Ramillete poético de las discretas flores del amenísimo, delicado numen del doctor don José Tafalla Negrete.
Autor de la obra:
Tafalla y Negrete, Josef
Ramillete poético de las discretas flores del amenísimo, delicado numen del doctor don José Tafalla Negrete.
Tafalla y Negrete, Josef
Relación de todos los textos preliminares de la obra:
* a2r. [dedicatoria] «Al magnífico y muy ilustre señor don Manuel de Contamina, ciudadano de la imperial ciudad de Zaragoza y regidor por su Majestad del Hospital Real y General de Nuestra Señora de Gracia, etc.», [Manuel Román], Zaragoza.
* a4r. «Aprobación de Nycio Pyrgeo, académico peregrino en la Academia de los Misteriosos», Zaragoza, 9 de mayo de 1706.
* b1v. «Aprobación de don Pedro Miguel de Samper, ciudadano de la ciudad de Zaragoza y cronista de su Majestad en el Reino de Aragón», Zaragoza, 8 de mayo de 1706.
* b4r. «A quien leyere».
Opiniones hubo, y de fundamentos no vulgares, que persuadían deberse retirar estas
poesías
y no
sacarlas
al teatro de los discretos, por hacer merced a su autor. La razón principal era porque el
numen
felicísimo del
doctor
don José Tafalla se mereció unos
aplausos
tan universales que, en el concepto de todos,
ninguno
de los más cándidos cisnes que han llenado de dulzuras a los amenos márgenes del Ebro le podía pleitear los laureles. Para acreditar este
elogio
era preciso presentar al mundo unas obras tan grandes y
sublimes
que suspendiesen hasta los ecos de su misma fama. Para todo habría en la multitud de los
elegantes
y conceptuosos versos que compuso, pero no se han tenido a la mano para
imprimirles
sino estos precisamente que observó la
amistad
y la afición del magnífico don Manuel de Contamina. Y aun estas limitadas
poesías
no estaban con la última mano y
lima
reflectiva [sic] del autor, sino escritas en papeles inútiles, en cubiertas de cartas y tan en borradores, que se conocía haberse escrito las más de ellas no para que el ingenio se luciese con la
armonía
de las voces, con el número sonoro de las sílabas, ni con la delicada novedad de los conceptos, sino para cumplir cuanto antes con aquellos que lo
empeñaban
más a escribirlas y componerlas. Este modo de escribir mandado es muy violento aun para el numen más obediente, y son pocos los que entienden las diferencias que se notan en los poemas que nacen de
impulso
propio y en los que son puramente compuestos por
obediencia.
Casi todas las
poesías
de este
Ramillete,
o bien
épicas,
o bien líricas, ya en asuntos
amorosos,
ya
heroicos
ya
sacros,
se conoce que eran para ajenos desempeños y tiempos precisos, donde, quitando la libertad al
furor
poético, lo reducían a escribir, aunque nunca estuviese inspirado. Este es un modo de componer sin espíritu y sin fervor, donde obra como esclava la dulzura y como atareada la facilidad. Así compuso los versos que ahora salen a la
luz
un poeta que por ninguna de estas poesías se pudo merecer el renombre del
«Divino
aragonés» en la corte de España, a donde para estímulo de los mejores ingenios lo llevó de Zaragoza el excelentísimo señor Marqués de
Alcañizas
en el año de 1678. Allí se puede decir que escribió y que compuso tan
feliz
en lo repentino, que no lo alcanzaban los vuelos de los que con el aura de primorosos escribían muy de pensado. Hizose lugar entre los más grandes y en las
academias
de la
Corte
ocupó siempre el doctor Tafalla las primeras filas, dándole el juicio de los discretos más escrupulosos los
principales
méritos. Cantó sus acordes
melodías
en los márgenes de Manzanares el cisne trasladado del Ebro, y logró que mientras pulsaba los números de su lira poética y cantaba con
suavidades
de su
musa
los contrapuntos de su agudísimo ingenio estuviesen suspensos los plectros más sonoros y más que envidiosas las cítaras más bien templadas de aquel
parnaso
regio y esfera de los poetas más insignes del orbe. Allí murió y allí
perecieron
juntamente los
poemas
que tenía escritos, porque no hubo otro
amigo
que supiera recogerlos y guardarlos. De aquellos triunfos se le originaron los créditos y las
glorias
que durarán muchos siglos, así como el dolor en nosotros de no poder contestarlo con la grandeza de sus obras y con el discreto regalo de sus ingeniosas
dulzuras.
Pero, en fin, para no perderlo todo ha parecido que estas pocas
poesías
suyas se
imprimiesen
con el título de
Ramillete,
porque así es verdaderamente respecto de los amenos dilatados jardines que compuso, con la misma noble facilidad que se perdieron. Esta ingenua prevención se propone a tus reparos para que no, por ser tan corto el volumen, dejes de entender que el doctor Tafalla no fue merecedor de los singulares
elogios
que le dieron los
poetas
más acreditados y varones más discretos del pasado siglo.