Aprobación del reverendísimo padre maestro José Antonio López Cotilla y Valle, de la compañía de Jesús, predicador de los del número de su majestad, etc.
Muy poderoso señor,
remite vuestra autoridad a mi dictamen un erudito
escrito,
ameno
parto de dos
ingeniosísimos
autores,
vivo el uno, difunto el otro; este, el reverendísimo padre maestro
fray
Juan de la Concepción, etc., aquel, el
señor
don José de Benegasi y Luján; a cuya sola inspección pudiera desde luego formar el
juicio
de que por medio de la
prensa
se diese al público, pues un difunto, y tal, servir debe al mayor
desengaño,
ya se mire a la luz de su viveza, ya a la sombra de su defunción, y el vivo
contribuirá
al ejemplo para el mejor hallazgo del
mayor
tesoro, que tal es, por divina sentencia, un buen
amigo:
"Amico fideli nulla est comparatio… qui autem invenit illum, invenit, thesaurum"
(
Eclesiastés,
cap. 6). Préciase, y con razón, el señor Benegasi de haberlo sido del
reverendísimo
Concepción, y lo autentica en la presente demostración, pues da a entender en ella no haber sido su
amistad
solamente
"usque ad aras,"
sino que se hace ver hasta el después del término de términos, la muerte, dedicando a su recuerdo póstumo el
heroico
poema
de sus famosos hechos.
En él no
encuentro
sentencia, concepto, rasgo o voz
repugnante
ni a las leyes de Cristo, rey del Cielo, ni a las de nuestro soberano monarca de la Tierra; ni tampoco –aunque por no ser de la profesión mía entienda poco de esto– a la de la
poética,
lo que no hay que admirar, siendo el autor tan versado como debiera ser
aplaudido
en el número de aquel mentido dios tutelar de las
musas,
con que rige la pluma e inspira todo aire poético a nuestro autor, ya en lo
heroico,
en que le dicta Clío, ya en lo
trágico,
en que Melpómene le adiestra, ya en lo
lírico,
en que le favorece Euterpe, ya en lo
jocoso,
en que le inflama Talía, y ya en el todo de metros, versos, rimas y composiciones que suelen decorarse en el florido museo del
Parnaso,
que Hipocrene circunda y refresca Aganipe; con que por este rumbo que sigue su
poema,
y más cuando le contemplo reducido al
laudatorio
canto a la vida ejemplar del reverendísimo
fray
Juan, lleva de suyo el franco que vuestra autoridad puede conceder y yo no debo contradecir.
Por lo que mira a la segunda parte, de la
Escuela de Urania,
dispuesta por el
reverendísimo,
aunque solo pudiera parecer el óbice de que de mano y pluma
religiosa
se diese a la luz para elevar su
fama
una obra
métrica,
tiene este tal
reparo
la solución pronta, pues quien la leyere, como yo despacio he visto, hallará lo bien que le conviene el título de «Escuela», pues me consta haber sido este su intento: instruir y
aleccionar
a un joven excelentísimo, y como para semejantes lectores es menester se brinde la doctrina en copa de oro con filigranas de plata, por eso dispuso el
padre
Concepción hablarle a lo
cristiano
sin dejar lo
erudito
ni olvidar lo
discreto.
Bien se le acomodaba el título de
«Monstruo»,
pues entendido el término no al ruido de oído, sí a la penetración de la cabeza, ciertamente convino la definición al definido, porque
monstrum,
construye Paseracio y Calepino,
"idem est, ac prodigium,"
y en el libro sagrado quinto del
Pentateuco,
capítulo 13, se dijo por los exploradores de la tierra prometida:
"Ibi vidimus monstra, de genere giganteo."
Monstruos, esto es gigantes, en el valor, en la animosidad, en la
sabiduría,
en la
elocuencia,
aunque en lo material sea corta la estatura, como la de nuestro padre Concepción. Y, si como se vive así se muere, hasta su fallecimiento fue monstruoso. Este se dice así por ser un compuesto de partes heterogéneas, aunque entre sí no opuestas, pues ellas se aúnan y entre sí se componen, y en los últimos lances de su vida así se admiró este
reverendísimo:
¡un compuesto prodigioso de calzado y descalzo! Y, en fin, llevarle para sí Dios cuando iba camino a ser novicio. ¿Un hombre en un todo tan
profeso
no tiene visos de
monstruosidad?
Pues hasta el
papel
las tiene, pues es un bello compuesto por un
vivo
y por un difunto, por aquel, que es
doctrina,
por este, que es
desengaño,
por lo que el tal escrito, con estas dos cualidades, desengaño y doctrina, juzgo debe
imprimirse.
Si a vuestra autoridad pareciese otra cosa, para eso es el Supremo. Madrid, Colegio imperial, 16 de marzo de 1754.
Jesús.
José Antonio López de Cotilla y Valle.