Biografía.
D. Dionisio Solís
Autores
hay cuyos nombres parece le persigue una ciega fatalidad, que los condena a yacer en perpetuo
olvido,
sin que de tan desconsoladora suerte basten a librarlos ni sus brillantes
dotes
intelectuales, ni su constante
laboriosidad,
ni el reconocido mérito de sus obras literarias: tal ha sido el destino de un ingenio cordobés que ha vivido en nuestros tiempos
pobre
y oscurecido, a pesar de que su
indisputable
talento debiera haberle hecho brillar al par de nuestros primeros
literatos.
D. Dionisio Villanueva y Ochoa, conocido por el sobrenombre de Solís, fue
hijo
de D. Juan Villanueva y doña Antonia de Raeda, vecinos de esta ciudad de Córdoba, donde nació el año de 1774.
Estudió
en sus
primeros
años latinidad,
retórica
y poética en Sevilla con D. Faustino Matute con tal aprovechamiento, que antes de contar
quince
años de edad había ya
traducido
en verso castellano varias odas de
Horacio
y compuesto otras poesías
líricas
originales, con dicción tan
correcta
y entonación tan
robusta,
que, habiéndolas enseñado su
maestro
al distinguido literato D. Pablo Forner, de quien era amigo, las
elogió
este sobremanera,
comparándolas
con las de Fr.
Luis
de León y honró repetidas veces a su
joven
autor
con el nombre de “Leon
moderno”.
Tomó después durante un año
lecciones
de música y composición con el maestro Ripoe, que lo era de capilla en la catedral de Sevilla, y, sin contar con más
conocimientos
que estos y la
destreza
con que tocaba el violín, se acomodó para no ser gravoso a sus
padres
con una compañía de cómicos y compuso la
letra
y la música de una tonadilla que se ejecutó con
aplauso
en Valencia.
En
1795
vino Solís, que había abandonado la profesión de músico, de primer apuntador al teatro de la Cruz de Madrid, y este ha sido durante toda su vida el
destino
de un hombre que por su
ingenio
eminente debería haber figurado en primera línea en la
republica
literaria; siendo lo más estraño que ni las privaciones y
escaseces
consiguientes a una
profesión
tan precaria y poco considerada, ni el vivir entre gentes que, salvo muy pocas y honrosas excepciones, carecen de conocimientos literarios le impidiera entregarse al
estudio
con tal ardor y constancia, que consiguió aprender por sí solo el francés, el italiano, el inglés, el griego, lógica, metafísica, ética, geografía, historia, legislación y economía política.
Cuando ocurrió la invasión francesa en
1808,
Solis, que era tan ardiente patriota y buen ciudadano como
excelente
esposo y
padre,
acudió al llamamiento de la patria, sin que se lo impidieran los dulces lazos de su familia, y sentó plaza de
granadero
en el regimiento de voluntarios de Madrid. Fue hecho prisionero en la desastrosa jornada de Ocaña y conducido a la corte enfermo con el tifus castrense, que comunicó involuntariamente a la familia, cuando obtuvo la libertad por las instancias de su
esposa,
la actriz doña María Ribera. En
1823
acompañó a Cádiz al gobierno constitucional, por lo cual fue confinado después en Segovia, y la
censura
más rigorosa y fanática se ensañó contra sus
composiciones,
prohibiéndole muchas de ellas. Por último, volvió a Madrid, donde
murió
en la
oscuridad,
como había vivido, en el mes de agosto de 1834.
Haremos una breve reseña de sus
obras
dramáticas,
tanto originales como
traducciones
y refundiciones, y entre las primeras colocamos desde luego la Camila, tragedia en que se propuso
acomodar
a la escena española los
Horacios
de Corneille, y en la que, si no
aventajó
a su modelo, logró por lo menos
escribir
una obra
digna
de figurar al lado de las pocas de su clase con que se honra nuestro teatro nacional.
Zeidar o la familia árabe,
imitación
del
Abufar
de Mr. Ducis, notable por su excelente versificación.
Tello de Neirat
y
Blanca de Burbón,
que aún permanecen
inéditas,
así como dos
comedias
tituladas la
Pupila y Las literatas.
La primera traducción que dio a la escena fue la del célebre drama de Kotzebue
Misantropia y arrepentimiento;
a esta siguieron la del
Orestes
de Alfieri, que se distingue por su vigorosa entonación y buen
lenguaje;
la
Virginia
del mismo autor;
Juan de Calas,
drama de Chenier; y, por último, la tragedia de
Polimene o los misterios de Eleusis,
representada el año 1826. También tradujo varias óperas, como el
Delirio,
la
Griselda,
Horacios y Curiacios &.
Para las refundiciones tenía Solis tal
habilidad,
que nadie le ha
igualado,
pues
imitaba
el estilo del autor que restauraba con tanto tino, que no era posible distinguir los trozos de versificación suya de los del primitivo autor, y bien se puede afirmar que
La villana de Vallecas, Por el sótano y el torno, Cuantas veo tantas quiero, La dama duende, Marta la piadosa, El rico-hombre de Alcalá, Garcia del Castañar
y otras muchas
comedias
del teatro antiguo español [le] debieron el volver a la escena, de donde estaban hacia largo tiempo desterradas.
Escribió
muchas
poesías
líricas, de las cuales preparaba, cuando acaeció su
muerte,
una colección, que es sensible no se haya
publicado.
Finalmente fue Solís socio corresponsal de la sociedad patriótica de La Habana,
única
demostración de aprecio que mereció a sus
contemporáneos,
y para eso no se la dieron los españoles de la Península, prueba desconsoladora y amarga de que ni el saber, ni la
laboriosidad,
ni la virtud son suficientes para abrir las
puertas
de los santuarios de las ciencias al modesto
escritor
que a tan
recomendables
cualidades no reúne el genio de la intriga o el favor, o no quiere envilecer su dignidad de hombre arrastrándose por entre el polvo de las antesalas de los magnates.
C[arlos] R[amírez] de A[rellano]