Información sobre el texto

Título del texto editado:
“Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo I. [Biografía de] El bachiller Francisco de la Torre”
Autor del texto editado:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Título de la obra:
Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos. Tomo II
Autor de la obra:
López de Sedano, Juan José (1729-1801)
Edición:
Madrid: Joaquín Ibarra, 1770


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Fuentes
Información técnica






El bachiller Francisco de la Torre es don Francisco de Quevedo. Este hecho consta ya tan suficientemente probado por todas las razones que lo persuaden, que solo falta una declaración expresa de su mismo autor. En el año de 1630 publicó estas obras don Francisco de Quevedo, y el aparato e industrias con que tiró a encubrir ser el verdadero artífice de ellas, disfrazándose con el nombre del supuesto bachiller Francisco de la Torre, hicieron que corriese de buena fe esta creencia hasta nuestros días, como parece del Discurso con que se reimprimieron en 1757; pero el cómputo y la demostración hicieron patente la verdad. Lo primero, no conocemos otro bachiller de la Torre poeta que el que con solo este distintivo se halla en los cancioneros y el que alaba Juan Boscán y el autor del Diálogo de las lenguas que fue por los tiempos de Juan Rodríguez de Padrón, Juan de Mena y Garcí Sánchez de Badajoz, y cuyas poesías, como todas las demás de aquellos rimadores, no eran otra cosa que un tejido de pensamientos amorosos explicados con sencillez y pureza, pero muy desnudos de todo lo que es majestad, artificio, imitación y demás galas en que consiste la buena poesía. No pudiendo, pues, ser este antiguo bachiller, no se halla otro poeta con este nombre, ni con otro alguno antes de Garcilaso ni después de él hasta los tiempos de nuestro Quevedo, sino el mismo Quevedo, capaz de componer unas poesías cuyo gusto, gala, erudición, ingenio, imitación de los mayores modelos de la Antigüedad, altura y sublimidad de estilo, las constituye en la clase de las mejores que en su línea tiene la lengua castellana, y dignas de ponerse al lado de las más famosas de los griegos y latinos. Y últimamente confirma esta verdad la tácita confesión de don Francisco de Quevedo, que en la “Dedicatoria” de estas Obras al Conde de Medina de las Torres, hablando de la supuesta antigüedad de este poeta, dice así: “antigüedad a que pone duda el propio razonar suyo, tan bien pulido con la mejor lima de estos tiempos, que parece está floreciendo hoy entre las espinas de los que martirizan nuestra habla sin hacer cuenta de la uniformidad y semejanza en el estilo y de los pensamientos, prueba por sí sola bastante”. Y aunque Lope de Vega dice hablando de este poeta en su Laurel de Apolo:

Humíllanse las cumbres del Parnaso
al divino Francisco de la Torre,
celebrado del mismo Garcilaso,
a cuyo lado dignamente corre.
Mas ya Febo socorre
su lira, que llevaba como a Orfeo
la suya el Estrimón, esta, el Leteo,
porque puedan las musas castellanas
salir hermosas sin teñir las canas.


Pero esta fue una buena creencia de Lope, así como fue una manifiesta equivocación decir que le había celebrado Garcilaso, pues en todas sus obras no hay menor noticia ni mención de tal poeta, sino en las de Boscán, como queda dicho. El motivo que pudo llevar nuestro Quevedo en disfrazarse tan artificiosamente para la publicación de estas poesías no es muy difícil de conocer sabiendo que ningunas quiso dar a la estampa mientras vivió, si no fue las traducciones de Epicteto y Focílides; con que habiendo de publicarlas para los designios que le impulsaban, que eran el combatir los abusos alteraciones y monstruosidades de nuestra poesía, exhibió estas como unos ejemplares y modelos dignos de la imitación, siguiendo la misma idea que su contemporáneo Lope de Vega en la suposición que hizo del licenciado Tomé de Burguillos; y además de que siendo una clase de poesías, por la mayor parte amatorias, y efectos de los ardores de su juventud, como prueba el mote (Delirabam cum hoc faciebam, el horret animus nunc) que las aplica; y otras con ciertas alusiones políticas que encubre bajo el velo de aquellas metáforas y alegorías. Por estas razones no las quiso dejar autorizadas a la posteridad con su nombre. A este efecto supuso todo el aparato de la antigüedad del manuscrito de estas obras, la “Aprobación” de don Alonso de Ercilla, el uso de voces anticuadas, y otras cosas que pudieron entonces pasar y pasaron después por verdaderas hasta que las descubre el tiempo, la combinación y la crítica.





GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera