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Título del texto editado:
Carta a Góngora en censura de sus poesías [Versión I]
Autor del texto editado:
Valencia, Pedro de (1555-1620)
Título de la obra:
Obras completas VI. Escritos varios. Obra selecta
Autor de la obra:
Valencia, Pedro de (1555-1620)
Edición:
León: Universidad de León, 2012


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Carta a Góngora en censura de sus poesías. Versión I


Cuando fuera grande culpa y tan acrecentada con réditos como vuestra merced la representa, bastaba la confesión tan humilde y tan encarecida para entera paga y satisfacción; cuanto más que con otras mil mercedes que me hace en su carta, favoreciéndome y honrándome con palabras y con manifestación de la voluntad, dándome a conocer al señor D. Pedro de Cárdenas, communicándome el papel de las Soledades, y concediéndome y pidiéndome el juicio del y del Polifemo, vence toda deuda y me obliga a nuevas y grandes que nunca he de poder pagar, por mucho que pienso procurar corresponder con amor, afición y respeto, reconociendo siempre con servicios mi obligación, que es la que pasa por paga de los que non sunt solvendo; [como dijo] nuestro filósofo cordobés: Beneficium solvit qui Itbenter debet.

Pocos días ha que llegó a mí la de vuestra merced de 11 de mayo con el papel dicho, y después acá me ha embarazado un catarro tan penoso e importuno, que con dificultad he podido leer nada; pero con muy grande gusto y atención he leído las Soledades y el Polifemo. De este había una tarde oído leer parte al señor Don Enrique Pimentel, en presencia del Padre M[aestr]o Hortensio, y también me había recitado mucho de él el contador Morales, y ambos prometídome copia, pero no dádomela.

Oblígame vuestra merced, con encargarme censura rigurosa y crítica y pedirme consejo, a muy sencilla y puntual declaración de todo mi sentimiento, sin dejarme cegar de la afición y anticipada estimación que tengo mucho tiempo a las cosas que vuestra merced ha compuesto en poesía, juzgando de ellas que exceden con grandes ventajas a todo lo mejor que he visto de griegos y latinos en aquel género, por lo nativo, ingenioso, generoso, claro, liso, gracioso y de gusto honesto, moral y sin enfado; por la facilidad y por todas las gracias, que sería largo y sospechoso de lisonja referir más por menudo. En este mismo parecer me afirmo todavía, con verdad y sin pasión, según entiendo, aunque no sin afición, que esta se arrebata forzosamente la belleza. En las materias y poesías más graves en que vuestra merced ha querido hacer prueba de no mucho tiempo a esta parte, reconozco la misma lozanía y excelencia del ingenio de vuestra merced, que en cualquier género de compostura se levanta sobre todos, y señaladamente en lo lírico de estas Soledades, de que se me ofrece decir lo que un epigrama griego de Píndaro: «Que cuanto sobrepuja la trompeta, gritando encima las flautas de los coros, resuena sobre todas vuestra lira ». No quiero desacreditar con los loores la entereza del juicio que se sigue desde aquí.

Tres cosas dicen los sabios que son menester en cada oficio para que el artífice lo ejercite bien y se aventaje: 1. Naturaleza, que es ingenio acomodado. 2. Arte. 3. Hábito, experiencia y destreza por el uso. La primera y la tercera de estas partes no faltan en vuestra merced, y se le puede decir lo contrario de lo que de Calímaco juzga a Ovidio:

Battiades toto Semper cantabitur orbe.
Quanvis ingenio non valet, arte valet.


Es muy ordinario, en los que pueden mucho con fuerzas naturales, usar de ellas impetuosamente con libertad y sin cuidado, como de cosa que se la tienen de cosecha, y no querer rendirse a reglas ni trabajar ni limitarse. Éstos suelen, aun cuando resbalan y se despeñan, parecer bien, conforme a aquel verso de un trágico que trae Dionisio Longino:

Es culpa generosa un gran resbalo .


De estas culpas generosas hallo yo en estas dos poesías de vuestra merced algunas que nacen de descuido, pero más me desatentan otras de demasiado cuidado, que son las que proceden de afectación de hincharse y decir extrañezas y grandezas, o por buscar gracias y agudezas y otros afeites ambiciosos y pueriles (o juveniles a lo menos), que aflojan y enfrían y afean. Estos ornatos deseo mucho que deseche y aborrezca con asco vuestra merced; que desfiguran lo bello y nativo y heroicamente resplandeciente de su natural, que solía parecer sencillo, liso, desnudo y claro como verdadero, y ahora, por apartarse del todo del estilo de las burlas y juegos, huye también de las virtudes y de las Musas y de las Gracias que tiene propias, y se desemeja y oscurece de propósito, que apenas yo le alcanzo a entender en muchas partes. Virtud del decir es la claridad y muy grande virtud; y una de las cosas para que manda Horacio detener en casa nueve años las poesías antes de publicarlas es para enmendar los lugares oscuros: Dat lucem obscuris. Es verdad que sabe vuestra merced decir alta y grandiosamente, con sencilleza y claridad, con breves periodos y cada vocablo en su lugar, como si fuese en prosa. A sus ejemplos propios lo remito:

Sentado, al alta palma no perdona
su dulce fruto mi valiente mano, etc.


