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Título del texto editado:
Torre del Templo Panegírico de don Fernando de la Torre Farfán. Escudo tercero
Autor del texto editado:
Torre Farfán, Fernando de la (1609-1677)
Título de la obra:
Torre del Templo Panegírico de D. Fernando de la Torre Farfán
Autor de la obra:
Torre Farfán, Fernando de la (1609-1677)
Edición:
Sanlúcar de Barrameda:
s. e.,
1663
Transcripción realizada sobre el Ms. 58-2-25 de la Biblioteca Capitular de Sevilla
Encoding: Ioannis Mylonás Ojeda
Transcriptor: Esther Márquez Martínez
Sevilla, 06 febrero 2023
Demuéstrase
común
y loable el uso de los retratos
Escudo 3º
Otros
gozqueítos
le regañaron los dientes a un
retrato.
Los ladridos importunos mejor los concluye el palo que la réplica. En las
puerilidades
desusadas, venga el azote, los asesinos de la pluma. Esto también habla con quien el interés de poca
paga,
que no
logro,
le quitó todo el miedo de
cómplice
en lo que no
hizo.
Tales
ignorantes
no delinquen, empero es necesario
culparlos
de delincuentes. Acusaban la malicia de uno que había muerto cierta gallina ajena y respondió: “¿qué había de hacer si se venía a mí como una leona?”.
Primero desea la
confesión
saber ¿qué precepto
quebrantan
las frentes veniales de los
retratos?
¿O contra cuál edicto sacan la cara semejantes efigies? Ya
Salustio,
1
desde
su
tiempo,
conoció estos sumistas: las correcciones de sus cuadernos son corrupciones de las ciudades; dondequiera presumen de alcaldes ordinarios, arrogándose las primeras instancias,
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empero lo
soberbio
de sus sentencias persuade que tienen la vara de los villanos; fulminan sentencias de su dictamen y estragan como rayos de su indignación.
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Todo vicio desea otra maldad […]
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Este solo anhela […].
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Usa el mejor pasto no por el apetito de tragarlo, sino para el daño de morderlo; el calor de su ira convierte en cólera cuanto la templanza usa para sustento; la araña emponzoña el jugo que la abeja
purifica.
Demóstenes
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les
despreció las armas calumniosas no tanto porque todo lo desafían a delito, cuanto porque nada vencen con la probanza. Así, los condenó a su odio donde quiera que los halló su razón; persuadiolo
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como contagio público a los comercios atenienses porque sus flechas herboladas en la calumnia disparan a toda ingenuidad desde el arco de su porfía.
Las efigies de los autores en sus libros nunca las
condenó
la
costumbre,
ni las aborreció la extrañeza; será porque se incurre nada en eso para los expurgatorios. Ni bastaría que un retrato tuviera cara de hereje para que, por eso, incurra contra lo
católico.
Si se le quisiese argüir de pecado aún es dudoso si podía concluirse de venial y, entonces, también debe replicarse que lo comete la lisonja de quien costea la
imprenta.
El volumen más pica por la proposición que dice, que por el bulto que hace. Si llegase hasta
vanidad,
no explicaría más jactancia que aquella en que
incurren
las letras que al principio subscriben el dueño de la obra. Si hay alma de cántaro que halla en esto cuerpo de delito, ¿qué
escritor
podrá indultarse de reo? Aún los sagrados, todos tienen que purgar en esa culpa. ¿Cuál de tantos no incurrió en tal hierro excepción de
ninguno?
La multitud prohíbe el referir los volúmenes de todos donde en los más dicen las estampas lo mismo que después reiteran las letras. ¡Que dello se asoman a las puertas de los libros los
sabios
que sacan la cara contra esta costumbre!
No es la efigie o el nombre quien hierra en estamparse, sino la ocasión en que deja estamparse el nombre o la efigie. La
gravedad
de la materia que se escribe o la bajeza de la invectiva que se rasguña honra decente o hace ridículo el
apellido
que se permite a la prensa o el bulto que se da los retratos. Tales caracteres o perfiles unas firman y otras veces
manchan
la primera hoja de cualquier libro. Lo último
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es de aquellos que no trasladan del juicio que debiera corregirlos porque inventan de la enfermedad que suele fatigarlos.
Plinio,
aunque el mozo,
culpaba
así las obligaciones religiosas que se desaprovechaban de vanas;
Cicerón
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también
reprehendió
el trabajo que aborrece el nombre de sus dueños o los dueños
aborrecibles
por su trabajo; hay obras que se indignan con sus autores y hay autores que se hacen
indignos
a costa de sus obras. Mal puede segar mieses para la utilidad quien ni aún tuvo maña en sembrar granos para la delectación. Juvenal satirizó estos afanes, ahogados en sus propios sudores, más empalagados de la
multitud
que refeccionados de la sustancia:
Juvenal
Saty.
[…]
tenet
insanabile
multos
Scribendi cacoethes.
Tiene su
locura
insanable, el necio,
de escribir por uso
mucho, y malo, a un tiempo.
Aún peor es que ya esta audacia llega a vestir su pecado con ropas de virtud, ¡quién juzgara que no hubiese alcanzado su
censura
más severidad! Sea testigo una invectiva,
atosigada
de todo el acónito de las sátiras, antepuesta a un asunto
sacro
con título de prólogo. Culpa este el poner una efigie arrodillada a un templo y postra el suyo encorvado a una
mezquita,
bien que no fue el delito desta ignorancia lego, pero asesino de otra barbaridad que parece
religiosa.
Pasión rara pagar sin vicio el pecado ajeno, por incurrir con el pecado propio; aunque si el
mónaco
compra
al
precio
que no
paga,
porque se lo echó en la capilla, ahorcado tal barato.
Libertad
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floja en lazo, cuyo instituto debe ser estrecho, riesgo tiene de desatar el instituto. Así lo
tomó
Lipsio de
Plutarco.
Empero
Macabeo
define bien la alta obligación de este oficio:
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religioso
será el que distingue lo bueno de lo malo; que aborrece lo indigno de su obra; que repite lo que debe caber en su palabra; el que no ignora lo que se hace; el que sabe lo que se dice.
Tibulo
enseña a meter las manos en esta dificultad.
Tibulo
tb. 2
eleg.1
Casta placent superis pura cum mente venite
et manibus puris sumite fontis aquam
Lo casto agrada a los
dioses;
venid con puros ingenios,
con limpias manos coged
a la fuente, claro el feudo.
Si el
doctor
Nasón
hubiese
tomado el pulso a nuestro
siglo,
juzgaría yo que curaba algunos achaques ocultos de esta edad; su emplasto es el que se sigue, irrite o sane hinchazones, que reventaron de enconadas:
Ovid.
Tb 2 Tast.
Innocui veniant procul hinc, procul impius esto
Frater et in partus mater acerba suos.
Lléguense los
inculpables;
impío el fraile vaya a redro,
y la madre vaya que es
cruel con sus hijos mismos.
Suelen ser tales las
travesuras
de algunas obras que obligan a que se les arrime el
azote
de las palabras:
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quien estraga las inmunidades de la religión no le excuse el golpe al palo de la justicia.
Ley
fue esta pronunciada de la elocuencia que se hizo fuero en los respetos romanos; bien que si pareciere gentil el apotegma se ayudara de sentencia con toda veneración de católica. Sea
del
apóstol
Jacobo:
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religión vana juzgó que era la del que le da a la boca más freno que el que deja sujetarse con las riendas de la modestia.
¿Qué diría de aquella donde a tanto que el silencio y las vigilias sirven de bocado? Si aquí se me denunciare el
latrocinio
apostólico,
indultaré
mi
culpa,
por ahora, con la misma costumbre no menos que en los santos: estos no dejaron secreto que no le abriesen a las reservadas, sacras escrituras. Nunca excusaré la
imitación
de tan loables ladrones. Un pobre se defendía de los ladridos de un gozque apedreándole con los pedazos de pan que había pedido de limosna. ¿Cuándo pudo ser robo de lo vedado, lo que no pasa de solicitud de lo lícito? Juzgo, pues, que es las más veces evitar las mordeduras caninas con las defensas útiles. Dirá el padre (no sé si muy santo) que lo engañó un consulto, ya sé cuán virtuoso, empero, mirárale antes a la fisonomía de las letras y quizás después le aborreciera las inclinaciones del parecer. Hay sujetos cuyas
ropas
prometen el juicio que desacreditan las acciones; visten el entendimiento de distinto traje que aquel con que se acredita la persona. Mofaron
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los oficiales de
Leuxis
de ver a Megabizo distribuía la elección en el juicio de unas pinturas; levantó el precio de las vulgares sobre la estimación de las favorecidas de todo el artificio. Advirtió el maestro el desprecio de los mozos y la ignorancia del magnate. Díjole a su presunción torpe, vestida de su autoridad necia: “Admiran los muchachos el ver que por las bocamangas de tu toga hable tan recio tu incapacidad. Megabyzo, donde no tiene facultad la
experiencia,
nadie aprecia mejor que el silencio”. ¡Qué sabio es el saber callar a tiempo! Muchos hierros escusa el buen uso de las palabras para que no se indigne la razón con malas obras.
Tal proceso con calidades de rayo se
fulminó
contra el
apellidarse
autor de la obra. Hízose patíbulo de culpas el
Templo
donde todos gozan la
inmunidad
de asilo. El respeto a lo
sacro
no lo adquiere el instinto, sino la razón. Por eso no hay lugar donde se extrañen los ronquidos del jumento, bien que donde quiera son desapacibles. Empero, aunque no es nuevo que los rebuznos expliquen el riso del asno, no dejará de ser raro que haya oídos que tengan la paciencia a prueba de su bestialidad. ¿Cuándo, ¡oh torpes!, el libro expurgado con las censuras fieles le huyó el cuerpo al nombre del
autor?
Eso sucede solo mientras la
malicia
de la obra es tan descarada que se retira a sus
obscuridades
por que no la afrenten las luces de la probación, como quien saca de medio ojo un libelo con muchas entre apostasías y
tapa
de medio a medio un prólogo en todo
luterano.
Por esto, unos ponen retratos en lo que
hacen
y otros no cumplen menos retratándose de lo que dicen.
El respeto postrado a lo superior se laurea de obediencia. Mándase manifiestos el dueño y obedece el nombre; eso mismo ejecuta la sumisión del
retrato,
no como vario, sino como pronto. Las mismas historias ofrece el pintor al conocimiento con los colores, que el coronista entrega a la noticia de la pluma. Si no pecan las letras, tampoco incurren los perfiles. Con todo, es tan ciega la necedad que, aunque siente el golpe de esta disciplina, reza el odio de su pasión tan humana. En los
brutos
impera la tema sobre la razón: azotábase un portugués tan necio que lastimaba a muchos que lo atendían. Rogábanle que minorase de abrazos o se diese más quedo, a que replicó su pertinacia:
“Nãon
há devo caon hê tema”.
Adagio
hay que explica el parecer destos complacido con la buena cara de los de su temario.
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¿Quién vio el
corro
necio
de los jumentos afilando unos los dientes en los pescuezos de los otros? Parece que se muerde y es que se halagan. El curioso que lo tomó de
Alcino
halló ese mismo primor en la cortesanía de los puercos. Tienen tan bien templadas las propensiones de la vista que las
torpezas
de unos son hermosuras de los otros.
1.
Acerbis
iustitiis magis vastatur civitar quam corrigitur. Salistio in fargm.
2.
In
ore stulti virga superbiae. Prover. Cap. 4.
3.
Alia
quaecumque iniquitas in malis operibus exercetur ut fiant; superbia vero etiam bonis operibus insidiatur, ut permeant. D. August.
4. N. de la Tr.: no se lee bien.
5. N. de la Tr.: no se lee bien
6. Ea est calumniatoris natura in crimen vocare omnia probare vero nihil. Demost. Ex Appell. Cont. Eubulidem.
7.
Mala
res, Athenienses, mala est perpetuo calumniator et undique res invidiosa et contentiosa. Íbid. Ex Appell. Cont. Eubulidem.
8.
Hominis
inquieta et turbidi non iuditio scribunt sed morbo. Plin. Jun. Tb.
9.
Mandare
quemquem litteris cogitationes suas, qui eas nec disponere, nec illustrare possit, nec delectatione aliqua adlicere lectorem, hominis est intemperanter abutentis et otio et litteris. Cic. Tb. 1. Tuscul.
10.
Libertas
nimia religionis, pernities religiones. Lyps. ex Plut.
11.
Religiosi
sint qui facienda et vitanda discernunt. Macrob. Saturnal. Tb 3.
12.
Poena
violate religionis iustem la recusationem non habet. Cic. Tb.
13. Siquis autem putat se religiosum esse non refrenans.
14.
Quum
Megabyzus aliquando picturas tenuiter et ruditer confectas laudibus extolleret cum summa industria elaboratas reprehenderet, pueri Zeuxidis itaque cum taces inquit Megabyze miranturte iste pueri. Vident enim vestem et cultum tuum. Simulac vero quid, quod ad artem pertineat vis dicere te contemnunt. Tu igitur et inter laudandos censearis linguam compesce neque cuiusquam quae nihil adte attinent opera vel artem diuidices. Elian. Tb. 2 cap. 2.
15.
Asinus
asino et fut sus sui pulcher. Eras. Ex Alum en Adag.
GRUPO PASO (HUM-241)
FFI2014-54367-C2-1-R
FFI2014-54367-C2-2-R
2018M Luisa Díez, Paloma Centenera