En elogio del Apolíneo caduceo y de su autor, escribió su sentir don Antonio Dongo Barnuevo en este romance ‘hendecasílabo’.
¡Salve, propicio cetro!, que, templando
de la médica esfera las
discordias,
árbitro luminoso de sus lides,
el dominio condenas de las sombras.
Iris ya te saluda, agradecida
la común madre, que en tus luces logra,
de las opuestas fulminadas nieblas,
benéficas, pacíficas victorias.
Ya de tu luz con los benignos rayos
amanece a sus ojos el Aurora,
que a su favor reconcilió las arduas,
de la opinión, distancias tenebrosas;
ya respira en tus dulces influencias
de las mórbidas auras vencedora,
que en la del sol nadante cuna un tiempo
fueron negro contagio de las zonas;
ya triunfa de las iras virulentas,
que, en nocivas escuadras, sediciosas,
a turbar las quietudes de su imperio
relajó la impaciencia de Pandora.
A las benignas aras admitida
de Higía vive, siendo insignias solas,
que del felice templo la hacen digna
las prudentes espiras que te adornan.
Por ti ya de Epidauro la cantada
deidad desluce sus antiguas glorias,
excediendo tus físicas sentencias
del simulacro las
mentidas
obras.
No el Tíber, trasladadas del Saronio,
nadarán las escamas sinuosas,
si del Hermes prudente que te anima,
las duplicadas sierpes viese Roma.
Ni de Cilenio la volante insignia
ocupará el vapor a los aromas,
si la ciudad de Cécrope en sus aras
mereciese los giros que te enroscan.
Ya la Naturaleza por ti olvida
de Podalirio la virtud famosa,
de Macaón las admiradas artes,
sagrada envidia de la opuesta Troya.
Índice de los rayos de Peante,
reconociendo tu sentencia docta,
ya Filoctetes a tu oriente oculta
en el Lete sus luces fabulosas.
Ya del fatal pentágono traslada
su culto el orbe a tus vitales notas
sereno el mar en que corrió tormenta.