Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, su autor don Gregorio Mayáns y Siscar
Miguel de Cervantes Saavedra, que viviendo fue un valiente
soldado,
aunque muy
desvalido,
y
escritor
muy
célebre
pero sin
favor
alguno, después de
muerto
es prohijado a
porfía
de muchas patrias. Esquivias dice ser suyo. Sevilla le niega esta gloria y la quiere para sí. Lucena tiene la misma pretensión. Cada una alega su derecho, y ninguna le tiene.
1. Defiende la parte de Esquivias don Tomás Tamayo de Vargas, varón eruditísimo, quizá porque Cervantes llamó
"famoso"
a este lugar, pero el mismo Cervantes se explicó diciendo: «Por mil causas famoso: una, por sus ilustres linajes, y otra, por sus ilustrísimos vinos».
2. El grande émulo de Tamayo, don Nicolás
Antonio,
patrocina la causa de Sevilla y, para probarla, alega dos razones o conjeturas. Dice que
i
Cervantes siendo
niño
vio representar en Sevilla a Lope de Rueda, y añade que los apellidos de Cervantes y Saavedra son sevillanos. La primera conjetura prueba poco. Yo siendo niño vi representar en el teatro de Valencia un gran comedión (que es el único que he visto) y no soy de Valencia, sino de Oliva. Fuera de esto, diciendo Cervantes que «Lope de Rueda, varón insigne en la representación y en el entendimiento, fue natural de Sevilla», era natural también llamarla su patria; y ni en ese ni en otros lugares donde nombró a Sevilla, la reconoció como tal. La segunda conjetura aun prueba menos, porque, si Miguel de Cervantes Saavedra hubiera sido de los
Cervantes
y
Saavedra
de Sevilla, siendo nobles estas familias, lo hubiera él apuntado en alguna parte, hablando en tantas de sí, y lo más que dijo fue ser
hidalgo
sin añadir circunstancia que indicase su solar, y, a ser natural de Sevilla, en las mismas familias sevillanas de Cervantes y Saavedra se hubiera conservado desde aquel tiempo la
gloriosa
memoria de haber dado a
España
tan
ilustre
varón.
Prueba que hubiera alegado don Nicolás Antonio, siendo de esta opinión y natural de Sevilla.
3. En Lucena dicen que hay tradición de haber nacido allí. Cuando se pruebe la tradición o se exhiba la fe de su bautismo, deberemos creerlo.
4. Entre tanto, tengo por cierto que la patria de Cervantes fue Madrid, pues él mismo en el
Viaje del Parnaso,
ii
despidiéndose de esta grande villa, le dice así:
Adiós dije a la humilde choza mía.
Adiós, Madrid, adiós tu prado y fuentes,
que manan néctar, llueven ambrosía.
Adiós, conversaciones suficientes
a entretener un pecho cuidadoso 5
y a dos mil desvalidos pretendientes.
Adiós, sitio agradable y mentiroso,
do fueron dos gigantes abrasados
con el rayo de Júpiter fogoso.
Adiós, teatros públicos, honrados 10
por la ignorancia que ensalzada veo
en cien mil disparates recitados.
Adiós, de San Felipe el gran paseo,
donde si baja o sube el turco galgo
como en gaceta de Venecia leo.
Adiós,
hambre
sotil de algún hidalgo,
que por no verme ante tus puertas muerto
hoy de mi patria y de mí mismo salgo.
5. Hecha esta observación, he recurrido a los «apuntamientos» que hizo don Nicolás Antonio para formar su
Biblioteca,
y en la margen de ellos he hallado añadida esta misma prueba de la patria de Cervantes, pero, deseoso don Nicolás de mantener su antigua opinión, concluye así: «si bien mi patria se puede entender por España toda». Cualquiera que lea atenta y desapasionadamente los tercetos de Cervantes juzgará que esta interpretación de don Nicolás Antonio es violenta y aun contraria a la mente de Cervantes, porque los cinco primeros tercetos son una definición descriptiva de Madrid, los dos primeros versos del sexto terceto una apóstrofe o razonamiento dirigido a su hambre, y el último verso un retorno a la villa de Madrid, donde ya había dicho que tenía la
«humilde
choza suya», de la cual salía por ir al Parnaso, viaje cuya descripción le sacaba de tino.
Fuera de esto, en el terceto inmediato dice así:
Con esto poco a poco llegué al puerto
a quien los de Cartago dieron nombre,
cerrado a todos vientos y encubierto.
A cuyo claro y singular renombre
se postran cuantos puertos el mar baña,
descubre el sol y ha navegado el hombre.
6. Si Cervantes entendiera por patria suya a toda España (cosa muy impropia y que no cabía en su pluma), al salir de ella sería cuando la llamaría «patria», pero no hablando con Madrid y al salir de esta villa para Cartagena, y más caminando «poco a poco» para llegar a aquel famoso puerto donde se había de embarcar para hacer con Mercurio el Viaje del Parnaso.
7. Quede, pues, por asentado que Madrid fue la patria de Miguel de Cervantes Saavedra y también el lugar de su habitación. El mismo Apolo dio las señas de ésta en el sobrescrito de una graciosa carta que dice así
iii
: «A Miguel de Cervantes Saavedra en la calle de las Huertas, frontero de las casas donde solía vivir el príncipe de Marruecos en Madrid. Al porte medio real, digo diez y siete maravedís». Y parece que su habitación no era muy
acomodada,
pues en el fin de la descripción de su viaje dijo:
Fuime con esto, y lleno de despecho
busqué mi antigua y lóbrega posada.
8. Nació Miguel de Cervantes Saavedra año 1549, según se colige de esto que escribió
iv
día 14 de julio del año 1613: «Mi edad no está ya para burlarse con la otra vida, que al cincuenta y cinco de los años gano por nueve más y por la mano». «Por la mano» entiendo yo la anticipación de algunos días, de manera que en mi sentir nació en el mes de julio, y cuando escribía eso tenía
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años y algunos días.
9. Desde sus
primeros
años tuvo grande
afición
a los
libros,
de suerte que hablando de sí dijo
v
: «Yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles».
Amó
muchísimo las buenas letras y totalmente se
aplicó
a los libros de entretenimiento, como son las
novelas
y todo género de
poesía,
especialmente de
autores
españoles
e italianos. En estos géneros de letras fue su
erudición
consumadísima,
como lo manifiesta el donoso y grande escrutinio de la librería de don Quijote
vi
, las frecuentes alusiones a las historias fabulosas, los exactísimos juicios de tantos poetas
vii
y su
Viaje del Parnaso.
10. De España pasó a Italia, o bien para
servir
en Roma al cardenal Aquaviva, de quien fue camarero
viii
, o bien para
militar,
como militó algunos años siguiendo las vencedoras banderas de aquel sol de la milicia Marco Antonio Colona
ix
.
11. Fue uno de los que se hallaron en la célebre batalla de Lepanto, donde perdió la mano izquierda de un arcabuzazo
x
o, a lo menos, herida de él, le quedó inhábil
xi
. Peleó como debía un tan buen cristiano y
soldado
tan
valiente.
De lo cual él mismo se
gloria,
no sin razón, diciendo muchos años después
xii
:
Arrojose mi vista a la campaña
rasa del mar, que trujo a mi memoria
del heroico don Juan la heroica hazaña.
Donde con alta de
soldados
gloria,
y con
propio
valor
y airado pecho,
tuve (aunque
xiii
humilde)
parte en la vitoria.
12. Después, no sé cómo ni cuándo, le apresaron los moros y le llevaron a Argel. De aquí coligen algunos que la
novela
de
El cautivo
xiv
es una relación de las cosas de Cervantes. Y por eso añaden que
sirvió
en Flandes al
duque
de Alba, que alcanzó a ser
alférez
de un famoso
capitán
de Guadalajara llamado Diego de Urbina, y después, hecho ya capitán de infantería, se halló en la batalla naval yendo con su compañía en la capitanía de Juan Andrea, de la cual saltó en la galera de Uchali, rey de Argel, y, desviándose esta de la que había embestido, estorbó que con sus soldados le siguiesen y así se halló solo entre sus enemigos, herido, sin poder resistir y, en fin, de tantos cristianos vitoriosos, solo él
gloriosamente
cautivo. Todo esto y mucho más refiere de sí el cautivo, que es el principal sujeto de la dicha
novela,
el cual después de la muerte de Uchali Fartax, que quiere decir «el renegado tiñoso» (porque había sido uno y otro), recayó en el dominio de Azanaga, rey cruelísimo de Argel, el cual le tenía encerrado en una prisión o casa que los turcos llaman «baños», donde encierran los cautivos cristianos, así los que son del rey como de algunos particulares y los que llaman de «almacén», que es como decir cautivos «del concejo», que sirven a la ciudad en las obras públicas que hace y en otros oficios; y estos tales cautivos tienen muy dificultosa su libertad que, como son del común y no tienen amo particular, no hay con quién tratar su rescate. Uno de los cautivos que por aquellos tiempos había en Argel juzgo yo que fue Miguel de Cervantes Saavedra, y tengo para esto una prueba manifiesta en lo que de él dijo el cautivo hablando de las crueldades de Azanaga: «Cada día ahorcaba el suyo, empalaba a este, desorejaba aquél, y esto por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano. Solo libró bien con él un
soldado
español llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la
memoria
de aquellas gentes por muchos años y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo ni se lo mandó dar ni le dijo mala palabra, y por la menor cosa de muchas que hizo temíamos todos que había de ser empalado y así lo temió él más de una vez; y, si no fuera porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este
soldado
hizo que fuera parte para entreteneros y admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia». Hasta aquí Cervantes hablando de sí mismo en boca de otro cautivo, de cuyo testimonio consta que sólo fue
soldado
y así se llamó en otras ocasiones
1
, y no alférez y capitán, títulos con que se hubiera honrado a lo menos en el frontispicio de sus obras si los hubiera tenido. Cinco años y medio fue cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las
adversidades.
xv
Volvió a España y se aplicó a la cómica. Compuso varias
comedias
que se representaron con
aplauso
por la
novedad
del arte y adorno de las tablas, el cual debieron al
ingenio
y buen
gusto
de Cervantes los teatros de Madrid. Tales fueron
Los
tratos
de Argel,
La Numancia,
La batalla naval
y otras muchas
xvi
, manejando Cervantes el primero y último asunto como testigo de vista. También compuso algunas
tragedias
que fueron bien recibidas
xvii
. Su buen amigo Vicente
Espinel,
inventor de las décimas que por él se llamaron «espinelas», le juzgó digno de ponerle en su ingeniosa
Casa
de la memoria,
xviii
quejándose de la desgracia de su cautividad y
celebrando
la gracia de su
genio
poético en esta octava:
No pudo el hado inexorable avaro,
por más que usó de condición proterva
arrojándote al mar sin propio amparo
entre la mora desleal caterva,
hacer, Cervantes, que tu
ingenio
raro
del furor inspirado de Minerva
dejase de subir a la alta
cumbre
dando altas muestras de divina lumbre.
Antes que Espinel, explicó estos mismos pensamientos Luis Gálvez de
Montalvo
en uno de los sonetos que preceden a
La Galatea,
que dice así:
Mientras del yugo sarraceno anduvo
tu cuello preso y tu cerviz domada,
y allí tu alma al de la fe amarrada
a más rigor, mayor firmeza tuvo,
gozose el cielo, mas la tierra estuvo
casi viuda sin ti, y desamparada
de nuestras
musas
la real morada
tristeza, llanto, soledad mantuvo.
Pero después que diste al patrio suelo
tu alma sana y tu garganta suelta
de entre las fuerzas bárbaras confusas
descubre claro tu
valor
el cielo,
gózase el mundo en tu felice vuelta
y cobra España las perdidas
musas.
La conclusión de este soneto prueba que Miguel de Cervantes Saavedra, aun antes de ser cautivo, era ya tenido en España por uno de los más
ilustres
poetas de su
tiempo.
13. Pero, como el informe que se tiene por los oídos no suele ser el más exacto, quiso Cervantes sujetarse al riguroso examen que hacen los juicios de los lectores en vista de las obras. En el año, pues, 1584
publicó
los seis libros de
La Galatea,
los cuales ofreció, como primicias de su
ingenio,
a Ascanio
Colona,
entonces abad de Santa Sofía y después presbítero cardenal con el título de la Santa Cruz de Jerusalén. Don Luis de
Vargas
Manrique
celebró
esta obra de Cervantes con un soneto que, por ser mucho mejor que los que suelen hacerse, le pondré aquí:
Hicieron muestra en vos de su
grandeza,
gran Cervantes, los dioses soberanos.
Y, cual primera,
dones
inmortales
sin tasa os repartió naturaleza.
Jove su rayo os dio, que es la
viveza
de palabras que mueven pedernales,
Diana el exceder a los mortales
en
castidad
de estilo con presteza,
Mercurio las historias marañadas,
Marte el fuerte vigor que el brazo os mueve,
Cupido y Venus todos sus amores,
Apolo las
canciones
concertadas,
su ciencia las hermanas todas nueve,
y al fin el dios silvestre sus pastores.
14. Este soneto es una igualmente verdadera que hermosa descripción de
La Galatea,
novela
en que Cervantes manifestó la penetración de su
ingenio
en la invención, su fecundidad en la abundancia de hermosas descripciones y
entretenidos
episodios, su
rara
habilidad
en desatar unos nudos al parecer indisolubles, y el
feliz
uso
de las voces
acomodada
s a las personas y materia de que se trata. Pero lo que merece mayor
alabanza
es que trató de
amores
honestamente,
imitando
en esto a Heliodoro y Atenágoras; de los cuales aquél nació en Emisa, ciudad de Fenicia, y escribió
Los amores de Teágenes y Clariquea,
y este no se sabe si vivió jamás porque, si son verdaderas las conjeturas del sabio obispo de Avranches Pedro Daniel Huet, Guillermo Filandro fue el que compuso la
Novela del perfeto amor
y la prohijó a Atenágoras. Como quiera que sea, nuestro Cervantes escribió las cosas de
amor
tan
aguda
y filosóficamente que no tenemos que
envidiar
a la voracidad del tiempo las Eróticas o libros amorosos de
Aristóteles,
de sus dos
discípulos
Clearco y Teofrasto, y de Aristón Ceo, también peripatético. Pero esta misma
delicadeza
con que trató Cervantes del
amor
temió que había de ser
reprehendida
y así procuró anticipar la
disculpa:
«Bien sé -dice- lo que suele condenarse exceder nadie en la materia del
estilo
que debe
guardase
en ella, pues el príncipe de la poesía latina fue calumniado en algunas de sus églogas por haberse levantado más que en las otras. Y así no temeré mucho que alguno
condene
haber
mezclado
razones de
filosofía
entre algunas
amorosas
pastoras
que pocas veces se levantan a más que tratar cosas de campo, y esto con su acostumbrada llaneza. Mas, advirtiendo que muchos de los disfrazados pastores de ella lo eran solo en el hábito, queda llana esta
objeción».
No tuvo Cervantes igual disculpa que alegar en satisfacción de otra
censura
que viene a parar en una nota de la fecundidad de su
ingenio,
y es que entretejió en esta su
novela
tantos episodios que su multitud
confunde
la imaginación de los lectores por atenta que sea, porque, enlazados unos con otros, aunque con gran artificio, este mismo no da lugar a seguir el hilo de la narración, frecuentemente
interrumpida
con nuevos sucesos. Bien lo conoció él y aun lo confesó cuando, en boca del cura Pero Pérez (que era hombre docto, graduado en Sigüenza) y del barbero maese Nicolás, introdujo este coloquio: «Pero ¿qué libro es -preguntó el cura- ese que está junto a él?, -habla del
Cancionero
de Lope Maldonado-.
La Galatea
de Cervantes, -dijo el barbero-. Muchos años ha -respondió el cura- que es grande amigo mío ese Cervantes y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de
buena
invención,
propone algo y no
concluye
nada.
Es menester esperar la segunda parte, que promete. Quizá con la
enmienda
alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega; y entretanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada». No llegó el caso de
publicar
La Galatea, aunque la prometió muchas veces. Una cosa noté algunos años ha y la repito ahora por ser propia del asunto, y es que el
estilo
de
La Galatea
tiene la colocación perturbada, y por eso es algo
afectado.
Las voces de que usa son muy propias, su construcción violenta por ser
desordenada
y contraria al común estilo de hablar.
Imitó
en esto los
antiguos
libros
de caballerías, se conoce que de
industria
y por el deseo que tenía de la
novedad,
pues su dedicatoria y prólogo tienen la colocación más natural, y las obras que
publicó
después, mucho más, de suerte que son una manifiesta
retractación
de su antiguo
error.
En
La Galatea
hay
coplas
de arte menor de suma discreción y
dulzura
por la delicadeza de los pensamientos y suavidad del
estilo.
Sus composiciones de arte mayor son
inferiores,
pero hay en ellas muchos versos que
pueden
competir
con los mejores de cualquier
poeta.
15. Pero no es esta la obra por la cual debe medirse la
grandeza
del
ingenio,
maravillosa invención,
pureza
y
suavidad
de estilo de Miguel de Cervantes Saavedra. Todo esto se admira más en los libros que compuso de
El ingenioso hidalgo don
Quijote
de la Mancha.
Este fue su principal asunto, y el desapasionado examen de esta obra lo será también de mi pluma en estos mis apuntamientos de su vida, la cual escribo con mucho gusto por obedecer a los preceptos de un gran honrador de la buena y feliz memoria de Miguel de Cervantes Saavedra que, cuando no tuviera como tiene una
fama
universal,
la conseguiría ahora por el favor de tan ilustre protector.
ii. Cap. I.
iii.
Viaje del Parnaso,
cap. 8, en la “Adjunta”.
v. Tomo I, cap. 9.
vi. Tomo I, cap. 6.
vii. En el mismo capítulo 6.
ix. Véase la misma dedicatoria.
x. “Prólogo” de las Novelas.
xi. En el
Viaje del Parnaso,
cap. I.
xii. En el
Viaje del Parnaso,
cap. I.
xiii. Alude a que solo era soldado, sin grado alguno.
xiv. Tomo I de
Don Quijote,
cap. 39.
1. En el
Viaje del Parnaso,
cap. I. En el prólogo de
La Galatea.
En la aprobación del segundo tomo de
Don Quijote.
En
Los tratos de Argel,
M.S.
xvi. Tomo I de
Don Quijote,
cap. 48,
xvii. Véase el mismo capítulo.
xviii.
Rimas de Espinel,
fol. 44, col. 2.