Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Preludio, o apología de don José Pellicer por sí mismo”
Autor del texto editado:
Pellicer de Salas y Tovar, José (1602-1679)
Título de la obra:
El Fénix y su historia natural, escrita en veintidos exercitaciones, diatribes o capítulos. Al señor don Luis Méndez de Haro, gentilhombre de la Cámara de su Majestad. Por don José Pellicer de Salas y Tovar, señor de la casa de Pellicer y cronista de los reyes de Castilla
Autor de la obra:
Pellicer de Salas y Tovar, José (1602-1679)
Edición:
Madrid: Imprenta del Reino, 1630


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PRELUDIO, O APOLOGÍA DE DON JOSÉ PELLICER POR SÍ MISMO


Como ha dado la malicía en revestirse de escrúpulos y con rebozo de dudas se anda en pesquisa de méritos para cargarlos de calumnias, es fuerza que la inocencia, apadrinada de la sencillez, se haga parte de los descargos, para seguridad suya o para su defensa. Con muchos habla esta Apología que yo mismo hago por mí propio, sin querer que en abono mío tome amigo alguno la pluma porque yo sé que la mía ha de andar más templada que todas. Forzado escribo, Dios lo sabe, para ver si, cuando tantos se conjuran contra uno, puede este para acallarlos hacer de la desesperación valor, de la persecución remedio y de la congoja salud, pues las últimas temeridades tal vez surtieron en dichas, y es mucho pedazo de vida estar del todo desahuciado. Negociar enemistades debe de ser muy fácil, pues yo las tengo tan baratas, cuando creía que era menester para cada ceño un mérito y para cualquier odio una suficiencia, pero ya conozco que o están muy ociosas las ojerizas o se dan de balde los rencores, como si no fuera precioso un enemigo y estimable una calumnia tanto como un amigo o una alabanza, pues, si no hubiera contrarios ni detracciones, hubiera mucho más humanas de descuidos y perezas en todas las acciones. Solo hay diferencias en las causas de la enemistad, que tener enemigos ganados por virtuosos los hombres es gloria, y adquiridos por delitos es culpa. Por dos caminos suelen los estudiosos hacerse malquistos: o por querer oscurecer a los demás, desdorándolos con murmuraciones satíricas, o por presunción propia y desestimación ajena. En ninguno de estos dos tropiezos he incurrido, porque ingenuamente confieso que nadie más que yo estima las letras ni venera los méritos, aun en persona de quien más creído tiene que me ofende, y protesto que hasta aquí nunca para satirizar a alguno tomé la pluma, aun irritado de muchos chismes, porque las batallas de los estudiosos es desaire, es cobardía, es indignidad reñirlas con sátiras o con gracejos; donde hay doctrina y erudición, apelar de los silogismos y los argumentos a lo histriónico; y lo [mismo] es confesar ventajas y ceder rendimientos, pues parece que no hay que responder o no se sabe qué.

Algunos pretenden estar quejosos de mí porque en cuestiones disputables me inclino más a esta o aquella opinión más o menos encontrada o escrupulosa, pero esto no es causa para granjear mala voluntad en ninguno, pues los santos, los padres sagrados y profanos, las luces de ambas erudiciones no todos sintieron de una manera, y las opiniones encontradas no se han de ventilar con enojo, sino con razón, y se deben disputar docta, pero no dramáticamente, porque no dar a mis proposiciones más respuesta que una sátira o será confesarlas por verdaderas o por solas.

En la parte segunda, que es la presunción, también confieso que no he incurrido, porque, siendo el primer precepto de los que se meten a entendidos esto del desconfiar o, por lo menos, afectar que se desconfía, no había yo de ignorar que la arrogancia era el escalón del aborrecimiento y que la soberbia nunca fue bien vista. Y es cierto que primero me había de deshacer de las confianzas, por no rozarme con los desvanecimientos. Fuera de que la maña de la humildad es fullería de los modernos, ardid de los que comienzan y estratagema con que realzan lo poco que saben para que parezca mucho, pues un poco de modestia siempre y otro poco de erudición a tiempo hacen bulto de muchas letras. Además de que en esta parte yo quisiera examinar a mis émulos y ver si la desazón que muestran conmigo nace de la soberbia suya o mía. Conociéramos cuál era afectación o hipocresía, que, aunque en este lance tienen más méritos para estar soberbios, tienen menos razón que los ignorantes para serlo, que los que no saben hallan la disculpa de la arrogancia en la poca obligación que les corre por no saber lo que deben obrar, lo cual no pueden tener los doctos. Vamos al caso.

