Despréciase
la
calumnia
de llamar
hurtos
a las
autoridades.
Escudo 10º
Las
destemplanzas
en que incurre la infamia, muchas veces, piden el castigo; no pocas, merecen la lástima; y ninguna, obligan a la respuesta. ¿Quién creerá que pudo saber, aun en la mayor causedad de la ignorancia, el acusar por delito de
hurto
el uso de las
sentencias
de los
autores?
Hay cosas que se oponen a la posibilidad mientras no las explica la demostración; o indican hombres indignos, que habiendo
volúmenes
tantos no han llegado a la comunicación fácil de alguno de todos. El
sacro
Agustino,
como
predicador
grande,
enseñó la doctrina de
perdonar
ignorancias, bien que fueron aquellas sotaventadas a las voces de los maestros, las que no alcanzaron el buen aire de la enseñanza. No, empero, las otras que hallando en cada libro una escuela permanecen en su incapacidad a despecho de la enseñanza. ¡Qué mal se deja llevar a la playa de la ciencia quien bien navega en el piélago de la
ignorancia!
Vaso roto se llama en la mejor lección el corazón del necio; mal guardan el licor la vasija quebrada. Así, estos, aunque se depositase en su buque desaparecido, todo el jugo de las librerías, no retendrían esta evidencia. ¡Qué sería ver un sí-es-no-es
monje,
pared en medio de otro que no ha acabado de
comenzar
a ser
letrado
y ambos mezclados con otro que no acertó a ser pintor y lo escupe (qué lindo tres en carro) hinchados de
soplones
de la
erudición
sobre acusar los lugares con sus
citas
por
hurtos!
Repare cualquiera, ¿quién debe ser el descaminado? Parece que vía
Alciato
este ridículo triunvirato cuando ideó su
emblema
de la esfinge, y si no, cuenta con ella:
And. Aliat. Embl. 187
Quod
monstrum id? Sphinx cur candida virginis ora
et volucrum pennas, crura leonis habet?
¿Qué
monstruo aquel? La esfinge
porque cara recoleta,
plumas de letrado y
¿de bruto tienes las piernas?
Hanc
faciem assumpsit rerum ignorantia, tantis
cilicet est triplex causa et origo mali.
La
ignorancia de las cosas,
esta forma adquiere mesma:
triplicado viene a ser
el origen desta mengua.
Este es aquel prodigio de
Tebas
y tal parece la ingeniosidad de su enigma. Quisiera, empero, que se hallase Edipo. Sea la
claridad
de
Séneca,
responderán
docto
a la
tropelía
de pies de banco. Ya se vio la fábula opuesta en cuatro necedades, continuada en dos
boberías
y dada a ciegos portes obscuros de razón. Todo paraba en hacer delito el no acertar el dueño de los enigmas que, con el nombre mal puesto de jeroglíficos, han vagado en traje de
cosi cosa.
Empero, ya descifrado el embeleco, sin duda, se dejará caer del monte de su ignorancia.
Quedó
Séneca
a la
respuesta
de la calumnia, mal encarada a los hurtos de los autores siendo gracia de los volúmenes. Extrañó el
filósofo,
escribiendo a Lucilo, haber él mesmo pronunciado
ajenas
las sentencias de que se vale.
Reconvínose
a sí propio en tal querella: «¿Por qué noté ajeno –dice– lo que sin injuria pude hacer propio?» Cuanto el
ingenio
adquiere bien dicho, puede usarlo por
suyo.
Esta sentencia se opone a la definición del
hurto,
porque este es manejo de la prenda ajena a despecho del dueño, arrancada de la voluntad del poseedor. Esotro es adquirido de las
letras,
minas registradas a merced del trabajo. ¿Quién culpó de ladrón al vaso que toma la plata líquida de los manantiales? ¿Cuándo fue hurto del labio usar, con sed, el caudal de las
fuentes?
No sé si podrán disculpar así sus
rapiñas
propias
los
denunciadores
de latrocinios ajenos. Véanse en la mariona de su
Festín
(no de tres, sino con tres mil gracias) las cabriolas que están dando
los
esdrújulos
del
religioso
de San Antonio sobre el volver a hacer sus mudanzas a la celda de su mismo dueño, no bien halladas entre
herejías
y proposiciones
mal
sonantes. Pues mírensele a los pies a las coplitas de los jeroglíficos. Si tuviera miramiento deshiciera la rueda; empero, sobre ser arañadas parecen suyas. Por lo menos, si los que denuncia se le antojaron
hurtos,
no serían en mal
latín;
véase, pues, si lo suyos lo son en buen
romance.
¿Quién no juzgará que se hizo para estas habilidades aquella
copla
tan a
propósito
en la substancia, como antigua en el lenguaje?
