Título del texto editado:
“Noticia de los poetas castellanos que componen el Parnaso español. Tomo I. [Biografía de] El bachiller Francisco de la Torre”
El
bachiller
Francisco de la Torre es don Francisco de Quevedo. Este hecho consta ya tan suficientemente probado por todas las razones que lo persuaden, que solo falta una declaración expresa de su mismo autor. En el año de 1630 publicó estas obras don Francisco de Quevedo, y el aparato e
industrias
con que tiró a
encubrir
ser el verdadero artífice de ellas,
disfrazándose
con el nombre del supuesto bachiller Francisco de la Torre, hicieron que corriese de buena fe esta creencia hasta nuestros días, como parece del
Discurso
con que se reimprimieron en 1757; pero el cómputo y la demostración hicieron patente la verdad. Lo primero, no conocemos otro bachiller de la Torre
poeta
que el que con solo este distintivo se halla en los cancioneros y el que
alaba
Juan Boscán y el autor del
Diálogo de las lenguas
que fue por los
tiempos
de Juan Rodríguez de Padrón, Juan de Mena y Garcí Sánchez de Badajoz, y cuyas poesías, como todas las demás de aquellos rimadores, no eran otra cosa que un tejido de pensamientos
amorosos
explicados con
sencillez
y
pureza,
pero muy
desnudos
de todo lo que es majestad, artificio, imitación y demás galas en que consiste la buena poesía. No pudiendo, pues, ser este antiguo bachiller, no se halla otro poeta con este nombre, ni con otro alguno antes de Garcilaso ni después de él hasta los tiempos de nuestro Quevedo, sino el mismo Quevedo, capaz de componer unas poesías cuyo gusto, gala,
erudición,
ingenio,
imitación de los mayores
modelos
de la Antigüedad, altura y
sublimidad
de estilo, las constituye en la clase de las
mejores
que en su línea tiene la lengua castellana, y dignas de ponerse al
lado
de las más famosas de los griegos y latinos. Y últimamente confirma esta verdad la tácita confesión de don Francisco de Quevedo, que en la “Dedicatoria” de estas Obras al Conde de Medina de las Torres, hablando de la supuesta antigüedad de este poeta, dice así: “antigüedad a que pone duda el propio razonar suyo, tan bien pulido con la mejor lima de estos tiempos, que parece está floreciendo hoy entre las espinas de los que
martirizan
nuestra habla sin hacer cuenta de la uniformidad y
semejanza
en el
estilo
y de los pensamientos, prueba por sí sola bastante”. Y aunque Lope de Vega dice hablando de este poeta en su
Laurel de Apolo:
Humíllanse las cumbres del
Parnaso
al divino Francisco de la Torre,
celebrado
del mismo Garcilaso,
a cuyo
lado
dignamente corre.
Mas ya Febo socorre
su
lira,
que llevaba como a Orfeo
la suya el Estrimón, esta, el Leteo,
porque puedan las musas castellanas
salir hermosas sin teñir las canas.
Pero esta fue una buena creencia de Lope, así como fue una manifiesta equivocación decir que le había celebrado Garcilaso, pues en todas sus obras no hay menor noticia ni mención de tal poeta, sino en las de Boscán, como queda dicho. El motivo que pudo llevar nuestro Quevedo en
disfrazarse
tan
artificiosamente
para la publicación de estas poesías no es muy difícil de conocer sabiendo que
ningunas
quiso dar a la
estampa
mientras vivió, si no fue las
traducciones
de
Epicteto
y Focílides; con que habiendo de publicarlas para los designios que le impulsaban, que eran el combatir los
abusos
alteraciones y monstruosidades de nuestra poesía, exhibió estas como unos
ejemplares
y
modelos
dignos de la
imitación,
siguiendo la misma idea que su
contemporáneo
Lope de Vega en la suposición que hizo del licenciado Tomé de Burguillos; y además de que siendo una clase de
poesías,
por la mayor parte
amatorias,
y efectos de los ardores de su
juventud,
como prueba el mote
(Delirabam cum hoc faciebam, el horret animus nunc)
que las aplica; y otras con ciertas alusiones
políticas
que encubre bajo el velo de aquellas
metáforas
y alegorías. Por estas razones no las quiso dejar
autorizadas
a la posteridad con su
nombre.
A este efecto supuso todo el aparato de la antigüedad del manuscrito de estas obras, la “Aprobación” de don Alonso de Ercilla, el uso de voces
anticuadas,
y otras cosas que pudieron entonces pasar y pasaron después por
verdaderas
hasta que las descubre el tiempo, la combinación y la crítica.