Don Juan de Espinosa
cerca
de la poesía
oscura
a don Juan de Arguijo
Señor
don
Juan:
Estos poetas o profetas no son de luz, deben ser del Anticristo porque su Misterio es
confusión.
Y pudiera yo correrme de que, no entendiéndolos, vuestra merced me tenga por buen intérprete. Solo de Salomón se dice que entendía el idioma de las bestias sin serlo él. Vuélvolos a vuestra merced para que los envíe a
Écija
o a otra escuela de ingenios tan robustos que allanen esta dificultad. Bien veo que vuestra merced quiere oírme, pero no es materia para billete y, hablando de veras, es menester larga distinción para condenar este
estilo
que corre, que parece de alguna constitución maligna y no de buenas observaciones. Lo primero porque no es impropio lo figurado, antes esencial a la poesía; lo segundo porque don Luis de
Góngora
(a quien yo soy muy aficionado) y otros hombres de juicio gustan de afectarlo, y no es razón hablar de ellos sin guardar el decoro.
No soy tan
licencioso
que los envuelva con ignorantes, aunque estos pecan con su ejemplo, que entran por sus escritos a
imitar
y sucédeles lo que a la
mona
en casa del estatuario, y así a cada paso los comprehende
Horacio
juntando cabezas humanas a cuellos de caballos. Bien se ve en los fragmentos
usurpados
que hallamos, en muchas obras, quejándose que de su fábrica los trajeron arrastrando a lugares inmundos. A los pintores (que son poetas mudos) los podemos comparar, cuando adulteran las acciones de sus figuras por introducir la imitación. El que pintó la galería del cardenal de Guevara debía de tener bien asidas las especies de alguna herrería de Vulcano, o la lucha de Hércules con Anteo, y dionos el ángel de Habacuc saltándole los ojos del rostro y el brazo, que le pudieran sangrar con ballestilla. Sea monstruoso el
estilo
con los diablos, mas lo que no se puede sufrir es que en tan grandes torrentes de
palabras
no haya una gota de sustancia. Los términos extravagantes, las circunlocuciones y todo el aparato del arte de bien hablar es propio, como dije, de la poesía, pero a fin de poner velos a la hermosura de la sentencia, porque cueste trabajo desarrebozalla. Y para ganar atención, el intento de estos
señores
parece muy diferente: encubren boberías con jerigonza, de tal manera que o no se dejan penetrar o, en quitándoles los oropeles de estos gigantones que sacan, no hay más de bálago mal trabado. Todo su negocio es que su musa tenga uñas como una harpía y cargan de troposílabos
llenos
de rrr y rabos de cometas
fatigándonos
el juicio con su significación. Bueno es que los ingenios sean
atrevidos
y los que se cultivan para este ejercicio redunden en sus
principios,
porque después al
madurar
se despojan de lo vicioso, pero en faltándoles
modestia
para conocerse bisoños, va todo perdido. Y es cosa graciosa lo que pasa, que todos rehúsan el
agua
de la
doctrina
como con rabia. Los muy legos piensan que los engañan, y de peor estado son los que tienen en su aposento un Marcial y dos lexicones. Yo prometo a vuestra merced que se pudiera celebrar un simposio solemnísimo para tratar de estas cosas mejor que de los preceptos estoicos, y aunque esos versos rompen los dientes, a fe que habían de hacer ventaja al plato más regalado. Pero no quiero ruido con
necios
que desconfían y se enojan, aunque hombre les hable con ánimo de que no se rían de ellos. Tienen condición de perro callejero, llegáis a quitalle la maza porque no lo persigan muchachos y tira dentellada que os lleva un brazo. Hago excepción de los amigos, que de justicia se está hecha, y para el que quisiere saber con quién hablo me remito al examen de la conciencia.
Dios guarde a vuestra merced.
Don Juan de
Espinosa