A UN
SEÑOR
DE ESTOS REINOS.
EPÍSTOLA
SÉPTIMA.
Dijo
Platón,
en el primero
Diálogo
de su
República,
que
«facilius est interrogare, quam respondere»,
que viene a ser lo mismo que reprehender y no escribir. A mí no me espantan, señor Excelentísimo, prosas ni lugares citados –sean de quien fueren en razón de la poesía–, sino el escribirla y mostrarnos cómo luce en la
prática
lo que nos enseñan con la
teórica,
que es lo que respondió un
hidalgo
a un
maestro
de armas: «Saque Vuestra Merced la espada, y dígame todo eso con las manos».
Cierto que yo pienso –o no lo debo de haber entendido– que por esto dividió la
Poética
el
doctísimo
Savonarola
en objeto, uso y modo; que el uso no está allí sin causa, pues dijo
Crisóstomo
«que era estéril el
arte
sin el
uso,
como también temerario el uso sin el arte»; y no importa hablar magistralmente de una ciencia si el tal razonador no sabe ejecutarla. Bien sé que esto tiene respuesta con la excelencia de los teóricos a la ejecución de los práticos, si les faltase el arte; pero no la tiene en razón de querer la extravagancia que valga su voto solo contra el de tantos tan excelentes hombres; y más de quien confiesa que no entiende lo que defiende, que para eso mejor fuera remitirse a las manos que a la pluma.
«Qui vere putat melius esse aliquid quod deterius est, nullo dubitante scientia eius caret»,
esto dijo san
Agustín
en el primero de
Música,
y más en razón de introducir una nueva
lengua
que aunque nos dan a entender que no es gramática nueva, sino exornación altísima de la poesía, lejos de la profanidad del vulgo –nunca el otro romano lo hubiera dicho a tan diferente propósito–, bien sabemos que lo sienten de otra manera que lo dicen, y desviando del verdadero sentido los lugares, como aquel axioma de Cicerón que no le pasó por el pensamiento haberle
entendido
de la escuridad, como se verá claramente por este lugar citado de Robortelio sobre la
Poética
de
Aristóteles:
«Orationem rhetorum ad vulgi sensum esse scriptam: poemata autem poetarum, paucorum iudicio censeri».
Que aquí habló de la excelencia del arte en el alma y nervios de la sentencia y locuciones, que
no
de las tinieblas del estilo.
Esta diciplina, que en fin es arte, pues se perficiona de sus preceptos, es parte de la filosofía racional, por donde le conviene a su objeto ser parte del Ente de razón. Es, pues, el objeto del
Arte Poética,
como el entimema de la
Retórica.
El
oficio
del poeta es enseñar de cuáles y con cuáles cosas se constituya el ejemplo y con qué modos y similitudes a diversos géneros, estados y negocios debemos usar de este silogismo, porque todas las demás partes de la filosofía racional hacen esto mismo cerca de su propio objeto. De los
metros
y números no hay que tratar, porque el modo métrico y armónico no es esencial al arte, por donde verá Vuestra Excelencia que se engaña quien piensa que en esta
novedad
de locuciones consiste.
«Potest
enim poeta uti argumento suo et per decentes similitudines discurrere sine versu»,
y note Vuestra Excelencia aquel
«per decentes similitudines».
Luego la esencia de la poesía no es el verso, como se
ve
en Heliodoro, Apuleyo, las prosas del Sanazaro y piscatorias del san Martino. Aquí repare Vuestra Excelencia en quien dice que con ciertos poemas nuevos se restauraba la poesía, que a su parecer debía de andar
perdida
en Italia y en España. Cuando el
Tolosano
dijo en su
Syntaxis artis mirabilis
que constaba el poema de la razón de las sílabas, añadió del orden y del tiempo: todo lo cual más pertenece al sistema de los versos que al arte, de suerte que aunque aquella extrañeza fuera imitable, no era poesía en el arte, sino en el adorno del contexto. Pero quien siente que no tiene fundamento en la
Retórica,
¿qué
respuesta
merece? O no entiende que le tocan las mismas obligaciones que al historiador, fuera de la verdad, o
poca
erudición
muestra quien esto ignora, estando todos los retóricos llenos de
ejemplos
de poetas, como verá mejor Vuestra Excelencia si don
Francisco
de Quevedo prosigue un discurso que dejó comenzado, ingenio verdaderamente
insigne
y tan adornado de letras griegas y latinas, sagradas y humanas, que, para alabarle más, quisiera deberle menos, porque como yo veo en cuantos autores de este género han llegado a mis manos ejemplificada la Retórica con poetas, no sé quién pueda con luz de letras cuidadosas permitirse a sí mismo error tan grande. Yo igualmente hallo las
figuras
en
todos,
como, por ejemplo, la prosopopeya,
«id
est, ficta personae inductio»,
como se ve en
Cicerón
A Herenio
y en Virgilio en el 4.° de la
Eneida,
que también se introduce por forma, como allí por la fama, o la aposiopesis, precisión o reticencia, el uno en Verres y el otro en el libro primero, con los demás ejemplos de Cipriano y Audomaro Taleo, que es puerilidad tomarlos en la boca, cuanto más negarlos, y excluir la
Retórica
de la
Poética,
sin querer que, como la oración se sirve de su ejemplo, valga para ella misma lo que da a los otros. Que si a la
Retórica
llamó
Magno
Tirio
«cogitationum animi enunciatricem»,
¿qué diferencia hay del retórico al poeta?, o ¿quién se declara con más altos y peregrinos pensamientos? Si por los de esta nueva
lengua
no nos ponen por objeción que más que se declaran, se
escurecen,
y si por opinión de san
Agustín
«rhetorica tam falsa, quam vera persuadet»,
no debe de ser diverso de estas dos facultades el oficio.
En mil partes de sus
Disputaciones oratorias
el docto Ludovico de
Costanciaro
ejemplifica con Virgilio, Horacio y Ovidio, y a este propósito, hablando de la inducción, dice:
«Eandem non raro usurpant poetae especiatim... Ovidius, apud quem multa et praeclara sunt inductionum exempla, ut est illud, materiamque tuis,»
etc., lib. 4 de Trist., eleg. 3. Y hablando del entimema retórico cita a
Lucano,
«quid satis est si Roma parum?»,
y en otra parte, hablando con Pompeyo,
«audes fulcire ruinam»,
etc. La Gramática, Lógica y Retórica, no pienso yo que tuvieron otro fin que el conocimiento del razonar, pues la Gramática considera el hablar concertado o bárbaro; la Lógica, el verdadero o falso, y la Retórica, el pulido o tosco, de suerte que las Artes son para una de tres cosas: o para obrar, o para hablar, o para deleitar. La Filosofía moral obra, aunque calle, como sintió Plutarco en su primero problema; la Gramática y Música deleitan; y la Lógica y Retórica hablan, aunque también le pareció a Cicerón que al filósofo le convenía la elocuencia. Pues, ¿de qué se compondrá la Poética si no habla bien ni
deleita?,
o ¿qué llamamos en ella
locuciones
y
frasis?,
y más que el dueño de este
discurso
que envío a Vuestra Excelencia, no
funda
su opinión en otra cosa que las figuras, tropos, enigmas, alegorías y tan
horribles
metáforas, o ¿por qué le será tan precisa la Lógica? Que el que no la sabe no podrá ser poeta, sino
versista;
porque la Filosofía es el arte de las artes, que es lo mismo que decir el fundamento, como afirma Macrobio en el séptimo de sus
Saturnales.
Éstas no son disputaciones dialécticas, donde la verdad dudosa tiene necesidad de argumentos, cuanto es posible probables por la una y la otra parte de la contradición. Y así no he querido
responder,
sino sólo enseñar a Vuestra Excelencia el
papel,
y le suplico –porque sin duda es docto– no juzgue de su pasión ni el haber tenido en tanto desprecio lo que a mí me cuesta tanto
estudio,
pues me remite al
gusto
del pueblo, que paga versos que entiende, sin acordarse que tales cosas he dado
yo
de barato al vulgo, de la ganancia de tantos poemas
impresos,
o no le agradan, si no los entiende por
fáciles,
como los que
defiende
por
difíciles,
pues dice que va a preguntar al autor de aquellos poemas que llaman
cultos
lo que no entiende, que debe de ser todo, de donde se infiere que defiende sin
entender
y que alaba –como muchos– aquello sólo en que halla dificultad. Y, finalmente, es conclusión que muerto el dueño –que viva y le guarde Dios muchos años para honra de nuestra nación, pues su ingenio es como el sol y su estilo como las nubes, que con ser tan soberana luz y ellas cosa tan vil y compuestas de materia tan baja, son poderosas con su
escuridad
a que no sepamos si hay sol, hasta que alguna vez las desvía hablando su propia lengua–, queda esta poesía perdida, pues tan lúcido y preciado ingenio no la entiende y lo confiesa, y lo escribe, y
tiene
a
Ovidio
en
poco.
¡Desdichado de ti, Ovidio, a qué has venido, pues ya ponen tus
Fastos,
Elegías
y
Metamorfoseos
en la lista de los ciegos, y dos docenas de versos de Jerónimo Bosco, si bien pintor excelentísimo y inimitable, que se pueden llamar Salios, de quien dice
Antonio,
«saliorum carmina vix suis sacerdotibus intellecta»,
han sido el remedio del arte y la última lima de nuestra lengua!
