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Dirigida a la señora doña María Puente Hurtado de Mendoza y Zúñiga
«Cuando entendiere —dice el divino Jerónimo escribiendo a Cromacio y a Heliodoro— que he cumplido con mi obligación en hacer lo que me mandastes —esto es, traducir el
Libro de Tobías
de la lengua caldea a la latina—, habré merecido la recompensa de vuestras oraciones». Palabras que justamente vienen a mi propósito, dedicando a vuestra merced la misma historia, como
tradución
fiel de la lengua latina a la castellana; que, si bien el servicio parece desigual a sus merecimientos —por serlo tanto mi
rudo
ingenio en la translación a la sustancia y pureza de este
sagrado
ejemplo de caridad y limpieza matrimonial en los dos Tobías y en su bellísima esposa—, no le pudiera hallar más a propósito ni obligación en cuanto tengo
escrito
y daré a
luz,
si la vida ayudare a los deseos, concurriendo en vuestra merced tan celestiales partes de hermosura, entendimiento y
virtudes;
que, como no todas las comparaciones deben ser en todo, porque ya serían identidades, y por la opinión de nuestro español
Quintiliano,
«muchas cosas son lo mismo, pero de otra manera», pude muy bien hacer elección de la versión de esta sagrada historia, para que vuestra merced la honre y califique, y yo quede por lo menos seguro de que supe emplearla, si no acerté a traducirla con la licencia y dilación que la poesía permite, introduciendo figuras dialogísticas de que también tenemos ejemplo en los
Cantares.
Los versos que he escrito en alabanza de tan ilustres partes están en la segunda de mis
Rimas,
que aún no han llegado a la estampa, pero ya se acercan. Allí verá vuestra merced qué pudo ofrecerle mi ruda musa y aquí solo este advertimiento, y que a sus virtudes y gracias se me ofrecían casi atropellados los pensamientos; y como dijo Ovidio:
Venían a mis versos
acomodados números
de propia voluntad, que no forzados,
hallándose la pluma
dicho cuanto quería.
Cosa que no sucede al ingenio, ni por
naturaleza,
ni por
arte,
si no le mueve la grandeza del
sujeto
o la obligación y amor del poeta a las excelencias que conoce o a las obras que recibe. Aquí se junta todo y en vuestra merced un divino ejemplo para quien con debida pluma supiera imaginarle. Dios guarde a vuestra merced como desea.
Capellán
de vuestra merced,
Lope de Vega Carpio