La primavera pasada publiqué el poema del Fénix solo, que había casi un año estado detenido en la prensa, acaso temeroso de salir donde le desplumase la indignación y le maltratase la enemistad. Halló en los desapasionados afable censura en lo bueno, y en lo mediano, neutralidad. Pero en los mal acondicionados de obras mías fue cizaña, fue despertador para mayor detracción. Y pudo decir el Fénix que con razón vivía en Soledades, si tanto se padecía de riesgo en las poblaciones. Crítico hubo tan claro como el cristal, pero no sé si tan fino o verdadero para espejo, como el que me dijo, encongiéndose una y muchas veces (“vegadas” las llamó el castellano antiguo) de hombros, que no le entendía, y creo que me respondió con la verdad a dos luces. Los concilios, los santos y los profanos, comparan los murmuradores a los lobos, ejemplar de que me acordé cuando en una escena ilustre vi mi Fénix mordido de la boca de un lobo. Quedé muy vano porque, si Aristóteles escribe, nota Horacio, y Pierio Valeriano refiere que la carne que ha mordido el lobo es la más dulce, sabroso y dulce queda el Fénix por lo mordido. Y si el vulgar hispanismo dice por adagio “oscuro como boca de lobo”, claro está que en boca del lobo mismo mi Fénix había de ser escuro. Para versificar esto acudamos al latín, veamos cómo se llama el lobo en aquel idoma: lupus; o consultemos a Marcial a ver si confronta lo lobo con lo feliz en el libro sexto y epigrama setenta y nueve:

Tristis est & Felix: sciat hoc fortuna caveto
Ingratum dicet te, Lupe, si scierit.


La propiedad del lobo es despedazar con los dientes, y esto, como lo llama el latino carpere, pues, si pasamos adelante, con la alegoría, veremos cómo llama Marcial mismo este modo de despedazar el lobo las obras ajenas, que bien al propósito de la malicia lo dice en el epigrama noventa y dos del libro primero:

Cum tua non edas, carpis mea carmina, Lupe.
Carpere vel noli nostra, vel ede tua.


De modo que carpere es lo mismo que despedazar con los dientes; δίασρειν lo llama el griego. Miren en mi Fénix si cumple el Lobo con su sobrenombre. Cicerón, orando por Cornelio Balbo, lo dirá mejor: "More hominum invident, in conviviis rodunt, in circulis vellicant, non illo inimico, sed hoc maledico dente carpunt" . De modo que hace distinción de labios enemigos y maldicientes, porque la enemistad suele ser cortés, y la detracción siempre es grosera. Pero en parte agradezco a mi dicha haber hallado los dos ilustrísimos lobos, armas de los excelentísimos marqueses del Carpio para defensa mía contra este Lobo, y de su nombre mismo y sobrenombre haber sacado la contrayerba que le haga cejar en su calumnia, si el Fénix le hizo correr desenfrenado, que también en la erudición se escribe que lupus significa lo mismo que “freno áspero”, como Ovidio cantó en el cuarto de sus Melancolías, elegía quinta:

Tempore paret equus lentis animosus habenis
Et placido duros accipit ore Lupos.


De modo que los dos generosos lobos del pavés del Carpio, o como lobos o como frenos, me defenderán de este otro lobo y de los demás que quisieran calumniar mis Diatribes o Exercitationes al Fénix. Algunos aun antes de salir han querido censurar este título, pareciéndole Diatribe voz dura, pero ninguna hay más propia para la materia que se trata, y es lo mismo que conversación familiar, ejercicio o estudio, si bien Aulo Gelio en el libro primero, capítulo dieciséis, y libro diez, capítulo quince, de sus Noches Áticas usurpa esta voz por el lugar mismo donde se sisputa o estudia, y en una y otra significación está ajustada la materia del libro. Solo algún inconveniente podía ser el españolizar la voz griega y latina, pero cómo ha de ser yo lo diré en la defensa del estilo que sacaré al principio de mis Lecciones solemnes muy presto. En tanto, despreciando todo lenguaje de calumnias y murmuraciones, ora sean de envidia, ora de desestimación, acabaré diciendo lo que Marcial casi en semejante ocasión en el libro sexto y epigrama setenta y uno. ¡Ojalá pudiera yo repetirlo tan confiado!

Laudat, amat, cantat nostros mea Roma libellos
meque sinus omnes, me manus omness habent.
Ecce rubet quidam, pallet, stupet, oscitat, odit.
Hoc volo: nunc nobis carmina nostra placent.








GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera