A su alteza Serenísima
Como dichoso y doméstico testigo, Serenísimo señor, de cuán agradables son a vuestra alteza las letras, y del
amparo
que hallaron siempre en su grandeza y benignidad los profesores de ella, y sabiendo por asistida experiencia el ingenio y comprensión con que penetra lo arcano misterioso y más escogido de las ciencias y artes, resultado todas de su aceptación más liberales, me atrevo en virtud de mi
oficio
a poner en las augustas manos de vuestra alteza este compendio de todas mis obras
poéticas,
feudo tan natural como debido de mi
corta
erudición adquirida e ilustrada en sus reales
libros.
Pero saliendo de este común sagrado, reconozco más especial motivo del rendimiento de estos floridos frutos a Príncipe que se ha dignado a valorar con repetidas
protecciones
mis desveladas fatigas y trabajados ocios.
Admita, pues, vuestra alteza, estas ejecutadas premisas de futuros y más
heroicos
partos, pues hoy se conciben en sus invictas hazañas, para lograrse el día que, haciendo inmortal clarín de su ya merecida fama, escuche el orbe mis
heroicos
números, en mérito de su inmortal asunto; consintiendo ahora vuestra alteza serenísima, no a la mía, sino a la
humilde
frente de este
libro,
su augusto e invicto nombre, con que no envidiare los laureles de que tanto engríe el Parnaso a sus ahijados. La
calumnia,
entretanto, sobreciega deslumbrada con que mis obras granjean tan alto dueño contra las experiencias de mi rudeza, argüirá misterios de valor en estos frutos, respetando el planeta que los alienta y educa, pues ya por efectos de su favor aspiran a la posteridad que les niega lo
débil
de su naturaleza.
Esta codicia de mayor vida, comunicada por unirse a los sujetos mayores, es más
disculpada
en mí por menos y más afecta hechura de vuestra alteza, de quien cobro en recompensa de esta dádiva corta las usuras que Garcilaso de la Vega, tan docto como noble soldado, parece que atestigua cuando dice: «Quien más cerca se halla del gran hombre, / piensa que crece el nombre».
El de vuestra alteza se ha hecho tan grande por las letras y por las armas que, a no haberse extendido por los términos de Europa su valor y su esfuerzo, no cupiera en los de su dichosa España. Esto recela aquí la verdad, como allá la lisonja en la muerte de los tres pompeyos. Y, pues, ni los méritos de vuestra alteza caben en sus breves, cuanto fértiles años, donde la subida verdad de sus proezas no teme de la adulación los siempre inferiores realces, ni en mi rendimiento hay oferta que no sea debida, disculpado de haber presumido lucir mis
sombras
entre los claros resplandores que venero, anunciándoles perpetuo oriente en la vida y más eterna posteridad en la fama. Rogaré con súplica afecto a Dios lo mismo que en sus prósperos sucesos nos ha enseñado a esperar, pues ascendiendo con tan favorables pasos a la cumbre de lo inmortal, siendo brazo robusto de la religión y de la tranquilidad de España, es consecuente que en la vida temporal goce vuestra alteza los años que la cristiandad ha de menester y sus más afectos y humildes criados debemos desear.
El menor
criado
de vuestra alteza que sus pies besa.
Don Gabriel Bocángel Unzueta.