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Título del texto editado:
“Don Diego Rabadán”
Autor del texto editado:
[Mesonero Romanos, Ramón de (1803-1882)]
Título de la obra:
Semanario Pintoresco Español, n.º 39, 25 diciembre 1836
Autor de la obra:
Semanario Pintoresco Español, n.º 39, 25 diciembre 1836
Edición:
Madrid: s.i., 1836









“DON DIEGO RABADÁN”


La historia moderna de nuestra literatura presenta una página que, por lo original y extravagante, podría pasar por fabulosa si la mayor parte de los que hoy viven no hubiesen sido testigos de ella. En todos los tiempos y en todas las naciones ha habido, en verdad, malos poetas a quienes el desconocimiento absoluto de las reglas del arte y del buen gusto, unido a una buena dosis de atrevimiento y de pujos de escribir, ha lanzado en la arena poética y con las únicas armas del consonante, de una ridícula hinchazón o de una pedestre naturalidad, han logrado captar el favor de patios y bohardillas, de plazas y callejuelas. Las sátiras de Horacio y Juvenal, de Boileau y tantos otros nos hablan ya de los que por sus tiempos alcanzaban aquel silvestre laurel; y a la verdad que no los economizan los dicterios que, por otro lado, tenían harto merecidos.

Nuestra nación en todos tiempos ha producido también esta raza a quien nuestros célebres ingenios apostrofan y describen en los ratos de buen humor, pero sus insulsas vaciedades servían como de claroscuro a los magníficos cuadros trazados por aquellos, y por su comparación contribuían grandemente a realzar su superioridad. Este contraste, esta probante variedad hacía más animado el espectáculo literario de los siglos. Al lado de los vates pedantescos se alzaban los Cervantes, los López y los Villegas; al lado de los Comellas, Hermógenes y Eleuterios, los Moratines, los Cadalsos y los Iglesias, como en un variado jardín suelen nacer los cardos y amapolas entre las rosas y jazmines, o el raquítico arbusto al pie del erguido ciprés.

Empero en la época que tratamos (verdadero anacronismo literario), por una reunión de circunstancias harto conocidas, veíase a estos ingenios grotescos dominar exclusivamente aquella mezquina página de nuestra historia literaria, sin temer el contraste que pudieran ofrecerles los verdaderos genios contemporáneos, a quienes la invasión de los franceses y las revueltas civiles había hecho desaparecer de la escena poética. Y en tanto que, extrañados o confinados, exhalaban estos sus amargas quejas en el destierro o en el estrecho recinto de una prisión, los poetastros, alzando su cabeza, hacían resonar sus desapacibles voces, semejantes a los graznidos de la rana en un estanque abandonado por los cisnes.

Como muestra de aquel lamentable período conservará la historia los diarios de los años 1814 y siguientes, mezquina arena que escogieron aquellas buenas gentes para esgrimir sus armas miserables. El hombre pensador y reflexivo hallará en ellos motivos suficientes a profundas consideraciones; y el frívolo y halagüeño, grandes ocasiones para soltar la rienda a su risa mofadora.

Al frente de aquella cohorte de coplistas, madrigaleros, anacreónticos elegiáticos, descollaba el célebre don Diego Rabadán, que por sus circunstancias particulares forma, digámoslo así, un verdadero tipo o caricatura política que Moratín parece haber predicho en el que figura en primer término en la Derrota de los pedantes.

No era en verdad Rabadán uno de aquellos copleros que con sola la facilidad de su consonante improvisan cuartetas, décimas y quintillas, acrósticos y ovillejos de pie forzado, no; era un ingenio original, aunque limitado, era todo un poeta estravagante formado por malísimas y multiplicadas lecturas que, como el ingenio loco de Cervantes, tuvo la desgracia de identificarse con todo lo más ridículo de los poetastros y adoptarlo con una fe verdaderamente quijotesca. En un graciosísimo opúsculo, inédito, que tenemos a la vista, titulado Apuntes para la historia de D. Diego Rabadán, bajo este epígrafe:

De un mal poeta murcia-
contaré las aventu-,
a quien pésimas lectu-
la cabeza devana-,


le dice, entre otras cosas en estilo harto irónico y burlesco:

Rebatió toda su mollera de lo más selecto y atildado de nuestro parnaso, según su delicado criterio. Se atestó de lo más clásico, nada le escapó a su robusta comprensión; todo se le quedó en la uña; los retruécanos de León Marchante y sus picantes equivoquillos; las sales de Gerardo Lobo; lo altisonante de las selvas de Gracián; la claridad enigmática del Polifemo de Góngora; las agudezas de sor Juana; el intrincado laberinto de Villamediana; el fornido Macabeo de Silveria; etc., etc. Nada se le pasó por alto, todito quedó en casa, de que darán un público testimonio sus innumerables obras, así impresas como manuscritas, tanto en prosa como en verso.

¿Quieren nuestros lectores hallar aquí algunas muestras de su estilo y suficiencia? Pues vayan esas tomadas al acaso entre otras innumerables:

A los santos reyes. Soneto pastoril

Bienvenidos seáis, ¡oh, reyes santos!
Pronto la vuelta dais de ver al niño,
que hallaríais más limpio que un armiño 1
entre pastores y sencillos cantos.

De regocijos romperíais en llantos
al mirar en Belén el pobre aliño;
de María y José su gran cariño
os tendría a los tres como en encantos.

Supuesto que sabéis lo que allí pasa
y que n la tierra y cielo está mandando
Manolito Jesús, ... pedid sin tasa

que por España siga percurando 2 ,
pues que tenemos ya dentro de casa
al mayoral virtuoso, ¡el gran Fernando!

A la muerte del infante don Antonio. Soneto

Ya vencidos de Acuario los rigores
que aprisíonan a líquidos cristales,
y del Aries y Tauro criminales
resultas de los eólicos furores,

cuando Febo aproxima sus ardores,
desatando a Neptuno los raudales,
y Amaltea sus galas y caudales
manifiesta con célicos primores,

quiso el cierzo terrible y dominante
de su cruel aridez dar testimonio,
arruinando a la España su almirante.

¡Neptuno, Tetis, Céfiro y Favonio
eterno mostrarán llanto abundante,
pues falleció el infante don Antonio!

A la instalación de tribunales. Soneto

Por la fiera irrupción y cruel tormenta
de los galos herejes infernales
ha sufrido la España tantos males,
¡que solo recordarlos amedrenta!

El cálculo, guarismo ni su cuenta
jamás liquidarán gruesos anales,
pues solo la estinción de tribunales...
¡¡fue otra desdicha que el dolor aumenta!!

Compadecido Dios de tantas penas, ...
de su recta justicia el brazo alzando,
nos libera de grillos y cadenas,

antiguos tribunales instalando,
con otras muchas providencias buenas
¡¡¡inspiradas al justo rey Fernando!!!

A la muerte del juez de imprentas. Soneto

¡Musas divinas, esforzad mi canto,
inspirando una dulce melodía
semejante a la orfénica poesía,
que alegraba los reinos del espanto!

¡¡A fin de consolar el gran quebranto,
los suspiros, los ayes y agonía
que los sabios repiten noche y día,
y al orbe inundan con su triste llanto!!

Todas las nueve musas esclamaron
con sus voces pausadas, macilentas
(efectos del dolor), y así me hablaron:

“En vano... auxilios... esta vez... intentas,
que ya... nuestros... placeres... se acabaron,
¡¡¡pues ... falleció... el gran juez... de las imprentas!!!

Poema didáctico. Definición del soneto

El soneto es poema bien sucinto,
de leyes rigidísimas severas,
que en ficciones y cosas verdaderas
nunca debe salir de su recinto.

Terrible complicado laberinto,
nivel de burlas y compás de veras,
que suele remontarse a las esferas
mejorado de Apolo en tercio 3 y quinto.

Sus partes han de ser todas perfectas,
derivados de un solo pensamiento,
sin estribos, tacones 4 ni muletas.

En los fines está su encantamiento,
y es la piedra de toque de poetas
o el Caribdis 5 y potro de tormento.


Innumerables fueron las composiciones de todos géneros y calibres en que el buen Rabadán alegró a los madrileños por aquella época. Innumerables y celebérrimas sus églogas, raptos, sueños, décimas, acrósticos, glosas y laberintos, en cuyo abundantísimo surtido alternaban con el sombrerero Abrial, Goveo, Garnier y otros, aunque sobrepujándoles siempre en extravagancia y fecundidad. Pero, si el hombre público, el poeta, se distinguía tan notablemente por aquellas cualidades, el privado no era menos original, menos digno de observación. Su carácter era honrado y bondadoso; su trato, amable y franco; su conversación, agradable y singular. Su prodigiosa memoria, la mal dirigida erudición y un sí es no es devaneo de su cabeza, daba lugar a escenas en estremo cómicas, de que sacaban no poco partido los festivos concurrentes a cierta librería de esta corte en que Rabadán solía hacer pública ostentación de su ciencia pedantesca. De este risueño recinto fue de donde salieron las burlescas sátiras que amargaron los fáciles laureles de don Diego; de aquí, los irónicos elogios, apuntes y apologías que su enferma imaginación le hacía tomar por verdaderos; de aquí, las supuestas cartas de los reyes y príncipes de Europa, "al" invitándole "poeta español," con gracias y mercedes en sus estados, remitiéndole cruces y distinciones; de aquí, en fin, la semejante copia de su imagen ejecutada por un diestro pincel y que lució por aquellos años en la exposición de la academia, de cuyo retrato original hemos tomado el dibujo que acompaña.

Ello fue que, entre los devaneos de las musas y el auxilio de los amigos zumbones, el pobre poeta vino a representar en el siglo XIX una verdadera efigie del hidalgo de la Mancha, verificando el admirable sueño de Cervantes, cuando supuso una imaginación mediana extraviada por continuadas lecturas estravagantes y sin el debido criterio para discernirlas y calificarlas.

A la muerte de aquel desdichado uno de sus burlescos apologistas compuso el siguiente soneto, imitando el estilo de Rabadán:

El día catorce del corriente
del año del Señor mil ochocientos
diez y nueve, con grandes sentimientos
de la española y extranjera gente,

murió el señor don Diego de repente,
sin siquiera llevar los sacramentos,
de lo que todos quedan descontentos,
como puedes creer, lector doliente.

Malucho andaba ya, pero no tanto
que no blandiese el gran Cristobalino
y no hechizase su apolíneo canto.

Murió a manos de duendes. Peregrino,
si algo alcanzas en versos, rompe en llanto,
tributo al sabio numen Rabadino.






1. Armiño: es un animalito semejante a la comadreja y conejo, según los naturalistas Olao Magno, Agrícola, con Plinio y su famoso traductor Huerta. Los hay de cuatro clases, pero los más célebres son blancos lo mismo que la nieve. Para cazarlos ponen circos de lodo, y son tan limpios, que se dejan coger a mano por no ensuciarse, y así son símbolos de la pureza.
2. Voz rústica puesta de intento, que equivale a protegiendo y prosperando.
3. 3 La naturaleza de esta composición es lo más sublime de la poesía y, por lo mismo, la predilecta del dios Apolo y las nueve musas.
4. Quiere decir los apoyos inconexos y toda casta de miserables ripios que vemos en muchos sonetos cojos y mancos.
5. Caribdis. Escollo marítimo algún tanto oculto, en el cual peligran las embarcaciones; así los poetas en el final de los sonetos, después de sufrir el tormento de la composición; tal es la dificultad de conseguir sus perfecciones.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera