Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Prólogo del impresor sobre la vida de don Alonso de Ercilla y Zúñiga”
Autor del texto editado:
Sancha, Antonio de (1720-1790)
Título de la obra:
La Araucana. Parte I
Autor de la obra:
Ercilla, Alonso de (1533-1594) La Araucana. Parte I Ercilla, Alonso de (1533-1594)
Edición:
Madrid: don Antonio de Sancha, 1776









Prólogo del impresor sobre la vida de don Alonso de Ercilla y Zúñiga


La puntualidad y elegancia con que el licenciado Cristóbal Mosquera de Figueroa recoge y pondera las noticias pertenecientes a la vida del ilustre caballero don Alonso de Ercilla en el “Elogio” que precede a la impresión de su Araucana del año 1590, conservado en esta, condenan al parecer de superfluo cualquier trabajo nuevo que se emplee en este mismo asunto, sujetándolo al fastidioso vicio de la repetición. A ejemplo, sin embargo, de los que recogen las espigas que perdonó la hoz, procuraremos nosotros juntar las especies que omitió la diligencia de Mosquera, para que de la colección de todas resulte mayor conocimiento y noticia de los hechos y carácter de este insigne poeta.

Nació do Alonso de Ercilla y Zúñiga en Madrid a 7 de agosto de 1533, pero traía su origen de Bermeo, cabeza del señorío de Vizcaya, de donde era natural Fortún García de Ercilla, su padre, eminente jurisconsulto, que murió en Valladolid a 29 de septiembre de 1534, a los 40 de su edad. Fue también de Bermeo Martín Ruiz de Ercilla, señor de la Torre de Ercilla, abuelo de nuestro don Alonso, cuyo nacimiento accidental en Madrid no debe despojar a Vizcaya de este elegante poeta, con cuya posesión deja de ser tan rara como pondera don Nicolás Antonio la prenda de la poesía en los naturales de aquel nobilísimo señorío 1 . Su madre fue doña Leonor de Zúñiga, señora de Bobadilla, cuya villa, muerto Fortún, fue incorporada a la Corona, y ella nombrada guadadamas de la emperatriz doña Isabel. Procrearon estos nobles casados tres hijos: don Francisco de Zúñiga, que murió mozo en Madrid a 28 de julio de 1545; don Juan de Zúñiga, abad de Hormedes, limosnero mayor de la reina doña Ana de Austria y maestro del príncipe don Fernando, el cual murió en Almaraz a 28 de agosto de 1580; y nuestro don Alonso, que desde sus tiernos años se crio en Palacio en calidad de paje del príncipe don Felipe, hijo del emperador Carlos V, y a la sombra de su madre, doña Leonor 2 . Era de ingenio vivo y naturalmente culto, de atinado juicio y de espíritu belicoso, prendas que mejoró con el estudio de las buenas letras y perficionó con las varias peregrinaciones que hizo por Europa y América. Porque siguió a Felipe II en cuantas jornadas hizo por mar y tierra, corriendo una y otra vez todas las provincias que contiene España, Italia, Francia, Inglaterra, Flandes, Alemania, Moravia, Silesia, Austria, Hungría, Estiria y Carintia 3 . Y, como siempre fue inclinado y amigo de inquirir y saber, según confiesa él mismo 4 , adquirió grande caudal de noticias y de prudencia, viendo como otro Ulises tanta diversidad de naciones y de humanas costumbres.

El año de 1547 acompañó al príncipe don Felipe, que, llamado de su padre, el emperador, pasó a Bruxelas y tomó posesión del ducado de Brabante. Llegó a aquella capital de Flandes atravesando la Italia, la Alemania y el ducado de Luxenbourg, y el año de 1551 se restituyó a España, desandando el mismo camino. El coronista Juan Esteban Calvete, que refiere este viaje, llama a nuestro Ercilla “don Alonso de Zúñiga”, usando del segundo apellido 5 .

Siguió también don Alonso al mismo príncipe cuando el año de 1554 pasó a Inglaterra a casarse con doña María, heredera de aquel reino. En esta sazón llegó a Londres la noticia del levantamiento del estado de Arauco. Y, hallándose en aquella corte Jerónimo de Alderete, que había venido del Perú, le nombró el rey capitán y adelantado de aquella tierra, con cargo de pacificarla. Partió, pues, de Londres Alderete, llevando en su compañía a don Alonso, de edad de 21 años, siendo esta la primera vez que ciñó espada, como él dice 6 . Pero, muriendo el adelantado en Taboga, cerca de Panamá, continuó Ercilla su viaje a Lima, capital del Perú. Era virrey de aquel reino don Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, y, con noticia de la muerte del adelantado y en virtud de sus facultades, nombró a su hijo don García por capitán general de Chile, adonde le envió con una lucida escuadra para sujetar a los inobedientes araucanos. Pasó, pues, don Alonso a Chile incorporado en esta escuadra, como él asegura 7 y lo confirma el coronista Herrera 8 .

Entonces dio principio don Alonso a las reñidas y sangrientas guerras del Arauco, obrando en el discurso de ellas más proezas con la espada que las que escribió con la pluma, como dice el licenciado Oña 9 , pues, como del otro troyano cantó Virgilio, fue nuestro don Alonso gran parte de ellas, siendo Chile el teatro en donde hizo alarde de las primicias de su valor y de su ingenio. Hallose en siete batallas campales, tolerando con heroico esfuerzo todas sus calamidades y riesgos de la vida, y, no contento con estas empresas, acompañó a su general don García Hurtado de Mendoza a la conquista de la última tierra que por el estrecho de Magallanes estaba descubierta hasta el valle de Chiloé, aunque él pasó adelante y, seguido de diez soldados, venciendo dificultades insuperables y atravesando dos veces en piraguas el peligrosísimo desaguadero del archipiélago de Ancudbox, entró la tierra adentro y para testimonio de la intrepidez de su corazón en la corteza del árbol más robusto que vio allí grabó con un cuchillo la siguiente octava 10 :

Aquí llegó, donde otro no ha llegado,
don Alonso de Ercilla, que el primero
en un pequeño barco deslastrado
con solos diez pasó el desaguadero
el año de cincuenta y ocho entrado
sobre mil y quinientos por hebrero,
a las dos de la tarde el postrer día,
volviendo a la dejada compañía.


Volvió, en efecto, después de varias fortunas y peligros a la ciudad de la Imperial, donde estuvo a riesgo de perder entre los suyos la vida que supo libertar en tantas ocasiones del poder de sus enemigos. Porque, concurriendo a la sazón en la ciudad, dice el mismo Ercilla 11 , gran número de gallardos jóvenes, concertaron una justa y desafío en donde mostrase cada cual su valor y destreza. El doctor Cristóbal Suárez de Figueroa dice 12 que estas fiestas las mandó celebrar don García para solemnizar la noticia que se recibió en Chile de la coronación del rey Felipe II en virtud de la renuncia que en Bruxelas hizo en él el emperador Carlos V, su padre.

Hubo -añade Figueroa-, entre otros regocijos, estafermo, a que salieron muchos armados. Sobre quién había herido en mejor lugar hubo diferencia entre don Juan de Pineda y don Alonso de Ercilla, pasando tan adelante, que pusieron mano a las espadas. Desenvaináronse en un instante infinitas de los de a pie, que, sin saber la parte que habían de seguir, se confundían unos con otros, creciendo el alboroto con extremo. Esparciose voz que había sido desecha para causar motín y que ya los émulos le tenían meditado, por haber precedido algunas ocasiones, aunque ligeras. Prendiéronse por orden del general, que para infundir temor entre los demás los mandó degollar, sabiendo ser cualquier severidad eficasísima para asegurar la milicia. Sosegose el tumulto, y, hecha información y hallado que había sido caso improviso el de los dos, se revocó la sentencia &c.

Hace mención de ese suceso el mismo Ercilla, y dice expresamente que fue sacado a la plaza a degollar 13 :

Turbó la fiesta un caso no pensado,
y la celeridad del juez fue tanta,
que estuve en el tapete, ya entregado
al agudo cuchillo la garganta.
El enorme delito exagerado
la voz y la fama pública lo canta,
que fue solo poner mano a la espada,
nunca sin gran razón desenvainada.


Y lo confirma en otro lugar, hablando del mismo caso: 14

No digo cómo, al fin, por accidente
del mozo capitán acelerado,
fui sacado a la plaza injustamente
a ser públicamente degollado &c.


De modo que, según esta relación, revocó don García la sentencia estando para ejecutarse. Siguiose después tener gran tiempo preso a don Alonso para enmendar con este el primer yerro, como él asegura 15 , sucediendo a la prisión un trabajoso destierro, mas no por eso faltó en ninguna acción ni asaltos de plazas, que después se ofrecieron. Pero, estimulado del agravio que sufrió en la Imperial, salió de Chile y llegó prósperamente al Callao de Lima, en donde estuvo hasta que llegaron las noticias de las crueldades que ejercía en Venezuela Lope de Aguirre, y, determinándose ir contra él, llegó a Panamá, en donde supo que habían ya desbaratado y quitado la vida a aquel rebelde 16 . Era Lope de Aguirre un guipuzcoano natural de Oñate que, viviendo en Lima, fue uno de los cuatrocientos hombres que bajo el mando del capitán Pedro de Ursúa fueron enviados el año de 1559 por el marqués de Cañete, virrey del Perú, a la conquista de los omeguas; pero, rebelándose Aguirre contra su capitán, le quitó la vida y se hizo reconocer por caudillo de la gente, ejecutando tales crueldades, que justamente le compara Ercilla a Herodes y a Nerón, pues no perdonó a su propia hija. Desbaratole en Tocuyo Diego García de Paredes, y, cortándole la cabeza, lo descuartizaron el año de 1561 17 . Por este tiempo padeció Ercilla una larga y extraña enfermedad, convalecido de la cual, tocando en las Terceras, se restituyó a España a los 29 años de su edad, de donde a breve tiempo salió para correr la Francia, Italia, Alemania, Silesia, Moravia y Panonia 18 . Pero, hallándose en Madrid el año de 1570, contrajo matrimonio con doña María Bazán, hija de Gil Sánchez Bazán y de doña marquesa de Ugarte, dama de la reina doña Isabel de la Paz, la cual y el emperador Rodulfo fueron sus padrinos, como dice Esteban de Garibay, citado por don Luis de Salazar 19 . Hace mención don Alonso en su Araucana de esta señora, alabándola sobre todas las que, arrebatado en sueños por Belona, vio juntas en un ameno prado y deseando ocuparse en canciones amorosas, “me sentí”, dice 20 ,

con gran gana y codicia de informarme
de aquel asiento y damas tan hermosas,
en especial y sobre todas una,
que vi a sus pies rendida mi fortuna.
Era de tierna edad, pero mostraba
en su sosiego discreción madura,
y a mirarme parece la inclinaba
su estrella, su destino y mi ventura.
Yo, que saber su nombre deseaba,
rendido y entregado a su hermosura,
vi a sus pies una letra que decía
“Del tronco de Bazán doña María”.


Si es verdad que don Alonso casó por enero de 1570, como asegura Garibay, no pudo ser su madrina la reina doña Isabel de la Paz, que murió a 4 de octubre de 1568 21 . Acaso quiso decir doña Ana de Austria, cuarta mujer de Felipe II y hermana de los príncipes Rodulfo y Ernesto, que se criaban en Madrid, de donde llamó al primero Maximiliano II, su padre, el año de 1572 para coronarle rey de Hungría en Posonia; el siguiente, de 1573, fue coronado rey de Bohemia en Praga, y el de 1576 sucedió a su padre en el Imperio 22 . De este emperador fue gentilhombre don Alonso de Ercilla, y acaso le acompañó en sus viajes a Alemania, pero por los años de 1580 parece vivía retirado en Madrid, su patria, aunque altamente quejoso de la fortuna, porque, sin embargo de los continuos y penosos servicios que hizo en la milicia y en la casa real, sin embargo de sus estimables prendas de calidad, de estudios y de ingenio, nada parece medró en la milicia ni en palacio, de lo cual se queja abiertamente al mismo rey, diciendo que tuvo siempre la desgracia de navegar contra la corriente de la fortuna, que fueron siempre infructuosos los inmensos trabajos que padeció en su servicio, que el disfavor le tenía arrinconado y reducido a la miseria suma, pero que, a lo amenos, había corrido con honor la carrera de su vida y, aunque destituido de premios, tenía la gloria de haberlos sabido merecer, que es en lo que verdaderamente consisten 23 . En los Avisos para palacio 24 se refiere este caso de nuestro Ercilla:

hablando algunas veces a Felipe II don Alonso de Ercilla y Zúñiga, siendo muy discreto hidalgo, que compuso el poema La Araucana, se perdió siempre sin acertar con lo que quería decir, hasta que, conociendo el rey por la noticia que tenía de él que su turbación nacía del respeto con que ponía los ojos en su majestad, le dijo: “Don Alonso, habladme por escrito”. Así lo ejecutó, y el rey le despachó e hizo merced.

Si don Alonso recibió esta merced, no parece fue suficiente para desarmarle de las razones de sus quejas. Desahuciado finalmente de las esperanzas humanas, recurre a Dios, protestando que había dado sin rienda al mundo el tiempo más florido de su vida 25 . Entre otras flaquezas que le remorderían a don Alonso serían sin duda aquellas mocedades de que fueron fruto varios hijos que tuvo fuera de matrimonio (pues legítimo no tuvo ninguno) y que con toda expresión refiere don Luis de Salazar con autoridad de Esteban de Garibay 26 , de los cuales la más notable fue doña María Margarita de Zúñiga, dama de la emperatriz doña María, que casó altamente, pues fue su marido don Fadrique de Portugal, señor de la baronía de Oraní, caballerizo mayor de la misma emperatriz, hijo de los conde de Faro y Mira.

No sabemos cuándo murió don Alonso de Ercilla. El año de 1596 le supone vivo el licenciado Mosquera, pues entonces decía que estaba ocupado en escribir con felicidad las victorias de don Álvaro Bazán, marqués de Santa Cruz, cuyo poema no sabemos si la muerte le dio lugar de finalizar 27 .

Fue don Alonso de Ercilla soldado tan valeroso, que sin el auxilio de las letras propias sustentaría en la posteridad la opinión de sus heroicos hechos, pero floreció tanto en ellas, que parece no necesita de la recomendación de sus proezas para ocupar un lugar distinguido entre los más famosos españoles; o, antes bien, él solo se basta a sí mismo para hacerse inmortal con la espada y con la pluma, siendo a un mismo tiempo el héroe y el poeta, más dichoso en esto que Aquiles y Alejandro, a quien poco hubieran aprovechado sus heroicidades si Homero y los historiadores griegos y latinos no las hubieran trasladado a la memoria de los hombres, y sólo comparable con César, historiador de lo mismo que obraba. Véase esto en su Araucana, poema heroico que Miguel de Cervantes gradúa de uno de los mejores que hay escritos en lengua castellana y de una de las más ricas prendas de poesía que tiene España 28 ; poema por el cual el humanista Juan de Guzmán llama a don Alonso el “Homero hispano” y príncipe de los poetas españoles 29 , cuyo libro dice Andrés Escoto que leían muchos con asombro y nunca lo dejaban de las manos 30 , y de cuyo autor dijo Vicente Espinel 31

que en el heroico verso fue el primero
que honró a su patria, y aun quizá el postrero.


Consta este poema de tres partes, que compuso, como él dice, escribiendo de noche lo que obraba de día. Imprimió al principio la primera parte solamente; añadió después la segunda, y ambas las dio a luz el año de 1578, en 4º, y, habiendo escrito la tercera, publicó las tres el de 1590, en 8º. A esta impresión se siguieron muchísimas. Es su argumento las guerras que con obstinación temeraria sustentaron los araucanos para defender su rebelión contra su rey don Felipe II, en cuya relación guardó don Alonso la más escrupulosa puntualidad, porque se propuso caminar siempre por el rigor de la verdad, como él advierte 32 . Y, como las batallas y sucesos de la guerra son tan parecidos, solo la fuerza de su invención pudo lograr referir con grata variedad unos sucesos uniformes y dar bulto y cuerpos agigantados a unos acaecimientos cuyos autores, especialmente de parte de los araucanos, eran unos personajes particulares, desconocidos y agrestes. Así llegó sin fingir a dar a su poesía toda la gracia a que otros poetas no pudieron arribar sin el auxilio de las ficciones, porque el fingir es fácil, y difícil dar a una historia verdadera todo el atractivo de que es capaz la fábula. Sin embargo, en varios episodios, que introduce para amenizar la esterilidad de unos libros de materia tan áspera, que desde al principio hasta el fin no contienen sino una misma cosa 33 , se echa de ver la fecundidad de su invención, especialmente en el del mago Fitón. Llégase a esto la magnificencia del estilo, la majestad del numen, la grandeza de la locución, la abundancia admirable de sentencias, todo lo cual constituye a don Alonso un segundo Lucano español, tanto más digno de admiración cuanto que al poeta cordobés le suministraban materia más copiosa y sublime la misma elevación de los héroes y la grandeza de las guerras, de cuyo destino dependía el señorío del universo, en lugar que el porfiado empeño de los araucanos solo tenía por objeto, como dice Ercilla 35 , “defender unos terrones secos y campos incultos y pedregosos”. Y aunque el todo del poema es maravilloso, pero algunas partes de él son inimitables. La arenga de Colocolo, tan celebrada por el autor de La Henriada, es preferida justamente por otro escritor al discurso con que Néstor intenta al principio de La Iliada concordar los ánimos de Aquiles y de Agamenón, desavenidos por la posesión de la cautiva 35 .

