Sócrates realizador de ilusiones

Santiago González Escudero
Universidad de Oviedo
Palma de Mallorca, 30 de noviembre de 2001

Llamamos la atención sobre un doble conjunto de rasgos en Sócrates que diseñan la imagen de una persona con determinado comportamiento en la ciudad, más allá de la "ironía" típica de su "carácter" en las conversaciones platónicas. Para analizar este último, el personaje teatral o literario, sirve perfectamente el pasaje de la Poética (1450 a 7-35) en donde Aristóteles enumera las partes de la ficción y marca la necesidad de que de la acción o trama se desprendan los caracteres, no a la inversa. En cambio, la persona como sujeto es capaz incluso de acciones, previsibles o no, convenientes o inconvenientes, que en todo caso pueden chocar con lo habitual y abrir nuevas posibilidades. Parece que Sócrates, como una persona más en la ciudad, es capaz de ofrecer, sin embargo, un discurso alternativo, paradójico, aunque en perfecta sintonía con su proceder y en los lugares adecuados. Así en una reunión de amigos destaca una inesperada manera de apreciar el control del movimiento corporal ajena al sentido general del ridículo (Jenofonte, Banquete, 2,16,1 y ss. sobre la apreciación del baile), pero que sirve para poner en tela de juicio cualquier discurso sobre valores y educación en la ciudad (cfr. Jenofonte, Económico, cap. VII), al menos al mismo nivel que lo consiguen los discursos de las heroínas de Eurípides. Por otra parte, y como segundo rasgo, también es capaz de presentar un discurso alternativo al de los técnicos en el arte de la palabra, desde los médicos a los autores teatrales, como se puede encontrar en el Banquete de Platón (sobre todo en 199 b y ss., la discusión con Agatón sobre belleza y carencia en Eros). Estos dos rasgos convierten a Sócrates en un ilusionista de la sociedad, que, como asegura él mismo, se apoya en lo establecido y no en las apariencias como los sofistas. Semejante presentación le permite poder proyectar, a renglón seguido, tanto la queja de las leyes personificadas que se le presentan en sueños (Critón 50 a 6-54 d) como la conversación con Diotima, la sacerdotisa (Banquete 201 d 2 y ss.), hasta el cine dentro del cine que se plantea en el símil de la Caverna (República VII 514 a y ss.). Para analizar el punto de partida de Sócrates para crear un mundo de imágenes alternativo al de la epopeya o el drama, e incluso al de la conversación sobre la excelencia, la areté, nos servirnos del concepto de la "apáte" de las palabras tal como explica Gorgias, tanto en el Encomio de Helena (fr. 11, 8-9) como en el diálogo platónico del mismo nombre (502 c): "apáte" como cierta frustración ante el error o el engaño, la sensación de verse arrastrado ineludiblemente por la fuerza del discurso que, según la cita de este sofista que nos ha transmitido Plutarco (De la gloria de los atenienses, 5), en la emoción enseñaba la sensibilidad de la condición humana en los dominados.