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Relación de todos los textos preliminares de la obra:
* f. 1r. “Al ilustrísimo señor don Antonio de Aragón”
* f. 2r. “Al ilustrísimo señor don Antonio de Aragón. Fray Jerónimo de San José, carmelita descalzo, salud”
* f. 7r. “Vida del autor”
Transcripción realizada sobre el ejemplar Biblioteca Nacional de España. Mss. 6685
(texto completo)Encoding: Elena Cano Turrión
Editor: Pedro Ruiz Pérez
[DISCURSO SOBRE LA POESÍA ARAGONESA]
EN LA EDICIÓN DE LAS OBRAS DEL CANÓNIGO MARTÍN MIGUEL NAVARRO, DE TARAZONA, A SU ILUSTRÍSIMO
MECENAS
EL SR. D. ANTONIO DE ARAGÓN, ETC., DON FRANCISCO DIEGO DE SAYAS DE RABANEDA Y ORTUBIA.
Deben a v.s. las
doctas
y eruditas cenizas del
canónigo
Martín Miguel Navarro los primeros y más llenos aplausos de su
posteridad,
pues, habiendo empezado a dárselos con la colocación de sus
escritos
en la gran librería donde v.s. atesora todo género de letras, hoy le revierten como de colmo: los unos, cuando manda que se
publiquen;
los otros, aprobándolos con la
prescripción
de su real nombre, entre cuyas luces añade este singular ingenio al nobilísimo catálogo de
nuestros
poetas aragoneses. Muestra v.s. en esto la serenísima sangre que tiene de esta corona, y en la magnánima providencia con que alimenta de honores las artes, cuánto las conoce. Ilustra mucho de la poesía en competencia de nuestra Celtiberia el resto de España. Díganlo sus
Lucanos,
Sénecas, Silios, Iubencos, Sedulios, Melquiades, Alfonsos, Eugenios, Venancios. Repítanlo sus Menas, Santillanas, Manriques, Guzmanes, Garcilasos, Boscanes, Camoes, Acuñas, Haros, Velascos, Dávalos, Viveros, Auxias, Zúñigas, Herreras, Mendozas, Figueroas, Lopes, Liñanes, Carrillos y Góngoras. Y hoy lo cantan tantos como con vivas proprias voces y espíritu jamás estraño a los españoles no parece que dejan que añadir a los siglos venideros. Pero, si alguna vez se nos ha de dejar el campo a solas para hablar en los nuestros, sea esta, en que tan excelente ingenio nos llama por este discurso al de sus
alabanzas,
por que cedan todas en gloria de este dulcísimo instituto; y él y ellas, en la de nuestro reino, que en todas edades, como se hizo lugar con las armas, ha mejorado el de sus letras, mostrando en la feliz gala de estas, que son flores de las escuelas
1
, cuáles fueron las raíces que las produjeron en una y otra ciencia. No les pareció a los que previnieron la eminencia poética que podía conseguirse como es sin el caudal de tamaño tesoro
2
, ni hallaron con menos a sus legítimos profesores los filósofos Platón
3
y Aristóteles
4
, cuando el uno los llama padres y capitanes de la sabiduría, y el otro se precia de rozársela, desfrutándoles entimemas y precisiones.
La diferencia de las edades graduó la de los escritos. No es mi intento perder la vista buscándole sujetos, alumnos de la antiquísima enseñanza de nuestro poblador Tubal, de quien aprendieron las noticias de esta arte las dos Españas (y por ventura primero la nuestra). Fue aquel
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patriarca tan sabio, que tuvo la primacía de su tiempo entre cuantos merecieron este nombre. De él dicen las historias
6
que recibieron los españoles con la mejor religión el uso de las ciencias y la política de su gobierno todo en metro
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para que al halago de su consonancia hallasen fácil lugar en la memoria. Todo esto venerémosle a bulto de siglos, hasta aquel en que, a
imitación
de los romanos y en su lengua (que tanto aumentó nuestro romance) floreció la Celtiberia. Llamose así a [la] unión de los iberos y celtas; después, Aragón
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, por aquellos dos ríos de este nombre que ciñen en el breve esclarecido terreno la semilla de tantas provincias, que, ya espigadas en cetros, son la más real cosecha del orbe. Calificó su fertilidad amena no menos la grave, limpia y hermosa grandeza de
epigramas
que las agudezas urbanísimas de Marco Valerio Marcial
*
, cuyas
facecias
tuvieron a Roma útilmente entretenida, porque aquel vivísimo y festivo
epigramista
no supo perdonar en ellas algunas sales rojas que suelen arder picantes lascivos. Me persuado con no vulgar doctrina y licencia del estilo (menos culpable en los Étnicos), que fue más para
reprender
vicios
que por alentallos
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. Tantas luces morales lo digan como centellean en sus mejores versos, cuando por los desotra condición tenían dicho que, perdonando las personas, flechaba sus dicterios a los vicios
10
. Fue este
máximo
y clarísimo varón fácilmente
príncipe
11
en facundia, acumen, copia,
suavidad
y gracejo entre cuantos antes y después de él escribieron en aquel género de poesía, para ornamento de nuestra nación y singular blasón de este reino, y Calatayud, su patria, con ya vencida paz de otras que han procurado apropriársele hijo, por que no fuese sólo Homero el que pudiese ocasionar tan bien pleiteados honores. Uno y otro, con más que digno elogio, testifique el
canónigo
Bartolomé Leonardo de Argensola en la conclusión de un célebre soneto que hizo a Calatayud
12
, diciendo:
Mas ni tu genio próspero te alaba,
ni a la que armaste juventud robusta
como el hijo de Fronto y de Flacila.
Él te da el nombre a Bílbilis de Augusta,
cuando en la docta urbanidad afila
festivas
12
flechas con que armar su aljaba.
Florecieron por el mismo tiempo los bilbilitanos compatriotas y
compoetas
suyos Marco Unico
14
y un su hermano
15
, cuyo nombre ignoramos, y Liciano
16
(después santo por su martirio, como quiere Juan Pérez
17
); aquellos, parientes; este, grande
amigo
de Martial; y todos ellos, merecedores de sus
elogios
y de ocupar la serie ingeniosa de los
varones
ilustres de España.
Ni faltó a mejor
lira
quien con acentos altamente
sagrados
propagase el espíritu del arte, adelantándola hasta darle lugar en los católicos quiebros de la Iglesia, cuales hoy nos los repiten en uno y otro himno. Tan píos y tan
dulces
los escribió el cesaraugustano Aurelio Prudencio,
poeta
admirable, orador
célebre,
gobernador
de Toledo, Córdoba y Zaragoza, su patria, fortísimo duque o
general
que, aportando con la espada las victorias a la pluma, pudo equivocarse los triunfos en que le confunden los monumentos de sus copiosos escritos (no hay quien los ignore entre los que saben) y las memorias de sus esfuerzos (Lucio Dextro las publica).
