Título del texto editado:
“Al teatro, de don Francisco López de Aguilar”
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AL
TEATRO,
DE DON FRANCISCO LOPEZ DE AGUILAR
Como nuestra alma en el canto y música con tan suave afecto se deleita que algunos la llamaron armonía, inventaron los antiguos
poetas
el modo de los metros y los pies para los números, a efecto de que con más dulzura pudiesen inclinar a la virtud y buenas costumbres los ánimos de los hombres; de que se colige cuán agreste y bárbaro es quien este arte —que todos los incluye— desestima, respetado de los antiguos teólogos, que con él alabaron y engrandecieron —aunque engañados—, sus fingidos dioses, hasta los nuestros, con
sagrados
himnos,
el verdadero y solo. Pero puede asimismo el poeta usar de su argumento sin verso, discurriendo por algunas decentes semejanzas; porque esta manera de pies y números son en el
arte
poética como la hermosura en la juventud y las galas en la disposición de los cuerpos bien
proporcionados,
que el ornamento de la armonía está allí como accidente y no como real sustancia.
De suerte que si alguno pensase que consistía en los números y consonancias, negaría que fuese ciencia la
poesía.
La Dorotea
de Lope lo es, aunque escrita en
prosa,
porque, siendo tan cierta
imitación
de la verdad, le pareció que no lo sería hablando las personas en verso como las demás que ha escrito; si bien ha puesto algunos, que ellas refieren, porque descanse quien leyere en ellos de la continuación de la prosa, y porque no le falte a
La Dorotea
la variedad, con el deseo de que salga hermosa, aunque esto pocas veces se vea en las griegas, latinas y toscanas.
Consiguió,
a mi juicio, su intento,
aventajando
a muchas de las antiguas y modernas —sea dicho con paz de los apasionados de sus autores— como lo podrá ver quien la leyere; que el papel es más libre teatro que aquel donde tiene licencia el vulgo de graduar, la amistad de aplaudir y la envidia de morder. Pareceranle vivos los afectos de dos amantes, la codicia y trazas de una tercera, la hipocresía de una madre interesable, la pretensión de un rico, la fuerza del oro, el estilo de los criados; y para el justo ejemplo, la fatiga de todos en la diversidad de sus pensamientos, porque conozcan los que aman con el apetito y no con la razón, qué fin tiene la vanidad de sus deleites y la vilísima ocupación de sus engaños.
Lo que resulta de ellos dijeron lepidísimamente
Plauto
en su
Mercader
y Terencio en el
Eunuco;
porque cuantos escriben de amor enseñan cómo se ha de huir, no cómo se ha de imitar; porque este género de voluntad —como Bernardo siente— ni tiene modo, ni modestia, ni consejo.
Si algún defeto hubiere en el arte —por ofrecerse precisamente la distancia del tiempo de una ausencia— sea la disculpa la verdad; que más quiso el poeta seguirla que estrecharse a las impertinentes
leyes
de la fábula. Porque el asunto fue historia, y aun pienso que la causa de haberse con tanta propiedad escrito; yo lo he sido de que salga a luz, aficionado al argumento y al estilo. Al que le pareciere que me engaño, tome la pluma; y lo que había de gastar en reprender, ocupe en enseñar que sabe hacer otra imitación más perfecta, otra verdad afeitada de más donaires y colores retóricos, la erudición más ajustada a su
lugar,
lo festivo más plausible y lo sentencioso más grave; con tantas partes de filosofía natural y moral, que admira cómo haya podido tratarlas con tanta claridad en tal sujeto.
Si reparare alguno en las personas que se tocan de paso, sepa que los del tiempo en que se escribió eran aquellos, y los trajes con tanta diferencia de los de agora, que hasta en mudar la lengua es otra nación la nuestra de lo que solía ser la española. Aquello se usaba entonces y esto agora, que así lo dijo Horacio, con haber nacido dos años antes que fuese la conjuración de Catilina; y más antiguas son las comedias de Aristófanes, Terencio y Plauto, y se leen con lo que usaban entonces Grecia y Roma; y entre las nuestras, más cerca de nuestros tiempos,
La Celestina
castellana
y La
Eufrosina
portuguesa, demás que en
La Dorotea
no se ven las personas vestidas, sino las acciones imitadas.
También ha obligado a Lope a dar a la luz pública esta fábula el ver la libertad con que los libreros de Sevilla, Cádiz y otros lugares del Andalucía, con la capa de que se
imprimen
en Zaragoza y Barcelona, y poniendo los nombres de aquellos impresores, sacan diversos tomos en el
suyo,
poniendo en ellos comedias de hombres ignorantes que él jamás vio ni imaginó, que es harta lástima y poca conciencia quitarle la opinión con desatinos. Y así suplica a los ingenios bien nacidos y bien hablados, en cuyas lenguas vive la alabanza y cuya pluma jamás se vio manchada del vituperio, que no crean a estos
hombres
a quien la codicia obliga a tanta insolencia y sólo lean a
Dorotea
por suya, sin reparar asimismo en aquellos ignorantes que trasladan sátiras de sus costumbres, no perdonando edades, noblezas, religiones, honras ni lugares altos; hombres que no saben de los libros más de los títulos, y que al fin los dejan como cosa que compraron para engañar, y la venden porque no la han menester, aborrecidos del mundo, la escoria de él, la envidia de la virtud, émulos carcomidos de la gloria de los estudios ajenos, a quien compara San Agustín a las lagunas en cuyo cieno se crían serpientes y animales inmundos, de quien ya queda esperando que entretengan la risa de los príncipes soberanos con las lágrimas de la honra, aunque no es posible que sus divinos entendimientos crean (en agravio de los estudios de la virtud) la bárbara lengua y pluma de la ignorante envidia, fiera a quien doran los dientes las heridas de la gloriosa fama cuando piensan que los tiñen en la inocente sangre.