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Dirigida a don Juan de Arguijo,
veinticuatro
de Sevilla
Habiendo leído este prodigioso caso en un libro de
devoción,
una señora de estos reinos me mandó que escribiese una
comedia,
dilatándole con lo verosímil a sus tres actos. Representola Riquelme y, después de algunos años, llegó a mis manos, y he querido darla a
luz
para que sea más común a todos tan raro ejemplo. Las
virtudes
de vuestra merced me obligaron a dedicársela, cosa a que tenía tan hecha la mano que luego me llevó tras la imaginación la pluma: a sombra de su valor tuvo vida mi
Angélica,
resucitó mi
Dragontea
y se leyeron mis
Rimas;
y si vuestra merced, por modestia, no me hubiera mandado que no pasara adelante en esta resolución tan justa, mi
Jerusalén
tuviera el mismo dueño. Y así le di a nuestro gran monarca, rey de dos mundos, porque mi opinión desde la excelencia de los ingenios solo se puede pasar a la majestad de los príncipes, y aun esto es por seguir la opinión del
Filósofo
en sus
Éticas:
«que el arte de gobernar tiene el principado en todos los demás artes».
Amo
a vuestra merced tan aficionadamente, y tienen de esta verdad tanta satisfación los que han leído mis
escritos
que o sería decir lo dicho tratar aquí sus alabanzas o gastar vanamente las palabras, como los que aconsejan a los que están persuadidos, que, aunque sea bueno lo que tratan, como cosa sin efeto, no se escucha. Solo esto diré, con Platón: que la dificultad que puso en hallar «un hombre varonil, ingenioso y humilde» —así lo refiere en el
Diálogo de ciencia
hablando Teateto con Sócrates— no se lo pareciera si hubiera conocido las partes que admiran cuantos conocen su raro ingenio, magnánimo corazón y profunda mansedumbre, antes creo que le hubiera dado el lugar que en el mismo
Diálogo
a Teodoro, Tersio o Euclides.
Vuestra merced no admita esta memoria con lo que el nombre suena, sino con la difinición de Aristóteles, que, si ella lo es de las cosas pasadas, la opinión es fe de las por venir, donde aún espero que vuestra merced me conozca más agradecido y siempre firme en aquella primera verdad con que supe estimalle y estimé conocelle. Dios guarde a vuestra merced.
Capellán
y aficionadísimo servidor,
Lope de Vega Carpio