San Orencio
18
,
obispo
iliberitano (aquel divino y elegante
poeta
que con
florecientes
voces mezcló lo
útil
y
deleitable
en sus commonitorios, cuya instrucción emendó aquellos siglos y hoy compone los nuestros a diligencia del venerable en toda erudición Martín del Río, docto español, y de la familia que tanto lo es), fue también, sin duda, nuestro, como se infiere del nombre, pues en ninguna otra región tuvieron patria más conocida los Orencios. Véase por los que cuenta Huesca, y la verisimilitud que tiene de que este no le fue ajeno hallándose con el de aquellos patronos suyos, fuese devoción a su santidad invocada tutelar en el baptismo o recordación obligada a la sangre. Ayuda a esta conjetura el que, siendo español y tarraconense (de que hace evidencia su anotador Del Río y su
edicionista
don Lorenzo Ramírez de Prado, a quien debe España la unión de estos dos
célebres
hijos suyos en la mejor luz de estos fragmentos) ocupase la silla de Colibre, situada en la demarcación de esta provincia, entonces Tarraconense, como agora inclusa en esta corona. Continuola de tan fructuosas flores el illustrísimo hijo y padre de Zaragoza, su
prelado
santo Marco Máximo
19
, a quien Tritemio
20
alaba de
ingenio
pronto, hermosa locución y
versos
elegantes.
Pero algo mejor lo testifican sus mismas obras, así las tuviéramos todas, pues, según Luitprando
21
y el mismo Máximo dice de sí
22
, escribió la vida de san Benito en verso
heroico,
poema en
materia
y estilo grande, cuya falta lloran los doctos entre los desperdicios del olvido.
Las memorias de este verdaderamente
máximo
varón en santidad, doctrina y erudición celebraron grandes plumas, y con singularidad la de San Braulio
23
, que escribió en su sepulcro:
Máximus hic est, dictus cognomine Marcus:
nobilis historicus, praeco, poeta, vigil.
Qui benedictine soboles clarissima gentis
caesaris hic fulgens praesul in urbe fuit.
Ambitione procul, meritis sed grandibus auctus
suscipit invictus pontificale decus.
Vita gravis, mores nivei, praestantia vultus,
dignum fecerunt praesulis officio.
Larga manus, doctrina decens et lingua diserta,
ingenium praestans, eloquiumque grave.
Confectus senio superas revocatur ad arces,
cujus menbra tenet dicta columna domus.
In qua pontificis praeclari munera functus,
Iudicii extrema luce resurget ovans.
Sea subscripción de estos versos la memoria que debemos a su dueño santo, clarísimo hijo de Zaragoza, (bien que godo
24
) vigilantísimo, elocuentísimo prelado y maestro suyo,
egregio
poeta
entre los
nuestros.
Fueron sucesores suyos en la
mitra
y en los
ocios
sagrados de las musas St. Tajón
25
y Valderedo, cuyos fragmentos hoy son indicios de ingenios tan gigantes. Y, por que no nos salgamos de la esfera latina, insinuaremos los que en esta lengua madre esforzaron hasta nuestro siglo el tesón glorioso de estas letras, no permitiéndole descaecido en las fuerzas modernas, por cuya categoría vendremos a los que en la vulgar hicieron frente a las más persuadidas de Europa.
El
laureado
Juan Sobrario, lustre de la villa de Alcañiz, su patria,
escritor
de versos
heroicos,
cumplió de manera con el espíritu y ley de aquel estilo, que no dejó a
Virgilio
ser
solo
en la grandeza del suyo, como se ve en algunos fragmentos que gozamos
26
. Ni Pedro Ruiz
27
(ornamento
de la misma villa) que lo pareciese por ella el Sobrario, con cuyo
ingenio
mostró la fertilidad que tiene en repetirlos grandes aquel fertilísimo terreno, o, por mejor decir, la generosa influencia de sus astros, que divinamente desciende en estos efectos. Fue este varón de los de un siglo y parecido con las
veneraciones
que le dieron, más que su patria (si bien esto no es mucho, aunque fuesen no vulgares), Bolonia y Cracovia, donde fue
procurador,
maestro y famoso
poeta,
merecedor de que la pluma, tantas veces ilustrísima de don Antonio Agustín, arzobispo de Tarragona,
celebrase
su nombre y llorase su ausencia en la ternura de aquel suave epigrama que inscribe:
Lugete Latii graves, levesque
vates, dulcisonum meum poetam.
Trux quem Sarmata detinet volemtem
vestris nunc oculis magis placere.
Lugeti, o socii, aureis libellis
iustus qui faciunt, malos coercent;
Trux nam Sarmata detinet Ruizum,
omnes quem diligunt, amantque docti.
No puedo desasirme de la memoria de tanto sujeto (de don Antonio Agustín
28
digo) ni aun afectando el reservalle para
corona
de toda la majestad latina, en que fue eminentísimo, y, si como él solo bastaba a sobrar las fuerzas de nuestro discurso, este pudiera crecer a libro muy prolijo, aun tuvieran término corto sus
alabanzas:
tantas le deberá siempre la admiración del orbe cristiano, con gloria de Zaragoza, su madre, y eterno esplendor de su esclarecida familia, pudiendo dar a entrambas renombre de Augusta este clarísimo Augustín, como de la primera lo cantó en
dulces
números
de un epitafio suyo el más divino en profesión y letras de los Ezquerras
29
(bien que uno y otro, si hermanos, con igual título hermanísimos en el
ingenio),
diciendo:
Salduba aquesta gloria se adjudica
y por el de Agustín con el de Augusto
el título de Augusta ya duplica.
En Juan Berzosa
30
, hijo también de esta imperial ciudad, tuvo nuestro reino un ingenio de
singularísimas
prendas, pues a más de que su doctrina en las buenas letras, acompañada de las mejores lenguas de Europa (latina, griega, inglesa, flamenca, italiana, francesa, que habló como la española), fue pasmo de sus atenciones, leyéndola en París y Lovaina (teatros de los Turnebos, Lipsios y Puteanos) con tanto séquito, que tal vez le coronaron más de mil oyentes. Supo doblar tan
dulcemente
la feliz afluencia de su erudición, atándola en números, que fue igualmente escuchado que atendido. Escribió en
lírica
y
heroica
poesía, y en esta, la vida y
martirio
del santo inquisidor Pedro de Arbués, y la
Batalla
naval, triunfos ambos, si de la fe de España, de las musas de Aragón
31
.
Juan Pardo
32
,
noble
patricio de este reino, floreció en los de Italia, sumo filósofo, insigne matemático y
célebre
poeta.
La caricia y veneración de los doctos acreditarán siempre sus partes. Con amigables versos solicitó los suyos Accio Sincero Sanazaro, donde se ven correspondientes los afectos y la elegancia. Así el Sanazaro
33
:
Parte decus patriae, spes maxima parte tuorum,
atque, idem Hispani gloria prima soli.
Y nuestro aragonés:
Acti, cui simpler peperit facundia nomen
sinceri et vitae candida simplicitas.
Jacobo Pontano le dedicó sus obras: tan capaz fue su ingenio de estos dones, y nuestro clima de sujetos tan grandes.
Don Pedro del Frago
34
,
obispo
de Huesca, varón digno de la
inmortalidad
y de que tuviese parte en ordenar la gravísima composición de los dogmas tridentinos, ingenio a quien la poesía debe muchos ornamentos, diole lugar entre las ocupaciones pastorales y sus
escritos,
la erudición más crítica entre los que más acreditan los nuestros, y con singularidad a aquellos
epigramas
en que se
entendió
con los mejores poetas de Italia.
El
Dr.
Miguel de Aviñón
35
fue tan dueño de la
poesía
como de las letras más lucidas; hizo materia para su canto con título de epílogo de las alabanzas de la nunca asaz celebrada ciudad de Zaragoza, en que acuerda gran parte de su imperial
historia,
y cuán vivo aragonés supo ser en las voces y la materia.
El
Dr.
Vicencio Blasco de Lanuza (en sangre y letras gloria de Sallent, su patria, como ella no pequeño lustre de la Montaña),
canónigo
penitenciario de la Seo de Zaragoza, consultor teólogo del santo Oficio de la Inquisición, nobilísimo
historiador
de las cosas eclesiásticas y seculares de Aragón y cronista de sus mejores poetas, aumentó su número tan pía, docta y elegantemente, que mereció ser
celebrado
de su misma
pluma.
Escribió el
Peristefanon o Coronas de los santos aragoneses, Vida y muerte y
milagros
del venerable inquisidor Pedro de Arbués,
en verso
heroico,
que dividió en cinco libros; sin otros muchos
himnos
y epitafios, con que
guio
algunos célebres ingenios a la alabanza de este ínclito mártir, como se ve en el libro que llamó Único. Todos corren en un cuerpo consagrado a la beatitud de Urbano VIII, a cuyas eruditísimas abejas fueron siempre agradables las flores poéticas.
Don Martín Carrillo,
abad
de Monte Aragón, ingenio verdaderamente zaragozano y, sin ayuda de ponderaciones, admirable entre otra nobílisima variedad de letras divinas y profanas, dio a las de la
poesía
el esplendor que acostumbraron los maestros de las profesiones más graves, conservando, antes padre que alumno de las musas, el gran crédito de las nuestras, ya con su pluma, ya acariciando las ajenas para eternizarlas a la sombra de sus escritos, de cuya grandeza, como de la prodigiosa
capacidad
de este sujeto, dirá siempre la
fama,
y, por nuestro silencio, esas voces del insigne Lope de Vega Carpio
36
:
Si don Martín Carrillo el premio intenta,
ingenio universal, corona y gloria
de su dichosa patria, ¿cuál ingenio
presume en tanto mar correr tormenta,
si al verso, si a la historia
corre su erudición con igual genio?
¡Oh Livio! ¡Oh mitridático Partenio!
¡Oh illustre aragonés! A tu memoria
ofrezcan para broches inscripciones
cuantos claros varones
celebra España por sujetos graves;
y, si te han de alabar por lo que sabes,
¿quién puede haber que intrépido presuma
en los rayos del sol mirar tu pluma?
Pero vengamos a los vulgares, en nada vulgares sino en el idioma, y nunca inferiores a cuantos con excelencia usaron en habla numerosa el de sus naciones; y se verá que esta porción de España, puede, sin ayuda de conterráneos, preferirse a cualquiera desafío y hollar briosa la arena más erudita. Siglos hace que adelantó pasos en ella, habiéndole tenido siempre su nobleza por benigno desahogo de la ferocidad sangrienta de sus armas (así Jerónimo Zurita
37
) y con el
comercio
de los proenzales, albernos y lemosinos mejoró las noticias del arte, creciéndole cuerdas a la lira con el conocimiento de los endecasílabos, que el resto de España debe en mejor uso a Garcilaso de la Vega y a su amigo Juan Boscán, y en primero al rey don Dionís de Portugal
38
, al infante don Pedro, también portugués, y al marqués de Santillana, porque hasta entonces no se escribieron otros que los sáficos, en que fue célebre Juan de Mena, y los que llamamos castellanos, y tengo por cierto que la introducción de los endecasílabos entre los nuestros fue no segunda a cualquiera otra de España, y aun de Italia; y dámelo a entender el gran comercio que tuvieron con los lemosines, cuya fue también su lengua y después la perfecta
enseñanza
de la poesía, para que tuvieron inclinación, espíritu y docilidad. Esta es la que se llamó Gaya ciencia
39
en el reinado del señor rey don Juan el 1º, ínclito
mecenas
suyo, que, instituyendo escuelas para sus preceptos, procuró los mejores maestros de la Proenza, solicitándolos con solemne embajada a Francia; diligencia que no se escribe de igual majestad y de que no se acaba de admirar Zurita
40
, considerándole tan ceñido de obligaciones militares, como si no supiera este ambidextro clima conciliar la blandura de las musas con la aspereza de Marte, que tantas veces se han consagrado recíprocamente las plumas y los despojos, que por eso se hallan aquellas de las manos a la celada, y estos, utilidad común de la guerra a la paz. Y es mucho de ponderar que entonces no debían más los riesgos de las batallas que el anhelo de escribir a las
sublimidades
de sus profesores, porque parece uno y otro se hallaban reyes, príncipes, grandes y excelentes caballeros. De donde nació el derivarse por tan esclarecidas venas la de la poesía, para ser ejemplo máximo a los que lo son y generosa codicia a todos sus aficionados.
El primero que por los vulgares nos representa la veneración de estas letras es el clarísimo
infante
don Pedro de Aragón, de quien dice Jerónimo de Blancas
41
(varón benemérito de nuestras antigüedades) que escribió 700
versos
y se recitaron entre los aplausos de la coronación del señor rey don Alonso el Benigno, su hermano (grande ocasión para grande
ingenio,
bastantemente
versado
en otras). No osaré afirmar que fuesen heroicos, pero mi sospecha en las circunstancias del asunto dudara lo contrario, hasta topar la certeza que tuviéramos, a no habernos invidiado el olvido la gloria de estos escritos y otros de tamaña calidad.
Siguió a este serenísimo poeta, con no poca majestad del arte, la de su sobrino el señor
rey
don Pedro el Ceremonioso
42
(cognomento que le dio aquel
tratado
de ceremonias con que dejó advertidas las de su casa y coronaciones). Escribió este monarca
poemas
que, sin sospecha de su poder, se vieron coronados de
alabanzas,
cuyo derecho durará lo que los
bronces
en la estampa.
Fue émulo de entrambos (por ventura al genio de una sangre) el conde don Alonso de Aragón
43
, cuyo gentil espíritu dio conocidas honras a su siglo y a las de la poesía un valedor inmortal.
Don Juan de Ixar
44
, de la misma
casa
real por el señor rey don Jaime el Conquistador, señor de la de Ixar y ascendiente de tantos héroes que con espléndidos títulos hoy son timbre de nuestra nación, varón a todas luces
grande,
y por las del ingenio igual sólo a las de su valor, cuya eficacia en la oratoria fue no menos suave que fuerte su brazo en las
batallas,
a quien reconoció este reino y España toda la antonomasia del buen decir y las glorias del valeroso obrar. Trató esta arte con tanta eminencia, que constituyó
categoría
con Juan de Mena y el marqués de Santillana, y así Gómez Manrique comprendió en un llanto
45
los gemidos que se debían al fallecimiento de tan excelente triunvirato.
Pedro Torrellas
46
,
noble
por su naturaleza entre los de este reino, e igualmente noble por el arte de
escribir
versos,
fue digno de añadir número a los que
mejores
los hicieron en su tiempo, como se ve en la recopilación de aquellas obras antiguas, donde veneramos las reliquias de los insignes príncipes de aquella edad.
Y con los mismos títulos, Juan Fernández de Heredia
47
, progenitor ilustrísimo de los condes de Fuentes.
Bastaba don Jerónimo de Urrea
48
,
caballero
del hábito de Santiago,
lustre
de la gran
casa
de Aranda, para dilatar los bríos de nuestra poesía al abrigo de sus
armas,
que tanto se adelantaron en Italia, donde fue venerado por célebre profesor de esta facultad.
Escribió
en las lenguas española y toscana, con alabanzas de ambas naciones, y,
midiendo
su espíritu con el del Ariosto, su elegía con la del Sanazaro, el aliento de nuestro idioma con el estrépito de Francia (en cuya vulgar escribió Oliver de la Marcha, noble borgoñón, las aventuras del caballero determinado) nos
tradujo
el
Orlando,
la
Arcadia
y aquel discurso del Marcha, sin otros que con propria invención le hicieron merecedor de no ajenos laureles, cuales fueron
El victorioso Carlos, triunfos del emperador, V de este nombre,
y
Don Clarisel de las Flores,
caballerías que compiten con el
Febo
y
Amadís de Grecia.
Llegó finalmente la edad en que dudaron los judiciosos en este género de letras que pudiesen ascender a más lucidos aumentos, considerándolas en el auge de su esfera.
Resonaban
en Castilla con igual veneración que dulzura las liras de los condes de Lemos y Salinas, el bien nacido nombre de Lope, la cultura de Góngora, la suavidad de Liñán, el plectro piadoso de Valdivielso, las ingeniosidades de Quevedo, con otra copiosa muchedumbre de célebres ingenios, cuando amaneció la
grandeza
de nuestros tres Leonardos, Lupercio, Bartolomé y Pedro, a quienes con tanta razón llamó Justo Lipsio
49
Geriones de la erudición de España y luces de su hemisferio literario, y, si bien quiso aquel gran crítico que fuesen tan singulares por solos, como grandes por trasordinarios al polo español, lo han de parecer siempre en cualquiera del orbe, y no pequeñas las de tantos que con
emulación
loable hallaron el rumbo de arribar a su magnitud, con haber parecido aquella inaccesible. No hay que insinuar sus obras, cuando a cuenta de su nombre en procurados
manuscriptos
y en una y otra
edición
son tan conocidas como sus aplausos por los mayores que supo imaginar cuando más ambiciosa la Fama. Porque Lupercio y Bartolomé los tuvieron descollados entre los mayores de su tiempo,
adelantándolos
no sólo en la buena gracia de los príncipes entendidos, sino también en lucidísimos puestos para que se hicieron lugar, cual fue el que ocupó Lupercio en casa de la serenísima emperatriz María, siendo su
secretario.
Y muy conforme a la fortuna de méritos tan hermanos, el que el Dr. Bartolomé tuvo de
capellán
de la misma cesárea majestad (antes retor de Villahermosa por
agasajo
de aquel duque, y después canónigo de la Seo de Zaragoza por merced del señor rey don Felipe el Piadoso), y últimamente uno y otro, con sucesión de plumas y de aciertos, cronistas de su majestad de nuestro reino de Aragón y su corona. La aprobación de las personas reales que alcanzaron alentó a sus
escritos
para que fueran más, si bien no fueron pocos en la intención gallarda con que recompensaron lo no infinito.
Comunicome
el canónigo (que es de quien más puedo hablar en esto) algunas glorias que confesaba excederle el pecho; tal fue la de
solicitarle
escritos el grande, el mayor de los Filipos. Pasaba un día por su casa en Zaragoza y, advertido del puesto (así como pudiera del museo de Virgilio o Tito Livio), inclinó la vista a las ventanas de su cuarto, diciendo: “¿Qué hace el canónigo? ¿Por qué no sale a escribir a esas rejas?” Que, con ser algo de mañana y en las de un invierno fuerte, pudiera abrasarle tan soberano estímulo. ¿Y quién duda que lo hizo? Al tirarse sus
obras
historiales,
antes de ser libro, y apenas cuaderno, en apresurada obediencia, merecieron volar de la
prensa
a sus reales manos. Y lo que no tiene comparación tal de sus
poemas:
ocupar el lugar severo de su memoria, dándole en ella y entre los mayores y primeros cuidados del orbe el valor que no pudieron jamás los diamantes ni igual
perpetuidad
como la que tendrán en los méritos de su elección.
El sr. Cardenal Infante en otra ocasión (fue la primera que honró estos reinos en compañía de las majestades y alteza de sus tres gloriosos hermanos), al besalle la mano el canónigo, dijo que dos cosas le traían con singular inclinación a estos reinos: la primera, el visitar el santuario del Pilar, y la segunda, el verle. A que prorrumpió, con más reconocimiento que elocuencia, balbuceados afectos, que en atropelladas imágenes de
estimación
protestaba no caber por ella, ni en su capacidad
rendida
a tan grande favor. Esto es honrar méritos y merecer honras. Pero, si tras la majestad de tantas puede añadir (por la maestría del arte) algún esplendor el que la alcanzó rarísimo en España y fuera de sus límites, no se puede omitir el juicio y
elogio
que Lope de Vega hizo de estos dos clarísimos hermanos y poetas en la
aprobación
de sus obras. Dice
50
: “Fue discreto acuerdo
imprimirlos
juntos por que pudiesen
competir,
aunque hermanos, pues no hallarán quien se opusiera a tanta
erudición,
gravedad y
dulzura;
antes parece que vinieron de Aragón a reformar en nuestros poetas la lengua castellana, que padece por novedad frases horribles, con que más se confunde que ilustra". Y del canónigo tenía dicho era el
Fénix
entre los poetas de este siglo. Severa y dulcemente lo acordarán mejor sus palabras
51
:
En fin, en una edad muchos escriben,
pero, si en esta no ha de haber más de uno,
¡oh, cuántos a escucharme se aperciben!,
dijera yo que no llegó ninguno
donde Bartolomé Leonardo llega,
aunque se enoje la opinión de alguno.
Del Pedro apenas nos quedó otro (entre algunos, bien que breves, fragmentos) que la aplaudida fraternidad de tales dos hermanos y
fama
de no menos ardiente, claro y vivo ingenio, porque, arrebatado de una temprana muerte, como suelen las madurezas adelantadas a vista de quien por robo o dominio apetece y acelera el desfrutallas, perdió este reino y la
religión
de S. Agustín, del paño que profesaba, un ingenio
fecundísimo
en todo fruto de letras buenas y
sagradas,
que en repetidos años dieran colmo a tantas esperanzas. Fue patria de todos, según entiendo, la ciudad de Barbastro, de donde, como de solar montañés, descendió, para lucirse y mejorarse en ellos la ingenuidad de su casa, a Zaragoza, donde hoy se subscribe entre las de
ricos
hombres de este reino, por
merced
del señor rey don Felipe el Grande.
Siguió el rumbo de estos eruditísimos sujetos con feliz y generosa invidia muy entre los primeros (no sé si segundo a ellos) don Martín Abarca de Bolea y Castro
52
,
señor
de las baronías de Clamosa, Torres, Siétamo, Valderodellar, Eripol y Botorrita, esclarecida rama de tanto real tronco, padre y abuelo del primero y segundo marqués de Torres, sucesores suyos, como en la sangre, en el
ingenio.
Escribió
este caballero con aquella facilidad dificultosa a que le llamaba tan grande ejemplo, dejándolo repetido en los
poemas
que
publicó
y otros
manuscritos
que instan la luz común, y entre ellos algunas centurias de sonetos
excelentísimos,
para que tuvo singular acierto, merecedor por todo del lugar que Lope le dio entre los
llamados
al laurel de Apolo, cuando dice
53
:
Para que el Ebro eternamente vea
que juntamente vive
don Martín de Bolea
en la inmortal trompeta de la Fama,
cuyo sonoro círculo le llama,
hoy en altos pirámides le escribe,
haciendo a los dorados capiteles
trofeos de armas y armas de laureles.
D. Fernando Ezquerra de Rozas (¡oh, y cuánto varón!), por descendiente de D. Iñigo López de Ezquerra, quinto
señor
de Vizcaya, por máximo
jurisprudente,
por integérrimo
juez
en la gran corte de la Vicaría, consejero de Santa Clara, presidente del Consejo de Cámara de la Sumaria, regente del Colateral (ascensos de sus méritos todos en Nápoles), por consultor y protector del patrimonio real en Sicilia, por regente del Consejo Supremo de Italia, donde había consagrado para tan leales progresos la naturaleza y letras al servicio de su rey, empezando a ejercitarlas tan
útilmente
como vimos en este reino en las Generales Juntas de sus Cortes. Este
clarísimo
sujeto, pues, para honor perpetuo de Aragón, prez de la antigua Manlia (hoy Mallén), su patria, y crédito divino de nuestra poesía, la usó con suavísimo, fácil y
elegante
estilo. Sean muestra algunos
poemas
suyos que,
impresos
o
manuscritos,
se han escapado al silencio de su
modestia
y severidad, en que
peligraron
otros muchos. No está librado el caudal de los ingenios en luengos cartapacios; breves huellas describen a los expertos cazadores la ligereza del corzo
54
; así los que saben conocen en pocas líneas la velocidad ardiente de sus escritores.
Divino, dulce y
provechoso,
el p. fray Diego Murillo
55
,
dignísimo
ingenio de la
familia
del serafín Francisco, singular honra de Zaragoza por su religión y letras, a sombra de las más graves, que le hicieron dueño de la
cátedra
y el pulpito, a voces y escritos, lo fue también de la
lira,
con que cantó tan lindos versos como nos dio a gozar en el contexto de su libro de la
fundación
del Pilar del Zaragoza y, entre los despojos de su muerte, las rimas con que vive la
memoria
de su pluma divina,
dulce
y
provechosa.
El
padre
don fray Diego de Funes
56
, esclarecido
poeta
en el siglo,
lustre
mucho de la
nobilísima
casa de Funes y Sayas en la de Sabiñán, donde tuvo luz, solar y mayorazgo, y después, a mejor numen, poeta de los palacios de Dios en la
cartuja
de Aula Dei de Zaragoza, fue uno de los más
eruditos
y fecundos ingenios de este reino, cuyos
versos
y su nombre le serán
eterno
honor, y una dulcísima
enseñanza
a los varones espirituales que en diferentes metros suyos leen los grados del
divino
amor, dados después de su muerte a la común
luz.
Don Justo de Torres y Mendoza,
señor
de la varonía de Sigues, mitigó el ejercicio de las
armas
con el de las musas, por cuya inspiración hizo
versos
tan bien empleados como vistos en varias
academias
y certámenes. Fue este caballero de los que
honraron
mucho a Zaragoza en ambas ocupaciones (dotes de su conocida calidad) y, aunque obró más con la
espada
que escribió con la pluma, y están por esta las demostraciones que bastan a proporcionarle los títulos que le hacen merecedor de iguales
laureles.
Luis Díez de Aux
57
, de familia
ilustrísima
entre las que ennoblecieron la patria común de este reino, Zaragoza, sustentó con piedad jamás cansada cuantas justas
poéticas
concurrieron en su tiempo, de que fue coronado campión, y después cronista de las más famosas. Podría hacerse un gran volumen en número y elegancia de sus obras, si se agregaran las ya
publicadas
en estos concursos con otras de este género e
historiales
de mucha importancia y estima.
Tradujo
las
Coronas
de Prudencio con increíble puntualidad y
dulzura,
tan ajustado al espíritu de su dueño, que se pudo decir volvió a hablar la lengua de su patria por boca de Luis Díez de Aux.
Don Pedro de la Cerda y Granada, en sangre e
ingenio
nobilísimo
bilbilitano, y uno de los que hacen a aquel pueblo insigne en la erudición de sus hijos, empleó la suya en varias obras
poéticas.
Dejó a las puertas de la
estampa
cuando murió, con dolor de los que amábamos sus buenas partes, unas rimas
sacroprofanas
dignas de la cudicia de los doctos; y entre la invención y la lima, unos
Christiados,
obra
heroica,
que pudiera competir con las mejores de nuestro tiempo y no dejar que les invidiar a los del obispo Jerónimo de Vida.
Juan Yagüe de Salas
58
,
honor
de su patria, Teruel, a quien sirvió de
secretario,
fue singular
poeta
en cuanto escribió, y con exacción
heroica
en el fecundísimo poema de sus prodigiosos
Amantes,
obra verdaderamente grande y por donde el maestro Bartolomé Jiménez Patón
59
sendereó la
Elocuencia española,
calificando con sus galas y propriedades las de su doctrina en aquel tratado que es tan estimado de los elocuentes y estudiado de los que lo desean ser.
En la recordación de los
licenciados
Miguel Pablo García y Martín de Estremera pudiera cohecharme el halago de la patria, tan poderoso con los que saben conocer obligaciones al primer aliento. Pero, siguiendo severamente la verdad, sin las sospechas del afecto, aseguraré que fueron de los ingenios lucidos que tuvo nuestro reino y de que puede y debe
gloriarse
por él la villa de la Almunia, pueblo de conocidísimas prendas, y que no le faltan adalides para pleitearle a Ricla las grandezas de Nertobriga, en que (cuando no sea la misma) jamás podrá dejar de tener parte como población de sus términos y consorte de sus domicilios, en tiempo que fue dueño de ambas la religión de San Juan, si bien ahora solo lo es de la Almunia, llamada, por aquel su antiquísimo origen, de Ricla. Escribió Pablo García con madurez y erudición
poemas
que justamente le subscriben en la memoria de nuestros mejores poetas, y con gracia tan desembarazada como si no le hubieran ocupado en primer lugar las más
sagradas
letras escolásticas y positivas, en que fue
célebre,
si no feliz lo que podían sus méritos. El Estremera (también teólogo y elocuente orador evangélico) pudiera, si elevara su
natural
a la cultura que hace grandes, serlo a par de los de su tiempo, pero siguió más el rumbo de las
facecias
que de las severidades. En aquellas fue estremado y en nada deudor a los que más supieron hacer sal de la dulzura de sus musas. Fácil nos fuera probarlo con papeles suyos, pero agora bastará insinuarlo nuestra aprobación desapasionada.
El
licenciado
Francisco Gregorio de Fanlo
60
, natural de Molinos, le tuvo excelente para la poesía, por cuya
profesión
se robó a todas las demás (que no hay elecciones como las de la propria inclinación). Escribió con ardentísima afluencia y estilo no
fácil
(no sé si le llame culto) algunos bien singulares
poemas,
como fue el de Nonat, nacido en aquel tropel de octavas que
publicó
la curiosidad devota del padre fray Pedro Martín, religioso de Nuestra Señora de la Merced de Redención de Captivos, y las soledades del Baptista, prometidas entonces y mal logradas después, con otra variedad de rimas, por la intempestiva muerte de su dueño, y sobre todo las más lindas esperanzas en que nos tenía aquella floreciente
juventud
de letras y años.
En
fray
don Juan Agustín de Funes,
caballero
del hábito de San Juan, comendador de Mallén, recibidor por su religión de la castellanía de Amposta, lustre de Bubierca, su patria, de la manera que pudo serlo Marcial con lo pleiteado de Calatayud, y singular amigo nuestro, vio la nobleza de este reino y la ilustrísima profesión de tan sagrada milicia cuán bien sabe el temple de la espada dárselos a la pluma, como al corte de una y otra ser docta Palas y valiente Minerva. Hizo
versos
de
hermosísima
casta, heroicos, líricos y festivos. De todos tengo la mayor parte por gracia de su
comunicación,
y entre ellos, con harta ternura de mi afecto, algunas epístolas en que le plugo alternarse conmigo. Escribió la
Fábula
de Apolo y
Dafne
con suave elegancia, y con majestad heroica el torneo de a caballo que el marqués de Torres consagró a la pureza de María santísima y a las aclamaciones de Teresa canonizada; y, finalmente, en verso desatado (así llama Quintiliano a la historia), la
crónica
de su religión, con el acierto y sinceridad que ama la verdad de aquella ocupación y quieren los doctos. Y, a no cortar la muerte con el hilo de su vida el de aquella narración, no le quedaba que desear a la lengua de España, por quien
sudó
solo, como dijimos en el prólogo de su segunda parte. ¡Oh, mitad del alma, cuánto perdimos contigo! ¡Y cuánto debemos llorar los que te amamos, los que te conocimos! Antes que enjuguemos las lágrimas y enjuguemos el afecto, pasemos a la memoria de don Francisco Díez de Aux y Heredia, también suavísimo
amigo
nuestro y de las musas, que
celebramos
excelente
lírico,
proprísimo
cómico,
en cuya calidad no tuvo que desear la sangre de las conocidas de este reino, ni Daroca, su patria, otro hijo de más lucidas partes.
Las del
licenciado
Tomás Andrés Cebrián, igual
amigo
nuestro, tiene recomendadas su
fama
en
academias,
en
escritos
y
ediciones,
pues, a más de la
amenidad
de aquella
silva
(ya es hora de descifrar
modestias)
en que describió la Cartuja de Aula Dei de Zaragoza, tenemos el agregado de otras no inferiores voces de su lira que esperan el cumplimiento de su luz
pública,
para serlo de los aficionados a estas letras y del crédito de Monterde, su patria, que, por terreno de Calatayud, tiene parte en la porfía loable de sus ingenios.
No la mostró más generosa este derramado pueblo, de quien es cabeza aquella augusta ciudad, como en sus hijos los
doctores
don Vicencio Fernández de Heredia (su apellido dice su calidad) y Miguel Ferrer (insigne ciudadano suyo): aquel, teológica antorcha de la Universidad de Huesca en sus
cátedras,
después
canónigo
de su santa iglesia; y este, célebre
jurisconsulto,
cuyos
ocios
(de uno y otro) dieron a la
poesía
mucho que admirar.
Joan Ripol y Antonio Ibáñez de Aoiz (ambos
escribanos
de mandamiento de su majestad) fueron no inferior crédito de
nuestros
poetas entre los célebres que ilustran a Zaragoza. Del Ripol he visto algunos fragmentos panegíricos, escritos en
concursos
poéticos y en honor de
ajenas
vigilias (que allí es donde han de conocerse las generosas voces), cuyos merecimientos clásicos proporcionaron sus
alabanzas;
daráselas sin duda el que supiere hacer aprecio de este género de
vigilias.
Al Ibáñez conocí más cerca en tal justa de las que fui
juez,
y de la manera que pude serlo (entonces sin el cohecho de su dulcísimo hijo Joan Lorenzo Ibáñez de Aoiz,
amigo
nuestro y de los que sobre un suavísimo natural aman la
facilidad,
pureza
y
erudición,
cifrada en un pedazo de azúcar, que así le llama un gran juicio) aseguro que fue por naturaleza y arte benemérito de la
poesía.
Tratola en estas ocasiones con tanta
elegancia
como piedad, y en los desahogos de la
sátira,
para que tuvo genial aplicación, cuales pudieran
Juvenal
y Persio. Recitaciones corren hoy que saben a la pimienta
dulce
y almíbar picante que dieron la mayor sazón a este género de escritos, y pudieran ser desempeño público de esta verdad, a permitirse en nuestros tiempos lo que en aquellos, que tuvieron por sermones las sátiras y por celo el salpicar de sangre con el vicio las personas.
N. de Añón, célebre hijo de la ciudad de Tarazona, pudiera a solas probar que aquel amenísimo pueblo lleva
ingenios
que lo son para
honor
de nuestro reino. Fue galante
poeta
entre los del siglo el
rato
que dio al suyo las voces de su
lira,
cuya sonoridad resuena hoy en dulcísimas
copias,
y después, renunciando a las secularidades en la
capucha,
dio a su pluma desengañada materias
celestiales
y a nuestra atención avisos de
provechoso
deleite.
El
dr.
Joan Sala (conocido entre los que se llevaron las atenciones de su tiempo en Zaragoza, su patria) fue
ilustre
combatiente de sus mejores
justas
poéticas,
en que vido tantas veces laureados los bríos de su
ingenio
y repetidas las memorias de su nombre, que en tantas relaciones
viven
hoy a pesar de la malicia del olvido.
Tenerle de las musas del
dr.
Jaime Luis Ram fuera ofensa pública de nuestro compendio y particular agravio de la ciudad de Huesca, su patria, madre vencedora de tantas plumas como aceros en que estribaron los siglos sus mayores glorias. Escribió este ingenio con
dulzura
y suavidad cristiana en muchos
certámenes,
más provocado a la victoria que al riesgo de la lid, pues, aunque llevado de los alientos de esta se expuso a la contingencia, jamás le tuvo en las aclamaciones del premio; testigo yo, que le di algunos.
Los
canónigos
Lucas Marcuello y su hermano [Lucas y Francisco Marcuello], ambos de la ciudad de Daroca y prebendados en su ilustre colegial, escribieron con
elegancia
y arte varios
poemas,
y tal de ellos el purísimo
triunfo
de santa Úrsula y sus invencibles compañeras, obra póstuma que yace, si no en el olvido, en la orfandad del
silencio.
[EL
CANÓNIGO
MARTÍN MIGUEL NAVARRO] De otras muchas cenizas igualmente doctas pudiéramos hacer presentación, si no nos llamaran en la brevedad de nuestro discurso y en la atención de v.s. las del canónigo Martín Miguel Navarro, objeto fatal de estas líneas (así llama el poeta al sujeto principal de una alabanza); y, si bien la mayor del nuestro está en la inspección de sus
obras,
en la fama de sus aciertos y en la aprobación de v.s., en gracia de nuestro instituto no podremos no decir algo que nos lleve, si no a la satisfacción, a la experiencia de lo que escribió. Este
eruditísimo
celtíbero, pues, esplendor mucho de la ciudad de Tarazona, su patria, y no poco lustre de su santa iglesia, donde fue meritísimo canónigo, entre las artes ingenuas que ennoblecieron la candidez de su ánimo (o, por mejor decir, con ellas) ejercitó la de la
poesía
tan altamente, que puede establecer por meta de sus estudiosos las que contiene ese volumen en que tienen parte las mejores lenguas, de cuya variedad hace Causino
61
fundamento para las calidades de un poeta grande. Fuelo sin duda en esta, como en las demás, por dueño del idioma griego, latino, italiano y francés con igual facilidad que del español (sobre quien tuvo no ajeno imperio). Escribió en todos felicísimamente. Su
natural,
alma de la grandeza a que ascendió con el arte, mirando inferiores las diferencias de que se compone, nada halló que temer, si no a su modestia virtuosa. Con esta se dejó llevar no de lo más fácil, de lo más honesto sí, excluyendo aquel genio judiciosísimo lo que parecía repugnante a la vocación de su estado, al buen ejemplo de su pluma y a la paz religiosa de su vida. Por lo cual jamás ejercitó la
cómica,
la
amatoria
nunca, ni aun por ajeno dictamen, con que probó que saben ser decorosas y castas las musas, a pesar de tan desconcertadas plumas como en nuestro siglo hieren furiosamente a hierro y fuego las costumbres y los afectos. No es de mi prisa, ni aun de mi ocupación agora, el reñir con la comedia y condenar sus permisiones; allá se las hayan los combatientes de este duelo. Sólo diré que es indecentísimo el escribirlas a los que aman la virtud o deben ser guía de sus profesores, aunque más se los abracen con el
ejemplo
o escarmiento, habiendo de pasar por los peligros de su contexto, nunca puro. Los que más la aman lo digan, si han de tratar verdad a su juicio. De la amatoria no hay que decir en tiempo que el espíritu de Platón es ya risa de las corporeidades de Venus, y ella siempre sospechosa entre iguales plumas. Si alguna vez topó la
sátira,
fue vibrando en su celo más luces que indignaciones, evitando con opuesta repugnancia el linaje de aquellas que como sanguijuelas se sustentan de ajena sangre, o, engolosinándose en la que les da su propia carne, enseñan antes que reprenden, haciendo noticiosos en los vicios. En lo que más desplegó su natural este singular varón fue en lo
heroico
y
lírico,
por quien están hermosísimos epigramas con que puede
competir
a cuantos hay escritos en unas y otras lenguas. Los himnos y las odas hacen conocida emulación a las de
Horacio;
la égloga en nada es inferior a la de
Virgilio;
los tercetos, que corresponden a la pureza fácil de la elegía, no tienen que invidiar al uso de sus dísticos, ni la materia, espíritu que mejor los juzgue. La elegía de las octavas, nunca más sonora y
nerviosa
que se experimentó en la ejecución de aquellos dos poemas de las descripciones e incendios del Pirene y Vesubio, donde la propriedad se desata en oro y la filosofía más en resplandores que en cenizas. Quiso también que Marcial fuese español del todo, y, si, como lo intentó en la
traducción
genuina de algunos epigramas, prosiguiera, ninguno otro lo hubiera conseguido con más ingeniosa puntualidad, ni con esponja más casta. Pero donde pudo excederse a sí mismo (aunque parezca a los censores menos poeta en esto, pareándole con Lucrecio) fue en los dos insignes tratados de cosmografía y geografía, a cuya comprensión erudita, clara y propria, debe la antigüedad mejoras, y nuestro tiempo, enseñanzas que suponen superior magisterio.
Ni fue menos grande en las sentencias, pensamientos, elocución y estilo con que dio a la proporción animosa de aquellos cuerpos el vestido y adorno que les competía, luciendo en todo imperiosamente la eminencia o gallardía del
natural,
siempre asistido del caudal de ambas
filosofías,
del resplandor de las buenas, de las mejores letras, del conocimiento de las cosas y de otro aparato de estudios, sin quien jamás pudiera hallar tan fáciles las ejecuciones del arte. Hallolas, nadie se le niegue, con igual
suceso
al que tuvieron los próceres de nuestros
tiempos
(los Leonardos digo), a quienes por escritos y
comunicación
bebió con generosa sed el espíritu, elegancia y grandeza en ellos de semblante singular. Quien consultare el carácter de esas voces dirá que son
eco
o reincidencia de sus liras, si ya no quieren que sea portento heredado de este ingenio, que tanto parentesco supo contraer con aquellos. Por esto debió de ser
amado
tanto del Bartolomé y entre los que observamos su dotrina y admirábamos sus poemas al recebirlos de su boca y manos, él a quien permitía con estimación que se le metiese por sus ideas y que ilustrándolas le acordase las
imitaciones
que confesaba a los griegos, latinos y toscanos y de que tenía hechos el Navarro algunos cartapacios, con cuyo cortejo, y no sin los elogios de los que le éramos amantísimos alumnos, pensó aquel héroe de la poesía
publicar
las suyas, pero mal logrose todo con su muerte y por ventura el lucimiento con que las esperábamos.
Respondió a una y otra grandeza la del crédito, que, centelleando resplandores (aun cuando más envuelta en la nube de aquella
modestia),
pasó a conocida, y de conocida a cudiciada, para mayor esfera, porque el excelentísimo conde de Monterrey, entonces virrey de Nápoles, con
atención
de ministro y caricia de entendido, lo ocupó en la
cifra
de sus secretos, con cuyo favor en Italia, como en teatro de las letras, adelantó no poco el blasón de las de España. Allí
escribió
mucho, señal de que fue bien
visto
de los doctos, que, con emulación de provincia, no perdonándole el riesgo de la censura, hicieron justicia de los aplausos, con que fue harto sonora su
fama.
Parte pareció de premio en el virrey al ocasionarle a estas proezas literarias, y premio fue su munifecencia para solicitarle puesto conforme a la calidad de su vida y letras. Pero no respondió la ocasión a la magnanimidad del uno ni a los méritos de otro, porque, con hallarse a los umbrales de tan gran fortuna por la buena gracia de aquel príncipe, no halló puerta para más que una canongía de Tarazona, su patria, beneficio que estimó por término de sus pretensiones. Tan agradecido quiso mostrarse a los principios de su luz, pues, no tratando de más, se restituyó a ella, donde en breve le amaneció la eterna (tal debemos creer de su purísima vida) y en v.s. la de su posteridad, con que le procuró inmortal, y agora, no perdonando diligencias, de las que suelen quitarle las presas a la muerte, quiere que viva su ánimo en sus escritos, su cuerpo en las copias de su semblante, y su vida en la verdad de ese epítome, que escribió tan conocida pluma en todas letras y estilos. No hay que fatigar erudiciones buscando paralelos de Césares y Alejandros que acuerden tanto ejemplar en v.s., pues, igualándolos su generosidad, más los ilustra que necesita. ¡Oh, si aconteciesen tales Mecenas, cómo habría Marones!
62
De los ingenios aragoneses que hoy viven en
nuestra
edad para honor suyo y de las venideras pudiéramos hacer una excelente lista, no permitiendo que todas las famas se guarden para las cenizas; pero son muchos para apéndices, y, porque también lo son para dejarlos perecer en el mal juicio del Vecerra de Marcial
63
, cuando justamente para ejemplo de robos adelantados a la muerte deben sobrevivir
64
a sus posteridades. Escaparemos de aquel rigor esa noble parte de los más piadosos, que, haciendo ámbito a nuestro poeta con sus
alabanzas,
serán crédito de los que con menores prendas dejaron de concurrir, pues no fue posible, como ni a nosotros el describirlos:
Quos memorare mihi morte obita satis est
viventum in lecebra est laudatio, nomina tantum
voce ciere, satis sufficiet tumulis.
Ergo qui nostre legis otia tristia chartae,
eloquium tu ne quaere, sed officium.
Quo claris, doctisque, viris pia cura parentat,
dum decora egregiae cominuit patriae
Ex Ausonio Gallo in Coronida libri de Professoribus, carm. 26.
1. A las escuelas de Atenas daba nombre de primavera el filósofo Bion.
2. “Fere omnes qui agunt”,
De Poetica,
7. Con novedad el doctor don Gutierre Márquez de Careaga, en el docto discurso que hizo defendiendo y definiendo la poesía, § 13.
3. “Hi namque (Poetae) nobis tamquam patres atque luces sapientae sunt”. Platón,
De Amicitia,
lib. 12.
4. La observación de esta verdad verá el curioso que manejare el texto de Aristóteles, y mayormente en los Físicos y Metafísicos, que hallará enriquecidos de la doctrina de Homero, Hesíodo, Empédocles (...).
5. Esteban de Garibay, en su Compendio historial, tomo 1, libro 4, capítulo 4.
6. Véase al mismo Garibay,
ib.
allí mismo
7.
Idem in eodem.,
8. Véanse las márgenes al mapa de Aragón de Lupercio Leonardo de Argensola.
*. [Se marcan en negrita las llamadas en ladillos, resaltando el nombre del escritor que se trata en el párrafo]
9. Díjolo Perotto en su
Cornucopia:
“Scripsit epigrammata ut laudaret honesta, hortaret homines ad virtutes, et vitia sui temporis notaret, quod admixtis semper salibus et fere cum risu facit (ut mos est scribentium) epigrammata”.
10. “Parcere personis, dicere de vitiis”. Ep. 33, lib. 10.
11. De él dijo Marineo Sículo,
De laudibus Hispaniae:
“Excessit facundia, acumine, copia, suavitate, salibus omnes qui ante et post eum carmina scripsere”.
12. El doctor Bartolomé Leonardo de Argensola en su soneto a Calatayud, que empieza “Terreno en cuyos sacros manantiales”.
12. Así lo tengo yo en mi manuscrito y por original. Tal fe se debe a la mano de su autor, de quien le recibí.
14. Martial, ep. 44, lib. 12.
15. En el mismo ep.: “Carmina cum facias soli cadentia FRATRI”.
16. Martial, ep. 62, lib. et ep. 50.
17.
In Chronic. ad annum Domini 109,
num. 53.
18. Exstat editio illustrata cum notis a Martino del Río, Societ. Iesu., eruditiss. viro. Et repetita in Hisp. Salmanticae a D. Laurentio Ramírez de Prado, ambo vere Hispani pro tanto Hispano.
19. Historiador y poeta digno de su nombre.
20. “Qua a radice, ingenio propt. nitid. eloquio, carmina excellens et prosa, qui edidir utroque; stilo satis praeclara volumina”.
De vir. illu.
Trithem.
De vir. illus.
Isidor, cap. 33. Girald.
De poetis.
21.
Chronicon ann. Christi,
616.
22. Ipse Maximus in epist. ad Argebatus Portucalens, epist.
23. D. Braulio apud Helecam. in addit. ad Maxim.
24. Luitprandus, ad ann. Christi, 646. Lectionarius caesaraugustanus in quo eius vita. De cuius eloquentia, Isid., Pacensis, Ildefons. et alii. Vide Tamajus in notis Luitprandis.
25. Gozamos sus obras, con las de Marco Máximo, impresas en Zaragoza, anno 1619.
26. El Dr. Vicencio Blasco de Lanuza en su
Histª eccl. y secular de Aragón,
tem. vit., cap. 49.
27. Idem ibidem.
28. Blasco, ibidem. El p. fr. Diego Murillo, en el Catálº de los escriptores de zaragoza, tract. 2, cap. 51, f. 439.
Bibliotheca Hispª,
tomo 2, f. 307.
29. El p. fr. Jerónimo de San José, nuestro más útil y cierto amigo, carmelita descalzo, cronista general de su religión, divino crédito de ambas erudiciones, para gloria de Aragón y del nobilísimo apellido de Ezquerra y Rozas, hermano de don Fernando Ezquerra de Rozas, en quienes jamás se conformaron con los méritos las alabanzas.
30. Blasco, ibidem, et
Bibliotheca Hisp.,
f. 588.
31. Exstant fragmenta apud Blascus de Lanuza, in peristepha.
32. Blasco, ibidem.
33. Sanazarus, lib. elegian. I, eleg. 2.
34. Blasco, en el tomo citado, cap. 53.
35. Blasco, ibidem. Murillo en el Catalº de los escritores de Zaragoza, trat. 2, cap. 51, fol. 448.
36. Frey Lope Félix de Vega Carpio, en su
Laurel de Apolo,
silva 2.
37. Tomo 2, lib. 10, cap. 43.
38 . Manuel de Faria y Sousa, noble y erudito portugués del hábito de Cristo, en el prólogo de sus
Divinas y humanas flores.
39. Zurita, tomo 2, lib. 10, cap. 43, fol. 363, y en los índices, 3. Jerónimo de Blancas en sus
Coronaciones,
lib. I, cap. 5.
40. En el tomo I, cap. citado.
41. Lib. de las
Coronaciones de los reyes de Aragón,
cap. 5.
42. Cuyos poemas se hallan [
sic
].
43. Blasco, tomo último, cap. 50.
44. Idem, ibidem.
45. Esta elegía se halla en la recopilación de aquellas obras antiguas, y refiere al mismo propósito que nosotros Blasco, ibidem.
46. Blasco, en el mismo tomo, cap. 50.
47. Hállase el ingenioso nombre de este caballero y sus obras entre las célebres de su tiempo. Véase la recopilación antigua.
48. De quien Blasco, en el tomo último, cap. Murillo, catálogo de los escritores de Zaragoza, trat. 2, cap. 58. Y con exacción que suele el doctor Juan Francisco Andrés en el elogio que escribió a la memoria ilustre de este caballero con que hace frente a la nueva impresión del Diálogo de la honra militar, obra también de don Jerónimo de Urrea, tantas veces impresa y nunca bastantemente celebrada.
49. Iustus Lipsius, cent. I, Miscella. 4, eps. 26: “Tales Geriones plures in Hispania nobis sint, regnum teneant, sed in litteris, et quo pauciores ibi, magis fortasse elucetis, sit ut in nocte clariora astra”. De todos los tres hermanos son muchos los cronistas de los nuestros. Blasco, en el tom. citado, cap. 47 et 53. Murillo en el Catálogo de los escritores de Zaragoza, trat. 2, cap. 51.
50. Frey Lope Félix de Vega Carpio, en la aprobación por el Supremo de Castilla.
51. El mismo, en la epístola a don Juan de Arguijo. Es la 9 entre las de su
Filomena.
52. Blasco, tom., vol., cap. 52.
53. Silva 2.
54. “Veterani venatores cervum ex impresso vestigio dinorunt: ego scriptiuncula virum”. Iustus Lipsius, epis. 43, cent. 1.
55. Blasco, tom., ult., cap. 53.
56. De cuyo espíritu e ingenio, el padre fray Jerónimo de San José, en la
Histª del venerable p. fr. Juan de la Cruz,
lib. 4, cap. 7.
57. De quien el doctor Vicencio Blasco en el últ. tomo de su
Histª eclesiástica y secular,
cap. 47. Murillo, en su
Fundación milagrosa del Pilar,
lib.
58. Blasco, tomo último, cap. 53.
59. Bartolomé Jiménez Patón, en su
Elocuencia española,
cada paso.
60. Blasco, tomo último, cap. 53.
61. Nicolas Causinus, in Parallella, eloquentiae et humanae, lib. 10, cap. 7. “Cuius lema laudat poeta, primiis si variislinguis scribit, graece, latine, gallice, etc.”.
62. “Sint Mecaenates non deerunt Flacco Maronis”. Martial, ep. 56, lib. 8.
63. Martial, lib. 8, ep. 68.
64. “Triginta annis gloriae suae supervixit, legit scripta de se carmina, legit Historias et posteritati suae interfuit”. Dijo Plinio por Lunio Rufo, epist. I, lib. 2. Y Marcial, docto Licinio, esp. 46, lib. 7: “Frueris posteritate tua”.
GRUPO PASO (HUM-241)
FFI2014-54367-C2-1-R
FFI2014-54367-C2-2-R
2018M Luisa Díez, Paloma Centenera