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Título del texto editado:
Parecer de don Francisco de Córdoba acerca de las “Soledades”, a instancia de su autor
Autor del texto editado:
Fernández de Córdoba, Francisco 1565?-1626
Título de la obra:
Parecer de don Francisco de Córdoba acerca de las “Soledades”, a instancia de su autor
Autor de la obra:
Fernández de Córdoba, Francisco 1565?-1626
Edición:
Muriel Elvira: Sorbonne Université, 2015


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Parecer de don Francisco de Córdoba acerca de las “Soledades”, a instancia de su autor.


Vino a mis manos, por las del señor Francisco de Gálvez, la primera parte de sus Soledades de vuestra merced y lo que tiene hecho de la segunda, con que me intimó un mandato de vuestra merced preciso: que las viese y le dijese mi sentimiento. Acudí a lo primero con mucho gusto, por ser en favor mío, que no le tengo por pequeño el comunicarme vuestra merced sus obras tan para estimar de todo el mundo, y en particular de mí, o por la antigua amistad, o porque, como he visto algún tanto en poetas y poemas antiguos y modernos, me corre obligación de saber la excelencia de los de vuestra merced, la ventaja que hacen a los demás, sus agudezas peregrinas, la eminencia de su ingenio ya mejor aplicado que hasta aquí a cosa que participa de lo serio y continuado. Ojalá fuera la materia más grave, heroica, como algunas veces lo he procurado, si bien no he podido persuadir a vuestra merced, y no quedara nuestra España (como está hoy) sin alabanza alguna en este género. Ello, al fin, es tal que puede dar cuidado o quitarles de él a cuantos tratan de componer, pues con razón lo que de las de Virgilio diremos de sus composiciones de vuestra merced:

Cedite romani scriptores, cedite Graii,
Nescio quid majus nascitur Iliade;


y cierto que, si dijo Estacio Papinio en el Genethliaco de nuestro cordobés Lucano:

Graio nobilior Melete Baetis,
Mantua, Baetim provocare noli,


que sin escrúpulo de consciencia lo podremos aplicar a vuestra merced.

Y de mí confieso que, cuando por otros fines y ocupaciones no hubiera dado de mano a la poesía, lo hubiera hecho por conocerme incapaz de arribar a la alteza que posee vuestra merced en esta arte que no admite medianía, conforme al juicio de Horacio tan experimentado a costa de muchos. Dé vuestra merced gracias a Dios que ha pasado muy arriba de este grado y que, confesándolo así todos, sin que sobre esto pueda movérsele guerra de consideración,

Nubes excedit Olympus […]
Pacem summa tenent.


Y, si ya no es profanar la sagrada escritura (quod absit a nobis), está hecho vuestra merced «mons Dei (que en aquel lenguaje quiere decir altísimo, inaccesible) mons, in quo beneplacitum est Deo habitare in eo». Pues como dijo ese otro:

Et sacri vates et divum cura vocamur.
Sunt etiam qui nos numen habere putent


y

Est deus in nobis agitante, calescimus illo.


Respecto de lo cual son casi convertibles poeta y profeta, según la autoridad irrefragable de San Pablo: «ut dixit quidam ex illis proprius ipsorum propheta», hablando de Epiménides cretense; y el nombre de vates comprehende a ambos.

Digo, pues, volviendo (como dicen los juristas post liminio, por no decir «a cabo de rato, a Andújar») al recaudo que se me dio en nombre de vuestra merced: a lo primero obedecí con muy buen gusto, pero no a lo segundo, porque tengo, y no sin fundamento, por tan sospechosas y mal acreditadas para con vuestra merced mis advertencias como mi silencio. De éste hice prueba en la Canción al Larache, donde se juzgó por culpable en mí lo que otros advirtieron del «si, no» demasiadamente frecuentado. De aquéllas en lo que, por mandado de vuestra merced, advertí acerca del Polifemo, en que, diciendo (Dios me es testigo) sinceramente mi sentimiento, con notar lo que pudiera a mi parecer (por ventura mal fundado) reformarse, vuestra merced, por algunas razones que debe tener, «dimisso ablegatoque consilio» siguió su dictamen:

Neque quod dixi flocci aestimat;


antes el efecto que hicieron:

non oculi tacuere tui.


Y así me pareció que era impertinente cualquier aviso en materia de las Soledades, pues no había de obrar más que los pasados y, por dicha o desdicha mía, caería crudo sobre indigesto, principalmente no pudiéndole yo dar de palabra por las ocupaciones de la Iglesia, aspereza del tiempo y otros impedimentos precisos de lo que fuera tan de mi gusto. Pero rendime, al fin, a los ruegos del que trajo el papel y a la amistad que debo a vuestra merced y deseo que tengo de servirle y que parezcan todas sus obras dignos partos (y no abortos) de su ingenio. Y prometo a vuestra merced, como cristiano, que en esta parte soy tan tímido y me reduzco tan fácilmente que mi libro de la Didascalia le vieron muchos padres de la Compañía y otras personas doctas y, conforme a su censura, reformé muchas cosas, y últimamente conforme a la del padre Juan Luis de la Cerda, cosa que constará por la carta que yo tengo suya y que él tiene mía, en que le concedí y quité por su parecer algunas, y di razón en defensa mía de otras; y no reparé en que dijese nadie que habían enmendado en mi libro algunas menudencias, pues al fin el todo era trabajos míos, y con este nombre los había de ver el mundo, y no con el de los reformadores; y que los haya en obras grandes y pequeñas, y con razón, no es maravilla, pues «quandoque bonus dormitat Homerus». Y la philautia o amor proprio ciega los hombres y hace parecer «suum cuique pulchrum»; y más ven cuatro ojos que dos; y más que el que juega el que mira. Y como refiere por proverbio griego Agelio:

Saepe etiam est olitor valde opportuna locutus;

que Apeles, pintor sumo (según de otros refiere Conrado Licóstenes), no se desdeñó de enmendar en un cuadro suyo lo que advirtió el zapatero conforme a las reglas de su arte. Y así de ordinario todo cuanto he escrito de poca o de mucha consideración lo he comunicado con personas inteligentes y, conforme a su censura, enmendádolo, acordándome de lo que dice el sabio: «Sapiens corde praecepta suscipit et stultus caeditur labiis» y, más adelante: «Qui diligit disciplinam, diligit scientiam, qui autem odit increpationes, insipiens est». Y al menos en esta parte he procurado no serlo.

Viniendo, pues, en particular a lo que juzgo de las Soledades, hálloles tanto bueno que no sé por dónde comience a loarlas, ni por dónde acabe, porque, habiendo sujeto capaz de ponderación inmensa, me sucede lo que a Teócrito cuando en el Eydilio 17 a Ptolomeo Filadelfo dijo:

Arboribus densam veniens signator in Idam,
Anxius ingentis circumspicit omnia silvae,
Unde opus incipiat, quae primo justa labori
Causa sit: haud alia mentem ratione fatigat
Nunc mihi materiae pondus grave fine carentis.


que después imitó Policiano en la Manto:

Unde ego tantarum repetam primordia laudum?
Aut qua fine sequar? Facit ingens copia laudis [sic]
Ancipitem [sic]. Sic frondifera lignator in Ida,
Stat dubius, vastae quae primum robora sylvae
Vulneret, […]


y yo imité de ambos en mi silva Prometeo. Y así, dejando como cosa «per se nota» y debida a más facundia que a la mía sus alabanzas, pues cualesquiera serán inferiores a las que merecen la descripción de la vida rústica en aquellos amebeos:

Oh bienaventurado
albergue, a cualquier hora,


la de la navegación del océano, la de los juegos de carrera y lucha, y el epitalamio (superior, a mi juicio, a los de Catulo) y lo que en esta segunda parte con buen acuerdo mejoró vuestra merced, dándole habla al peregrino que, en la primera, no sé si justamente, calló siempre entre tantas ocasiones de romper el silencio, que no quiero descender a los particulares de versos y pensamientos divinos.

Juzgo, mi señor, que lo que a la hermosura de estas Soledades y vago lienzo de Flandes ofusca y hace sombra (efecto suyo proprio) es la oscuridad: cuanto más afectada y puesta en práctica, tanto más viciosa, pero seguida de vuestra merced; a quien yo no quiero persuadir con autoridad mía (que no me atribuyo tanta), sino con la de los más graves autores del mundo, que procuran desterrarla de los escritos bien formados.

Aristóteles, maestro mayor de esta obra, en su Poética, hablando de la virtud de la dicción: «Dictionis autem virtus, ut perspicua sit non tamen humilis». Quintiliano: «Quid si plerumque accidit, ut faciliora sint ad intellegendum et lucidiora multo, quae a doctissimo quoque dicuntur? Nam et prima est eloquentiae virtus perspicuitas, et quo quisque ingenio minus valet, hoc se magis attollere et dilatare conatur, ut statura breves in digitos eriguntur et plura infirmi minantur. Nam tumidos et corruptos et tinnulos et quocumque alio cacozeliae genere peccantes, certum habeo non virium, sed infirmitatis vitio laborare, ut corpora non robore, sed valetudine inflantur et recto itinere lapsi plerumque divertunt. Erit ergo obscurior [etiam] quo quisque deterior». Y en el capítulo segundo del libro cuatro: «Nam et per totam actionem vitanda est obscuritas», y más abajo: «Non minus autem cavenda erit, quae nimium corripientes omnia sequitur, obscuritas; satiusque est aliquid narrationi superesse, quam deesse». Diomedes: «Vitia orationis generalia sunt tria: obscurum, inornatum, barbarum». Pero si de mi juicio, siguiendo a los antiguos, cual otro

