Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo IV. [Biografía de] Francisco de Figueroa”
Autor del texto editado:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Título de la obra:
Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Tomo IV
Autor de la obra:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Edición:
Madrid: Joaquín Ibarra, 1776


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Francisco de Figueroa nació en la ciudad de Alcalá de Henares, y a lo que se puede computar, cerca de los años de 1540. Aunque se ignora el nombre de sus padres, consta que era de familia noble y muy distinguida. Desde su tierna edad fue inclinado a las buenas letras, y siguiendo su estudio, que tanto florecía por entonces en aquella célebre universidad, muy en breve adquirió créditos de aventajado en ellas, y empezó a dar indicios de la grandeza de su ingenio. Siendo ya mancebo pasó a Italia, donde siguió algún tiempo la milicia, alternando el comercio de las musas con el ejercicio de las armas, señalándose en todo género de erudición y amenidad, y principalmente en la poesía castellana y toscana, logrando los mayores aplausos, así en Nápoles como en Roma, Bolonia y Siena. En esta ciudad hizo su más larga residencia y adquirió nueva fama tanto por su admirable ingenio, como por la suavidad de sus costumbres, que le acreditaron en aquellas provincias por caballero cortesano y estudioso. Después de algunos años se retiró a España y a su patria, donde contrajo matrimonio con una ilustre señora en la que tuvo sucesión, hasta que en el de 1579 pasó a Flandes con don Carlos de Aragón, primer duque de Terranova, persuadido de este caballero, que le estimaba por uno de los primeros hombres de España en letras, valor y cortesía. Restituido finalmente a Alcalá para siempre, aunque no abandonó del todo el ejercicio de la poesía se dedicó a ocupaciones más serias y propias de la madurez de sus años hasta su muerte, cuyo tiempo igualmente se ignora. Francisco de Figueroa fue de hermosa y agradable presencia, y particularmente dotado de afable condición, trato dulce y ánimo generoso, que le inclinaba a favorecer y honrar a todos, tanto naturales como extranjeros, defendiéndolos y socorriéndoles en cualesquiera ocasiones, de suerte que en Italia no se conoció español más bien quisto y universalmente amado por padre, amigo y universal protector de todos. Su genio fue de los más sobresalientes y aplaudidos de su tiempo, que fue el Siglo de Oro de la poesía castellana y toscana, siendo tan célebre profesor en ambas que por su excelencia mereció ser laureado en Italia, y adquirió el renombre de “divino”. Y aunque parece que en aquel tiempo se concedían con alguna facilidad estos epítetos de “divinos”, no obstante que recayesen en ingenios de mérito conocido, no se puede negar que de los cuatro poetas castellanos que lo adquirieron, ninguno se halla más digno y benemérito que nuestro Figueroa. Sus poesías, en medio de ser de la clase amatoria, que era la más común de todos los poetas, están adornadas de admirable dulzura de afectos, suavidad de expresiones, notable fluidez, amenidad y pureza de estilo, y de sonora y elegante versificación, de suerte que en muchas cosas no solo compite, sino que aun excede al mismo Garcilaso, así como fue uno de los que le acompañaron en la empresa de la universal reforma de la poesía castellana, único con todos los poetas castellanos que viajaron por la Italia en aquel tiempo en que florecían los más célebres de ella, de quien imitaron y tomaron el buen gusto de la antigüedad y muchas especies de composiciones, siendo una de las causas de la utilidad de estos viajes de nuestros españoles el ir a ellos hombres ingeniosos e instruidos que supieron desempeñar el fin de la comunicación de unas naciones con otras, que es tomarse recíprocamente lo que es útil, provechoso y adaptable a cada una, y no lo peor y más despreciable de ellas, pues lo que en esta parte trujeron de utilidad, la hubieran traído siempre en otras muchas, si los viajeros de nuestros días fueran como los de aquellos tiempos. Finalmente estas prendas del ingenio de nuestro poeta le hicieron tan famoso dentro y fuera de España, que apetecían su correspondencia los príncipes y personajes más distinguidos, y codiciaban su trato los hombres más ilustres en calidad y letras de su tiempo, con quienes profesó estrecha familiaridad, y en su patria le veneraban como oráculo aun los más célebres maestros de aquella universidad, haciéndole, cuando entraba en los Generales, el mismo honor que si fuera un príncipe, como le aconteció entrando una vez en el de Retórica con el maestro Martín de Segura, su catedrático, que siendo hombre tan docto y tan grave, se levantó y dejando el punto que estaba leyendo, le hizo una elegante arenga en latín. Pero a todos estos aplausos de su talento y literatura, sobrepujó su modestia, pues fue tanta y procedió siempre con tanto silencio, que no pudieron jamás sus amigos y compañeros saber de su boca razón alguna tocante a su vida, a su familia y a sus obras, que mandó quemar a la hora de su muerte; por cuya causa son tan pocas las noticias que nos han quedado de este ilustre varón. Sin embargo, de esto se nos han conservado las pocas poesías inéditas que existen en un códice original, que se dice ser de mano de nuestro autor, en la Real Biblioteca, y en otros varios códices particulares, y las que constan publicadas y se imprimieron en Lisboa, año de 1526, que habiendo parado en las manos de don Antonio de Toledo, señor de Pozuelo, y este pasado a las del cronista Luis Tribaldos de Toledo, las dio a la estampa con un erudito discurso sobre su vida y escritos donde se lamenta de esta desgracia, y de que habiendo sido su contemporáneo y conocídole, aunque de lejos, en Alcalá, no le quedasen más puntuales y extensas memorias de un poeta tan célebre. El elogio que le hace Lope de Vega en su Laurel de Apolo, después de los muchos que le dan los naturales y extranjeros, es el siguiente:

¿Mas cómo tu academia
no propone al divino Figueroa,
si con verde laurel sus hijos premia?
Pero dirás que el atributo loa
cuanto decir pudiste.
Dichoso río, que cantar le oíste
con tan suave acento y armonía,
que los nobles espíritus eleva.
De paso en paso injusto amor me lleva,
cuando dejarme descansar debía.






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera