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Carta
Autor del texto editado:
Anónimo
Título de la obra:
Xícara de chocolate. Fragmento de una carta que un religioso jerónimo del convento de San Isidro de Sevilla remitió al padre prior del convento de Bornos.
Autor de la obra:
Anónimo
Edición:
Sevilla: ca. 1663


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JÍCARA DE CHOCOLATE

FRAGMENTO DE UNA CARTA QUE UN RELIGIOSO JERÓNIMO DEL CONVENTO DE SAN ISIDRO DE SEVILLA REMITIÓ AL PADRE PRIOR DEL CONVENTO DE BORNOS.


Mándame Vuestra Paternidad que del libro de don Fernando de la Torre le haga exacta censura. Cállame la suya, quizás recateando el meter prendas. A mí no me duelen, porque pago bien, y las del libro y su autor son tales que pueden no temer el examen del más riguroso contraste. Su estilo es elegante, grande la erudición, agudo el ingenio, casta y heroica la locución, profundo el pensamiento, nerviosas las cláusulas. Trata lo serio con gravedad y refiere con majestad la pompa. La graciosidad es de buen aire, pica sin molestia, alaba con policía, festeja y entretiene sin desdoro de los objetos. Muéstrase versado en los libros, muy noticioso en las humanas letras y no poco en las divinas, proporcionando en todo la forma del decir con la materia del intento. Libro, al fin, que puede tenerse para enseñanza y leerse por divertimiento.

Pero como los ingenios no calzan todos una horma y en los puntos repara cada oficial según le mueve la maestranza o la pasión, contaré a Vuestra Paternidad lo que un día de estos me pasó. Salí de mañana a un negocio del convento y, buscando un escribano, caí en otras muy peores garras; las de un poeta, digo, que en negra hora me atisbó. Hablome cortés, hízome entrar en su escritorio y me convidó a chocolate, que para mormurar de asiento se la más sabida flor. Y mientras se meneaba el molinillo, molimos ambos en el dicho libro. Teníale en el bufete, dobladas algunas hojas, y por entre otras se asomaban unos retazos de papel que, como perros de muestra, daban a entender que había caza. Los anteojos cerca juraban de preñado el dueño y tan vecino al parto que a pocos lances le conocí los dolores. Pregunté qué le había parecido, y él, arqueando las cejas, la boca a un lado y fruncida, los hombros empinados y tropezando la lengua en las palabras, como que guiaba unas por entre otras que porfiaban a salir, me respondió:

–Bien me ha parecido el libro y le he pasado con gusto, mas la ciudad por buen gobierno lo había de recoger porque no conozca el mundo cuán poco justas son las poéticas de Sevilla. ¿Qué quiere Vuestra Paternidad que diga quien viere en las canciones premiada en primer lugar la del padre Lillo, pobre de conceptos e intolerable con el tú por tú: tú dejas de ser tú, y nunca tú más tú, llaneza usada entre rufianes y trongas. ¡Pues la del padre Espinosa, en el tercero, con cinco versos menguados premiada por merced de que da fe el secretario! En los sonetos, dado el primero a uno que no tocó el asunto. En las octavas, premiadas de segundo las del corregidor, tan tenebrosas y hoscas que no hay lince que las penetre. En los romances, con premio algunos bien flojos, habiendo otros con más vivo. Premiada en las glosas la del padre cartujo, harto débil y que absolutamente no glosó o fue a hurta cordel, como el secretario dice; donde, por mostrar que por favor fue preferida, le da en cara con la ventura del necio que, si de esta partida baja el padre lo que vale el premio, todavía este fue corto y le quedará mucho a deber. El primero de las sextillas, por mero favor, dado a unas que ni verso ni concepto ni gracia alguna tienen. ¿Qué aprecio se hará de estas justas cuando se lea este libro en los demás lugares? Alabo los que escribieron renunciándola porque ya entendían que no había de ser. Bien que los no premiados tenemos el consuelo de saberse que el favor valía en ella, no el mérito, y el desdoro de entonces contrapesamos ahora con el que algunos premiados lastan, poniéndoles su causa a la vergüenza.

A lo cual repliqué yo:

–Por cuenta de los jueces va todo eso, no es culpa de don Fernando ni por ello condenaremos su libro, siendo tan bueno.

Y me retornó muy sesgo:

–Sí, bueno es, pero…

Yo no aguardé que este pero se mondase, porque según el color me pareció muy verde; y, mirando a la jícara que ya tenía en mis pecadoras manos, dije:

–¡Qué bueno está el chocolate!

Y respondió tan presto:

–No tan bueno que no tenga demasiado de picante y en verdad que, aunque quien le batió puso el aseo que pudo, le he hallado algunos pelillos.

Yo reí el dicho, conociendo la intención, pero mi poeta, con la cólera a media rienda, me dijo:

–Vuestra Paternidad, como fue premiado y caminó su vejamen a la ligera, se entretiene con pasear los demás; no así los que estamos lastimados de las coces que el Pegaso nos pegó.

Y diciendo esto y soltando la jícara, tomó el libro y le apretó la empuñadura de manera que temí me lo tirase, y, espeluzando las cejas, con la voz arriscada, me dijo así:

–Dígame Vuestra Paternidad: ¿el intento del autor fue hacer aquí relación o panegírico? Porque con la lisura de aquella no se casa bien el estilo grandílocuo y arduo, con los encomios tan encarecidos. A nuestro Juan Gómez de Blas se cometiera mejor, que con su pie manco y mano coja las pone pintiparadas. Y, si es panegírico, ¿cómo cuenta por días lo que contuvo la fiesta? Jamás yo he visto panegírico diario.

Respondile ser agradable el maridaje que mezclaba lo uno con lo otro, mas no sufrió mi defensa y al punto dijo:

–Mal pueden concertarse dos sustantivos no variándose el caso. Padre mío, en el panegírico se suponen los sucesos para fundar los encomios, elevándolos a hipérboles y otras énfasis trópicas. No se deben contar por efemérides, que esta ropa solo se ajusta con la relación y se ha de coser a punto llano y con hilo casero. Mal sastre será el retórico que tan diferentes trajes quiere acomodar a una medida.

Diciéndole yo que este pecado no era grande, abrió el folio 5 donde me enseñó estas palabras: «pareciendo que, reacio, el sol no mudaba epiciclo». Y luego dijo:

–Preguntara yo al autor en qué astrólogo había hallado que el sol tuviese epiciclo y lo mudaba al ponerse. Hemisferio había de decir, no epiciclo.

–No es falta en un hombre –repliqué– no saber astrología.

Y respondió enojado:

–No es falta el no saberla, pero lo es grande hablar de lo que no se sabe. Piensa que es esto amontonar vocablos de Vetrubio, llenando el libro de arquitrabas, arbotantes, pilastrones, cúpulas, impostas, torales, aristas, nectos, cartelones, lóculos y otras jeringonzas que solo se franquean a escultores y carpinteros, que apenas sabrán leerle, dejándonos aturdidos y abobados de la gran ciencia que gastó en la fábrica de este templo, presumiendo de tanto ruido más golpe que de campana.

Y apenas había dado esta badajada, ya tenía abierto el folio 12, adonde leyó así: «erigieron dos agujas, aunque lo sienta Menfis, primera maravilla».

–Aquí –dijo– quiso aludir a los obeliscos de Menfis, una de las siete maravillas. Y con perdón de su merced, en Menfis hubo pirámides, no obeliscos que la Antigüedad celebrase, ni en las siete que llaman maravillas se cuentan algunos obeliscos. Los célebres tuvo Alejandría y Sienes, como refiere Plinio; admirables fueron, no milagros. Paréceme esto con lo del padre Narciso, que llamó al Sagrario «nona ma- ravilla», porque siendo cierto que las contadas son siete, tenía el padre obligación de dar cuenta de la octava, y aún el secretario de pedírsela, pero miró estas cosas con descuido. No es menor el de Estéropes, que en el folio 19 lo contó por gigante, hombro a hombro con Tifeo, siendo solamente este cíclope uno de tres ministros de Vulcano en las herrerías de Lipara, que para tirar la filigrana de hierro que allí labraban, los pintan membrudos, no agigantados. Si no es que la voz descomunal de Estéropes le haya persuadido la grandeza, como sucedió con la de Traquitantos a un compositor de caballerías, que, oyéndola en el juego a un garitero, escribió y guardó tan ruidosa nomenclatura para bautizar a un jayán con ella.

–Pues impropiedades –prosiguió– contiene el libro muchas…

Y abriendo el folio 3 y 8, leyendo estas dos cláusulas: «Fue su día crítico la penúltima domínica», –y esta– «era crítico el mayor día», dijo luego:

–Los días decretados para aquella solemnidad llama críticos, sin advertir que en español siempre suena fatalidad, y, aunque la derivemos, no de crite –como alguno quiere–, sino de crisis, que significa juicio, siempre aquel modo de hablar quedó de mal anuncio. «Críticos» se dijeron los que fiscalizaban obras de otros y los días en que se teme algún movimiento grande; impropiamente se aplican a los que se decretan para gustos. Como decir en el folio 9 que la fábrica se engreía para mausoleo de Dios, palabra que suena «túmulo» o «sepulcro», en alusión del primero, y no cabe en un tabernáculo triunfante y glorioso para colocación del Sacrosanto misterio.

A esto me opuse yo con la cláusula de recolitur memoria passionis eius. Y respondió:

–Sin embargo, de todo eso, cuando la iglesia nuestra madre pone en público este santo misterio, es misterio, es siempre triunfante y glorioso, cantando festivos himnos y vistiendo los más ricos adornos. Y, en ocasión tan gloriosa, es impropio el nombre de «sepulcro», habiendo el de «solio», «trono» o «tabernáculo», pero esto es hablar culto y afectar comentos le trajo a impropiedades no pocas. Testigo es también el folio 210, donde, poniendo las riberas del Genil por muy poéticas, hace alusión a las del río Pactolo como si este fuera de los que se celebran por tales, o del Parnaso o de la Arcadia, sino un río de la Misia célebre tan solo por las arenas de oro. Y en el folio 84, no acordándose que estaba durmiendo aquel prolijo sueño que en la introducción al certamen le infundió Mercurio, dando un vejamen al doctor de Sanlúcar, dice en voz de Apolo: «parece que el secretario se va pagando el desabrimiento de la carta». Pues si el secretario dormía y las personas que hablaban en la comedia de aquel sueño son solamente Apolo y las musas, y era Clío la que se desgañitó en el vejamen, ¿cómo se pagaba el dicho secretario? Descuidose en esto, como en todo el certamen hablar de pretérito, habiendo presupuesto por todavía futuro el día de la justa; y aun el premio del de Motril dice que estuvo colgado algunos días después del certamen, por no saberse su dueño. Cosas todas que no caben en un sueño que fingía haberle tenido antes del día de aquel juicio, mas no debía de haberle en aquel día.

Ya yo no podía tolerar a mi cansado poeta y, por divertirle, advertí que se enfriaba el chocolate.

–No cure de eso, Vuestra Paternidad –respondió–, que yo le calentaré –estaba el horno ya fuerte–; no hay trago para mí como el que estoy bebiendo.

–Por lo menos –dije yo– es más sabroso que aquel que brindó el vejamen.

Y así que nombre vejamen, se levantó furioso de la silla, dando un golpe en el bufete, y mirándome colérico a la cara dijo así:

–¿En vejamen me toca Vuestra Paternidad? Pues yo no quería revolver esa piscina, viendo que de ella –por no menearla ángel– ninguno ha salido sano y a mi no me toca más que a Vuestra Paternidad y los demás.

–Cuando las chanzas –dije yo– son ligeras y dichas con la facesia que don Fernando usa, a cualquiera se hacen tolerables.

–¿Tolerables –respondió con enojo– quiere Vuestra Paternidad que sean diciendo a un sacerdote que es animal y bestia, a algunos religiosos doctos llamándolos de necios y a casi todos los demás de tontos, necios y locos? Y descubriendo de algunos faltas que se correrán de verlas públicas, con tal anhelo de desdorar a todos que hasta a un pobre poeta que con nombre quizá disimulado remitió un poema, sin conocerle ni saber quién era, le llama necio, por si pegare y dé donde diere. Con que el triste vino a pagar la imaginaria, como muchos el impuesto y todos el no excusado. Ni la misma justa y sus jueces se escaparon de su boca, pues habiendo en todo el certamen descubierto los muchos desméritos que fueron premiados por favor, imprimió a la postre un papel que vino de Sanlúcar o fingió haber venido, donde claramente les dice que premiaban lo peor y, luego, en voz de Apolo dice que con su boca sucia aquel papel había dicho la verdad. Con que a los jueces les cruzó la cara con el chirlo más ludibrioso que la malicia inventó. Este no es certamen, sino sátira; no es justa, sino injusta y detestable murmuración de musas de horno. ¿Es bueno que estudie el secretario más en los defectos que ha de publicar y maldecir que en ponderar los poemas si se ajustan al asunto, si es decorosa la frase y si es profundo el pensamiento? ¿Es por ventura sufrible que en tan devota ocasión, desvelándose un pobre poeta con dolores no menos que de mujer que pare, trabajando el ingenio por sacar el hijo a luz en brazos de su celo y devoción, le habían por ello de estampar su nombre con vilipendio y desdoro? ¿Quién quiere Vuestra Paternidad que otra vez se aventure a semejante empresa? Pueden las justas echarse a dormir de espacio en cuanto dura el ejemplo o la semilla de tales secretarios. Mas bien puestos quedaron los que escribieron mal o no escribieron que no los que felizmente lo lograron, porque estos granjearon su descrédito en tantas sátiras cuantas hicieron poesías. ¿No bastaba que los vejámenes se contaran por los sujetos y que cada poeta tuviese uno? Y aún este debiera ser en una o dos coplas solas que con chanza aguda y fácil entretuviesen ligeras, y no que al número de los poemas le peguen a cada uno los libelos cargados de muchos y muy pesados dicterios, que si aumentan el tomo, disminuyen mucho en la autoridad y opinión del agraviado y del autor. ¿Cómo es sufrible que un soneto, no teniendo más talla que de 14 versos, lleve de vejamen 24 en un romance, dos en un dístico latino, cuatro de versión, fuera del pan cotidiano de la prosa, masa sobada con la misma especie que puesta antes y después parece que lo empanadan?

Y, enfureciéndose un poco más, prosiguió así:

–Dígame Vuestra Paternidad, si duraran todavía autores de la opinión contraria y muy picados de que en alabanza de la pureza santísima se escriba tanto y tan bueno, ¿qué más pudieran hacer con la rabia de su obstinación de satirizar y vejar a los devotos llamándoles necios y bestias, fiscalizando sus acciones y descubriendo sus fallas? Por esta causa juzgan algunos discretos no ser este caso digno de vejamen, y que cuando se diera, solo se había de emplear la chanza en los que sacaron premio, no en aquellos que por su devoción se desvelaron renunciando la pretensión; porque su celo y falta de ambición les había de ser inmunidad. Tampoco los no premiados debían ser ofendidos, bastábales el disgusto de no salir bien mirados, y aun en lides de ingenio, donde cada uno, satisfecho de sus obras, presume que injustamente se le niegan, que a una plaga añadir otra jamás lo usó la discreción ni la piedad.

Respondí a todo esto que en Salamanca y otras academias se usa lo mismo con los mayores sujetos. A lo cual dijo:

–Esa es la defensa con que a trechos se abroquela y no repara el buen señor que las tales jamás se desmoronan más que a una o dos facecias de buen aire; y, diciéndose a boca, se desvanecen luego. Solo ocupan la memoria algunas que por el modo sobresalen, no se escriben ni se imprimen, y así no quedan, como estas, ejecutoriadas para siempre. De los lectores apenas hay uno que lea los poemas; todos se van a las sátiras, que como son jocosas y con ludibrio ajeno, tienen carta de favor y puerta franca en nuestro mal natural y a la memoria se pegan fácilmente.

Yo, por sosegarle, dije que lo mismo usaba consigo don Fernando, dándose en cada obra pesados vejámenes. A que acudió como un león:

–Ese no es remedio, es treta de maldiciente diestro que con decir mal de sí se quiere licenciar a destruir los demás. Esas se miran por juguete, no desdoran al dueño que las dicta, antes como oro se gastan para cubrir las píldoras que saben que han de amargar. Ea, Padre mío, que son estas veleidades indignas de don Fernando ni dicen con el estado y profesión de un caballero sacerdote, discreto y de no pocas canas. Fueran reprehensibles en los muchachos locos; bien pueden ya estos esparcirse, murmuren a rienda suelta de quien y como quisieren, que con decir que es vejamen es buena moneda, que don Fernando la labra con licencia y recibe muy bien. Necio será quien se enojare ni sabe lo que son gallos y escuelas, donde pasan por donaires estas burlas. Pero yo no creo que usar las que tanto escuecen lo haya topado lícito en algún autor de los clásicos. Sería en algún moral, según lo mucho que mancha la fruta que de él sacó.

Decía todo esto con tanto enojo y tales manotadas que, al querer proseguir con algo que le debía de picar, dio con la mano en la jícara que en bufete tenía y la tumbó –era ella una calabaza de Indias, cabeada no sé de qué, porque era a todo traer y estaba a medio llevar–, con que descargó el estómago sobre el bufete y el libro. Levantose enfadado mi poeta, llamó al muchacho, que ya venía con un cubo de aguas, y mandole que lo limpiara. Por tomar la calabaza, tomó el libro y dióselo. Empezó el muchacho a rociarle y, advirtiéndolo él, le dijo:

–Ten, que ni sabes lo que haces ni yo lo que digo. Echas a perder lo bueno y por más que laves no le has de quitar lo sucio.

Tomole el libro de la mano, diole con la suya otro par de sacudiduras y sacó para enjugarle –por no hallar otro a la mano– el pañuelo del tabaco, que con el polvo que tenía le sirvió de salvadera. Y, mirando entonces las hojas que estaban tan mal paradas, dijo así:

-Vágate Dios por libro, hasta aquí te podíamos beber y de aquí adelante te pudiéramos barrer. Aún bien que cayó la mancha en estas hojas que describen el país del sueño con sus entradas y salidas, cosa que importa poco y que sin propósito se amontonó aquí para crecer el volumen.

Yo, que había concluido con mi jícara, por no esperar más ráfagas de tanta ventolera, me levanté para escurrirme, pero quiso el diablo que a este tiempo sonase en alta voz la de un zapato chapín. Y así que lo oyó, lo dejó todo y se llegó a la reja con semblante travieso y menos sañudo. Llamole por su nombre y díjole:

–¿Amigo Carrasco, traéis algunos coturnos?

Y respondió el bellaco:

–No, señor, que don Fernando los ha gastado todos.

Yo, admirado, le pregunté qué era aquello y él, sonriendo, me dijo:

–Este es un vecino mío. Leyó este libro y encontrando en él tan frecuentes los coturnos, vino ayer a preguntarme qué género de calzado era aquel de que don Fernando calzaba musas, ingenios, fábricas y cuantas cosas tienen lugar en su templo. Yo se lo expliqué e hice también reparo en que apenas había hoja que no tuviese coturnos.

Y diciendo esto, mi poeta hojeó con prisa y en más de 150 artes me enseñó colgado en cada una un par de obra; bien que en todas tenía escrito a la margen botas, con que parecía todo el libro una honrada tienda de algún zapatero portugués. Entonces vi que todo el libro estaba margenado y, viendo entre tantas notas una cruz, le pregunté:

–Señor mío, ¿mataron aquí algún hombre?

Y respondió:

–No, señor, pero es una caída o caso en que se lastimó don Fernando, y puse cruz porque se guarden otros de caer también. Vea Vuestra Paternidad este verso: «Therpsicore affectus citharis movet, imperat, auget» y la versión que dice «Tersícore los afectos a las cítaras y harpas mueve, aumenta». Gran corazón deben de tener las cítaras para padecer afectos. Si son pasiones del alma, ¿cómo caben en lo que es inanimado? Pudiera don Fernando advertir que aquel citharis era ablativo, no dativo.

Respondile que por traslación decía comunicarse al instrumento el afecto que por medio de su armonía se incitaba, y me replicó:

–Para explicar el imperat bastaba eso, pero no para el movet y auget, porque suponen sujeto capaz de tenerlos antes y debía decir con las cítaras y harpas. Pero su merced no curó de ablativos, porque no hubiese otro tan absoluto. Otro tanto le sucedió en el folio 248, en un dístico que dice «et tenuit nostras numerosus Horatius aures, dum ferit ausonia carmina culta lira», volviendo así el pentámetro: «mientras que la ausonia lira los dulces versos refiere». Y no hago caso de aquel ferit que jamás significó «referir»; sí de «ausonia lira» que, siendo ablativo, lo hizo nominativo. Si hubiera sangrado el libro 7, supiera más de scissuras y que la media del pentámetro siempre es larga; y lo advirtiera también a don José de la Barrera, que en unos versos donde trae un anagrama muy bueno –los diptongos sean sordos– se dejó caer en el tercer pentámentro con una scissura breve, diciendo: «en tibi qui praesit, ut tibi prosit adest».

Enseñó este verso y, como a la vuelta vio la imagen de don Fernando, me miro ceño y dijo:

–¿Para qué fue este retrato? ¿Tanta es la grandeza de esta obra que hayan de desear los siglos venideros de conocer la efigie de su autor? Cosa que solo se reserva para varones señalados por santidad, por letras o por armas; y aun entonces se suelen fabricar de mano ajena, porque la modestia propia de los varones ilustres no se deja ultrajar de devaneos.

Yo le respondí que no era nuevo poner un hombre en sus obras su efigie y armas, como ponía el nombre. A que replicó:

–El nombre del autor es inexcusable en la obra, padre mío; decoroso es también el defenderla con las armas de quien la costeó o de a quien fue dedicada. Pero la efigie no se orla menos que de atributo heroico; es mucha portada esta para una casa donde solamente viven el aplauso de unas fiestas y narración de un certamen cuyo adorno el más vistoso y plausible es lo que se refiere y ostenta ajeno. Cuando yo vi la vez primera su efigie y armas en la fachada me acordé de la moneda que ahora se usa y dije conmigo: «también esta debe ser la que en Parnaso corre, porque a muchos días que el caudal ordinario de aquel país son gongorinos; y algún curioso, viéndole sellado con efigie y armas, le tendrá por perendengue del Parnaso».

Yo le festejé la chanza, con que le sazoné el gusto, para poder ponerme en cobro antes que descargase algunas otras que asomaban turbinadas, y, haciendo mi cortesía, me salí considerando entre mí cuán sin defecto debe ser el que censura los de otros y a cuánto riesgo pone sus aplausos quien maltrata los ajenos. Acórdeme de Phirimarquio Campano, autor moderno que no se halló en el catálogo de los de don Fernando, que a este propósito dijo así: «Nosce trabem bone Marce tuam, mea despice fila / non sonti in sontem saxa moveré licet».

Vuestra Paternidad, padre prior, puede juzgarle según su dictamen, porque yo, sin embargo, de lo que este poeta disparó me vuelvo al voto primero, firme siempre en los encomios que dignamente merece don Fernando por sus muchas letras.





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera