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Dirigida a doña Andrea María de Castillo,
señora
de Benazura
La hermosura, entendimiento y virtud excelentísima de la hermosa, entendida y virtuosa Ester, de quien dicen las
sagradas
letras que era en estremo hermosa, de increíble belleza, y graciosa y amable en los ojos de todos, ¿a quién se debía más justamente que a vuestra merced, si de sus virtudes, hermosura y gracia se puede decir lo
mismo?
No me atreviera con mi
rudo
ingenio al milagroso de que ha dotado el cielo ese peregrino sujeto, si no fuera el de esta historia sacado de tan sagrado archivo: aun no puede mi ignorancia deslustrarle.
Las obligaciones al señor don Francisco Duarte, que pasó a mejor vida siendo presidente de la Contratación de esa ciudad insigne, y el
amor
que siempre tuve al señor don Martín Duarte Cerón, su hermano, digna prenda de tales méritos, bien pudieran mismas obligarme sin que se las añadiera la que reconozco a la estimación que de mí hace el señor don Jerónimo de
Villanueva,
a quien, si la Antigüedad conociera, celebrara mejor por Apolo y Diana, por sol y luna, que a los dos hermanos hijos de Latona, por quien le dieron el honor en Licia que escribe el dulce
Ovidio
en los
Metamorfoseos
de su libro sexto:
Y por los bellos hijos más famosa,
daban culto y loaban
la gran deidad de la divina diosa.
Pero ingenuamente confieso que más que todo me obliga saber la honra que doy a lo que de mi parte tiene esta trágica
comedia
con el nombre de tan excelente señora, a la
sombra
de cuyas virtudes y gracias pudieran estar seguros los más célebres
poemas.
Días ha que falto de esa gran ciudad, donde pasé algunos de los primeros de mi vida en casa del inquisidor don Miguel del Carpio, de clara y santa memoria, mi tío. No he conocido a vuestra merced más que por la fama, no siendo lisonjero pintor, mas verdadero coronista de su retrato Juan Antonio de Ybarra,
secretario
del excelentísimo señor duque de Alcalá,
visorrey
de Barcelona; que no es mala disculpa de mi atrevimiento, pues el ofrecer cosas humildes a personas grandes, cuando la distancia lo es, es como mirar al sol cuando se pone, que, aunque se sabe su grandeza, no se teme su claridad. Dios guarde a vuestra merced como desea.
Su siervo y
capellán,
Lope
de Vega Carpio