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DEDICATORIA AL SEÑOR DON JOSEPH DE LA VEGA, MI
PADRE
PADRE Y SEÑOR MÍO
En otra ocasión dediqué a vuestra merced el primer parto de mi ingenio. Ahora hago lo mismo porque, en este género de escribir, es el primer aborto de mi
incapacidad
el que a vuestra merced ofrezco. Y así como aquel fue el sujeto de una
novedad
que no tuvo ejemplo ni imitación, también esta novedad está, si no en la materia, en el estilo. Procuré vincular en la fábula la doctrina, en la elegancia la agudeza, y en el donaire el concepto. Esto pretendí, pero
no
creo que lo haya logrado. Mas, siendo que en lo que se diferencia la
novela
de la historia es que esta relata lo que fue y aquella finge lo que puede ser, con un «puede ser» me animé a otro, y puede ser que con la posibilidad del acierto haya acertado.
Bien sabe vuestra merced que mi genio es componer sermones,
discursos
políticos,
galanterías cortesanas, advertencias
morales,
agudezas curiosas y no novelas. Mas, como hay juiciosos traviesos, el mío tiene algo de inquieto y, obedeciendo a quien me lo mandó, como también para divertir pesares, entretener el ocio y probar el rumbo, he hecho esta que titulo
Fineza de la amistad y triunfo de inocencia.
Acéptela vuestra merced como de un hijo, si no estudioso, ocupado; si no ingenioso, divertido; si no profundo, humilde. Y aunque lo breve no debe servir de disculpa a lo
defectuoso,
porque quien lee atiende a la perfección y no al tiempo, es arrojo si no gloria. Y hace la censura más atenta, si no más
excusada,
haberla acabado en seis días —o por decir mejor, en algunas horas de ellos—, con tan pocos borrones que, escribiendo cuanto escribía, parecía que más dictaba la pluma que el juicio. En este precipicio de una vena rápida y caudalosa, iba componiendo con una velocidad que a mí mismo me parecía que no era componer, sino copiar, con que cuando empezaba a pulir la traza, hallé plantado en limpio el
finis,
que lo fue para mi designio como lo es para mi atrevimiento. Disfrácelo el amor paterno con título de más decoroso y, si a vuestra merced le pareciere, sírvase de darle no el de temerario, sino el de alentado. Mas, porque no me suceda con la dedicatoria lo que me sucedió con la novela, que, aunque la acabé antes de lo que entendía, no entendía jamás de acabarla, porque lo que falta a mi
entendimiento
de raro procura suplirlo con lo copioso. Doy fin, y sin fin pido a Dios que guarde a vuestra merced los años que he menester, que serán los del mérito de vuestra merced y los de mi deseo.
Obediente
hijo
de vuestra merced, que mucho lo ama, estima y venera.
Don José de la Vega