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DIGNO ELOGIO DEL MUY ILUSTRE BALTASAR OROBIO,
MÉDICO,
PROFESOR Y
CONSEJERO
REAL EN FRANCIA
Es el entendimiento humano de calidad tan excelente que, excediéndose a sí mismo y pasando los límites de su ser, aspira, bizarreando, a lo más inaccesible, a lo infinito. Aunque impedido en el principio con el vínculo de la ruda materia, queda sumergido en el oscuro abismo de la ignorancia hasta que, con el tiempo o la edad, vencida aquella disposición, se excitan como lucientes rayos varias ideas para la más perfecta, la más sublime inteligencia. Tales son las leyes de esta naturaleza que no admiten excepción sin alguna especie de prodigio que no se observa en muchos siglos, y nosotros, con suma felicidad, lo experimentamos en el nuestro, en el señor don Joseph de la Vega, cuyo raro
entendimiento,
excediendo las leyes de la naturaleza, tocando apenas los primeros años de la
adolescencia,
no solo dio admirables esperanzas, sino también sazonados frutos de su ingenio. Entendió con tanta perfección en la
niñez
que fue admiración y envidia a los adultos más advertidos. No podía contar con
tres
lustros cuando, en actos públicos y académicos congresos, ostentó en propios discursos lo más
exacto
de la oratoria, la retórica más apurada, los mayores quilates de la elocuencia, y lo fecundo de la hermosa erudición.
Viendo los ingenios escrupulosos la evidente improporción entre lo grande de los discursos y la ternura de los años,
negaban
su generoso
entendimiento
como imposibles los más realzados efectos del ingenio. Nunca formó queja el noble
joven
de esta envidiosa impostura, porque nunca pudo decir que le deslumbraban su trabajo, pues ningún trabajo tuvo en cuanto dijo, procediendo con tan dichosa y fácil afluencia que apenas se proponían los más sublimes asuntos, que se admiraba la inimitable agudeza y la más exacta erudición en las respuestas.
Llegó su entendimiento a la juventud tan divertido que no halló que corregir debilidades inexcusables de la puericia, porque atropellaban las perfecciones de lo ingenioso el curso de las edades, y así no hubo edad que no fuese anticipada de lo
ingenioso.
No le embarazaron cuidados domésticos y considerables negocios a los más intelectuales ejercicios, moviendo siempre con facilidad la pluma, ya en los elogios de ínclitos príncipes en Italia, ya en célebres epitalamios, ya en fúnebres declamaciones, dándose las manos las noticias de los Escritos
Divinos
con las más sutiles ponderaciones de la Historia
Humana.
Dejando materias más graves, el insigne Vega discurre ahora que da a la
imprenta
—o por divertir su ánimo, o los de algunos que le persuadieron, a quien no pudo decentemente negar este honesto divertimento— con el mayor
acierto,
que en semejante asunto vio nuestro siglo, aunque para conseguir este fin bastaría que fuesen
novelas
que a un tiempo deleitasen con lo puro del
lenguaje
y lo bien
dispuesto
de la historia. Mas no pudo lo raro de este
ingenio
acomodarse a esta llaneza, porque el entendimiento habituado a lo grande, no halló medio con que estrecharse a los pequeños y
vulgares
límites de la
novela.
Procedió en estas con
novedad
de estilo, no
imitando
a alguno, ni con facilidad imitable de otros, porque cada línea es un concepto, cada página una y muchas erudiciones sin que la multitud de los conceptos, ni lo numeroso de la erudición obste a la gustosa
inteligencia
de lo que refiere. Conque en ellas hallará el entendimiento mucho que saber, y la voluntad lo más sazonado en que pueda emplear el deseo y lograr el
gusto.