M. ULPIO TRAJANO CRINITO
Augusto
emperador
de Roma, padre de la patria, óptimo máximo
Comenzaremos esta sinopsis de nuestra
biblioteca
por dos varones de los más
ilustres
y conocidos que ha habido en el mundo, que son Trajano y Adriano, augustos emperadores de todo lo descubierto entonces del orbe. Confieso ingenuamente que a Trajano no pusiera yo en este número si la autoridad y merecido crédito de Andrés
Escoto
no me abriera el camino, poniéndolo en la
Biblioteca Hispánica
entre los demás varones insignes en letras. No sabemos que este gran
príncipe
haya escrito, mas fue tan
favorecedor
de los estudios y estudiosos, que mereció ser tenido por tal y llevarse la
gloria
de
escritor
aquel cuyo aliento animaba las plumas de los que escribían en tiempo que las letras no estaban tan favorecidas como solían, y así justamente lo alaba
Juvenal
en la sátira 7:
Est spes et ratio studiorum in Caesare tantum:
solus enim nostras hac tempestate Camoenas
respexit…
Entre las demás grandes
virtudes
del gran Trajano cuenta esta Plinio el Sobrino en aquel elegantísimo panegírico dicho en su loor:
"Quid vitam? Quid mores iuventutis, quam principaliter formas? Quem honorem dicendi magistris, quam dignitatem sapientiae doctoribus! Ut sub te spiritum et sanguinem et patriam receperint studia!... At tu easdem artes in complexu, oculis, auribus habes."
Quien todo esto hacía por las ciencias y sus profesores con mucha razón se contará por
uno
de ellos, pues, aunque el capitán general no desnude la espada, su valor
alienta
las de todos y a él se atribuye la victoria en primer lugar.
Nació Trajano en Sevilla la Vieja, que dista de nuestra Sevilla, por lo más lejos, una legua, que se cuenta habiendo de ir a ella por la puente de Triana, rodeo que causa la interposición del río Guadalquivir, mas, si consideramos esta distancia desde las últimas casas que están fuera de la Puerta de Macarena, atravesando por línea recta el río hasta las ruinas de Sevilla la Vieja, no hay media legua; y, así, no solo es sevillano nuestro gran Trajano en la patria, pero ni aun el renombre de tal le puede quitar quien con ojos más envidiosos mirase nuestras cosas. Esto queda dicho también para los demás que en el mismo lugar nacieron.