At
populus tumido gaudeat Antimacho.
Dijo
Catulo,
en que parece que contradice el haberle dejado sólo en los oídos de Platón, y Josefo Scalígero sobre este verso que no le agradaba aquel poema, aunque era de su amigo,
«et
propter molem et propter obscuritatem quamquam eruditionem, et diligentiam in eo laudet».
En fin, quieren que recibamos con palio la
lengua
antigua, como tengo probado –sin réplica– en el primero discurso que anda impreso, o que comience agora la nuestra a tartamudear como si fuese niña.
El ánimo de ese
papel
viene tan declarado y lejos del propósito, que no me hizo fuerza a la
respuesta
ni por la obligación de la cortesía, ni por la contradición de la materia; que defender lo mismo es nueva manera de contradecir, y argumento que ninguno de los filósofos antiguos le ha soñado; de donde me vengo a persuadir que aun no debe de haber leído el
discurso
a que responde, pues si sólo hubiera visto el proemio, supiera de lo que había de huir, y si la materia de que había de tratar, acordarse que dice: «No digo que las locuciones y voces sean bajas; pero que con la misma lengua se
levante
la alteza de la sentencia a una locución heroica».
Y en otro lugar antes de éste dice: «El
medio
tendrá pacíficos los dos extremos, para que no esté tan enervada la dulzura que carezca de ornamento ni él tan frío que no tenga la dulzura que le compete».
Con esto habrá visto Vuestra Excelencia que porfiamos los dos una misma cosa, y para que más clara se vea esta verdad, el lugar de que hace tanto cargo de conciencia con el testimonio de que hablé de poetas y no generalmente de la
escuridad,
dice así: «Finalmente, de las cosas escuras y ambiguas y cuanto se deban huir, vea Vuestra Excelencia a san Agustín en el libro 4 de
Doctrina Christ.»,
etc.
Luego, si dice de las cosas escuras y ambiguas, no especifica poetas, sino todo género de escuridad y ambigüedad, y a esta traza es todo, dando círculos en lo que está dicho y con diferente sentido, armando sobre el mismo fundamento vanas contrariedades. Pero, diciendo ingenuamente lo que siento, él no quiso defender, sino hacer
obstentación
de sí para ser conocido; porque fue opinión de
Plauto
que por la mayor parte los grandes ingenios –como debe de ser el suyo–
«in oculto latent»,
aunque creo que mejor le respondiera como
Catulo
a Ravido:
Aune
ut pervenias in ora volgi? quid vis? qua lubet esse nitus opus? Eris?
El ingenio del excelentísimo señor Príncipe de Esquilache, virrey agora del Perú, filósofo y teólogo, ha escrito muchos versos en honra de la lengua castellana y erudición de los que la deseamos saber con perfección, y entre ellos esa
Égloga,
con la pureza que alabara yo aquí, si no se la enviara a Vuestra Excelencia para que la encarezca y estime con su grande ingenio y letras y luzga esta alabanza de señor a señor, que el respeto de ser bienhechor mío podría ser que le diese a quien lo sabe algún aire de lisonja. Quéjase casi al fin de ese papel de los poetas que se contradicen unos a otros. No debe de hablar conmigo en esta parte, porque yo tengo mis librillos –cuales son– llenos de alabanzas de poetas y de los demás ingenios, si bien no está allí el suyo, por no le haber conocido, y quisiera sin esto que hubiera leído a Aristófanes en razón de las comedias, si bien trae su discurso una palabra griega donde hubiera visto introducido a Sócrates, que también le hay en la lengua latina, para los que no habemos pasado a Grecia.
Lea, pues, Vuestra Excelencia esa
Égloga
con mucho gusto, y verá poner las manos en el instrumento de nuestra lengua al Príncipe con la mayor
limpieza
–excelencia suprema de los músicos– que hombre
jamás
las puso. ¿Qué dirá de esa
claridad
castellana? ¿De esa hermosa
exornación?
¿De ese estilo tan
levantado
con la propia verdad de nuestra lengua? Sin andar a buscar para cada verso tantas metáforas de metáforas, gastando en los afeites lo que falta de faciones, y enflaqueciendo el alma con el peso de tan excesivo cuerpo. Cosa que ha
destruido
gran parte de los ingenios de España con tan lastimoso ejemplo, que poeta insigne que escribiendo en sus fuerzas
naturales
y lengua
propia,
nacida en ciudad que por las leyes de la patria es juez árbitro, entre las porfías de la propiedad de las dicciones y vocablos, fue leído con general
aplauso,
y después que se
pasó
al
culteranismo,
lo
perdió
todo.
LOPE
FÉLIX DE VEGA CARPIO.