Raimondo imitator della severa,
Rigida antichità […],


se apelare para los modernos, oigamos a Antonio Minturno, hombre judiciosísimo en los libros que hizo. De poeta: «Nec vero (ut quibus horum utendum sit ad plane ornateque dicendum, cognoscamus) ignorandum est locutionis esse virtutem, ut perspicua illa sit, non humilis, non abjecta». Julio César Escalígero, regla para muchos, en la Poética en el libro cuarto de ella: «At perspicuum idem quod pellucidum vulgus transparens vocat, etc. Talis esse debet oratio, etenim in obscura» haeret animus, neque transmittit se ad rem quam significat; in perspicua nihil obstat menti nostrae, quin aciem suam ad rem usque ipsam appellat». Francisco Luisio, intérprete del Arte poética de Horacio: «tres virtutes in omni narratione requiruntur: perspicuitas, brevitas, probabilitas, quae, si omnes adhibitae sunt, oratio omnes numeros habet». Torcuato Tasso, cuya autoridad equivale a la de todos los modernos, en su Discurso del poema heroico: «Ma la virtù della elocuzione, se crediamo ad Aristotele, è che sia chiara, non umile». Y después, conforme a lo cual, cuan loable y para ser procurada en las narraciones es la perspicuidad, tan culpable y para ser huida es su contraria, la oscuridad; y si ésta naciera en las Soledades de brevedad fuera menos mal, pues por buscar una virtud se diera en un vicio cercano a ella; quien en vez de liberal da en pródigo, pase; y quien buscando la fortaleza da en temerario:

Horacio
Decipimur specie recti, brevis esse laboro
Obscurus fio […].


Pero nace en esta composición la oscuridad de la demasía de tropos y esquemas, paréntesis, aposiciones, contraposiciones, interposiciones, sinécdoques, metáforas y otras figuras artificiosas y bizarras cada una de por sí, y a trechos y lugares convenientes, mas no para amontonadas. Porque ¿quién duda que para aumentar la hermosura de las damas se inventasen para la cabeza apretadores, rosas de diamantes, rubíes, esmeraldas, plumas de la misma materia; para las orejas, zarcillos, arracadas de oro y pedrería; para el cuello y pecho, cadenas, cabestrillos, bandas, sartas de perlas y brincos? Pero si alguna fuese más amiga de joyas que considerada, y se cargase la cabeza de apretadores, rosas, plumas; las orejas, de arracadas; el cuello y los pechos, de cadenas, cabestrillos, bandas, sartas y brincos, granjearía opinión de rica, pero no de cuerda ni de hermosa, pues serviría de ofuscar y encubrir su hermosura, antes que de acrecentarla, tal concurso y muchedumbre de joyas con que ni ella luciría, ni lucirían ellas, por preciosa que fuese cada una. Así sucede en la poesía y en cualquiera elocución: no han de ser áridas, ni desnudas, no, ni por imaginación, pero ni tan llenas de adorno que con él se desadornen, ahoguen y confundan; que igualmente sin duda está expuesto a injurias del tiempo y de los hombres el que en todos tiempos anduviese desnudo, como el que descomunalmente cargado de ropa:

Singula quaeque locum teneant sortita decenter;


porque según, tratando de lo mismo, afirma Jerónimo Vida:

Obscuros aliter crepitus et murmura vana
Miscebis, ludesque sonis fallacibus aures.


Oigamos a Aristóteles, en el tercero de la Retórica: «Praeterea, incongrua sit oratio, cum nos reddideris, nisi conjunxeris utrique congruentiam; ut, sonum aut colorem videre quidem commune non est, sentire vero. Obscurum autem etiam cum dicis non apponendo, sed multa interserendo, hoc pacto. “Constitui enim, cum tecum haec atque haec et sic collocutus essem, proficisci”», y el mismo en la Poética: «Peregrinum voco varietatem linguarum, translationem, extensionem, tum quodcumque a proprio alienum est. Verum si quis haec omnia simul congerat, vel ænigma efficiet vel barbarismum; ænigma quidem, si translationes; barbarismum vero, si linguas». Y más abajo: «Atque mensura eaque omnibus partibus regula est, nam si quis translationibus, linguis, cæterisque hujus generis, vel indecenter, vel afectate usus fuerit, pari ratione ridicula struxerit». Quintiliano en el proemio del libro octavo y en el capítulo segundo del mismo dice así: «Plus tamen est obscuritatis in contextu et continuatione sermonis, et plures modi. Quare nec sit tam longus, ut eum prosequi non possit intentio: nec trajectione tam tardus, ut in hyperbaton finis ejus differatur. Quibus adhuc pejor est mixtura verborum, qualis in illo versu: “Saxa vocant Itali mediis quae in fluctibus, aras”».

