del molino. Pero Manuel de Faria, considerando que su vida había sido una perpetua rueda de trabajos y peligros, y acordándose de aquel suceso, dijo siempre: «Nadie deje llevar sus hijos de semejantes viejas a los molinos, porque, si aquella rueda pudo obrar algo, más fue para mí la penosa de Ixión que la de la próspera Fortuna». Quien supiere que él predijo algunas cosas y midiere esto con esotro, pensará que la vieja en la rueda le enseñó a adivinar. Digno es de verse lo que a este propósito dice Lope de Vega en su «Elogio» y también lo que el propio Manuel Faria apunta en la Luz XI de la Defensa a sus Comentarios acerca de los que sin ser conocidamente profetas predijeron varios acontecimientos.

Empezando a tomar posesión de la mala fortuna, aún en los brazos de su ama, padeció aquella miseria que él mismo hace memoria en las estancias de su poema último en la segunda parte, siendo cosa rara en tierras adonde es rarísimo aquel contagio. Allá apunta otros graves peligros y miserables aventuras, que por eso no se refieren aquí, de que en algún modo se puede presumir fue reservado para que se lograsen sus utilísimos desvelos. Empezó a servir en edad de quince años en una casa adonde se tuvo doce sin salir de ella casi más de a la iglesia en los días de fiesta. Tal era el recogimiento de su dueño, que le llamó por sus buenas partes y también por alguna razón de sangre. Este fue don fray Gonzalo de Morales, general que había sido en la ilustrísima religión benedictina, y entonces obispo de Porto, uno de los excelentes prelados que tuvo la iglesia de Dios, magnífico en fábricas sagradas, en limosnas larguísimo, en celo maravilloso, acérrimo freno de los vicios y de su familia tan vigilante que ninguno salía de su casa sino acompañándole a la iglesia y a alguna bien rara visita. Jamás en aquel palacio entró mujer alguna, mientras él le habitó. Si alguna le quería hablar, esperábale en la iglesia; mientras ella hablaba él tenía los ojos en las bóvedas. ¡Veis aquí la vida y el maestro de ella, que Manuel de Faria tuvo desde los catorce hasta los 26 años de su edad!

[20]

Saliendo de allí desavenido con su amo, porque no quiso seguir el estado eclesiástico, en que grandemente procuró acomodarle, eligió el que ya dijimos en la propia ciudad, en la que no tuvo otra conversación más de la que le buscaba sin que él buscase alguna. Entendía con sus papeles. Esperanzas que le metieron en casa persuasiones ajenas (como él dice en la elegía 7 de la Tercera parte) le redujeron a peregrinar por España y por Italia, mas no a dejar nunca aquel modo de vivir con retiro, en tanto estremo que no le conocían de vista aquellos mismos personajes y ministros con quien pudiera tener pretensión más justa que otros que se hacen conocer y escuchar. Viose esto mejor cuando, viniendo a esta corte muchos de los más lucidos señores y caballeros de su patria, no entró por las puertas de alguno, entrándoseles por ellas los estraños, que ni los conocían ni eran conocidos de ellos como él, atraídos del olor de los olores y de los regalos de que suelen venir abundantes, a lo menos en la suposición de tales buscones. Finalmente, ello es cierto que, viviendo Manuel Faria muchos años en tres Babilonias tan incitadoras de la inquietud como Lisboa, Madrid y Roma, jamás entró en otra alguna casa que la suya y en la iglesia, menos cuando algún útil le era preciso pagar lo debido a la cortesía. Este retiro no resulta de condición intratable, sino de experiencia, que los más de los hombres muy tratados vienen a descubrir que son menos hombres que fieras y de que no se ahorra un sencillo (dice él) la molestia de experimentarlos si no es con hacerse passer solitarius in tecto.

[21]

Algunas personas de autoridad le convidaron muchas veces a comer sin que jamás alguna le pudiese persuadir a que lo acetase. «Hallo (dice él) menos gusto en los más finos manjares que en estar a mi gusto y no al ajeno». Filosofía es de que se burlabaPlatón y cuantos discípulos suyos andan llenando el vientre por ajenas mesas, oliéndoles las mañas suntuosas desde muy lejos, sin examinar lo que les dice a las espaldas y a veces al rostro. Pero siempre Manuel Faria huyó de dar justo motivo a la fisga o a la nota. Ayúdale mucho a esto la tenacísima inclinación a estas labores en que se emplea, de modo que quien lo supiere creerá que saca de ellas algún útil, siéndole ellas tan inútiles que hasta hoy no dedicó libro de cuya dedicatoria recibiese alguna remuneración. Algunos dedicó sin que lo dijese ni los llevase a quien los había dedicado. Dice que el dedicarlos es costumbre y no esperanza. A este modo se hubo últimamente con aquella gran máquina de sus Comentarios, con que otro se entrara bienconfiado por las salas de cualquier príncipe, porque, dedicándolos al mayor del mundo, no se los llevó. Es verdad que a este dejamiento corresponde el fruto, si alguno se pudo esperar de semejantes presentes. Pero a lo que ellos no obligan no quiere él que obligue la agencia personal. Mas, volviendo a la tenacidad con que se emplea en estas que él llama inutilidades, es necesario entender que vive con lo que pudiera matar a muchos. Desde la primera luz del día se pone a escribir, de allí le llaman a comer, y de la brevísima comida salta luego en la escritura hasta que le vuelven a llamar a la cena, sobre que le sucede lo mismo.

Muchos más sucesos y dichos suyos pudiéramos referir y traer más elogios de otros ingenios que alabaron ya sus Rimas, ya sus Historias, pero baste lo referido, que bien muestra la grandeza de su pluma para vivir eternamente, aplaudido de la Fama en la memoria de los hombres.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera