Biografía.
La
condesa
de Paredes
Error muy vulgar es, pero no por eso menos común, el creer que las
mujeres
son menos
aptas
que los hombres para los
trabajos
serios del entendimiento. Excusado es decir que los redactores del Espósito, jóvenes y, como tales, apasionados entusiastas del bello sexo, no participan de tan disparatada creencia, contra la cual pudieran aducir muchas y muy fundadas razones, si no dijeran más que todas ellas los
nombres
de las señoritas Avellaneda, Coronado, Armiño y otras dignas rivales en nuestros días de los Zorillas, Rubís, Larrañagas y demás
vates,
honra y prez de la poesía castellana, y, si al siglo de nuestra literatura remontamos, en él veremos no con menos brillo lucir entre
otras
los de Lucia Sigea, Cecilia Morillas, Juliana Morell, Oliva Sabuco, Cristobalina de Alarcón y
sor
Luisa de la Magdalena, antes
condesa
de Paredes, con cuyos apuntes biográficos vamos a principiar una serie de artículos, que dedicaremos a dar a conocer las
escritoras
españolas, y que creeremos no desdecirán en un periódico que, como el presente, debe su existencia al bello sexo de Córdoba.
Doña
Luisa Manrique Enríquez fue
hija
de don Luis Enríquez, comendador de Montemolín en la Orden de Santiago, capitán general de Galicia y del Consejo de Guerra de Felipe III; y de doña Catalina de Lujan, natural de Madrid. Dedicose desde sus primeros
años
al
estudio
de la literatura y lenguas con tal aprovechamiento, que consiguió
saber
con toda perfección los idiomas francés, italiano y latino.
Casáronla
sus padres con don Manuel Manrique de Lara,
conde
de Paredes y comendador mayor de Montalbán en la Orden de Santiago, quien apreció tanto sus virtudes que, cuando falleció en el año de 1626, no solo la dejó la tutoría de sus hijas, sino la fio toda su última disposición, dándola poder para testar en su nombre. Dio tales muestras de prudencia y acierto en la
educación
de sus
hijas,
que el rey Felipe IV, después de haber servido de dueña de honor a la reina Isabel y guarda mayor de sus damas, la
nombró
aya
de la infanta doña María Teresa, su hija mayor.
Ejercía la
condesa
su empleo con suma satisfacción del rey cuando, fatigada de los cuidados de la
corte
y deseando vivir en más retiro y austeridad, hizo renuncia de sus destinos y tomó el
hábito
de carmelita descalza en el convento de Santa Teresa de Malagón el año de 1648. Allí
concluyó
santamente su vida dedicada a los ejercicios piadosos de su instituto, a
escribir
sus
meditaciones
y contestar la
correspondencia
que constantemente mantuvo con ella
Felipe
IV,
y que se
conserva
en el archivo de su casa
Fue
autora
de la obra titulada
Año cristiano, o
meditaciones
para todos los días sobre los misterios de nuestra redención,
impresa
en Madrid, año 1654, en seis tomos, y de otros escritos piadosos que conservan con gran
estimación
sus ilustres descendientes. Solo tuvo de su matrimonio tres
hijas,
a saber, doña María Inés Manrique de Lara, condesa de Paredes, que casó con don Vespasiano Gonzaga, duque soberano de Guastala; doña Isabe,l que fue esposa de don Francisco de Orozco, marqués de Mortara; y, doña Antonia, que murió de corta edad.
Carlos R[amírez] de Arellano