Información sobre el texto

Título del texto editado:
“A don Francisco López de Aguilar. Epístola nona”
Autor del texto editado:
Vega, Lope de (1562-1635)
Título de la obra:
La Circe con otras rimas y prosas
Autor de la obra:
Vega, Lope de (1562-1635) La Circe con otras rimas y prosas Vega, Lope de (1562-1635)
Edición:
Madrid: casa de la viuda de Alonso Martín, a costa de Alonso Pérez, 1624









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A DON FRANCISCO LÓPEZ DE AGUILAR.

EPÍSTOLA NONA.


Envío a vuestra merced el comento que hice al soneto impreso en la última página de mi Filomena, que en tanta variedad de opiniones fue necesario. Es cosa para burlarse de este siglo la facilidad con que muchos hablan en lo que no entienden. «Único bien» llamaba Sócrates a la ciencia y «único mal» a la ignorancia. No se puede pensar cosa más bien dicha. Si estuviera la dificultad en la lengua –como ahora se usa–, confieso que se quejaran con causa; pero estando en la sentencia, no sé por qué razón no ha de tener verdad lo que no alcanzan. Para el ingenio de vuestra merced, para sus grandes estudios, para su lección de todos cuantos buenos autores se conocen, clásicos y modernos, para el conocimiento que tiene de la filosofía y poesía, excusada fuera esta exposición; pero para el desengaño de los que se apasionan de los términos nuevos de decir, aunque sean bárbaros, y no reparan en el alma de los concetos, no será fuera de propósito. El soneto dice ansí:

La calidad elementar resiste
mi amor, que a la virtud celeste aspira,
y en las mentes angélicas se mira
donde la Idea del calor consiste.

No ya como elemento el fuego viste
el alma, cuyo vuelo al sol admira,
que de inferiores mundos se retira
adonde el querubín ardiendo asiste.

No puede elementar fuego abrasarme,
la virtud celestial que vivifica
envidia el verme a la suprema alzarme.

Que donde el fuego angélico me aplica,
¿cómo podrá mortal poder tocarme?
Que eterno y fin contradición implica.


La intención de este soneto –llamemos así al argumento– fue pintar un hombre, que, habiendo algunos años seguido sus pasiones, abiertos los ojos del entendimiento, se desnudaba de ellas y, reducido a la contemplación del divino Amor, de todo punto se hallaba libre de sus afectos. Y no es de condenar porque parezca enigmático, siendo tan alta la materia, y el sujeto tan digno, pues Platón lo que escribió de las cosas divinas lo envolvió en fábulas y imágenes matemáticas, de suerte que de ninguno y de pocos fuese entendido. Que alguna vez nos habemos de apartar del común y simple modo de decir, « est enim –como Quintiliano difine– figura orationis ornatus ».

Fúndale en tres fuegos correspondientes a tres mundos. El calor es en nosotros calidad elementar; la celestial es la virtud que calienta; la angélica es la idea del calor. Fuego es el elemento en nosotros, fuego es el sol en el cielo y fuego el entendimiento seráfico; pero difieren en que el elementar abrasa, el celeste vivifica y el sobreceleste ama: así lo disputa divina y sutilmente Pico Mirandulano en su Heptablo:
Que a la virtud celeste aspira.

Dice, que resistiendo al fuego, significado por el elementar, aspira a la virtud celeste, que es la contemplación de los orbes celestiales, para alejarse de las cosas terrestres.
"Y en las mentes angélicas se mira."

Que se halla este amor, como en espejo, mirándose en las mentes de los ángeles, que con tanta pureza aman y asisten a la presencia del verdadero amor; porque, acompañada el alma de ellos, llega a contemplarle; que « translati ad Regnum Christi, ad eos Angelos iam cepimus pertinere », como dice san Agustín en su Ciudad de Dios. Pues viendo ellos a Dios, como dice la Verdad divina por san Mateo, nosotros « per speculum in ænigmate », que este verso diga que se mira en ellos se entiende por las palabras de Crisóstomo: « Castitas res est angelica, per hoc enim solum homines Angelis asimilantur ». Pues sólo por la felicidad se diferencian, de suerte que, en lo que se aparta del hombre, le iguala con el ángel; porque donde san Marzal, escribiendo a los tolosanos, dijo que solos los ángeles gozaban de la vista de Dios añadió «y todos los que le aman perfetamente». « "Virtus unitiva" » llamó al amor Bernardo. Luego esta unión no sólo se hará con los ángeles, pero con el mismo Dios. Marsilio Ficino dice que la lumbre de la divina mente no se infunde en el alma, si ella, como la luna al sol, no se revuelve a ella, y que esto no es hasta tanto que ponga a una parte los engaños de los sentidos y las nieblas de la fantasía, y desnuda de aquella calígine y sombra, que así llamó Teofilato a la inorancia, se reduzga a lo más secreto de la misma mente; y Mercurio en el Pimandro introduce la mente divina, diciendo: «Comprehéndeme tú, que yo te enseñaré», y que finalmente, cuando le enseñó, vio en la suya la luz existente, con potencias inumerables, un ornamento sin término y un fuego cercado de gran poder.
"Donde la Idea del calor consiste."

Que los ángeles estén significados por el fuego en la Escritura declara san Dionisio con las visiones de Ezequiel: « Eam enim invenies non solum rotas igneas fingere, sed etiam ignea animalia et viros quasi fulgentes », y más adelante: « Tronos igneos », y que a los serafines, « incensos ex eo nomine Scriptura declarat »; y está esto tan firme, que dice: « Eisque ignis et proprietatem et actionem tribuit ». Y sin otras cosas discurre en la grandeza de este nombre «fuego», como allí se puede ver tan altamente, que por este lugar solo queda bien entendido el argumento de este soneto. Y así Trimegisto en aquella antiquísima Teología llamó a Dios «Dios de fuego, Majestad y Espíritu»: « Et erit Lumen Israel in igne », dijo Isaías, y así Theos se deriva de « Athein, quod est urere ». «Ardientes espíritus» llamó a los ángeles Teófilo Folengo, y, adelante, dijo: «Donde descansan las pintadas formas y ejemplares ideas; que calor parte es del fuego, como la luz y el resplandor». Pero no viniera bien decir que «de la luz», pues aquel calor es participado de la verdadera luz, fuente y origen de toda la luz espiritual, como dice Andreas de Acitores en su Teología simbólica. Fuera de que el fuego y ella tienen diversos atributos metafóricos y así la llamó Eduardo « flamma micans, fax coelica » y « lampas », después dijo: « Luciferum ignem flammiparum » y « vitae datorem ».

"No ya como elemento el fuego viste"
"el alma."


Este amor es fuego ab effectu, a quien se transfiere la causa por metonimia, que « perurit ex imagine, et forma alicuius pulchritudinis », como san Jerónimo dijo. Platón le llama ardor: « Amoris ardore insaniunt », y calor no está fuera de ser entendido por el Amor, pues Séneca le llamó: « Blandus animi calor ». Con Platón se conformó Virgilio, « ardebat Alexim », pero es significando su mayor fuerza; que también Séneca, que le llamó blando calor, dijo en otro lugar que era fuego, « visceribus et venis latens ».
"Cuyo vuelo al sol admira."

No es paréntesis, ni sin causa, porque es el segundo fuego del segundo mundo, por donde dice que pasaba el alma a la contemplación del mundo angélico. Que sea fuego también díjolo Lucrecio: « Tremulum iubar haesitat ignis », y aun de las estrellas lo sintió ansí: « Dum cernitur ardor earum », y fuego le llamó Mirandulano en el capítulo I de su Heptablo.
"Que de inferiores mundos se retira."

Está muy claro por el nuestro y el celeste, hasta pasar al angélico. Marsilio diferencia estos mundos, dividiendo en dos operaciones la Sabiduría divina: una, que está en la naturaleza del mismo Dios, y otra, que se extiende a las cosas de afuera. La primera, que concibió el mundo primero y eterno; la segunda, que cría el segundo y temporal. Y así el Maestro de las Sentencias, « Duplicem in Deo agnoscunt potestatem, ordinatam et absolutam ». Al celeste llamó Lucrecio mundo « magnimænia mundi ». Pero dijo todo esto divinamente Filipe Portes, francés, en el segundo soneto:

Le pensier qui me plaist et qui le plus sovant
me derobe amoimesme et autement me pousse,
me retirant du monde un jour de une secousse,
iusque au troisième ciel me alloit hauté levant.

"Adonde el querubín ardiendo asiste."

A contemplar con el: « non per quandam imaginariam intelligentiæ perceptionem, sed per verum quemdam virtutis intellectum superioris substantialemque contactum, ubi non videt solum sed gustat etiam atque tangit, quam suavis est Dominus ». Así Marsilio Ficino sobre Plotino, platónico, en el libro segundo de la primera Eneada, «Querubín», cuya voz « cognitionis plenitudinem significat », como dice Didimo, o que « illuc ascendens per sublimem, ac cælestem cognitionem evolat », como refiere Daniel Barbaro en su Cadena de oro.
"No puede elementar fuego abrasarme."

No son identidades, ni dice aquí lo mismo que ha dicho, ni es justo decir que todo el soneto es fuego, que como toda la poesía es amatoria, como lo entendió Cicerón de Anacreonte, Amor todo es fuego. Y aquí hace un metamorfoseos del humano al divino. Lo que debió de querer significar el insigne poeta y jurisconsulto Alciato en aquel fuego de los dos Cupidos « Igne ignis », al contrario del fuego que los antiguos ponían en las aras, para que el retraído no hallase sagrado y diese en el castigo, que es lo que Eurípides dijo de Hermión a Andrómaca, y el lugar de Plauto, para que los esclavos huyesen del templo de Venus, « ignem magnum hic faciam ». Como refiere sobre este lugar Turnebo, pues antes del fuego del amor humano se halla defensa y sagrado en el divino y se quieta y sosiega el alma por ser el otro amor vano y mentiroso y éste cierto, sólido y verdadero, como dije en el cuarto soneto de mis Rimas sacras:

¡Cuán engañada el alma presumía
que su capacidad pudiera hartarse
con lo que el bien mortal le prometía!
Era su esfera Dios para quietarse,
y como fuera de él lo pretendía,
no pudo hasta tenerle sosegarse.
"La virtud celestial que vivifica"
"envidia el verme a la suprema alzarme."


Esta virtud, que es la de los orbes celestiales, y su influencia, que no se entiende aquí por las virtudes con que comúnmente se llaman los ángeles, como lo refiere san Dionisio en su Celeste Jerarquía. Que envidié el verme tan alto que la pasé es como llamar a la luna « Æmula solis apposita allegoria ».

"Que donde el fuego angélico me aplica,"
¿cómo podrá mortal poder tocarme?


El divino Hieroteo, De amoris laudibus, dice de este amor, o sea divino, angélico o humano, que impele a las cosas superiores que miren las inferiores, « prospiciant et consulant », y que las iguales « inter se societate iungantur », y que las inferiores « se convertant ad superiora », y entonces alaba tanto Platón a los que llegan a esta perfeción de espíritu, « si cui contigerit ut ipsum pulchrum intuentur, sincerum, integrum, purum, simplicem », con esta exageración, « non humanis carminibus, coloribus, non aliis mortalibus nugis, contaminatum, sed ipsum secundum se pulchrum divinum inspiciat ».
"Que eterno y fin contradición implica."

El Amor divino carece de fin, como escribe san Dionisio, De divinis nominibus, y así dice que es « quasi circulus quidam perpetuus », y Platón, que el amor « est immortalitatis desiderium », y Aristóteles, que « amator nemo qui non semper amet »; uno en el Timeo y otro en los Eticos, habiendo conocido la fuente perene del divino Amor. Porque, como dice san Juan Crisóstomo, « amare difficile est, nisi prius cognoscatur, quod cupitur amare », que en buena filosofía es imposible. Hállase libre el alma de que su Amor pueda ser contrastado, porque siendo eterno en Dios, « qui solus habet immortalitatem et lucem habitat inaccesibilem », como dice el Apóstol a Timoteo, implicaría contradición el fin y la eternidad.

Ya vuestra merced ha visto la explicación de lo que en este soneto pareció a los críticos de este tiempo enigma; este nombre tendrá lo que no entienden. Yo tengo lástima a los círculos y ambages con que se escurecen, por llamarse " cultos, " tan lejos de imitar a su inventor, como está del primer cielo de la luna el lucidísimo impírio. Si bien en estos días hay quien los reprehenda diciendo «que usurpan el nombre de poetas sin conocimiento de la ciencia», y es la gracia que el tal reprehensor no sabe ninguna, y añade que «escriben por su natural sólo y nuestra miseria». Cosa que me ha movido a preguntar a vuestra merced si acaso sabe por dónde viene a ser miseria nuestra haber tantos poetas, o buenos o malos. Que antes me parece abundancia o, a lo menos, al autor de este aforismo: «que ¿entre cuáles se cuenta?». Yo pienso que esto debe de ser lo que refiere Plinio de Apeles, « ultra crepidam iudicare ». Tenía Apolo críticos, y ya tiene calificadores; tenía emulaciones virtuosas, y ya tiene libelos de infamia de hombres de tales costumbres, que lo son de la República y aun de la misma Naturaleza.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera