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PRÓLOGO AL BIEN INTENCIONADO
Hállome, lector amigo, tan obligado de tu liberalidad en recibir mis borrones no solo con gusto, sino con aplauso, que, viendo que por mí no puedo pagarte, he venido a hacer lo que muchos: que es pedir prestado, rogando a don Alonso de Castillo me salga por fiador con su divino
ingenio,
para que, ya que no puedo con la propia, te satisfaga con la ajena pluma. Y así te ofrezco en nombre suyo y desempeño mío ese libro que llama
Tiempo de
regocijo,
para que en este piélago de la vida que navegas con sus avisos te guardes, con sus discursos te diviertas, con su invención te
deleites
y con su
doctrina
huyas de los escollos que amenazan la tranquilidad de tu juventud. No te digo que es bueno, porque lo que es tan cierto más debe suponerse que decirse. Solo te digo que es
suyo,
que con esto supongo lo que no digo. En calidad es
grande,
aunque en cantidad no lo parece: discreción, sin duda, de su dueño, que, como tan buen cortesano, sabe que más está la vida para divertimientos breves que para historias largas.
Y porque me debas también la lisonja de unas alegres nuevas —que como te he menester te lisonjeo—, quiero prevenirte de cinco libros que has de gozar en este año, porque están ya para darse a la
imprenta,
donde a mi juicio hallarás todo cuanto te puede pedir tu deseo sin que la buena intención que tienes te deba nada en su aprobación; que lo que de justicia se debe no se ha de atribuir a tu cortesía. Y porque sé que, en oyendo el nombre de cada uno, has de sentir lo mismo que siento, digo que don Lorenzo van der Hammen, a quien debe España tantos lauros (así en la parte de la historia, como en las humanas y divinas letras), tiene escrita la vida del señor don Juan de
Austria,
digna empresa de su gran juicio, cuyo
talento
y estudios no te encarezco, porque ya le conoces por sus escritos y también por no hacerme malquisto con alguno que se pudre de las alabanzas ajenas como si fueran vituperios propios.
Francisco López de Zárate, nuestro
Apolo
español, está dando la última mano a su poema, para que tengas otro Virgilio en nuestro idioma, de donde, como estudioso ejemplar, traslades la verdadera
poesía.
Yo no le he visto, pero conozco a su autor, y basta; que de los hombres tan provectos en profecía se han de venerar sus escritos, y más cuando tienen dadas al mundo tantas fianzas de su acierto.
Don Grabiel del Corral y don Grabiel Bocángel, émulos solamente en el nombre (porque en la ciencia el que más sabe es el primero que se oye), tratan de ofrecerte en la
estampa
alguna parte de lo mucho que han acertado en la ingeniosa
academia
de esta corte, donde se dan las manos la nobleza y el ingenio, la ciencia y la autoridad. Bien lo habrás visto, pues sueles preciarte de que te llamen «el curioso».
Por el doctor Francisco de Quintana te convido con
Hipólito
y
Aminta.
Perdone Heliodoro que, aunque en la invención sea el
primero
(quizá por la edad), en lo político, grave, agudo y conceptuoso has de confesar que no le iguala. A mí tal me parece aun cuando me desnudo de la pasión con que le
estimo.
Y porque creas más fácilmente esta verdad, advierte que a su ingenio debes las
Experiencias
de amor y fortuna,
que, si su modestia
ocultó
su nombre, yo —aunque sin licencia suya— te le he querido revelar, porque es lástima que le quite su desconfianza la gloria que le has dado aun sin conocerle.
Yo también, fiado solo en la merced que me haces, sacaré a luz un
tratado
del
Purgatorio de san
Patricio,
misterio deseado de muchos y sabido de pocos. Si te agradare, pensaré que es del santo; y si no, confesaré que es mío, aunque de la
piedad
con que me honras espero grandes favores; fuera de que, cuando te enojare con mis desaciertos, volveré a rogar a don Alonso de Castillo escriba otro libro como este, que a él le honre, a ti te despique y a mí me desempeñe.
Dios te guarde.
El doctor Juan Pérez de Montalbán