Reconózcase vuestra merced así, que esto es lo propio suyo; y lo intricado y trastocado y extrañado es supositicio y ajeno, imitado con mala afectación de los italianos y de ingenios a lo moderno; y se le puede decir a vuestra merced lo que en una tragedia de Eurípides decía Zeto a Anfión, su hermano:

Tan generoso natural del alma,
con máscara aniñada desfiguras.


No se aflija ni desconsuele vuestra merced, que no son tan graves las culpas cuanto áspera y encarecida esta reprehensión, sino que de propósito tuerzo la vara a la contraria parte para retraer a vuestra merced de dichas travesuras y apetitos de lo ajeno, siendo sin comparación mejor lo que a vuestra merced le nace en su huerta. Dionisio Halicarnaseo gran maestro de preceptos del decir en prosa y en verso, acaba su libro De compositione mominum predicando con encarecimiento que no hay tal prosa como la que parece verso, ni tal verso como el que parece prosa; declárase en esto postrero diciendo que sabe muy bien que hay un vicio en la poesía llamado de los antiguos Logoidea, que a la letra quiere decir semejanza de prosa. Este se incurre cuando los pensamientos y las palabras y modo de decir son del todo viles y vulgares. Yo ejemplifico con aquel soneto de nuestro poeta:

Amor, Amor, un hábito
vestí del paño tu tienda, etc.


Esta otra semejanza de prosa en verso, con palabras propias y escogidas y pensamientos graves, es como la estancia que cité arriba del Polifemo de vuestra merced, y como aquello:

En medio del ivierno está templada
el agua dulce desta clara fuente, etc.


Los griegos ponen sus ejemplos de grandeza y altura en lo más levantado de Homero, Eurípides y Simónides; de este trae el Dionisio un admirable ejemplo, que por ventura enviaré a vuestra merced traducido en castellano, a la letra, sin consonantes.

Aquí envío a vuestra merced dos papeles en que fui señalando los lugares que juzgué dignos de enmienda, uno de los de las Soledades y otro del Polifemo. No son sentencias definitivas, que yo sé que habrá muchos que elijan esas partes que a mí me desagradan por diamantes o por estrellas. En Homero y en Píndaro y en todos los mejores, notaron y notan los críticos las culpas; a estas señalaban con esta letra: X, a la margen; y a los lugares insignes que lucían como estrellas, con un asterisco, de esta manera: *; este pongo yo a estas dos obras de vuestra merced desde el principio al fin, quitándoles los lunares y manchas que señalo criticísimamente como vuestra merced me mandó. Y para que vuestra merced me juzgara por blando antes que riguroso y muy menos cruel, quisiera que tuviera noticia de este fuero crítico, que es muy puntual e inexorable, y que viera otros juicios antiguos contra los que han delinquido en materia de metáforas, translaciones y comparaciones, en transposición y mala composición de vocablos, en bajeza de conceptos, alusión ridícula y juego de vocablo. Crucificaban o empalaban a los Homeros, Píndaro, Platones, Jenofontes Timeos por una cosa de estas. Lea vuestra merced, si topare por allá ejemplares, castigos destos en un librito, De Elocutione, de Demetrio Falereo, y en otro admirable, De Sublimitate, de Dionisio Longino, que a fe que ponen sal en la mollera predicando contra la hinchazón, afectación, bajeza, frialdad, extrañeza. Referiré algunos juicios críticos.

Dice Homero:

Arredor trompeteó el gran cielo .


Demetrio dice que las metáforas para engrandecer se han de trasladar de lo mayor a lo menor y no al contrario, porque deshacen. Así es mejor decir que tronó la trompeta que no que trompeteó el cielo. Como dice Jenofonte: que un escuadrón de gente ondeó o fuchió y se descompuso comparándolo al mar, y no dijera bien, al contrario, del mar que salió de la ordenanza. Aunque lo de Homero se defiende entendiendo que tocó en círculo todo el cielo a una, como si todo fuera boca de una trompeta, lo cual tiene grande énfasis.

El mismo Demetrio dice que los que afectan grandeza en el decir, errando caen en frialdad; lo cual acontece en diversas maneras, la primera por ser el pensamiento hiperbólico en demasía e imposible, como un poeta dijo que en el peñasco que arrancó el Cíclope y lo arrojó a la nave de Ulises, cabras iban paciendo descuidadas. No desecharían esto nuestros poetas.

A este modo dice también que los que procuran ornato y gracia caen en la cacocelia, prava affectatio, y pone por ejemplos de este vicio que dijo uno del Centauro que «venía en sí mismo caballero», y a Alejandro Magno, que era hijo de Olimpia y quería correr en los juegos olimpios, dijo uno: «Corre, Alejandro, el nombre de tu madre »; y otro, que «se reía la rosa», por abría. Juzga Demetrio que es violenta metáfora.

Dionisio Longino nota algunos poetas, que «cuando piensan estar inflamados con espíritu y ardor divino, no dicen bravezas, sino chocarrerías; y la hinchazón, que es enfermedad en el decir como en el cuerpo, es muy dificultoso el guardarse de ella. Porque naturalmente, todos los que apetecen grandeza, huyendo de la flaqueza y sequedad, no sé cómo van a caer en hinchazón; y son malos los hinchazos, en los cuerpos y en las composi[ci]ones (de prosa y de verso), el bulto de palabras vacías y sin verdad, que nos llevan a lo contrario de lo que se pretende. Porque (como dicen), no hay cosa más seca que un hidrópico. Pero, en fin, lo hinchado parece que levanta hacia arriba; mas lo pueril o juvenil derechamente es contrario a la grandeza, porque es totalmente vil y humilde, cobarde y nada generoso. ¿Qué, pues, es lo que llamo juvenil? (porque es de mozos y novicios): Un pensamiento escolástico de estudiantes y bisoños, que de pura curiosidad y compostura viene a parar en frialdad, y resbalan y caen en este género con el apetito de lo extraordinario y pulido, y principalmente de lo sabroso, y dan al través de los bajíos de lo figurado, trópico y afectado o cacozelo. Junto a este habita otra tercera manera de vicio, que es mover afectos (de lástima, ira y otras pasiones) donde no es menester, o moverlas desmoderadas donde habían de ser moderadas. Porque muchas veces, algunos, llevados como de locura, se van a pasiones de su propia condición, o a las imaginadas en las declamaciones de la escuela, y no a las propias del negocio que se trata. De esto se sigue que se apasionan y descomponen con los oyentes que no están nada movidos ni apasionados, y cáusanles risa, con razón, porque salen de juicio delante de los que están muy en su seso. Pero de esto de los afectos, en otro lugar, etc.». Con el gusto de la cordura de esta reprehensión o advertencia, me iba, sin sentirlo, traduciendo a hecho y a la letra a Longino.

Él pone algunos ejemplos de estos vicios y excesos en poetas, historiadores y oradores, y después de los versos de un trágico que reprehende, dice así: «No son estas ya cosas trágicas, sino tragiqueadas, el vomitar al cielo y el hacer al viento Bóreas tañedor de flauta, y todo lo demás ha hecho está enturbiado con el modo de decir, y alborotado y revuelto con los conceptos antes que embravecido; y si sacáremos cada cláusula a la luz de la consideración, de espantosos se volverá poco a poco en vil y ridículo. Si, pues, en la tragedia, que es cosa abultada, y hueca de su naturaleza y que admite estofa y henchimiento, todavía no se perdona a la hinchazón desentonada, muy menos convendrá a las oraciones de veras. A este modo son los dichos de Gorgias el Leontino de que nos reímos, que dijo: Jerjes el Jópiter de los Persas, y los buitres, que son sepulcros vivos; y algunas cosas de Calístenes, que no son altas, sino ventosas, y más las de Clitarco que es un hombre cortezudo y que hincha los carrillos, como dice Sófocles, etc.».

Poco después dice de Timeo el historiador que teniendo otras partes muy buenas y siendo grande censor de lo ajeno, de gana de sacar siempre nuevos pensamientos, muchas veces cae en lo pueril y de burla; pone dos ejemplos, y añade: «Pero, ¿qué hay que espantar de Timeo, pues que aquellos héroes (Jenofón, digo, y Platón), siendo de la palestra de Sócrates, con todo, por decir unas gracias muy pequeñas, se olvidan algunas veces de sí?». Aquel en la «Republica de los Lacedemonios», escribe así: «Menos les oiréis palabra que si fuesen hechos de piedra; menos les haréis torcer los ojos, que si de bronce; pareceros han más vergonzosos que las mismas doncellas (niñas) de los ojos ». Cosa era esta no para Jenofón sino para Anfícrates llamar a las niñas que tenemos en los ojos doncellas vergonzosas. ¡Y qué tal es, por Hércules, tener ha hecho por vergonzosas las niñas de todos, siendo así que dicen que en ninguna parte se echa más de ver la desvergüenza de algunos que en los ojos! Y así, Homero, al descarado dijo que tenía ojos de perro. Con todo, Timeo, como si se topara con una cosa de hurto, no le quiso dejar esta frialdad a Jenofón, y dice Agatocles: «que casándose una prima suya con otro, la arrebató de en medio de las vistas de las bodas y se la llevó, cosa que no hiciera hombre que tuviese niñas y no rameras en los ojos». Pues el divino Platón , queriendo decir que se escribiese en tablas (de ciprés) y se pusiese en los templos dice: «Habiéndolas escrito, las pondrán en los templos memorias ciparisinas», y en otra parte, para decir que no se hagan muros a la ciudad: «¡Oh Megilo! (dice), yo convendría con Sparta en dejar dormir los muros echados en la tierra y no levantarlos ». No va lejos de esto lo de Heródoto cuando llama a las mujeres hermosas «dolores de los ojos», aunque tiene alguna defensa en que pone estas palabras en persona de los bárbaros que estaban borrachos en un banquete; pero ni en boca de estos, por poquedad de ánimo (de no tenerlo para despreciar aquel donaire y callarlo) no convenía afrentarse y descomponerse para con todos los siglos venideros. Todos estos dichos tan infames resultan y salen en público por una cosa: por la vana ambición de decir novedades, que es en lo que más coribantizan (salen de sí, como los coribantes) los de estos tiempos. Porque los vicios del decir vienen de las mismas partes de donde nacen las virtudes; van a buscar galanterías, alturas, cosas que den gusto; y por cazar éstas topan con las contrarias y tómanlas por yerro. Prosigue Longino en esta su cuidadosa amonestación de prudencia, y antes de poner las reglas de las verdaderas bellezas y sublimidades, dice una admirable para en lo moral, y en lo racional y oratorio dice así: «Conviene, carísimo Terenciano, tener entendido que, como en la vida humana no pueden ser grandes las cosas que es grandeza despreciarlas, como las riquezas las honras, las famas, los reinos y todas las otras cosas que tienen por de fuera mucho de lo trágico y pomposo, que no han de parecer al prudente bienes excelentes, pues que el menosprecio de ellas es bien no pequeño, y así son más tenidos en estimación y admiración los que las desechan por grandeza de ánimo que los que las poseen, a este modo se han de considerar los dichos levantados y extrañados en las poesías y oraciones, no sea que se hallen hinchadas, y vanas después de abiertas y desenvueltas muchas destas sentencias que tienen apariencia de grandeza por lo mucho inútil y baladí con que van envueltas y embarradas».

Ora no hay para qué, ni puedo, traducir aquí todo el libro. Después de las reglas y ejemplos de la verdadera grandeza tomados de Platón, Demóstenes, Homero, etc., dice: lo más principal para conseguir el intento, como en lo moral, es leer mucho los buenos escritores y poetas, y no ver ni oír a los modernos y afectados, sino como dicen: llégate a los buenos y serás uno dellos; que Stesícoro, Arquiloco, Sófocles, Píndaro, se envistieron del espíritu de Homero con la imitación y tomaron aquel entusiasmo suyo. Pluguiera a Dios y yo pudiera comunicarle a vuestra merced la lección de aquellos grandazos y de otros muy mayores, David, Isaías, Jeremías y los demás profetas, cómo suena con sus propiedades, alusiones y translaciones en sus lenguas originales hebrea y griega; pero a lo menos lea vuestra merced los buenos latinos que imitaron a los mejores griegos: Virgilio y Horacio y pocos otros; no se deje llevar de los italianos modernos, que tienen mucho de parlería y ruido vano. En fin, señor, el cuerpo valiente ha de ser robusto y abultado de huesos y niervos y carne maciza y apretada, y no grueso por gordura, y menos por hinchazón o inflamación, por hidropesía de acuosidad o ventosidad, que este bulto derriba y enflaquece y no tiene cosa de aliento ni fuerzas.

Pondré todavía, traducidos a la letra, algunos ejemplos; y para que sean a la letra, también sin consonantes y aun sin metro; pero antes, por prefación, la primera regla de la grandeza: Que el pensamiento sea grande, que, si no lo es, mientras más se quiere engrandecer con palabras y extrañezas, más crece la hinchazón y más ridícula se hace la frialdad.

«Al (monte) Osa encima del Olimpo
intentaron poner, y sobre Osa
al alto Pelio para escalar el cielo;
y aun hubieran salido con la empresa,
si a juventud cumplida se esperaran».


De los Alóadas dice esto, y no contento con el atrevimiento del escalo de montes, imaginación grandísima y espantosa, añadió otro mayor pensamiento: Y aun hubieran salido, etc .

En la Ilíada, ¿cómo procuró alcanzar la grandeza debida al encuentro de los dioses en batalla?

«Encuéntranse trabando gran batalla.
Tronó espantosamente de lo alto
el padre de los dioses y los hombres;
y Neptuno, de abajo sacudiendo,
temblar hizo la tierra y las cabezas
sublimes de los montes; los pies todos
bambanearon del acuoso Ida,
y sus cumbres también con la Troyana
ciudad, y las Agrivas naves.
Temió allá en el profundo
el Señor de los muertos, Aidoneo,
y saltó de su trono dando gritos,
de temor que la tierra le hendiese
encima Enosicton, y las moradas
infernales se hiciesen manifiestas
a los mortales y a los Inmortales,
(las moradas) horribles y asquerosas
que aun a los mismos Dioses dan espanto».


Véase aquí que con cualesquiera palabras que se pongan en la imaginación, un tan terrible acontecimiento como la tierra hendida por medio en dos pedazos, y apareciendo el infierno con sus habitaciones, tiene grandeza tal que no ha menester hinchazón postiza, mas de palabras propias y no viles. Y siempre de suyo tiene grandeza el representar el vivo acontecimiento o afectos espantosos, en que fue excelente Eurípides. Introduce a Orestes, acometido de la visión imaginaria del ánima de su madre y que le assusa a las Furias, diciendo:

«¡O madre! Te suplico que no me eches
esas carisangrientas
doncellas coronadas de dragones,
que ya me están saltando a la redonda.
¡Ay de mí ¿Qué haré? ¡Ay, que me matan!».


Pero sin mover tantos afectos, dicen grandezas maravillosas en las poesías líricas los trágicos en los coros, y Píndaro con sus odas. Algunas traducciones así a la letra le he de enviar a vuestra merced en teniendo lugar, y suplicarle las imite y mejore con su ingenio, que será honra de la lengua y nación española hacerla decir con ventajas lo mejor de los griegos, que de esta manera se ilustró y enriqueció la lengua y poesía de los latinos, que eran antes bárbaros y no sabían género de verso, sino unos saliares endiablados. Todavía parece que cabe aquí la versión del ejemplo de sencillez y grandeza que trae de Simónides Dionisio Halicarnaseo, y así los pongo:

«Cuando dentro del arca artificiosa
bramaba resoplando el viento (airado),
y el lago conmovido,
con espantoso estruendo se hundía,
(Dánae) sobre Perseo
poniendo la amorosa mano, dijo:
¡O, hijo, y en qué cuita me hallo!
Y tú con pecho blando
y corazón de leche estás durmiendo
en cámara penosa,
con tarugos de bronce claveada,
en noche oscura y niebla tenebrosa,
sin curar de las olas
profundas, que por cima
pasan de tus cabellos, sin mojarlos,
puesta tu cara hermosa
en clámide purpúrea.
Pero, si a ti te fuese lo terrible,
quizás aplicarías
la oreja delicada a mis palabras.
Duerme, hijo, en buen´hora,
duerma el Ponto,
duerma el insaciable
mal, etc.».


Si los quisiere vuestra merced en mejor verso, hágalo, que sabe. Yo manifiesto mi afecto con decir cuanto se me ofrece de bueno o de lo que pienso que lo es, aun sin mirar por mi decir ni mi reputación, sino por la de vuestra merced. Conozca vuestra merced esta largueza y lisura de corazón, y sírvase de ella mandándome muchas cosas de su servicio y gusto. Verá como las hago sin alegar ocupaciones ni otra excusas de Corte, sino a aquel buen fuero de los cortesanos de otra corte mejor: Os nostrum patet ad vos, O Corinthii!. Cor nostrum dilatatum est. Non angustiamini in nobis. No se acorte ni se estreche vuestra merced en mandarme.

Todos los de esta casa tenemos salud, gloria a Dios, y somos de vuestra merced Doña Inés y mi hermano e hijo besan a vuestra merced las manos muchas veces.

Dios guarde a vuestra merced como deseo. En Madrid…de Junio, 1613.

Pedro de Valencia






GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera