Apuntes biográficos. Don Francisco de Quevedo(Quevedo y Villegas, D. Francisco de)
Señor
de la villa de Juan Abad, nació en Madrid en 1580, de
Pedro
de Quevedo, secretario de Felipe II, y doña María Santibáñez, camarista de la reina doña Ana de Austria. Hizo sus
estudios
en la Universidad de Alcalá, estendiéndose estos a cuantas ciencias se cultivaban en ella, habiendo manifestado una
precocidad
tan prodigiosa, que a los
quince
años se graduó en teología. Acabados sus estudios, por un lance de los que llaman de honor y se deciden de una estocada, y en que malhirió a su adversario, tuvo que salir de España y pasó a Italia, en donde el duque de Osuna, virrey entonces de Sicilia, le
honró
con la
secretaría
del virreinato y con la confianza más ilimitada. Identificada por este medio su suerte a la del duque, corrió en un todo las vicisitudes de su próspera y adversa fortuna. Pasó con él a Nápoles; desempeñó las más importantes comisiones; vino a la corte en calidad de
diputado
de los reinos de Sicilia y Nápoles; ajustó diferentes tratados con la corte de Roma y con los duques de Saboya y república de Venecia, a cuyas comisiones debió el
hábito
de Santiago; pero a la caída de su protector, que fue preso y conducido a la fortaleza de la Alameda, lugar del conde de Barajas, en donde murió, le cupo tanta parte en ella, que sufrió tres años de prisión en la Torre de Juan Abad, de quien era señor. Obtuvo al fin su libertad y vino a la corte, mas fue desterrado de ella. Más adelante obtuvo permiso de volver, y vivió con mucha
pobreza,
porque su larga prisión había arruinado su fortuna. La reputación y
celebridad
de que gozó en este intérvalo de reposo hizo que en 1632 fuese nombrado
secretario
de su majestad. Dos años después
casó
con doña Esperanza de Aragón y la Cabra, señora de Cetina, pero tuvo la desgracia de perderla poco después. En 1641 un nuevo infortunio vino a poner a prueba su inalterable resignación y paciencia. Atribuyósele una
sátira
que se publicó contra el gobierno, y, procediendo por las formas espeditivas de los que son muy asombradizos, sin otra presunción que el mérito del papelejo y la
reputación
de Quevedo, se le encarceló en Madrid, se ocuparon sus
papeles
y se le trasladó después al convento de San Marcos de León, donde continuó hasta que, justificada su inocencia, se le puso en libertad. Este último golpe debió hacerle temer los peligros de la capital, y a poco de haber vuelto a ella se retiró a la Torre. El estado quebrantado de una salud tan trabajada por tantas
persecuciones
le obligó a abandonar este lugar, y pasó a Villanueva de los Infantes, donde terminó al fin su penosa carrera en 8 de setiembre de 1645.