El licenciado Cristóbal Moxquera
Cuán rica y felice de nuevos ingenios fue la era del
maestro
Juan de Malara muestra bastantemente nuestra historia, ilustrada con muchos de sus eminentes
dicípulos.
Uno, a mi ver, no inferior a los mayores fue el
licenciado
Cristóbal Moxquera de Figueroa, cuyo retrato saqué de uno de mano de Felipe Liaño, de su xecutoria de
hijosalgo,
que lo fue en propiedad y posesión; y sus
padres,
el licenciado Pedro Moxquera de Moxcoso y doña Leonor de Figueroa. Nació en la perroquia de San Isidro de esta ciudad, en la casa donde está la cabeza del rey don Pedro. Fue desde sus
tiernos
años
inclinado
a ejercicios virtuosos, ingenioso y de honestas costumbres, blando y liberal con sus amigos.Prosiguió y acabó sus estudios en Salamanca
Prosiguió y acabó sus
estudios
en Salamanca, donde se graduó de bachiller en los Sagrados Cánones. Volvió a Sevilla y, después de haber pasado muy de espacio en el monesterio de San Benito y en el lugar de Tomares, se graduó de
licenciado
en la Facultad de Jurisprudencia en la Universidad de Osuna con grande
aplauso
y satisfación de todo el claustro, habiendo antes, en sus primeros estudios, mostrado la grandeza de su
ingenio
en la retórica y poesía, en que fue aventajado, en la esfera y
geografía
y música, tocando gallardamente una vigüela, y en los gieroglíficos y empresas, de que la nación toscana ha hecho gran demostración (cuya lengua supo perfetamente).
Compuso
un libro o
glosa
sobre un testamente antiguo de un principal romano llamado Lucio Cuspidio, donde trató curiosamente casi todas las materias de las últimas voluntades, parte más dificultosa del derecho civil. Hizo otro libro
docto,
que intituló
Comentario breve de diciplina
militar,
donde descubre bien la noticia que tenía de sus precetos y leyes, y manifiesta el conocimiento y leción de letras humanas que tuvo. Con la que alcanzó de la lengua
griega
pasó
a la nuestra el
Eliocriso,
libro en que gastó más de treinta años, en prosa y verso, de quien refiere algunos ecelentes pedazos Fernando de Herrera en el comento sobre Garcilaso, obra con que, si
saliera
a la luz, se pudiera honrar nuestra nación.
Escribió
algunas paradojas, de que yo tengo dos, con grande felicidad, y otras obras.
Todo esto sin que le impidiesen sus grandes ocupaciones, porque, lo primero, fue en Utrera, tierra y jurisdición de esta ciudad,
alcalde
mayor, administrando justicia con grande aprobación de todos. Después fue importunado por el duque de
Medinaceli
que fuese a su Puerto de Santa María a ser corregidor y capitán general, donde ejercitó su cargo en paz y en guerra con gran prudencia. Por haberse ofrecido en aquel lugar competencias entre varios jueces, fue algunos días después nombrado por auditor de cuatro galeras de España, que anduvieron a la orden de don Pedro Basán, cabo y capitán de ellas; portose tan bien en este cargo y oficio, que mereció que lo hiciese el marqués de Santa Cruz, don Álvaro Basán, auditor general de las galeras de España, en especial para la jornada y empresa de la isla de la Tercera y de las demás, donde se mostró no sólo discreto y sabio, sino animoso y osado, pues estuvo siempre junto a la persona del marqués en todas las ocasiones peligrosas y, según dice Garcilaso, tomando “ora la
espada,
ora la pluma”, como lo testificaron muchos capitanes y personajes graves que se hallaron presentes en las baterías y asaltos que hubo en la Tercera, de que alcanzó vitoria el famoso marqués de Santa Cruz, año de 1583, sujetando las islas, venciendo a los portugueses, ingleses y franceses, que se habían ligado y confederado, como él escribe doctamente. Después de lo cual el marqués fue a verse con el católico Filipo II y procuró que el auditor le besase las manos, a quien el
rey
gustó de ver, porque tenía noticia de sus buenas partes. Y le hizo
corregidor
de la ciudad de Écija, cargo que administró con singular prudencia y con gran satisfación de todo el lugar, y fue dado en la residencia por muy buen juez. Fue después de esto proveído por alcalde mayor del Adelantamiento de Burgos, que tiene una larga y estendida jurisdición, la cual gobernó con tanta vigilancia y buena espedición, que no quedó cosa por despachar de lo mucho que dejaron atrasado sus antecesores, como ni de lo que ocurrió en su tiempo, porque, después de haberle hecho relación sus escribanos y secretarios de muchos pleitos, los volvía él a ver y leer por su persona, y fulminaba la sentencia de su misma letra, tanta era su buena intención y deseo de administrar justicia con brevedad, cumpliendo con lo que el derecho dispone que los pleitos
no lite fiant inmortales.
Tuvo después otras
comisiones
de mucha importancia. Fue uno del número de los señalados y escogidos del rey de donde se habían de nombrar jueces y consejeros para gobernar el reino; estuvo consultado para ser uno de ellos, pero no tuvo efeto tan buen eleción. Tuvo también comisión de su majestad para recebir al embajador de Inglaterra y disponer todo lo que convenía, lo cual ordenó con tan maduro juicio, que se echó bien de ver su suficiencia. Cansado, pues, ya de tantas ocupaciones y trabajos, y desengañado de las cosas del mundo, se retiró a Écija, donde había sido corregidor, y allí enfermó de la orina y de otras reúmas o corrimientos a los ojos, que le turbaron y oscurecieron la vista. Finalmente, vencida la naturaleza de los achaques y dolores, trocó esta vida por la eterna, año de 1610, de 63
años
de edad, habiendo recebido los sacramentos con gran consuelo de los que se hallaron presentes y sentimiento de toda aquella ciudad.
Hizo él mesmo este
soneto
a un retrato suyo pintado por Mateo de Alecio, que pareció a un su aficionado ponerlo a este retrato por la novedad del pensamiento, mudando algo con el nombre del artífice.
Soneto de Cristóbal Moxquera de Figueroa a su retrato
Cuando se llegue el día que la pura
alma, oyendo la voz alta y temida,
su cuerpo busque para darle vida
ya fuera de la oculta sepultura,
si a la par contemplare esta pintura [5]
que animó en carta la arte esclarecida,
reparara confusa y detenida
cuál de ambas es su natural figura.
En esta burla, en medio de otras veras,
Moxquera la alma se verá, mas luego [10]
conocerá su cuerpo helado y yerto,
que, si vida al retrato no le dieras,
pasara a más, Pacheco, aqueste juego
si, como es vivo, lo pintaras muerto.
Entre las reliquias de su íntimo
amigo
y
condicípulo
el maestro Francisco de Medina se halló esta epigrama, que fue justo que honrase este elogio, y después de ella, parte de otro en tercetos que hizo a su
Eliocriso
Baltasar del Alcázar.
Epigrama
Christophoro Mosquerae Figueroae Hispalensi
I.C.
peritissimo,
Qui editis reconditae multiplicisque
doctrinae
commentariis
non tam se, quam legum ipsam scientiam inlustravit,
Franc. Medina Hispalens,
eius honoris laudisque studiosissimus Aeternitatis
auguria D.D.
Quod tabulas iuvenis facias Mosquera supremas,
que is tot consignas divitias animi;
Impendere tibi ne quisquam funera credat,
quin speret vitae saecula multa tuae:
Nam, quae nunc primo perscribis flore iuventutae,
quaeque senes laudant, et sibi rapta dolent,
Aeternum
vivent; orbi dum iura manebunt
aeterna, ac scriptis dum decus eximiis.
De Baltasar del Alcázar al
Eliocriso
de Cristóbal Moxquera, parte de elogio
Púsole en punto que el juicio humano
no halló qué oponelle, mas en esto
el satírico dios tomó la mano.
Descubrió, por defeto, que el supuesto
era incapaz, por ser de tierra estraña, [5]
de tanto bien de amor en el impuesto,
que debiera el autor de esta hazaña
fundarla en un espíritu de aquellos
que suele producir la rica España.
Que, como en Flegra se han hallado entre ellos [10]
ingenios que en el cielo han pretendido
cometer a los dioses y vencellos,
viose Amor con razón reprehendido,
y quiso deshacello, si del Hado
inevitable fuera permitido. [15]
Mas, para reparar el tiro errado,
que mal pudo acertar el que era ciego,
el
divino
Moxquera dio el cuidado.
Con blando imperio le mandó que luego
sacase de la tierra que el Egeo [20]
y el Jonio ciñen al amante griego,
y así le trajo a do el común deseo
obedece a Filipo floreciente,
del gaditano templo al Pirineo,
a la parte do baña la corriente [25]
del Betis, con ruido deleitoso,
la más felice tierra de Ocidente.
Diole
de España el ademán airoso,
la gravedad, costumbres, nombre y traje,
tanto puede un discurso artificioso. [30]
Mostrole el fertilísimo lenguaje,
dejole un español tan
apurado,
que Amor se juzgó libre de ultraje.
¡Oh, rojo Cintio!, si el rapaz airado
hirió tu corazón con flecha de oro, [35]
trocado en Dafne este metal sagrado,
ciñe de hoy más, con tu virgíneo coro,
de Moxquera la frente
ingenïosa
con las hojas que guardas por tesoro.
Él te alcanzó de Amor venganza honrosa; [40]
Amor por él confiesa que la gloria
de tu deidad le ha sido provechosa,
Y el trofeo será de esta vitoria
cuanto durare la lumbrosa esfera,
Elicriso español, con la memoria [45]
fijada en él, del vándalo Moxquera.