El Tasso, perpetuo discípulo de Aristóteles, en el libro cuarto de sus ya referidos Discursos: «Ma quella sarà grave, laquale userà vocaboli affatto peregrini; peregrini chiama Aristotele la varietà delle lingue, l’accorciamento e l’allungamento, e ciascuno altro nome, che non sia proprio. Ma s’alcuno mescolasse insieme tutte queste cose farebbe enigma o barbarismo». Cierto que, cuando faltaran autoridades de tan doctos hombres, me parece que la razón sola bastara a persuadimos el huir la oscuridad. ¿El fin de la poesía no es deleitar o aprovechar o ambas cosas juntas, como dijo Horacio?

Aut prodesse volunt aut delectare poetae
Aut utrumque simul


que es lo más cierto, siendo el fin ultimado y arquitectónico el aprovechar, y el deleitar el subordinado (según lo probé en mi Didascalia). Si esto es así, ¿a quién ha de aprovechar y a quién deleitar lo que no es entendido? Dirá vuestra merced que solo escribe para los doctos. Ya será eso conseguir solo el fin menos principal, porque los doctos podrán bien deleitarse con este género y estilo de poesía, pero aprovecharse no, siendo de cosas que no deben ignorarlas. Demás de que, si a pocos se comunica, pierde la razón de bueno por dos razones: la primera, porque lo bueno de su naturaleza es comunicable a todos, según los filósofos; luego lo que no lo es no participa enteramente la razón de bueno. La segunda, porque para que una cosa sea perfectamente buena ha de serlo en todas sus partes. Fáltale a esta obra, para ser digna del ingenio de vuestra merced (esto es, perfectísima), la perspicuidad, que es bondad y requisito necesario en género de narración: luego no tiene la suma bondad que debiera por de tal dueño, y es lástima que no sea tal obra de vuestra merced y en quien se hallan tales y tantos pedazos de belleza, solo por querer su dueño que sea poco inteligible y dar con esto en qué entender a tantos. No se la perdonó, pues, otro tanto Luciano a Apolo: «Itaque et Apollinem in dandis oraculis rideri a nonnullis video, dum multa securo animo involvit et data opera obscurat, ne omnino audientes otio indulgeant, sed expendant versiculos». Pues no es este poema misterios de religión ni profecía, de que no deben hacerse participantes muchos, conforme a la doctrina de san Jerónimo in Ezechielem: «Multa dicuntur (dice él) in parabolis et ænigmatibus, ut qui habet aures audiendi, audiat. Omnisque prophetia in obscuritate continet veritatem, ut discipuli intrinsecus audiant: vulgus ignobile, et foris positum, nesciat quid dicatur». Y el mismo santo sobre Nahum: «Et dicemus, ideo scripturam sanctam his difficultatibus esse contextam, et maxime prophetas qui enigmatibus pleni sunt, ut difficultatem sensuum difficultasquoque sermonis involvat, ut non facile pateat sanctum canibus, et margaritae porcis, et prophanis sancta sanctorum». Pero esta razón no corre aquí; que todos querrían (y yo lo deseo no poco) y deberían (si pudiesen) de sus obras de vuestra merced, como solían, sacar gusto y provecho:

Tu quid ego, et populus mecum desideret, audi.


Terencio, en el prólogo de su Andria, profesa solamente querer dar gusto al pueblo:

Poeta cum primum animum ad scribendum appulit,
Id sibi negoti credidit solum dari,
Populo ut placerent quas fecisset fabulas.


Máximo Tirio dijo del poeta: «Poeta autem mollis habetur, et multitudinem oblectat, ut pote qui propter voluptatem a populo diligitur». Así que no debe vuestra merced procurar escribir para solos los doctos porque, de esta suerte, le entenderán y gustarán de sus obras muy pocos, parte por no serlo en esta facultad, parte porque no querrán gastar el tiempo y sus juicios en adivinar qué quiso decir vuestra merced (que no profesó escribir enigmas, como en Simposio), reduciendo a trabajo lo que había de ser meramente gusto, y matándose por entenderlo o no entenderlo:

Ut quos, obscuris victos ambagibus oris,
Legimus infandae Sphinga dedisse neci;


y dirán lo que de Heráclito, escritor oscurísimo, dijo Cicerón: «Qui quoniam quid diceret intelligi noluit, omittamus». Hase de decir de sus versos y pensamientos de vuestra merced lo que el Pséudolo de Plauto dijo de las letras de una carta:

Has quidem Pol credo, nisi Sybilla legerit,
Interpretari alium posse neminem.


No, por amor de Dios, que a la verdad es terrible cosa que en mi lengua materna haya yo de andar como en un Aristóteles o en un Persio, o en otro autor difícil griego o latino, juntando partes, construyendo y adivinando qué quiso decir en aquello o en eso otro. Bien habló a este propósito Cicerón en lo De finibus: «Satisne igitur videor vim verborum tenere, an sum etiam nunc græce loqui vel latine docendus? Et tamen vide, ne, si ego non intelligam, quid Epicurus loquatur, cum græce, ut videor, luculenter sciam, sit aliqua culpa ejus, qui ita loquatur ut non intelligatur». Culpa es y culpa antigua de algunos escritores afectar oscuridad. Quintiliano: «In hoc malo etiam a quibusdam laboratur, neque id novum vitium est, etc. Unde illa scilicet egregia laudatio, “tanto melior; ne ego quidem intellexi”». El artificio del poeta en lo que debe emplearse es en hacer y trabajar los versos de suerte que, de fáciles, cualquiera piense que podrá hacer otros tales, sin descubrir en ellos el arte y cuidado, cuales los hizo Tibulo, que, con ser tan culto y limado, es tan suave y fácil en el decir que parece se estaba dicho lo que él dijo. Horacio:

Ex noto fictum carmen sequar; ut sibi quivis
Speret idem: sudet multum frustraque laboret
Ausus idem


y Jerónimo Vida; porque el demasiado cuidado descubierto hace parecer después las cosas con menos gracia y venustidad, como hechas a fuerza, según dijo Apeles a Protógenes viendo aquella excelente pintura de Yáliso, en que había gastado siete años; refiérelo Eliano, libro 12, capítulo 12 De varia historia. De que remito el ejemplo a las Gerusalemmes del Tasso, liberata y conquistata, la primera mejor, con menor cuidado, la segunda con mayor y menos buena. Refiriose arriba la misma doctrina de Quintiliano. Y con bonísimo acuerdo dijo Cicerón en sus Académicas: «Itaque ea nolui scribere, quae nec indocti intelligere possent, nec docti legere curarent».

Dirame vuestra merced a esto dos cosas: la primera, que la oscuridad causada de locuciones extraordinarias, palabras peregrinas y muchedumbre de figuras hace y engendra el hablar grande y estilo sublime; la segunda, que hay otros muchos poetas de los de más nombre oscuros y, con dificultad, inteligibles. Respondo a lo primero que es así que el hablar figurado demasiadamente y con palabras peregrinas (como no dé en enigma, ni barbarismo) engendra el estilo sublime; testigos: Aristóteles, Escalígero, Torcuato y otros que en varios lugares varias veces lo afirman. Pero eso se entiende, según ellos, en poema grave, trágico, heroico u otro semejante; que, siendo de su naturaleza ilustres, piden estilo y modo de decir fuera del vulgar, como lo hiciera vuestra merced si aplicara su ingenio y genio a lo épico, de que diera mejor que otro ninguno. Pero un poema, cuando no lírico, de materia humilde, bucólico en lo que descubre hasta ahora, no ha de correr parejas con lo heroico, desdiciendo mucho del decoro que se debe a las personas. Virgilio en el Sileno:

[…] Cynthius aurem
Vellit et admonuit: «Pastorem, Tytire, pingues
Pascere oportet oves deductum dicere carmen»,


enseñanza no poco repetida de Horacio en su Arte, ni olvidada de Jerónimo Vida en la suya. Divinamente enseña esto Fracastoro en el diálogo Naugerio, sive de Poetica: «Sicut enim vestis aurea, quamquam per se pulcherrima sit, apposita tamen rustico non modo decorem et ornatum non afferet, sed risum concitabit magis; ita et si rebus comicis majestatem heroicam addas, omnia facies indecora. Hac ergo concinnitate et convenientia si omnia scribas, et comedia, et lyrica, et alia [partes erunt poeticae]». Mírense los que han escrito semejantes materias, antiguos y modernos, griegos, latinos, toscanos, españoles: Teócrito, Bión, Virgilio, Calpurnio, Severo, Petrarca, Sannazaro, Pontano, Marco Rosiglia, Gerónimo Benivieni, Bernardo Tasso, Luis Alemanni, y el divino Garcilaso y otros, y echarase de ver cuán claro estilo han seguido y cuán acomodado al sujeto de que trataron.

A lo segundo respondo que, aunque haya habido poetas oscuros, no es bueno imitarlos en esa parte, siendo viciosa, sino seguir antes la majestad con la venustidad y perspicuidad virgiliana; demás de que (como he dicho) los más tomaron diferente asunto, y en quien es la oscuridad menos culpable, naciendo de afectar grandeza, como los heroicos Valerio Flaco, Estacio Papinio, aunque también en el primero es notado de duro el estilo. Escalígero el padre: «Est autem omnino duriusculus: penitus vero nudus gratiarum comitate». Opondranme a Persio satíro los que buscaren patrocinio a la oscuridad, pero miren cuál le pone el mismo Escalígero: «Persii vero stilus morosus, et ille ineptus, qui cum legi vellet quae scripsisset, intelligi noluit quae legerentur».

Bien sé, mi señor, que a vuestra merced le han advertido de esto antes de ahora y avisádole que sienten lo mismo en Córdoba, en Granada, en Sevilla, en Madrid; pues de allí un hombre de tanta erudición, cuanto cualquiera otro de este siglo, y de juicio igual a la erudición, que es Pedro de Valencia, lo escribió y advirtió a vuestra merced. Vi la carta original en Granada el verano pasado en poder de Juan de Villegas, el gobernador de Luque, y, aunque no creo que tengo mayor facundia ni más viveza de razones que él para persuadir a vuestra merced, por lo que debo a nuestra amistad y desear que sus obras de vuestra merced no desdigan de suyas en cosa alguna, sino sean en todo y en parte perfectísimas, le he dicho tan por extenso mi sentimiento acerca de la oscuridad de las Soledades. Podrá ser que, multiplicatis intercessoribus, restituya vuestra merced a su casa la claridad y venustidad antigua con que han salido y sido tan justamente celebradas por el mundo sus obras. Crea vuestra merced que muchos ven esto, aunque se lo digan pocos, parte de los cuales lo dejan por no confesarse menos agudos en el entender, parte por no atreverse, parte por mostrarse eruditos defendiendo la oscuridad y otras cosillas (si las hay) en que se pudiera reparar, anteponiendo con esto la adulación y estimación de sus ingenios a la verdadera amistad:

Nobis non licet esse tam disertis
Qui musas colimus severiores.


Vuestra merced, por amor de Dios, se temple en esta parte, que como su servidor y amigo se lo suplico.

Lo mismo deseo haga en el uso de palabras peregrinas, digo derivadas de latín y toscano; y no tanto en la muchedumbre de ellas, pues todas son muy buenas, y a la verdad eso es enriquecer nuestra lengua y muy conforme a los preceptos del arte (según Aristóteles, Horacio, Vida, Tasso y otros); pero en el frecuentarlas y repetirlas muy a menudo, pues, como a forasteras, se ha de ir poco a poco y con recato, dándoles entrada y lugar señalado si queremos que sean bien recibidas y estimadas en algo, que así nos lo encarga el lírico latino:

In verbis etiam tenuis cautusque serendis.


pues, de otra suerte, viene a ser lenguaje pedantesco fidentiano, de que le culpa a Torcuato Tasso, como a usurpador y frecuentador de palabras peregrinas, la Academia de la Crusca en la defensa del Furioso, diciendo que Aristóteles concedió que cayese en los poemas agua de palabras forasteras, pero no que tempestase. Una sola fuera de parecer que desterrara vuestra merced de todo punto y es «conculcado» y «conculcar», porque tiene mucha parte de «æschrología», figura viciosa, que es uso de verbo u oración de sucia significación en el sonido y, así, no siendo necesario el usarlo, yo no lo usara.

Pero no solo en la repetición de las extranjeras querría se fuese vuestra merced a la mano, mas aun de las propias y comunes nuestras, no frecuentando el «ya», ni el «si, no»; pues, aunque con este modo se formen gallardas contraposiciones, no ha de ser a cada paso, que el almíbar empalaga; y lo mismo digo de otras algunas palabras, pues sabe vuestra merced mejor cuánto gusto da el que reitera muchas veces unas mismas, ora sea por escrito, ora de palabra, en púlpitos o en conversaciones. Y si esto no es loable, menos lo será repetir los pensamientos, las comparaciones y aposiciones. En la primera y segunda parte dice vuestra merced no sé qué veces «mariposa de cristal», «mariposa de esto», «mariposa de eso otro»; en ésta del novillo: «mal lunada la frente»; del toro en la primera:

media luna las armas de su frente.


En la primera hace vuestra merced navíos y en ésta barcos de «haya» muchas veces, demás de que, como advertí en el Polifemo, no la usa la navegación, si no es en remos; y, para certificarme más, busqué con Francisco de Gálvez lo que dicen de ese árbol Teofrasto, De plantis, Plinio y otros; y, ni en ellos, ni en poetas algunos hallamos que la aplicasen a la navegación. Aquí dice vuestra merced «bisagra de una y otra playa»; allá «bisagra de un océano y otro»; «leños» tantas veces por navíos; «cuernos» de esto y de lo otro. Si reprehende César Escalígero en los Endecasílabos del Bembo la repetición de «elegancias, facetias, lepores», y en los Epitafios «charites, veneres, cupidines, lirios», y en los Túmulos de Pontano la de «rosas, violas, lilios, jacintos, primavera, coronas, Marte, Palas, Venus, charites, laurel, mirto, ungüento, lágrimas, mirra, musas, Clío, Aganipe» y otros; si en Tibulo la de «casas, fuegos, campos, bosques, husillos, espigas, sacrificios», no le perdonara a vuestra merced, sin duda, la de palabras, cuanto más de conceptos, que suele argüir escasez de ellos, como dijo Horacio:

[…] Et fortasse cupressum
Scis simulare,


siendo vuestra merced tan rico y abundante de esta mercancía como todo el mundo sabe y, cual lo estuviéramos ambos, de hacienda.

El hipérbaton con todas sus especies (sea tropo o figura, que en duda lo pone Quintiliano e importa poco) sirve sin duda grandemente al ornato, turbando el orden de las palabras con anteposiciones, interposiciones y postposiciones que realzan el hablar y le hacen numeroso y nada vulgar, respecto de lo cual le alaba mucho el referido autor. Pero no ha de ser todo hipérbaton, que será menester traer en la manga un intérprete que a los oyentes o lectores declare el sentido de lo que queremos decir, que, de otra suerte, parecerán bernardinas y así, a mi juicio, debe vuestra merced moderarse en él.

De la hipérbole juzgo lo mismo; porque si la hipérbole es «dictio aut sententia fidem excedens augendi minuendive causa», como dicen Diomedes y Donato, o, como Quintiliano, «ementiens superjectio», cierto es que se ha de usar raras veces y cum modis et formis, si queremos que no pierda lo verosímil el poema, y se quede a buenas noches. Aconséjalo así el mismo Quintiliano: «Sed hujus quoque rei servetur mensura quaedam. Quamvis enim est ommis hyperbole ultra fidem, non tamen esse debet ultra modum: nec alia via magis in cacozeliam itur. Piget referre plurima hinc orta vitia, cum praesertim minime sint ignota et obscura». La «cacocelia» ya sabe vuestra merced que es vicio por afectación de ornato demasiado. ¿Todo ha de ser sumo, ir por esos cielos o por los abismos?

Medio tutissimus ibis


¿Cómo se ha de ver lo grande sin oposición de lo pequeño? Si todo es en grado superlativo, ¿qué harán del positivo y comparativo los pobres gramáticos?

Esto es, en común, lo que siento de las Soledades y en particular de la primera. Confesaré algunos pecadillos, o al menos que yo los he juzgado por tales. El primero, más grave, y en que (si hubiese lugar de penitencia) sería bien usar de enmienda, es el encontrarse la dedicación de esta obra con la del Polifemo, pues, aunque cada una de por sí es excelente, no es bien que a todos los príncipes los ocupemos en esta misma acción de caza, habiendo otras en que.

Reparo después en aquellos versos:

El sileno buscaba
de aquellas que la sierra dio bacantes,
ya que ninfas les niega ser, errantes,
el hombro sin aljaba,


porque en este lugar cosa cierta es que quiere decir vuestra merced que el hombro desarmado de aljaba mostraba no ser ninfas las zagalas. Supuesto lo cual (aunque no era impedimento para ser o parecer ninfas el dejar de traer aljaba, pues, de ellas, solas las dedicadas al servicio y ejercicio de Diana andaban cargadas de semejante pesadumbre), digo que tampoco podían parecer bacantes, pues no traían tirsos en las manos (tirso era, como vuestra merced mejor sabe, una lanza cubierta de pámpanos o yedra, que era lo más ordinario; y así lo afirma Eurípides: «hederaque thyrsum tradidi illo tempore»); y que no lo trujese confiésalo vuestra merced, llamándolas cuatro versos después: «escuadrón de amazonas desarmado». Que los y las bacantes, o bacos, trajesen tirsos en las manos pruébase con muchos lugares de autores; referiré algunos: Ovidio en sus Metamorfosis introduce a Penteo que, reprehendiendo a los que seguían a Baco, dice:

[…] Vosne acrior aetas
O juvenes, propriorque meae, quos arma tenere,
Non thyrsos, galeaque tegi, non fronde, decebat?,


y después:

Prima suum misso violavit Penthea thyrso
Mater […];


Cornelio Tácito, tratando de la buena emperatriz Mesalina, cuando a vuelta de cabeza de su marido Claudio, que se había llegado a Ostia, casó con Silio su amigo: «At Messalina non alias solutior luxu, adulto autumno simulacrum vindemiae per domum celebrabat. Urgeri prela, fluere lacus; et feminae pellibus accinctae adsultabant ut sacrificantes vel insanientes Bacchae; ipsa crine fluxo thyrsum quatiens, juxtaque Silius haedera vinctus, gerere cothurnos, jacere caput, strepente circum procaci choro». Pero, mejor que todos, Diodoro Sículo: «Unde et in multis graecis urbibus triennio Bacchides mulieres conveniunt apud quas de more virgines thyrsum ferunt in honorem dei bacchantes. Eique per cœtus sacrificantes». Dejo aparte que las bacantes hacían, dondequiera que estaban, confuso ruido de alarido y voces descompasadas, con visajes y meneos descompuestos, como llenas de vino al fin, y a éstas las pinta vuestra merced que venían, aunque bailando algunas, con «ojos honestos» y «métrica armonía»; en lo que reparo es cómo las pueda llamar bacantes, excluyéndolas de ninfas por no armadas.

Dice luego vuestra merced de los muchos conejos que uno traía a cuestas:

trofeo ya su número es a un hombro,
si carga no y asombro.


Que sean trofeo y carga a un hombro muchos conejos está bien dicho, pero que le sean asombro no sé cómo pueda decirse, porque el asombro se causa en el corazón o la imaginativa; el pie, la mano y el hombro no son capaces de él en modo alguno, de carga sí; y vuestra merced lo junta todo. Si fuera ése poema latino, salváramos el tal atributo con nombre de hipálage, que así llaman los retóricos (según Cicerón, alegado por Quintiliano) al tropo que los gramáticos metonimia: «bella figura (dice Juan Andrea Gilio) ma più usata da latini che da Toscani poeti»; y se comete cuando la calidad y propiedad de una cosa se atribuye a otra, como:

[…] dare classibus austros
[…] tepidaque recentem
Caede locum […]
[…] socii cesserunt aequore jusso,


en vez de dare classes austris, locum tepidum recenti caede, socii iussi cesserunt aequori. Del Petrarca trae un ejemplo el mismo Juan Andrea Gilio:

L’altro è colui che’l re di Siria cinse
D’un magnanimo cerchio,


en que dio el epíteto de magnánimo al cerco, debiéndosele a Popilio que le hizo. En nuestro vulgar no sé si puede usarse; creo que, a poder, no fuera tan ridículo:

La nueva es más peregrina
que ha llegado a tus narices.


En este fragmento de la segunda Soledad dudo por cuál razón llame vuestra merced «centauro espumoso» a la ría o arroyo, porque si por ser de dos naturalezas, también lo eran los Panes o Faunos, también el Minotauro, y lo son otros animales; cuanto más que la agua de la mar y la de los ríos no son de diferentes especies, como el hombre y el caballo de que era compuesto el centauro, sino esencial y substancialmente una: difieren en el sabor y grosedad, que son diferentes.

Al «bien nacido cuerno» no le hallo sujeto capaz de epíteto tan honrado; «de bien o mal crecido», sí.

Ruiseñor en los bosques, no, más blando
el verde robre, que es barquillo ahora,
saludar vio el Aurora


es anfibológico y, aunque todos lo entiendan, será bien aclararlo más.

«Cándidas» llama vuestra merced a las hijas del pescador, y creyera yo que daba ese epíteto a su bondad, pero luego se declara que no, sino a la blancura, diciendo:

[…] a quien debe
su púrpura la rosa, el lilio nieve.


También en la primera parte dijo vuestra merced lo mismo de las serranas y vaqueras, y extraño esto, porque no sé que se halle blancura en serranas y gente de playa curtidas al sol y al agua. Virgilio al menos no da tal atributo a pastora alguna, sacando a Galatea, a quien todos le dan, porque su nombre significa eso mismo (pues quiere decir láctea o de leche) y a la esposa en los Cantares que excusa halla a su color moreno: «Nolite me considerare quod fusca sim quia decoloravit me sol». La experiencia lo muestra y la imitación poética debe seguir lo verosímil.

Yo he dicho lo que he sentido sinceramente, a ley de cristiano y amigo, como lo he protestado y profesado en cuanto alcanza mi juicio. Vuestra merced con el suyo, pues es tan bueno, lo pondere y vea lo que se debe hacer; y consúltelo (si le pareciere) con hombres de letras, y echará de ver que le aconsejo como hombre de bien y servidor suyo, según Horacio en el Arte:

Vir bonus et prudens versus reprehendet inertes;
Culpabit duros; incomptis allinet atrum
Transverso calamo signum; ambitiosa recidet
Ornamenta; parum claris lucem dare coget,
Arguet ambigue dictum, mutanda notabit:
Fiet Aristarchus. Nec dicet : «Cur ego amicum
Offendam in nugis?» Hae nugae seria ducent
In mala derisum semel exceptumque sinistre


A mí me ha tocado esto, y a vuestra merced el hacer lo que aconseja en su Arte monseñor Vida en el libro 3, y no traigo el lugar por ser largo, aunque excelente y loado por tal de Escalígero. Yo he andado no corto, ni mi ánimo lo es, ni será en deseos de servir a vuestra merced. Si este papel no le pareciere tal como él, dele la pena que mereciere con manos o fuego, que el que le ha hecho quedará gustoso, servidor y amigo de vuestra merced como siempre, y tan su amigo y servidor que, resolviéndose vuestra merced a proseguir ese poema con el estilo hasta aquí, sin mudar de frasis ni modos, si hubiere (que no habrá) tan atrevido presuntuoso que le impugne, estando tan bien defendido con solo el nombre de su autor, «tecum paratus sum, et in carcerem et in mortem [ire]»:

[…] comitem casus amplector in omnes
[…]
Seu pacem, seu bella geram, tibi maxima rerum
Verborumque fides […]


dende luego me ofrezco (gustando vuestra merced) a ser su campeón y salir en defensa suya a cualquiera estacada, armado de pluma y libros; y de mi gentil ánimo de servir a vuestra merced, a quien guarde Dios largos años. De casa…





GRUPO PASO (HUM-241)

FFI2014-54367-C2-1-R FFI2014-54367-C2-2-R

2018M Luisa Díez, Paloma Centenera