En el estilo, no obstante, de La Araucana, siempre, por otra parte, proprio y enérgico, se notan algunos vocablos nuevos, usados por Ercilla obligado por la ley del consonante, como son “lena”, “fida”, “libidino”, “soledosa”. El citado autor de la Escuela de Literatura nota este poema de prolijo, y el doctor Suárez de Figueroa, de acéfalo. Así continúa el fragmento que alegamos arriba sobre el caso de haber mandado degollar a Ercilla don García Hurtado de Mendoza:

El conveniente rigor con que don Alonso fue tratado causó el silencio en que procuró sepultar las ínclitas hazañas de don García. Escribió en verso las guerras de Arauco, introduciendo siempre en ellas un cuerpo sin cabeza, esto es, un ejército sin memoria de general. Ingrato a muchos favores que había recibido de su mano, lo dejó en borrón, sin pintarle con los vivos colores que era justo, como si se pudieran ocultar en el mundo el valor, virtud, providencia, autoridad y buena dicha de aquel caballero, que acompañó siempre los dichos con los hechos, siendo en él admirables unos y otros. Tanto pudo la pasión, que quedó casi como apócrifa en la opinión de las gentes la historia, que llegara a lo sumo de verdadera escribiéndose como debía &c.

Imputa Suárez a Ercilla tres defectos: I, que calló a don García Hurtado de Mendoza en su Araucana; II, que este silencio procedió de la ingratitud de su ánimo, obligado por otra parte de muchos favores que había recibido de su mano; III, que su historia quedó como apócrifa.

Mas en descargo de esas acusaciones debe decirse que en ninguno de los sucesos que se refieren en la primera parte de La Araucana, que es la principal del poema, tuvo intervención alguna don García, porque pasaron bajo el mando de Pedro de Valdivia, conquistador del Arauco, y de Francisco de Villagrán, que por su muerte quedó por gobernador y capitán de aquella tierra. Conque ninguna injuria se hace a don García Hurtado de Mendoza en callar su nombre en el discurso de unas guerras en que él no se halló. Su ejercicio de capitán general intervino en los sucesos que se refieren en la segunda parte y en parte de la tercera. Y aquí no es tanta verdad como exagera el doctor Suárez que suprime su nombre, pues repetidas veces hace expresa mención de él, representándole como cabeza de las tropas que militaban en Chile 36 . Con cuya memoria desaparece el silencio de que el historiador del marqués de Cañete culpa al autor de La Araucana. Y, por otra parte, si don Alonso de Ercilla recibió muchos favores de mano de don García, no los menciona Suárez ni a nosotros nos consta otra cosa, sino que, refiriendo su historiador los cargos que en una ocasión distribuyó en diferentes soldados 37 , quedó excluido don Alonso; ni nos persuadimos de que entre aquellos favores cuente el de haberle sentenciado el marqués a ser degollado pública e injustamente. Conque queda Ercilla desobligado a su decantado protector y libre del vicio de la ingratitud, tan ajeno de la generosidad de su condición. Menos razón tiene el doctor Figueroa o, por mejor decir, más injuria hace a don Alonso en poner nota en la fe de su historia, el cual tantas veces protesta al rey Felipe II que es incontestable la verdad de los hechos que refiere de las guerras de Arauco, parte de los cuales oyó a personas fidedignas, que se hallaron en ellos, y parte de que él fue testigo ocular. Y, en efecto, así lo han creído siempre los historiadores que después trataron de ellas, y el padre Ovalle con especialidad confirma su historia frecuentemente con el contexto de La Araucana. Pero, si el marqués de Cañete tuvo algún sentimiento de que don Alonso no hablase de él con tanta frecuencia como esperaba, ya procuró desagraviarle el licenciado Pedro de Oña, natural de Chile, en su Arauco domado, que escribió, como él dice 38 , para corregir el silencio de Ercilla. En efecto, se oyen celebrados con frecuencia los ilustres hechos del valeroso y prudente virrey del Perú, pero con tan poca dicha, que más gloriosos serán en la memoria de los hombres por las ocasiones en que nuestro Ercilla menciona sus heroicas prendas y oficio que por la afectada repetición con que Oña los inculca; y, si solamente vivieran por su pluma, ya hubieran seguido la suerte del poema que los contiene y se vieran olvidados y desestimados. Pues, aunque el poeta del Arauco domado muestra natural y fácil vena, carece por lo común de la elevación de la epopeya e incurre muchas veces en manifiestas puerilidades, y otras deja correr la pluma licenciosamente 39 .

Estos y otros defectos quiere disculpar el autor alegando por escusa inadmisible la brevedad del tiempo y la prisa extraordinaria que le daban, según se queja en la siguiente octava, que se halla antes del medio del canto VIII:

En obra de tres meses que han corrido
he yo también corrido hasta este canto;
mirad si, para haber corrido tanto,
es mucho no ir el verso tan corrido.
Mas yo con él quedara bien corrido,
si no corriera todo lo que canto
derecho a socorrerse de un mecenas,
que bien hará correr las cojas venas.


¡Tal es el émulo y competidor del sublime Ercilla!, de quien solo resta advertir que esta impresión que ahora se publica está conforme con las que tienen aumentados los cantos XXXVI y XXXVII 40 . Demás de esto, tiene la recomendación de salir mejorada con el retrato del autor, con un exacto e individual mapa del estado de Arauco, tan necesario para entender con claridad las guerras que pasaron en él, y con tres estampas de suave y delicado buril que representan los hechos principales del poema. En la corrección se ha puesto la posible diligencia, por cuyas razones parece debe preferirse esta impresión a cuantas la han precedido.





1.  Bibliotheca Hispana Nova, tomo II; ver Martinus de Ibarra.
2. Refiere estas noticias genealógicas don Luis de Salazar en sus Advertencias históricas, pág. 13 y 14, citando a Garibay en el tomo III de sus obras no impresas, que de su misma letra se guardan en la librería del conde de Oropesa.
3. Canto XXXVI.
4. En el mismo canto.
5. Pág. 72.
6. Canto XIII.
7. En el mismo canto.
8.  Década VIII, pág. 156.
9.  Arauco domado, canto VI.
10. Canto XXXVI.
11. Allí mismo.
12.  Hechos de don García Hurtado de Mendoza, cuarto marqués de Cañete, pág. 103 y 104.
13. Canto XXXVI.
14. Canto XXXVII.
15. Canto XXXVI.
16. Allí mismo.
17. Fray Pedro Simón, parte I de sus Noticias historiales, pág. 563 y 564.
18. Canto XXXVI.
19.  Advertencias históricas, pág. 13
20. Canto XVIII.
21. Calcera, Historia de Felipe II, pág. 504.
22. Rodrigo Méndez de Silva, Vida de la emperatriz doña María, pág. 56.
23. Canto XXXVII.
24. Impresos a continuación de la Carta y guía de casados, fol. 194.
25. Canto XXXVII
26.  Advertencias históricas, pág. 14.
27.  Comentario de disciplina militar, pág. 175.
28.  Historia de don Quijote, tom. I, cap. 6.
29.  Convite de oradores, con. VI y VIII.
30.  Bibliotheca Hispana, ver Fortunius Garcia.
31. “Casa de la Memoria”.
32. Prólogo de la parte II.
33. Allí mismo.
35. Prólogo de la parte II.
35.  École de Littérature, tome premier, pag. 380.
36. Parte I, canto XIII. Parte II, canto XVII, XXI y XXV, pág. 213 y 220; canto XXXIV, XXXV.
37.  Hechos de don García Hurtado de Mendoza, pág. 61.
38. Exordio de la primera parte.
39. Canto V y VII.
40. Cotéjese la del año 1590 con la del de 1632, ambas de Madrid.

GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera