Inmediato a Luis de León siguió las huellas de los antiguos líricos el sevillano Fernando de Herrera, hombre que juntó al conocimiento de las lenguas antiguas y modernas un gusto fino en la poesía y una
crítica
exacta de los poetas, como se deja ver en sus eruditísimos
comentarios
sobre las
Obras
de Garcilaso. Sus
poesías,
llenas de
elegancia
y de
numen
poético, le adquirieron el título de
Divino,
del cual no ha sido tan pródiga España como Italia. Es muy peregrina la
canción
de Herrera al sueño. Sublime y digna de
Píndaro
y Horacio la otra larga
canción
en alabanza del invencible don Juan de Austria. ¡Con qué feliz entusiasmo se introduce para hacer cantar a Apolo la
victoria
de los dioses contra los gigantes, haciendo seguidamente que Apolo mire con ojos proféticos las victorias del guerrero austríaco y las cante con escarnio de Marte! Muchas poesías de este ingenio afortunado perecieron en un naufragio*. El título de
poeta divino
con que
coronó
España el mérito de Fernando de Herrera lo dio Italia al muy noble y suave poeta español Francisco de Figueroa, delicia de las musas y de las gracias.
* Es digno del mérito de Fernando de Herrera el bellísimo soneto que en elogio de este ilustre poeta compuso en lengua española Baltasar de Escobar.
Así cantaba en dulce son Herrera,
gloria
del Betis espacioso, cuando
iba las quejas
amorosas
dando
de su mansa corriente la ribera;
y las ninfas del bosque, en la frontera
selva de Alcides, todas escuchando,
en cortezas de olivos entallando
sus versos, cual si Apolo los dijera,
y porque, tiempo, tú, no los consumas,
en estas hojas trasladados fueron
por sacras manos del castalio coro;
dieron los cisnes de sus blancas plumas
y las ninfas del Betis esparcieron
para enjugarlos sus cabellos de oro.