[11]
Introducción
Aunque breve y corta suma
para tan largos engaños,
sobre tantos desengaños
bien será tomar la
pluma.
Pero ¿quién podrá igualar [5]
el llorar al ofender,
aunque pudiese exceder
todas las aguas del mar?
El instrumento del canto
de Babilonia saquemos, [10]
y las cerdas pasaremos
por la resina del llanto.
Darán los sauces extraños
libre la suspensa lira,
que instrumentos de mentira [15]
suenan mal en muchos años.
Que esta vez que los enojos
dan memorias de Sion,
quieren templarla a su son
las corrientes de los ojos. [20]
Y aunque el verla templar tantas
canse la ignorante gente,
cantemos
eternamente
tus misericordias
santas.
Cantemos cómo ellas solas [25]
serenaron el mar fiero,
como canta el marinero
cuando se duermen las olas.
Cantemos el mar que vimos,
las tormentas que pasamos, [30]
los golfos que navegamos,
y el Polifemo en que dimos;
cómo cegaste la luz
—que fue de tanta importancia—
al rostro de su arrogancia, [35]
con el leño de tu Cruz.
Que no se puede igualar
el gusto y gloria que encierra
contar un hombre en la tierra
los peligros de la mar. [40]
Mayormente si ha llegado
a Tierra de Promisión,
y a la puerta del perdón
de tu divino costado.
Cantemos, pues, tus piedades, [45]
Cordero perdonador,
pues con tu luz das favor
y con tu amor persüades.
Levanta voz y esperanzas,
alma, entre tanto que puedes; [50]
pues no cesan las mercedes,
no cesen las alabanzas.
Sentado sobre los ríos
de Babilonia, Señor,
quiere mi pasado error [55]
llorar los engaños míos;
aunque ya por tu piedad
a Jerusalén volví,
y en su templo me vestí
las ropas de libertad. [60]
Que ya el nuevo Adán me visto
después que he dejado el viejo,
pues lo que por Cristo dejo,
renuevo en el mismo Cristo.
De esclavo, que hierros tales [65]
me sujetan a su ley,
ya soy sacerdote y rey,
ya tengo insignias reales.
Que en la materia que toco
tanto he venido a subir [70]
que «ángel» pudiera decir,
y aun ellos dirán que es poco.
¡Oh, bien haya quien levanta
a tan vil criatura tanto
que a un serafín cause espanto [75]
mirarle en grandeza tanta!
Jamás entra el ofensor
en casa del ofendido,
y yo soy tan atrevido
que entro en la tuya, Señor. [80]
Cual delincuente que pasa
por casa de grande fui:
andaba huyendo de Ti
y entreme en tu misma casa.
Si valer al reo es ley [85]
la casa de embajador,
¿cómo puedo estar mejor
que en el palacio del Rey?
Luego en esto bien sentí
de esa tu bondad inmensa, [90]
porque no hay mayor defensa
que contigo para Ti.
¡Qué presto, Señor, las furias
de tus enojos deshaces,
pues en haciendo las paces [95]
se te olvidan las injurias!
De las pasadas me pesa,
pues eres tan liberal
que, habiendo yo sido tal,
ya me has sentado a tu mesa. [100]
¿Y qué más notable prueba
de esa piedad que bendigo
que dejar que tu enemigo
la misma sangre te beba?
Pero bebiéndola vi [105]
tal fortaleza en mis venas
que de cuanta viven llenas
la derramara por Ti.
Huyendo noches y días
por ver mis errores vanos, [110]
de tus soberanas manos
Tú descendiste a las mías.
Creo, según son piadosas,
que a mis manos te convidas
por tenérmelas asidas [115]
con tan divinas esposas.
Y como para pagarte
mis deudas, dulce Señor,
no hay prenda de más valor,
Tú mismo vienes a darte. [120]
Estando ya en paz los dos,
desciendes a la voz mía
porque con Dios cada día
dé satisfacción a Dios.
Los serafines no entienden [125]
secretos tan soberanos,
pues te fías de las manos
que tantas veces te ofenden.
Si hace el arrepentimiento
eco al golpe del error, [130]
oye el que tengo, Señor,
en este rudo instrumento.
A visitarme te obligue
antes que en polvo me vuelva,
que, después que me resuelva, [135]
¿qué utilidad se te sigue?
Lo que tu clemencia sabe
mi temor en vano advierte,
que, en los reinos de la muerte,
¿quién quieres Tú que te alabe? [140]
Pero sin causa recelo
que me has de venir a ver,
pues que ya tengo poder
para bajarte del Cielo.
Y ya, mi Dios, no pretendo [145]
excusarme vez ninguna,
porque me subas alguna
de cuantas yo te desciendo.