Mal
ladrón, mal trovador,
ya que pretendes trovar
¿cómo no sabes hurtar
lo malo, y no lo peor?
Además, no solo son
malos
hurtos los del
Festín,
empero los
estelionatos
de los papeles doblados son otros que bien bailan. Ya se sabe el pleito con talle de tumulto de verduleras sobre él: «toma tu media calabaza y daca mi guadaña», porque en esto es el que a nadie no perdona. Mal se compadece a verse
alzado
con el caudal
estañado
de los
jeroglifiqueros,
y
acusar
a otro de
ladrón
del
tesoro
rico
de las frases
latinas.
Culpaba
un limpión afeitado con estiércol y agua de fregar a un beneficiador de minas; decíale que le hurtaba a los escondrijos de la tierra las entrañas preciosas de oro. Empero, respondiole, apretada la nariz con los dedos: «fue si, que con lo que le robas a los albañares estamos todos para echar las tripas». No es lo mismo zurcir una zarabanda
lasciva
con
otra
postrimería
funesta que carear
erudiciones
lícitas para ayudar doctrinas
decentes.
Bueno es que quien
traduce
tridentes en manos de mortero, mofe del que
esmalta
joyas
castellanas
con
diamantes
latinos;
que
acuse
fábricas sacadas de cimentos para grandes mansiones, quien ocia el tiempo en
hurtos
vanos con nombre de
chaconas.
Cicerón
es uno de los
capaces
que se indignaron contra esta libertad; y aunque en su
edad
no los había tan
sagrados
como
ahora,
fue el enfado contra los que eran
conventuales
en su
siglo.
¡Oh, quién viera aquella
elocuencia
magistral resolviendo ignorancias para purgar los malos humores deste tiempo! No extrañaba la otra que la saludasen con el nombre de las pascuas, sino que quien le refrescaba la memoria fuese la Méndez. Ya llegó la era en que la desvergüenza mortal de la cicuta calumnia de nocivos los perfumes saludables del romero. ¡Oh, qué dientes de la boca obscura de la malignidad! Míresele a la cara al que la tuvo para dejar que se la sacasen en un
Festín
que fue
vergüenza.
Valerio
Máximo no
hallaba
modestia que supiese huirle el cuerpo a esta indignación; qué saludador ha preservado los escritos de semejantes rabias. Esta es una y no la menos nociva injuria de la naturaleza. Aborrécele el sosiego, mas no puede evitarlo la necesidad. Tales monstruos hace el mundo y después los padece. Si la vigencia del orbe se obliga a sustentarlos, debiera ser donde ellos no lo corriesen sino donde los
castigase.
Marcial
le volvió a
Domiciano
en obsequios los pasos desterrados de otros indignos hijos de Eva. Estos, bien que en distinta malicia, fueron también partos
bastardos
de aquella gran República: Padeciolos,
entonces,
Roma,
como
ahora
los aborrece Sevilla.
Mart. Tb. 1
epig.
4 ad Caesar.
Turba
gravis paci placidaeque inimica quieti,
quae semper miseras sollicitabat opes.
La
turba, opuesta a la paz,
enemiga de otros bienes,
que las míseras riquezas
solicitaba insolente.
Traducta
est getulis nec cepit harena nocentis:
Et delator habet quod dabat exilium.
Ya
es desterrada a los Getas,
ni tal daño el Ponto quiere,
y aquel destierro que daba,
el acusador padece.
¡Oh Talión bendito! ¿Quién habrá que no te bese la disciplina por la que les das a los que asisten en semejantes tinieblas? Buena económica se llamaría la que
desterrase
estas
larvas
caseras. Empero, ¿qué destierro como el
odio
común? Si deseasen hacerse invisibles como
pretenden
parecer notables, lograrían la pretensión, pues consiguen que no los puedan ver. A estos no se les inclina el consejo porque no es zarcillo digno de sus orejas; entonces, se les debería cuando se llamasen arracadas. Con todo le pediré a
Propercio
algunos de los
versos
de una de sus
elegías
en que el modesto se rindió, entonces, a la
elegancia
de
Mecenas.
Ahora den donde dieren:
Propert. Tb. 3.
Eleg.
5 ad Mecen.
Turpe
est quod nequeas capiti committere pondus
et pressum inflexo mox dare terga genu.
Torpe
cosa es que no puedas
darle a la cabeza el peso,
y sin postrarte afligido
no volver la espalda luego.
Omnia
non pariter rerum sunt omnibus apta
fama nec exaequo ducitur ulla iugo.
No
son las dificultades
comunes a todo, empero,
ni la Fama le sujeta
a cualquier coyunda el cuello.