Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Fama póstuma del reverendísimo padre fray Juan de la Concepción. Octavas”
Autor del texto editado:
Benegasi y Luján, José Joaquín (1707-1770)
Título de la obra:
Fama póstuma del reverendísimo padre fray Juan de la Concepción, escritor de su sagrada religión de carmelitas descalzos, calificador de la Suprema, secretario general, consultor del serenísimo señor Infante Cardenal, de la Real Academia de la Lengua Española, etc. Escribíala en octavas don José Joaquín Benegasi y Luján, regidor perpetuo de la ciudad de Loja, etc. También se incluye el célebre poema heroico que compuso dicho reverendísimo con el título de “Escuela de Urania” y un índice de varias obras suyas, impresas y manuscritas, etc.
Autor de la obra:
Benegasi y Luján, José Joaquín (1707-1770) De la Concepción Oviedo y Monroy, Fray Juan (1702-1753) Fama póstuma del reverendísimo padre fray Juan de la Concepción, escritor de su sagrada religión de carmelitas descalzos, calificador de la Suprema, secretario general, consultor del serenísimo señor Infante Cardenal, de la Real Academia de la Lengua Española, etc. Escribíala en octavas don José Joaquín Benegasi y Luján, regidor perpetuo de la ciudad de Loja, etc. También se incluye el célebre poema heroico que compuso dicho reverendísimo con el título de “Escuela de Urania” y un índice de varias obras suyas, impresas y manuscritas, etc. Benegasi y Luján, José Joaquín (1707-1770) De la Concepción Oviedo y Monroy, Fray Juan (1702-1753)
Edición:
Madrid: imprenta de la calle Mercurio, por José de Orga, 1778









Fama póstuma del reverendísimo padre fray Juan de la Concepción

Octavas

Tú, causa de las causas increada,
ente divino que, en divino modo,
tu poder lo hizo todo de la nada
y asombra cada parte de este todo;
tú, que de aquella culpa transmigrada [5]
–ingratitud del damasceno lodo–
nos redimiste y, por que más asombre,
de Dios –quedando Dios– te hiciste hombre;

tú, omnipotente, sabio, amable, justo
–cada atributo en infinito grado–, [10]
centro del corazón, centro del gusto,
porque gusto sin ti, ¿quién le ha logrado?;
dueño del alma, dueño el más augusto:
de aquel que oró en tus glorias acertado
méritos canto para gloria suya; [15]
ilústrame, pues él buscó la tuya.

No invoco, no, a las musas ni a su Apolo,
que voy a describir sólo verdades.
¿Verdades dije? Sí, pues a Dios solo,
que las falsas no pueden ser deidades. [20]
Esta verdad del uno al otro polo
debiera desterrar las falsedades,
pero en mi mano solo está el dejarlas;
todos me imiten para desterrarlas.

Canto de un gran varón la breve vida, [25]
canto su discreción y su agudeza,
canto su fama, siempre esclarecida,
canto su patria, padres y nobleza,
canto su erudición encarecida,
canto… Pero mi pluma ya tropieza: [30]
«su muerte» iba a decir; no puedo tanto,
que esta lloro, pero no la canto.

Don Juan de Oviedo se llamó su padre,
también Monroy, también Portocarrero;
doña Isabel de Centurión, su madre: [35]
ya es ocioso decir lo caballero.
Tanto lo fue para que en todo cuadre
que su casa es de aquellas que hay sin pero,
y, por ser aun en esto señalado,
hasta en lo noble le hallo consumado. [40]

Sus enlaces con grandes, sus blasones,
sus héroes, ascendientes y sus glorias
mal podrán reducirse a concisiones,
viniéndoles estrechas las historias.
Miro con ceño las adulaciones [45]
que en muchos escritores son notorias,
pero de mí ninguno las presuma,
que no es venal mi lengua ni mi pluma.

Trujillo ilustre, patria celebrada
de tanto caballero distinguido, [50]
cuya fama se mira eternizada
por muchos que triunfaron del olvido;
Trujillo, pues, de honores coronada,
patria fue de su padre esclarecido,
y, si es madre una patria por más lustre, [55]
hasta esa madre fue en don Juan ilustre.

Barcelona, ciudad no ponderable,
Barcelona, que timbres eslabona,
Barcelona, que en todo es apreciable,
y… ¿pero qué más que Barcelona? [60]
Esta, en fin, esta plaza tan amable,
tan útil para toda la Corona,
fue de su noble madre noble nido,
que aun en esto fue igual a su marido.

¿Y de qué patria fue mi celebrado [65]
Guerra y segundo Hortensio? ¿De qué tierra
este gran Caramuel tan aclamado?
De la que Hortensio, Caramuel y Guerra,
de la que tantos héroes nos ha dado,
que quien intente numerarlos yerra. [70]
De la de un Calderón, Lope y Quevedo.
¿Quevedo y Lope? Pues aquí me quedo.

De la que logra en muchos escritores
que estén divinos, aun los más humanos,
sin que a Córdoba envidie los mejores
en Sénecas, en Góngoras, Lucanos; [76]
de la que en timbres tiene los mayores,
de la patria de tantos soberanos
–entre los que hallarán más de un augusto–
y, en fin, esto es lo más de tanto justo; [80]

de esta madre común de forasteros,
de esta donde el inculto se desbasta,
de esta, solar de tantos caballeros,
de esta que tanto lucimiento gasta,
de esta mina preciosa de extranjeros, [85]
de esta… Detente, musa, que ya basta;
di Madrid de una vez, y nada resta.
¿Fue de esta villa? Sí. Pues deja el "de esta."

En el año de mil y setecientos
–con dos más que en el verso no han cabido–, [90]
nació el padre fray Juan, cuyos talentos
de los discretos el asombro han sido.
No es posible pintar sus lucimientos;
su ingenio, por monstruoso conocido,
solo ha de compararse con él solo, [95]
porque de nuestro siglo fue el Apolo.

En la antigua parroquia de aquel santo
que, ardiendo en caridad, que, en amor listo,
viendo a Cristo de pobre y pobre tanto,
partió su capa con el mismo Cristo, [100]
renaciendo a la gracia, logró cuanto
por imposible de expresar desisto.
Juan le pusieron, nombre que le agracia
porque aun en él no le falte gracia.

En el sagrado baño cristalino [105]
reparo con razón que ser tocase
de apellido Paredes al padrino.
¡Que luego con paredes encontrase!
¡Que así se anticipara su destino!
¿Qué mucho, pues, que al mundo renunciase [110]
y entre paredes huya de sus redes,
renunciado en la pila por Paredes?

Desde niño sus padres admiraron
ser de hombre las razones que le oyeron.
Piadoso y liberal siempre le hallaron, [115]
siempre agudo y discreto le advirtieron.
¡Oh, cuánto de sus prendas esperaron!
¿Pero qué mucho, cuando ser le vieron
en tierna edad –conjunto primoroso–
discreto, agudo, liberal, piadoso? [120]

La cartilla –me dijo– le enfadaba,
y que no solo –¡rara maravilla!–
la supo cuando apenas pronunciaba,
sino que a otros leía la cartilla.
En el catón lo mismo adelantaba; [125]
así aun de niño su viveza brilla,
y era que –las envidias estén sordas–
moría por salir de letras gordas.

Bello lector, en todas letras diestro,
en las primeras presto consumado, [130]
maestro pudiera ser de su maestro
y era de los que pocos han quedado.
Esto lo sé de informe no siniestro,
y sé que, a la gramática aplicado,
sin las pueriles reglas la estudiaba, [135]
pues por no declinar no declinaba.

Tan sutil fue, tan vivo, tan divino–
no es exageración ni por asomo–
que a contadas lecciones fue latino
sin que él ni el preceptor supieran cómo. [140]
¡Raro aprender!, ¡ingenio peregrino!
El arte le pesaba como plomo,
que era tan natural, que casi en parte
el arte le enfadaba por ser arte.

Por leer noches enteras desvelado [145]
más y más lo despierto acreditaba,
y a Morfeo, si instaba demasiado,
por molesto en castigo desterraba.
Por la contraria, en otros ha logrado
más dominio de aquel que le tocaba. [150]
¡¿Pero qué mucho, cuando no advertimos
vivimos menos cuanto más dormimos?!

Las célebres deidades del Parnaso,
viendo capacidad tan prodigiosa,
tan jinete le hicieron del Pegaso [155]
que dijo más en verso que no en prosa.
Fue de Lope, Solís, de Garcilaso
y Argensola su pluma primorosa
en travesura, en alma, en afluencia,
profundidad, equívoco y sentencia. [160]

Le vi dictar en metros diferentes
a diferentes hábiles copiantes,
pero andaban más que ellos, diligentes,
equívocos, conceptos, consonantes.
Ni siquiera una vez los escribientes [165]
tuvieron que aguardar. ¿Qué mucho, si antes
su flujo singular les aguardaba,
y esto solo trabajo le costaba?

De tres lustros y medio –no cabales–
de un desengaño a impulsos halló modo [170]
de dar trocadas galas en sayales,
porque en un desengaño se halla todo;
su vida, de la muerte a los umbrales, le recordó ser polvo, nada y lodo.
La Virgen le libró, y él como experto [175]
quedó, aunque vivo, para el mundo muerto.

En la gran religión carmelitana,
a la que heroína célebre dio norma
de hacer una reforma soberana,
por sí misma empezando la reforma, [180]
en esta, pues, que tantas almas gana,
que de virtudes nuevo pensil forma
y de tan famosos doctos escritores,
entró don Juan, con que aumentó sus flores.

El reverendo padre fray García 1 [185]
–que fue en todo y por todo del Carmelo–
el hábito le dio, ¡con qué alegría!
¡Oh, qué hábito tan bello para el Cielo!
No es ponderable lo que le quería;
sus talentos le daban gran consuelo. [190]
¿Pero quién, quién, sabiendo conocerle,
era dable dejara de quererle?

Apenas en Pastrana el noviciado
–donde a dos días transitó a tenerle–
se concluyó, y, apenas profesado, [195]
su docto provincial consiguió verle.
Al complutense claustro destinado,
filósofo y no corto logró hacerle
en poco tiempo su lector famoso
fray Diego San Rafael, ¡gran religioso! [200]

Este, que por virtud, talento, ciencia,
prudencia, caridad, conducta y modo
logró ser general –con advertencia
que siempre fue muy general en todo–,
este en los males Job en la paciencia [205]
–y no a exageraciones me acomodo–
lector suyo en la gran filosofía
–suyo siempre– lo fue de teología.

Concluida ya de estudios la tarea
–si lo es para los de ellos tan amantes–, [210]
de estudiantes por maestro se le emplea
para que maestros haga de estudiantes.
Concluidos los tres años, mandan sea
lector de teología. Por instantes,
adelantarle todos pretendían, [215]
¡pero tal sus talentos lo lucían!

Era muy singular en la oratoria,
era cada discurso maravilla,
era su fama célebre y notoria y era el famoso Vieira de Castilla. [220]
¡Oh, de tu religión no poca gloria,
oh, gloria de mi amada imperial villa,
que aún hoy, aún hoy, que en polvo te resuelves,
predican tus cenizas desde Güelves! [Huelves]

Sabio consiguió ser en la elocuencia, [225]
sabio en la historia y la filosofía,
sabio en la siempre gran jurisprudencia,
sabio en la inescrutable teología.
Sabio en la medicina –oscura ciencia–,
sabio también hasta en la astronomía, [230]
sabio…. ¿mas dónde voy? Ya estoy prolijo.
¿Para qué es decir más quien "sabio" dijo?

Título de escritor le despacharon
porque sus producciones antevieron.
No impresas – ¡oh, dolor!– muchas quedaron, [235]
pero en los corazones se imprimieron.
De las públicas ya, de las que hallaron
en prosa informaré, y a quién se dieron,
que epígrafes en verso a raro gustan,
porque se ajustan mal o no se ajustan. [240]

Al augusto, inefable sacramento,
«el Amo» con ternura le nombraba,
frase en que consiguió su gran talento
decir hasta lo mismo que callaba.
Su propio –propio en fin– conocimiento, [245]
supuesto lo criado, así mostraba
confuso, humilde, tierno, agradecido,
de nuestro Redentor lo mal servido.

A la que es de portentos el trasunto,
a la estrella más bella, más brillante, [250]
a la que halló la gracia tan a punto
que se encontró con ella en un instante,
a la madre de Dios –pero pregunto:
¿Hay más que ser? No hay más; pues adelante–:
a esta señora, en fin, que mi alma adora, [255]
la llamaba mi amigo «la Señora».

Y así de sus mayores devociones
eran la del Señor sacramentado
y la de este gran mar de perfecciones;
mar he dicho y aun no lo he ponderado. [260]
También de aquel imán de corazones,
Teresa de Jesús, enamorado,
«mi Madre» –nuestra no– siempre decía,
con que en cualquiera parte la hallaría.

O bien de lo infinito que estudiaba, [265]
o bien efecto de una hipocondría,
o –esto es lo cierto– porque Dios le amaba
y para sí labrarle más quería,
la salud en Madrid ya le faltaba,
y por enfermo, sin vivir, vivía. [270]
A Talavera instaron que füera,
mas no era barro para Talavera.

Le insultó allá traidora perlesía,
de ella le resultaron mil dolores.
Sus males eran dobles a porfía: [275]
dobles por males, dobles por traidores.
Su accidente por puntos más crecía;
sácale Dios del riesgo; los doctores
que huya de medicinas le aconsejan
y le dejan mejor porque le dejan. [280]

Viendo que su orden era, por austera,
para sus accidentes no propicia,
al vicediós rogó le concediera
una gracia con visos de justicia.
¿Visos? No dije bien, y mejor era [285]
quitar este tropiezo a la malicia,
mas no, que aun entre visos mis lectores
espero que distingan de colores.

Para la religión, que siempre veo
que en progresos insignes se dilata, [290]
aquella digo en cuyo elogio leo
lo de "non est a sanctis fabricata,"
"sed –" ¡oh, qué gloria!– "a solo summo Deo;"
para la que a católicos rescata,
madre de Hortensios en saber profundo, [295]
el tránsito pedía este segundo.

Hecho su santidad de todo cargo,
el breve concedió, gracia no leve.
Y, como el concederle no fue largo,
en dos sentidos le contemplo breve. [300]
A un docto religioso que el encargo
tomó muy por su cuenta se le debe
digo el empeño, digo la eficacia,
el modo digo, pero no la gracia.

Fiado en lo que era regular fiarse, [305]
el breve le cogió tan sin dinero,
que con lo mismo que juzgó aliviarse
más ahogado se vio. Fue caballero,
nació con honra: dio en abochornarse.
Aun en su patria estaba forastero, [310]
alivios entre amigos procuraba;
no lo eran muchos, pocos encontraba.

Yo fui su agente, lástimas escucho,
un desengaño y otro y otro toco,
esfuérzome porque le amaba mucho, [315]
pero, como hago versos, puedo poco.
Por él, con dudas y pesares lucho,
al verle solo a penas me provoco.
No era ya ni su sombra solamente;
el pico le quedó, mas balbuciente. [320]

Por que con más quietud el noviciado
en el ameno Cuenca le tuviera,
allá le mandan ir, y él, congojado,
por aquí se pasó por que aquí fuera.
Mas no lo consiguió; fue desgraciado. [325]
Aquí le vi y aquí lograr quisiera
de tan famoso célebre abulense
–y era mucho lograr– ser amanuense.

Los reverendos padres trinitarios,
cortesanos, discretos, religiosos, [330]
con afectos en todo extraordinarios
le hospedaron, hermanos y obsequiosos.
Solo le instaron, por motivos varios
–aunque de lo contrario deseosos–,
en que a Cuenca pasase, y, se dedujo, [335]
súpose la orden, pero no el influjo.

Aunque el clima de Cuenca conocía
ser contra su salud, y así lo dijo,
y aunque casi perlático se vía,
hijo en fin de obediencia, fue buen hijo. [340]
Su flexibilidad les aturdía,
porque mi Concepción, según colijo,
era en lo dócil –por que más asombre–
un niño, sin embargo ser tan hombre.

Como cada individuo le apreciaba, [345]
contemplando de Dios los beneficios,
en lágrimas sus ojos anegaba
y distaba infinito de artificios:
aun con el más humilde se humillaba.
Con estas prendas los halló propicios, [350]
todo en la Trinidad lo halló colmado,
todo lo halló, si no es el noviciado.

En un día de viento el más furioso
se vino a disponer el que marchase.
Instábanle uno y otro religioso [355]
que para mejor tiempo lo dejase.
Yo le dije, bastante cuidadoso:
«Mire usted que, aunque siempre desease
de su atraso, su breve y su quebranto
verle salir con aire, no es con tanto». [360]

Cierto sujeto de los más astutos
por que se quede sus ardides gasta,
pero contra decretos absolutos
ninguna humana providencia basta.
Fiado a un criado niño y a tres brutos [365]
–respecto de que nada le contrasta–,
le entran en la calesa prevenida,
y empezó a caminar a la otra vida.

Como iba de salud tan quebrantado,
de salir de su patria tan sentido, [370]
de pesares no más acompañado,
de cuidados y vientos combatido,
sin medios y de gastos acosado
–con ser ilustre, docto y entendido–,
diría: «Yo no soy, si ahora no muero, [375]
ni docto, ni capaz, ni caballero».

Y saliendo de Güelves ya pasmado,
a muy poca distancia, de repente,
sobre el hombro cayendo del criado,
le repitió alevoso su accidente. [380]
Párase el calesero y, asustado,
da voces del lugar al buen teniente.
Llega y le juzga muerto. ¿Quién creyera
que ni entonces la mano se le diera?

¡Ah, si con él allí me hubiese hallado! [385]
Que, como al gran Feijoo tengo leído,
no cadáver le hubiera reputado,
¡por vivo sí le hubiera socorrido!
¡Ah, qué error de teniente y de criado!,
¡ah –repito–, qué error, y qué seguido! [390]
Pero, en mi admiración haciendo punto,
dejadme hablar aquí con mi difunto.

Dejadme discurrir, que le estoy viendo
y que mi rostro, en lágrimas bañado,
también con ellas por sí va volviendo; [395]
el suyo mi fineza está regando.
Dejadme que mi pena –suspendiendo
lo narrativo– vaya desahogando.
Mordaces, este rato perdonadme.
¿No estoy con un cadáver? Pues dejadme. [400]

Pero imposible lo que pido advierto,
y con razón por grande le concibo.
Porque, si no perdonan al que ha muerto,
¿cómo han de perdonar al que está vivo?
Mas, ay, querido amigo, no, no es cierto [405]
que has expirado; mi esperanza avivo.
¿Tú hecho un tronco? ¡Jesús! El tacto miente,
y, si lo estás, lo estás por accidente.

Tulio segundo, ¿qué es de tu elocuencia?
¿Qué es de aquella viveza que hechizaba? [410]
¿Qué de tu discurrir, qué de tu ciencia?
¿Qué hace esa lengua, que jamás hablaba
sin decir mucho? ¿Qué la inteligencia,
que sin igual parece que se hallaba?
¿Qué…? ¿Pero qué pregunto, ni qué dudo? [415]
¡Jamás has dicho más que hoy dices mudo!

Jamás dijiste tanto como ahora,
jamás oraste en el mejor asunto,
como cuando a tu ser tu ser ignora.
¡Oh, qué gran orador es un difunto!, [420]
¡oh, cuántos yerros nuestra vida dora!,
¡oh, para meditar qué bello punto!,
¡y que olvide yo, frágil e ignorante,
toda una eternidad en un instante!

¡Que sea, sin temer mi propio estrago, [425]
de los muchos que no hacen lo que dicen!
¡Oh, qué bien digo, pero qué mal hago!,
¡oh, qué diré cuando me fiscalicen!
¿Quién no huye el golpe cuando ve el amago?
¡Oh, cuánto estos ejemplos nos predicen! [430]
¡Oh, tú, fray Juan, pues sabes lo que digo,
si de Dios gozas, ruega por tu amigo!

Ruega, ruega, que yo, piadosamente,
en creer gozas de Dios hallo el consuelo.
A tanto padecer es consiguiente, [435]
pues desde el Purgatorio 2 se va al Cielo.
Pero ya, musa mía, es conveniente
cese la digresión, porque recelo
te noten, con razón, ver que te alargas,
y no han de ser las digresiones largas. [440]

Vuélvenle a la posada, y la justicia
hace sus diligencias no de balde.
Pero, dando el teniente la noticia
de ser difunto, ¿qué dirá el alcalde?
Un doctor que le vea se codicia, [445]
mas pretenderle en Güelves es en balde.
Tráenle de otro lugar e, inteligente,
dice –ya con verdad– lo que el teniente.

De Güelves en la iglesia sepultado
quedó el varón más docto y entendido [450]
que en el presente siglo se ha logrado.
No conocido bien, aun ya perdido,
a tan corto lugar ha eternizado
y no por corto le ha desmerecido,
que pueblos ya con visos de desiertos [455]
para vivos no son, son para muertos.

De su muerte la infausta cruel noticia
me dio luego en Madrid un caballero,
si bien, haciendo al corazón justicia,
el corazón me la anunció primero. [460]
Ya la envidia de muchos y malicia
de lástima templadas considero
y yo, al oír tan triste cenotafio,
para el sepulcro dejo este epitafio:

Soneto

Yace un ingenio general, profundo,
en esta pobre, humilde sepultura;
diptongo de hombre grande y criatura,
pues no tuvo segunda ni segundo.

En notoria verdad mi elogio fundo:
nadie leerle podrá sin gran ternura,
viendo que en elocuencia y en dulzura
aun mejor Cicerón le faltó al mundo.

En Güelves, Concepción, Jesús, María!
¡En Güelves, Concepción, raro destino!
¡Ah, Güelves, Güelves!, ¿quién te lo diría?

Pero santa Teresa me imagino
que, como era «su Madre», alcanzaría
que hijo suyo muriese en el camino.

Pues tanto el uno y trino
con mi amada doctora se embelesa,
que, aun con su cruz, se le cedió a Teresa.


Falleció el día 5 de diciembre de 1753, a los 52 de su edad, de religioso carmelita a los 35 y de trinitario aún no ha los dos meses.





1. Era prior entonces del convento de Madrid.
2. Por sus continuas enfermedades, habituales accidentes, penoso tránsito y falta de medios.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera